Venezuela Rebelde. Solidaridad vs. Dinero, de Enrique Ubieta Gómez es una de las propuestas de la XVI Feria Internacional del Libro en La Habana que se desarrollará del 8 de febrero al 11 de marzo próximos en 40 ciudades del país, con la asistencia de 153 expositores de 82 países. Aunque el libro ya tuvo […]
Venezuela Rebelde. Solidaridad vs. Dinero, de Enrique Ubieta Gómez es una de las propuestas de la XVI Feria Internacional del Libro en La Habana que se desarrollará del 8 de febrero al 11 de marzo próximos en 40 ciudades del país, con la asistencia de 153 expositores de 82 países.
Aunque el libro ya tuvo su primera presentación en la pasada Feria de Venezuela su lanzamiento en La Habana será todo un acontecimiento por su condición de excelente ensayo testimonial de las experiencias de los médicos cubanos en Venezuela, país donde se gesta el experimento social más importante del mundo.
Venezuela rebelde. Solidaridad versus dinero, al decir de su propio autor, se construyó sobre vivencias, entrevistas a médicos, pobladores, funcionarios, opositores, intelectuales en un recorrido que hiciera con su esposa durante nueve meses por los 24 estados de Venezuela, desde el Alto Orinoco, en Amazonas y los caños del Delta, hasta Zulia y los estados andinos.
Cubasí conversó en exclusiva con el escritor, ensayista e investigador sobre los detalles de su libro, la Venezuela en pleno proceso de refundación, los desafíos a los que se enfrentan los internacionalistas cubanos y de Fidel, ese revolucionario de las grandes ideas y artífice de una nueva práctica del internacionalismo, que se nutre del humanismo revolucionario.
-Su más reciente libro es un testimonio ensayístico sobre la revolución bolivariana. ¿Pudieras explicar cómo surge la idea de este libro, cómo fue su proceso de creación y qué experiencias te dejó como escritor y ser humano?
-Hay quienes quieren explicar las dimensiones del cuarto en el que viven y trabajan sin salir y terminan describiendo cada centímetro de pared. Piensan que mientras más exactos, minuciosos y críticos son en la descripción, en el señalamiento de los orificios abiertos por viejos clavos o de las zonas descascaradas, más profundo es el resultado del análisis. En realidad, dentro de un cuarto el mundo es cuadrado. Solo existen cuatro paredes, un techo y un suelo y ni siquiera sabemos si ese suelo está sobre la tierra o a nueve pisos de altura. Son neo-positivistas que van, al decir martiano, insecteando por lo concreto.
«Para explicarme el futuro de Cuba, yo he preferido salir con los médicos cubanos. Con ellos recorrí entre los años 1999 y 2000, algunos de los más pobres países de América: Nicaragua -la del neoliberalismo-, Honduras, Guatemala y Haití. De ese recorrido -que lo abarcó todo, ciudades, pueblos, aldeas, montañas, selvas, ríos; comunidades indígenas, campesinas y urbanas-, en condiciones precarias, resultó un libro que titulé, para burlarme del académico Jorge Castañeda, La utopía rearmada. Historias de un viaje al nuevo mundo [2002]. Porque él, desde su cuarto bien acondicionado, había dictaminado el desarme definitivo de las utopías. No era una respuesta teoricista, literal; solo había que mostrar lo que estaba ocurriendo más allá de su cuarto, es decir, de sus narices. Por supuesto, cuando hablo de viajar, de salir del cuarto, no me refiero únicamente al hecho físico, espacial; hay hombres y mujeres que se la pasan de viaje y nunca salen de su acogedor saloncito mental. Y hay académicos que piensan que el saber está en las universidades del primer mundo, o en centros tercermundistas de reciclaje colonial, y sueñan con Madrid, París, Nueva York. Pero aquel libro también hablaba de los cubanos, e indirectamente de Cuba.
«Cuando en 2005 me propusieron acompañar a los médicos cubanos que están en Venezuela, país donde se está produciendo el experimento social más importante del mundo -y eso incluye a la colaboración internacionalista cubana, que allí alcanza niveles ejemplares-, no lo dudé un segundo: me pidieron un proyecto y aunque hablaba en él de la labor de nuestros internacionalistas, advertí que escribiría una crónica reflexiva de aquel proceso revolucionario, de sus conflictos y logros, dudas y certidumbres. El resultado es Venezuela rebelde. Solidaridad versus dinero [2006], libro en el que hablo de ese país y no dejo un solo instante de pensar en Cuba. Desde tales perspectivas puedo ver mi cuarto como lo que es: un espacio arquitectónico interior e interdependiente de otros espacios mayores, una apuesta alternativa, perfectible, en un mundo inmóvil y profundamente injusto, maniatado por la desinformación y por el poder corruptor del dinero.
«Insisto en ello: la guerra entre la solidaridad y el dinero se libra en Venezuela y también en Cuba; en cualquier rincón del planeta donde el pueblo reclame ser sujeto de su propia historia. Yo creo en los Caballeros andantes de la Solidaridad, los sigo lleno de admiración y esperanza, dondequiera que estén lanza en ristre, en cualquier esquina de ciudad o cualquier ribera perdida de la selva, para narrar sus hazañas. No importa si invocan a Cristo, o a Marx. Pero no solo describo lo que es, también me esfuerzo por señalar lo que puede ser, porque está contenido en ese ser, describo el camino y construyo caminos. Empujo la realidad a favor de la verdad y de la justicia.
«Venezuela rebelde. Solidaridad versus dinero se construye sobre vivencias, entrevistas a médicos, pobladores, funcionarios, opositores, intelectuales, referencias múltiples de autores clásicos y contemporáneos venezolanos, análisis de la prensa opositora; en él confluyen diversos géneros: testimonio, diario de viaje, ensayo, crónica, entrevista. Recorrimos -mi esposa y colaboradora Alicia Flores Ramos y yo-, durante nueve meses, los 24 estados del país: desde el Alto Orinoco, en Amazonas y los caños del Delta, hasta Zulia y los estados andinos. La reflexión abarca temas tan diversos como Barrio Adentro -eje conductor de toda la obra-, y su conflicto con la Federación Médica Venezolana, la organización política de los barrios urbanos, el malandraje, las características del mundo indígena (yekuana, yanomami, warao, wayuu) y su integración al proceso revolucionario, la discusión en torno a la propiedad privada y el latifundio, la pequeña minería, la promoción en la prensa de modelos de conducta centrados en la belleza física y el dinero, el concurso Miss Venezuela, la afición a los juegos de azar, el béisbol profesional y la celebración del primer Clásico Mundial de ese deporte en 2006, la polémica en torno a filmes como Secuestro Express y El Caracazo y la vigencia y los límites de la democracia representativa, entre otros».
-¿Cómo describirías a la Venezuela que te encostraste en tu recorrido de investigación?
-Como una nación en proceso de refundación. En el lenguaje politiquero del capitalismo dependiente latinoamericano suele emplearse un término paradigmático: el de clases vivas. Se refiere a los estratos sociales que tienen una participación efectiva en el devenir histórico de la nación, ya sea por su poder económico, político o militar, o por su supuesta relevancia intelectual. Esto significa naturalmente que existen clases muertas, estratos marginados, despreciados, ciudadanos de segunda. En Caracas la población tradicionalmente marginada se compone de las dos terceras partes del total.
«Imagínese usted un país en el que esos estratos mayoritarios recuperan la dignidad, el control de sus vidas, la ciudadanía plena y se convierten en verdaderas clases vivas; no cabe entonces otro concepto que el de una refundación nacional.
Venezuela es una caldera en ebullición, donde todo es posible; una anciana que acaba de aprender a leer y a escribir te habla con naturalidad de que continuará sus estudios hasta hacerse abogada. Recuerdo que en una pared pública de una calle de Mérida, un pintor autodidacta había dibujado los rostros de todos los sabios y los héroes de la ciencia, la literatura y la historia humanas: desde Cristo hasta el Che, pasando por Juana de Arco, Da Vinci, Mozart, Víctor Hugo, Einstein, John Lennon, Mao, Broz Tito, Lenin, Trotsky, Tina Modotti, y los héroes de la independencia latinoamericana, entre otros. Todos caben en la Revolución bolivariana, es decir, en el nuevo proceso de cocción nacional. En la hora cero todo es posible. La nueva Venezuela que pugna por nacer se siente heredera de toda la cultura humana.
-En su opinión, ¿cuáles son los retos más fuertes que enfrentan los médicos cubanos en su misión internacionalista de Barrio Adentro?
-El reto mayor que enfrenta un internacionalista -en cualquier país donde se encuentre, en cualquier sector poblacional, el más pobre o el más abandonado- es la superación constante de sí mismo. La disposición a saltar una y otra vez sobre su experiencia anterior, sobre los límites conocidos, su disposición permanente a crecer. Un internacionalista sabe que va a dar, a entregar conocimiento y solidaridad y de cierta forma a transformar su entorno, pero a veces no ha interiorizado que su misión consiste también en recibir, en transformarse a sí mismo. Los retos externos son importantes, pero secundarios, provengan estos del entorno natural -lejanía, ausencia de comodidades urbanas, etc.-, o humanos y aquí podría considerarse la separación familiar, la soledad, las diferencias culturales o la convivencia con grupos sociales marginales, entre otros.
«En Venezuela existe una oposición histérica que puede ser agresiva, pero hay un pueblo que cierra filas en torno a sus misiones y a sus médicos y maestros. El reto mayor, repito, es interno: entender el valor de otras costumbres, de otras formas de vivir y de compartir y aprender de ellas, estar dispuesto a crecer en un entorno diferente, al que podrán aportar su riqueza personal y profesional, pero que puede enseñarles nuevas formas de convivencia. El internacionalismo es una escuela: profesional, humana, revolucionaria. En Venezuela y ahora en Bolivia, tiene el añadido de posibilitar el reencuentro de los cubanos con el pasado revolucionario de su país, que en su inmensa mayoría no vivieron».
-Es noticia que Roman Chalbaud, importante director venezolano, rodará una película acerca de la labor humanitaria de los médicos cubanos en su país, que estará basada en tu libro Venezuela rebelde. Solidaridad versus dinero. ¿Pudieras adelantar algo sobre esto?
-Chalbaud es quizás el más prestigioso director de cine venezolano, con una extensa y sólida obra. Es además un revolucionario, un artista comprometido con la Revolución. Tiene confianza en mi conocimiento de la experiencia internacionalista de los médicos cubanos y piensa que en mi libro hay anécdotas y personajes reales que pueden hilvanarse y reconstruirse en personajes de ficción. Pero mi libro no tiene un carácter narrativo, ni sigue un hilo dramático a partir del cual pueda armarse un guión de cine; es un ensayo testimonial o un testimonio ensayístico, no sé como clasificarlo. Ha declarado también que Ugo Ulive, pretigioso dramaturgo uruguayo-venezolano, asumirá la redacción del guión y me ha pedido colaboración. ¿Qué decir? No soy guionista o narrador, pero no puedo negarme. Es un honor extraordinario trabajar con ellos en ese proyecto.
-¿Crees que faltan espacios de promoción para que la literatura llegue a los jóvenes, a todos? ¿Qué sucede con la crítica literaria y muy en particular con el ensayo en Cuba?
-En un capítulo de mi libro reproduzco el anuncio de una nueva novela que se promueve en un suplemento seudo-cultural de un periódico opositor: nada se dice de los valores literarios de la obra, pero en cambio se especifica cuánto cobró la autora y cuán rica se ha hecho. El valor del libro se mide en dólares obtenidos. El capitalismo convierte el libro y la cultura en general en mercancía y lo trata como tal. Por eso mucho antes de que se imprima empieza el proceso de marketing, la difusión de los aspectos más vendibles del nuevo producto. El socialismo en cambio espera pacientemente a que el libro asalte al lector, lo cual es un error de signo inverso. Se trataría en nuestro caso de difundir las verdaderas virtudes de la obra, de atraer al lector, de orientarlo.
«Las editoriales cubanas debieran diseñar una estrategia que parta del instante mismo en que aceptan la obra: conferencias, entrevistas, encargo a críticos, recorridos por el país, antes y después de que se publique. No sueño, los medios y las editoriales son del Estado y el objetivo es compartido, fomentar en el pueblo la afición por la lectura. Durante la Feria nos entrevistan, comentan nuestros libros, pero ese esfuerzo efímero se pierde en la diversidad de propuestas. Las editoriales deben situar al autor y a su obra en el ángulo de visión del lector potencial, durante todo el año. Por otra parte, es escasa la crítica especializada. Los ensayistas a veces no nos leemos entre nosotros mismos. Yo presumo de lo contrario y quiero hacerlo constar: he sido un lector pertinaz de los ensayistas de mi generación, a los que de cierta forma traté de unir, de construir en la defensa de la Revolución -todo grupo generacional es una construcción–, en la revista Contracorriente [1995 – 2004], en una selección de textos que pecó concientemente por diluir los márgenes, por desentenderse del canon más elitista e incluir a periodistas y a políticos -porque todos lo somos-, titulada Vivir y pensar en Cuba [2003], en prólogos a libros ajenos y en citas que incluyo en los míos. No omito a mis enemigos, los nombro y discuto con ellos. Pero somos un grupo generacional de ensayistas que se mueve a contracorriente de las modas, de los espacios de prestigio: los concursos y las editoriales premian otras temáticas».
-En las palabras preliminares de su libro escribió «Este libro quiere ser un pequeño homenaje al revolucionario de las grandes ideas y de las grandes realizaciones…», refiriéndose a Fidel. Y en una entrevista en el 2006 expresó que después de Fidel, y más allá de Raúl, no hay nombres, no porque no haya hombres y mujeres, sino porque importará más la estructura partidista y las instituciones del Estado revolucionario que el liderazgo personal. ¿Pudieras argumentar?
-Esto último lo ha dicho, mejor que yo, el propio Raúl. Los cubanos tuvimos el privilegio histórico de ser los contemporáneos y los coterráneos de un genio de la política, de un revolucionario excepcional. En ese sentido y solo en ese sentido, Fidel es insustituible. Mi libro es un homenaje a su legado revolucionario, porque refleja uno de sus más trascendentes aportes como líder del Tercer Mundo: la solidaridad internacionalista, civil y militar, entre pueblos subdesarrollados, lo que hoy se denomina pomposamente como colaboración sur-sur. Esa colaboración de nuevo tipo ha sido en el caso de Cuba ajena a todo interés material o geopolítico y se ha ofrecido a pueblos de estados amigos y enemigos. Fidel fundó como estadista una nueva práctica del internacionalismo, que se nutre en el humanismo revolucionario, pero que rechaza toda pretensión ideologizadora -o evangelizadora de una doctrina revolucionaria- salvo aquella que emana del ejemplo, como diría el Che. La Internacional comunista dispersaba a sus emisarios sin duda heroicos por el mundo, con una misión evangelizadora, similar en su carácter, aunque diferente en propósitos, a la del misionero católico o protestante. El médico cubano no habla de política, cura a ricos y a pobres, a neoliberales y a comunistas, a niños y a delincuentes; puede colaborar incluso con autoridades sanitarias de gobiernos fascistas si de salvar vidas se trata -como ocurrió en la Nicaragua de Somoza, en los días posteriores al terremoto-, o con instituciones de estados con los que no existen ni se reclaman relaciones diplomáticas.
«Pero no es una colaboración aséptica, a veces incluso es interpretada como subversiva, por razones más profundas: el humanismo revolucionario, representado en los médicos cubanos, subvierte la concepción mercantil, capitalista, de la medicina y en general, del humanismo burgués, que es el cimiento ético de una sociedad dividida en clases. Incluso la colaboración militar con gobiernos amigos de África frente a las agresiones directas o indirectas del imperialismo, ha respetado las decisiones políticas de estos, con las que no necesariamente coincidimos. De África solo trajimos nuestros muertos y un prestigio ilimitado. Pero creo que Cuba gana algo invisible para los analistas de academia: el internacionalismo recicla a los jóvenes cubanos como revolucionarios, nos los devuelve como héroes».
-¿De qué libros, autores o personalidades de la historia no puede desprenderse Enrique Ubieta Gómez para vivir y escribir?
-No puedo desprenderme de la ternura, de la sabiduría y de la cultura política de mi padre, que fue un hombre extraordinario, con un gran talento para escribir, pero que subordinó su vida y entregó su espíritu creador a dos grandes pasiones: sus hijos y la Revolución, a los que sirvió sin pactos de beneficio. Claro que si de autores o personalidades se trata, puedo decir que tres grandes majaderos de la historia -como diría Bolívar- me acompañan siempre: José Martí, Don Quijote y Ernesto Che Guevara.
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Enrique Ubieta Gómez (La Habana, 1958), ensayista e investigador. Autor de los libros Ensayos de Identidad (1993), De la historia, mitos y los hombres (1999) y la Utopía rearmada. Historias de un viaje al nuevo mundo (Premio Epo- Abril, 2002). Ha sido merecedor de los Premios UNEAC de Ensayo, 1990 y Abril, 1995 y del Premio de la Crítica y la Distinción por la Cultura Nacional (2002).
Fundó y dirigió la revista cubana de pensamiento Contracorriente (1995- 2004). Fue director del Centro de Estudios Martianos. Actualmente dirige la Cinemateca de Cuba.