Hambre!! Resuena esta palabra como una advertencia apocalíptica. Hay hambre en el mundo. La crisis de los alimentos ha llegado, nos anuncian. Pero un habitante del lado sur del planeta sabe que el hambre no es nuevo. Que en Argentina, por poner un ejemplo, los niños se mueren «literalmente» de hambre desde hace muchos años. […]
Hambre!! Resuena esta palabra como una advertencia apocalíptica. Hay hambre en el mundo. La crisis de los alimentos ha llegado, nos anuncian. Pero un habitante del lado sur del planeta sabe que el hambre no es nuevo. Que en Argentina, por poner un ejemplo, los niños se mueren «literalmente» de hambre desde hace muchos años. Sí, el país de las vacas, los campos, la pampa húmeda, el país que produce alimentos para 300 millones de personas, mata a diario a sus hijos, a los hijos del pueblo. Un documental. Memoria del Saqueo, de Pino Solanas. Una imagen: el funeral de un niño de unos 5 años en una villa miseria de la norteña provincia argentina de Tucumán. Otra imagen: médicos pediatras del Hospital de Niños de esa misma provincia procurando explicar el hambre y la desnutrición infantil. Para los niños argentinos que durante la década del ’90 han muerto de hambre, la crisis alimentaria de hoy es un cuento chino. Para ellos y para los miles y miles de pobres que a diario mueren de hambre en el planeta la respuesta es simple: distribución, distribución, distribución. Que alimentos hay. Pero mal, muy mal distribuidos.
¿De qué crisis hablan los que hablan de crisis alimentaria? Decenas de miles de seres humanos mueren de hambre en el planeta. América Latina, África, Asia, la Europa del Este, son las regiones más vulnerables. Pero la crisis no es una crisis nueva. Tampoco se trata solo una crisis pasajera, como si de un tren se tratara. La crisis hunde sus raíces en el sistema de producción capitalista. La distribución del ingreso y el reparto de las riquezas desde que se comenzó a cercar la tierra y darle propiedad a pocas familias, el hambre asecha al mundo. Comer, curarse, beber agua, respirar el aire: todo tiene un precio. Precio que regula el «mercado». El mercado, otro eufemismo para evitar hablar de las responsabilidades y «culpas» de los amos de la tierra, esos que ponen precio a lo más elemental que necesita el ser humano para vivir: el agua y los alimentos. Todo tiene precio. El agua sucia que llega a pocas familias por medio de los grifos, ese agua que ha sido privatizada en los ’90 a lo largo y ancho del hemisferio sur. Los alimentos, aún la chatarra de plástico y mierda que nos venden las grandes cadenas supranacionales, que venden una hamburguesa a precio oro. La crisis no es nueva. No lo ha sido para las clases populares de los continentes castigados por la división internacional del trabajo.
Memoria del Saqueo le llamó Pino Solanas. La memoria en el olvido que pretenden hacernos caer los amos del mundo. Es una crisis del mercado nos afirman. Sin embargo ocultan que detrás de esa crisis del mercado los Georges Soros, los Bill Gates, los Emilios Botín no sufren hambre, no verán sus heladeras vacías por más que en Asia el precio del arroz se dispare o por más que en Oriente medio el barril de petróleo trepe a los 200 dólares. Para ellos la crisis alimentaria es una crisis de consumo. Ahora las clases medias ya no cuentan con los recursos de hace veinte años para consumir al mismo nivel. La crisis es la crisis de los poderosos. Los pobres, los nadies, esos que según el escritor uruguayo Eduardo Galeano, «valen menos que las balas que los mata», esos no entienden de crisis, no saben de caídas bursátiles, no se asustan con las alarmantes cifras del telediario, porque a ellos desde hace muchos años que les espera el mismo destino: el funeral de aquel pequeño niño de cinco años muerto por desnutrición en una villa de emergencia en Tucumán.
Mientras analistas de toda clase y calaña intentan explicar nuestras eternas «crisis» a partir de la desidia de nuestros gobernantes, de la corrupción imperante en nuestros países «subdesarrollados» (vaya la ironía por delante), nada nos dicen de un modelo de producción desigual, criminal, que reparte las riquezas del mundo y que se ha consolidado a base de la piratería y el saqueo. Otra vez la memoria. Desde hace más de 500 años. Un colega de la Universidad de Salamanca quiso explicarme que la salida de nuestros países era el modelo europeo. ¿Modelo europeo? ¿Cuál modelo? ¿El de Repsol? ¿El de Telefónica o Telecom? ¿El de las automotrices que expropian las materias primas de nuestros continentes? Y ahora la Europa progresista, esa que llaman de los derechos humanos, se asusta de ver en sus puertas a miles y miles de inmigrantes que vienen a reclamar lo que les ha sido saqueado: vienen por pan, por trabajo, por las riquezas de la corona. Aquí habría que recordarle a ese progresismo europeo que la crisis alimentaria de lo que ellos llaman «el tercer mundo» ha sido producida por el Modelo Europeo. Memoria del saqueo señores. Memoria. Que la crisis alimentaria llegará a las barrigas llenas de la clase media europea, pero ante todo, esa crisis alimentaria, que es la crisis del modelo capitalista europeo, ha llegado a nuestros continentes del sur hace mucho tiempo. En los ’90, y aún antes. En los ’80, y en los ’70 y aún antes: cuando el conquistador puso pie en tierras de Santo Domingo un 12 de Octubre de 1492.
El hambre existe. La crisis existe. Pero no es nueva. La memoria del saqueo nos retrotrae a más de 500 años de explotación de un planeta que hoy va camino al colapso. Pero que ha ido matando en el camino a millones de seres humanos. Mientras el sistema capitalista mundial no deje paso a otro modelo de producción que aunque sea reparta un poquito de manera más equitativa tanta riqueza distribuida por el planeta, seguir hablando de crisis alimentaria seguirá siendo una bofetada a la inteligencia de nuestros empobrecidos y saqueados pueblos.