Parece que en los últimos meses la famosa «prima de riesgo» se está relajando respecto a la deuda soberana en la Unión Europea, suavizando lo que no hace muchos meses todos anunciaban con su fin. Rescatados Grecia, Irlanda, Portugal… se afirmaba que ahora le tocaba el turno a dos pesos semipesados, Italia y el […]
Parece que en los últimos meses la famosa «prima de riesgo» se está relajando respecto a la deuda soberana en la Unión Europea, suavizando lo que no hace muchos meses todos anunciaban con su fin. Rescatados Grecia, Irlanda, Portugal… se afirmaba que ahora le tocaba el turno a dos pesos semipesados, Italia y el Estado Español.
Ahora parece que todo vuelve a sus cauces de normalidad, y que las políticas de austeridad han tenido efecto; son de nuevo los famosos «brotes verdes», fruto sin lugar a dudas del desmantelamiento que el PP hizo del estado de bienestar -y Monti en Italia, la Troika en Grecia, Passos Coelho en Portugal,…- Pero pagando la deuda, privatizando y desregulando las relaciones sociales y laborales salimos de la crisis, o solo es una nueva «huida hacia delante» de un sistema decrepito.
Los verdaderos motivos de la subida
De la misma manera que la subida de la prima de riesgo no estaba ligada a la verdadera profundidad de la crisis, su relajamiento tampoco. En realidad respondía, en primer lugar, a unas maniobras especulativas realizadas por el no hace tanto tiempo llamado capital «golondrina» o especulativo. Atención, aunque se le intente separar del capital productivo no confundamos, es el capital productivo/financiero el que al no encontrar nichos de mercado rentables en la producción se convertía y se convierte en «especulativo», puesto que busca en la deuda soberana -o en lo que encuentre, sea productos alimenticios, futbolistas, obras de arte, oro,…- de los estados europeos una rentabilidad que no encuentra en la producción de bienes y servicios a consecuencia de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
En segundo lugar, a la presión de los EE UU y Gran Bretaña sobre el euro, con el fin de debilitar la única moneda que a excepción del yuan chino (y a éste todavía le queda mucho), puede cuestionar así sea parcialmente la hegemonía del dólar en la economía y el mercado mundial. So pena de caer el seudo antiimperalismo de muchos, que en realidad es «antinorteamericanismo», el dominio de los USA a nivel mundial tiene dos herramientas fundamentales, los marines sosteniendo el dólar. La pérdida del dólar como referente en los mercados mundiales sería la derrota del imperialismo yanki, que hundiría su poderío.
Este papel del dólar es la maquina por la cual los USA financian a sus marines, y por la que absorben aproximadamente el 6% del PIB mundial sin pegar un tiro; además de ser una herramienta para exportar las crisis fuera de sus fronteras. El dominio de la moneda referente es tan importante para la hegemonía mundial de una potencia imperialista que los británicos, en los años 30, ya habían perdido su preeminencia industrial y financiera frente a sus competidores norteamericanos y alemanes, pero seguían siendo la primera potencia gracias a la libra. La sustitución de la libra por el dólar fue la puntilla al «viejo» león inglés.
La tercera causa de la oleada especulativa fueron las políticas de ajuste y austeridad acordadas entre los gobiernos de la Unión Europea, con la burguesía alemana a la cabeza. La banca alemana -y no solo ella, la francesa, la española, la italiana,… también- buscaba resarcirse de las pérdidas que les había ocasionado el estallido de la burbuja inmobiliaria en el 2007; no les bastó con convertir su deuda privada en pública, con los sucesivos rescates, sino que necesitaban más y la especulación con la deuda soberana era una vía más para hacerlo, al imponer unos tipos de interés que el Mercader de Venecia a su lado era una hermanita de la caridad.
Por otro lado, este aumento exorbitado de la deuda tiene unas consecuencias dramáticas en las poblaciones, puesto supone que para el pago de los intereses -prioritarios según la reforma Express de la Constitución Española- hay que recortar en todos los servicios públicos y sociales, empobreciendo a las sociedades. Al mismo tiempo, el desmantelamiento de estos servicios los abre al mercado, ofreciendo a la banca y aseguradoras un nuevo sector productivo del que extraer plusvalía y beneficios.
La falta de ingresos para pagar
En estas condiciones de especulación desaforada, con el pueblo griego obligado a pagar los préstamos de la banca europea e internacional a tipos del 18%, con la imposición de la reforma constitucional española, estableciendo la prioridad del pago de la deuda frente a cualquier otro gasto del estado, y con el desmantelamiento sistemático de los servicios públicos, suena a chiste de mal gusto la campaña de que «es de buen señor, ser buen pagador», porque lo que ninguno de ellos dice es que una deuda se puede pagar cuando se tienen ingresos suficientes; que el problema no es tanto tener deudas -bajo el sistema capitalista es la única manera de meter aceite en el motor de la economía, para que ésta funcione-, sino tener los ingresos para su devolución.
Resulta que los mismos que gritan «austeridad» y afirman, «somos personas honradas que pagamos nuestras deudas», ocultan que llevan 20 años desmantelando el sistema fiscal, destruyendo la progresividad en los impuestos y facilitando a los más ricos, a los que más tienen, el no pago de sus «deudas» con el fisco.
La caída de los ingresos fiscales viene dada, primero, por la caída de la tasa de ganancia en todos los sectores productivos que provocan la huida de los capitales a los paraísos fiscales, y por el tremendo fraude fiscal que actúa como un «paraíso fiscal» interno. De hecho, para evitar esta huida, los mismos gobiernos desregulan la normativa fiscal y ya desde hace años han abierto verdaderas «islas internas» como las SICAV, o las sucesivas desgravaciones por contratación, por inversión o por lo que sea para los empresarios o la desaparición de impuesto sobre los ricos, como los que gravan el patrimonio o el de sucesiones.
Al final la hacienda publica esta sostenida por las rentas del trabajo ya por la vía del IRPF descontado en nómina ya por la vía de los impuestos indirectos, especialmente el IVA que solo pagan los asalariados/as y quién actúe como consumidor final. Los empresarios, grandes y pequeños, autónomos o no, «repercuten» el IVA periódicamente por sus consumos, por lo que al final no pagan el impuesto.
Si a ello le unimos que la administración publica, fruto de la crisis, ha perdido fuente de ingresos (en el Estado Español la ley del suelo de Aznar fue la puerta por la que entró a borbotones la burbuja inmobiliaria, y su estallido fue la ventana por la que salieron miles de millones), el que la deuda se haya convertido en un problema de primer orden no es casualidad. La insolvencia no es no tener deudas, es no tener dinero para afrontarlas.
Sumemos: falta de ingresos gracias a las desregulaciones fiscales de los 90 y lo propia crisis económica más especulación en estado puro, la consecuencia no puede ser más nefasta.
Deuda legitima o ilegitima
Hay una propuesta entre los que rechazan el pago de la deuda, de diferencia entre la «legitima» y la «ilegitima», sobre la base de que el estado en su actuación presupuestaria puede asumir algún tipo de deuda, la que llaman «legitima», que sería aquella que sirve para cubrir necesidades sociales y no son fruto de regimenes dictatoriales o de gastos no relacionados con esas necesidades.
Esta diferenciación parte de un eje, la consideración de que el estado actual, que es quién asume las deudas, es un estado neutral, y no un aparato al servicio siempre de los intereses del capital; de ahí la posibilidad de que haya una parte «legitima» de la deuda, puesto que un estado neutral puede querer resolver necesidades sociales, solo que son dictadores o malos gobernantes los que asumen la «ilegitima».
Pero hay otro punto de vista, el estado no es neutral nunca, es un aparato de dominación del capital, incluso cuando responde a las necesidades sociales. Nunca lo hace de manera «aséptica», sino que esta dominado por los intereses de la clase dominante. De hecho, lo que se podría considerar «deuda legitima» no es más que la deuda que el estado contrae para dar respuesta a las conquistas sociales, es decir, unos servicios públicos que son fruto de decenios de lucha obrera y popular. Pues bien, incluso en este caso, la deuda no es legitima porque el acreedor es el mismo banco, la misma farmacéutica o el mismo proveedor privado que en el caso de la «ilegitima».
Que el dinero se haya utilizado para comprar armas o para comprar productos farmacéuticos es irrelevante a efectos del pago, puesto que la farmacéutica esta lucrándose con lo que debería ser un bien social y le estamos pagando con nuestros impuestos.
Por otro lado, hablar de la posibilidad de «legitimidad» de una deuda contraída por el Estado Español es, por lo memos, humor negro. El Régimen del 78 es ilegítimo por si mismo puesto que tiene un origen fraudulento, una ley que vulnera el mismo Derecho Internacional, la Ley de Amnistía/Punto Final, prohibida expresamente por la ONU. Mientras esta ley este vigente, no se puede considerar legitimo al régimen del 78 y por extensión a todos sus actos, incluida la deuda contraída. Es un burla a los derechos humanos.
En este cuadro, la discusión sobre la legitimidad o no de un parte de la deuda queda un poco fuera de lugar. De conjunto, la deuda asumida por el Estado Burgués, basado en unos presupuestos generales del estado al servicio en todas las ocasiones de unas políticas pro capitalistas, hacen que toda ella sea «ilegitima».
El Tratado de Maastricht y la deuda
La ilegitimidad de la deuda es ya definitiva si nos vamos al origen de la situación actual. Lo que esta pasando en el mundo, y en concreto en al Unión Europa no es ni un «castigo divino» ni fruto del despilfarro de malos gobernantes -que si hubo mucho de esto-, sino que se apoya en el diseño de la Unión Europea en el Tratado de Maastricht, donde se combina la prohibición de los estados a financiarse directamente del Banco Central con la construcción de una Unión neoliberal, como un proyecto frustrado de los Estados Unidos de Europa.
Antes de esa fecha el mecanismo fundamental de financiación estatal era directo: el Estado, o Tesoro Publico, establecía las prioridades de inversión, y pedía a los Bancos Centrales correspondientes que fabricaran el dinero que precisaban. De este modo directo no había deuda publica importante, pues el Estado no se prestaba a si mismo con intereses de usura, como sucede ahora.
Pero con la aprobación del Tratado de Maastricht, esta manera de financiarse desaparece, siendo sustituido por un mecanismo indirecto. Los Estados tienen que pedir el dinero que precisan a los bancos privados – o a los mercados financieros- los títulos de deuda, los bonos del tesoro. Son luego estos bancos los que le piden el dinero al Banco Central Europeo. Si a ello le añadimos el carácter imperfecto de la Union Europea, que hace que sean los 27 estados que la componen los que salen a los mercados a financiarse cada uno con su deuda; se crea así el panorama para la especulación y el negocio perfecto para los «dueños del capital».
El Banco Central Europeo fija los tipos de interés del dinero que entrega a la banca privada a través del Eurico, que hoy esta bajo mínimos. Este dinero, que no podemos olvidar es publico, es utilizado en parte por los bancos para comprar deuda de los estados, a un tipo de interés que viene determinado por los mercados, por las agencias de calificación (que son parte de los propios mercados y por lo tanto beneficiarios), y por las condiciones políticas y sociales de cada caso concreto. Este dinero publico, al final, es prestado -y por lo tanto con obligación de devolución- a un tipo de interés muy superior al que lo recibieron. Por ejemplo, si el BCE lo da al 0.65%, en el 2012 el estado griego (el pueblo) lo tiene que devolver al 18% y el español al 7%.
Es por lo tanto un negocio perfecto, los bancos privados se financian con dinero público para obtener suculentos beneficios de dinero también público. Si le sumamos a los rescates a los bancos, tenemos que la población paga los beneficios de la banca, y también paga sus pérdidas. Es una máxima capitalista, privatizar los beneficios y socializar las perdidas.
A esto se le llama usura; y de este modo, el endeudamiento -que como hemos visto es todo ilegitimo- se convierte en una soga al cuello de las sociedades y las clases trabajadoras de los Estados afectados, que ven todas sus conquistas desmanteladas para pagar los intereses usurarios de la banca y grandes inversores.
No pago y alternativa fiscal progresiva
Nos encontramos así con dos fenómenos cruzados, uno, la deuda producto de la especulación y la socialización de las pérdidas de banqueros y empresarios, dos, la caída de los ingresos del estado fruto de la desregulación fiscal de los últimos 20 años.
Dada la incapacidad del sistema para salir de la crisis, al capital y a sus gobiernos solo se les ocurre una salida, obligar al pago de la deuda a costa de desmantelar el estado de bienestar y subir los impuestos a los más pobres -como si de señores feudales se tratara, que para financiar sus guerras rapiñaban a los campesinos fundiéndolos a diezmos y gravámenes-.
Frente a ello surgen, y se están desarrollando a nivel europeo corrientes que levantan el No Pago de la Deuda como eje para frenar lo que esta siendo un verdadero saqueo de las riquezas de los pueblos. Como vimos, algunos lo ciñen al no pago de lo que llaman «deuda ilegitima», frente a la «legitima» que si sería pagable. También vimos que bajo el estado burgués, toda deuda asumida por él es ilegitima, y por lo tanto no cabe es distinción.
Más allá de esta propuesta de No Pagar lo que No Debemos, esta claro que hay otra exigencia ligada. La insolvencia de un estado, de un ayuntamiento, etc., surge no solo del monto de la deuda, sino de la caída de los ingresos, y esto nos lleva a otro aspecto inseparable de la lucha por el No Pago, la de imponer un sistema fiscal progresivo, a partir del criterio «que pague más quien más tiene».
No es de recibo que la Hacienda Publica este sostenida fundamentalmente por los asalariados/as. Exigir una reforma fiscal progresiva es parte de la lucha por defender lso servicios públicos, puesto que permitiría tener un dinero que hoy, por todo lo que hemos visto, están saqueando.
Puede admitir el capitalismo estas dos propuestas
La desregulación fiscal, financiera, el retroceso en los derechos laborales de la clase obrera, bajo el mantra de los «mercados se autorregulan», viene siendo la norma en todo el mundo desde la crisis de los 70, cuando el sistema entró en caída libre con el fin de los Treinta Gloriosos de después de la matanza masiva que fue la II Guerra.
El capitalismo en 1972/73 se reencontró con sus tradicionales crisis producto de la caída de la tasa de ganancia, de reducción de la rentabilidad de los capitales invertidos en la producción de bienes y servicios. Esta crisis -la gran olvidada en la actualidad, porque es reciente y señalaría de alguna manera el camino a los pueblos- trajo consigo una de las épocas más revolucionarias de la historia, comenzando por la derrota militar del ejército más poderoso del mundo a manos de un pueblo campesino, Vietnam. Pero no fue la única revolución, aunque no triunfaran, estallaron procesos en Chile, Portugal, Grecia, la Transición Española, la revolución nicaragüense como punto álgido de la lucha Centroamericana, las grandes luchas de Sudáfrica contra el apartheid, etc., etc.
El capitalismo estaba de nuevo en una encrucijada histórica, la crisis económica mundial del 72/73 iba acompañada de un ascenso revolucionario, por lo que solo tenían una opción, la huida hacia delante. La llegada de Thatcher al gobierno de Gran Bretaña y de Reagan en los EE UU marcaron el eje a todos los demás de esa huida hacia delante, derrotar los procesos revolucionarios abierto y dar el salto adelante en la recuperación de la economía mundial. Y a eso se dedicaron en los años 80, lográndolo no sin grandes luchas de resistencia de los trabajadores/as y los pueblos.
Esta sucesión de derrotas en esos años abrió las puertas a la aplicación, primero en Chile como «experimento» tras el golpe de Pinochet, y después en casi todo el mundo, de las desregulaciones económicas y sociales, más conocidas como neoliberalismo. El capitalismo en crisis huye hacia delante con unas medidas económicas que no recuperan la tasa de ganancia, sino que convierte al mundo en un casino.
Solo una zona del mundo, los estados de la CEE (antecedente de la Unión Europea), por la gran organización de sus clases obreras, mantienen elementos fundamentales de las conquistas que llamaban el Estado del Bienestar. Mientras en el mundo el neoliberalismo campaba por sus respetos, en la CEE se conservaban ciertos derechos laborales y sociales (jornada laboral, vacaciones pagadas, derecho a la negociación colectiva, seguridad social, etc.).
Esto no significa que sus burguesías no quisieran seguir los pasos británicos y norteamericanos, pero no podían si no derrotaban previamente a sus clases obreras, como habían hecho Thatcher con los mineros o Reagan con los 15 mil controladores aéreos en huelga. Los capitalistas y gobiernos de la CEE tenían enfrente a clase obrera más organizada del mundo. Solo por este motivo pervivió el estado del Bienestar hasta hoy.
Es a partir de la caída del Muro de Berlín y la restauración del capitalismo en el Este Europeo, y del Tratado de Maastricht que las burguesías europeas comienzan a revertir la situación, a aplicar las tan ansiadas desregulaciones, que como vimos tienen su columna vertebral en la forma de financiamento de los estados.
Marx dijo que la historia se repetía, la primera como drama la segunda como farsa. El liberalismo económico, el «laissez faire» fue la «ideología» del capitalismo en su fase de ascenso, le permitió dominar el mundo; el neoliberalismo es la farsa, puesto que es la «ideología» dominante en el sistema… en su decadencia. Parafraseando a Aristóteles, «que animal anda a cuatro patas, después a dos y por último a tres», pues el capitalismo es hoy ese hombre en decadencia que precisa de un bastón para seguir andando.
El neoliberalismo (el bastón de la decadencia del sistema) no es una alternativa dentro de varias posibles dentro del capitalismo, sino que es la única alternativa posible en las condiciones actuales de decadencia y crisis del capitalismo. De igual manera que si al hombre en su vejez se le quita el apoyo se cae, el capitalismo sin neoliberalismo colapsaría.
La caída de la tasa de ganancia marca a fuego la crisis actual y atiza todos los instintos especulativos (D-D’, o sea dinero fácil) que lleva dentro. La otra alternativa es la de destruir todo el aparato productivo basado en el petróleo y construir un nuevo aparato productivo. A eso se le llama REVOLUCIÓN, y esta claro que hoy no hay ningún Cronwell o Robespierre que desde la burguesía se disponga a encabezar un enfrentamiento de este calibre con la columna vertebral del aparato productivo del sistema capitalista. Antes al contrario, todos, hasta los más «progresistas» se apuntan al dinero fácil.
En esta línea el pago de la deuda y la desregulación fiscal son esenciales. Es más rápido para enriquecerse hacer una reforma constitucional Express y obligar al pago de la deuda, y escaquear dinero del fisco, legalmente a través de las SICAV y desgravaciones varias, ilegalmente a través de los paraísos fiscales, que esperar a que un nuevo sector productivo destruya y sustituya el caduco actual, y genere la rentabilidad suficiente para los capitales invertidos en su desarrollo.
Esto es lo que significa en lo concreto la máxima marxista de que una época revolucionaria se abre cuando «las relaciones sociales de producción (capitalistas) chocan con el desarrollo de las fuerzas productivas», se convierten en su freno, y el estado capitalista es la herramienta para que las consecuencias sociales de este choque no conduzcan a la revolución, con la represión, la reacción democrática o lo que sea.
Por esto, en las condiciones actuales defender estas propuestas chocan directamente con el capitalismo y sus gobiernos; si quieren mantener sus privilegios no pueden hacer la menor concesión, por eso no pueden admitir ni el No Pago de la Deuda ni una Política Fiscal Progresiva que limite el acceso al «dinero fácil».
No son alternativas socialistas pero solo el poder obrero y popular lo garantizan
Toda la política capitalista de los Treinta Gloriosos nos demuestra que el capital, bajo unas condiciones de una tasa de ganancia rentable, puede hacer concesiones en la deuda y en la política fiscal. Ciertos estados del norte de Europa todavía mantienen este sistema fiscal.
También por lo que hace la No Pago de la deuda. Si estados no imperialistas como Ecuador, Brasil o Argentina lo hicieron y no les llevo al socialismo, bien lo pueden hacer estados imperialistas como Italia o el Estado Español. El problema, como vimos, no es sistémico, sino de una coyuntura muy precisa que convierte una alternativa que entra dentro de los marcos burgueses en una propuesta que rompe con esos marcos -es transicional en este sentido, puesto que implica una transición de un régimen capitalista a uno no capitalista, aunque no sea socialista-.
Por ello, estas propuestas tiene que hacer parte de un programa de transformación socialista de la sociedad, que enfrente no solo las consecuencias de la crisis, deuda y falta de ingresos, sino las estructuras que la generan: las relaciones sociales de producción capitalistas.
El No Pago significa eso, no pagar una deuda; pero no implica necesariamente la expropiación de la banca ni de las grandes empresas. Simplemente que el que no cobra se queda sin dinero y punto. La reforma fiscal progresiva igual, no significa acabar con la propiedad privada de los medios de producción, sino solo que los capitalistas y banqueros pagan de acuerdo con sus ingresos. Nada más, ni nada menos.
El problema es político, no económico. El banquero que no cobra la deuda o el empresario que tiene que pagar más se negará rotundamente. Para conseguirlo el terreno es el del poder, quien lo tiene para logarlo o no. Mientras el estado sea burgués, está claro que ni uno ni otro aceptarán resignadamente las imposiciones, antes al contrario, utilizará su estado para evitarlo. Por eso, solo desde el poder de la clase obrera y el pueblo trabajador se podrá avanzar en esta imposición, y por ende en la resolución de la crisis al servicio de los trabajadores/as y los oprimidos.
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