Traducción de Mikel de la Fuente para Corriente Roja
La crisis actual ha nacido en la esfera financiera pero se ha extendido rápidamente al conjunto de la economía llamada real. Esta constatación plantea dos tipos de cuestiones. Cuestiones de orden teórico: ¿cómo analizar las relaciones entre finanza y economía real y su responsabilidad en la crisis? Y cuestiones más prácticas: ¿Cuáles son los canales de transmisión de una a otra y como volver sobre la financiarización?
¿Qué articulación entre finanza y economía real?
Muy esquemáticamente, se puede decir que se oponen dos tesis sobre este punto entre los economistas progresistas, según consideren a la finanza como parasitaria o funcional. Para discutir mejor sobre estas dos posiciones se puede partir de un rasgo esencial del capitalismo contemporáneo. Desde el giro neoliberal de inicios de los años 1980 se ha restablecido considerablemente la tasa de beneficio, pero ello no ha conducido a un aumento de la tasa de acumulación. Dicho de otra forma, los beneficios suplementarios han sido utilizados para otra cosa que la inversión.
Manifiestamente, no ha funcionado el «teorema de Schmidt», enunciado por el canciller Helmut Schmidt a inicio de los años 1980 («los beneficios de hoy son las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana»). Este comportamiento, inédito en la historia del capitalismo, ha sido establecido y subrayado por numerosos analistas y constituye un elemento clave de la crítica del capitalismo financiarizado.
Una parte creciente de las riquezas producidas es captada por los beneficios bancarios y los dividendos. La primera explicación de este fenómeno consiste en decir que la finanza absorbe los beneficios realizados por las empresas del sector productivo. Se habla así se una finanza parasitaria o depredadora, cuyas exigencias de rentabilidad irían creciendo y ejercerían una presión cada vez más fuerte sobre la gestión de las empresas y, especialmente, sobre el empleo. Esta interpretación contiene una parte de verdad pero tiene el riesgo de exonerar al capitalismo productivo. Habría, en resumen, un capitalismo «bueno» al que se impediría de funcionar correctamente por la punción operada por la «mala» finanza. Tal clave de lectura implica lógicamente que el horizonte de un proyecto alternativo podría limitarse a la regulación del capitalismo: relajándole de esa presión financiera de la que vienen todos los males, se podría volverle a dar los medios para funcionar normalmente.