El aumento de los precios de alimentos básicos como el arroz, el maíz y el trigo (1) es, sin duda, una seria amenaza para la subsistencia de millones de personas en América Latina, África y Asia. Según Naciones Unidas, seis factores podrían explicar el alza: malas cosechas, bajas reservas de cereales, aumento del precio del […]
El aumento de los precios de alimentos básicos como el arroz, el maíz y el trigo (1) es, sin duda, una seria amenaza para la subsistencia de millones de personas en América Latina, África y Asia. Según Naciones Unidas, seis factores podrían explicar el alza: malas cosechas, bajas reservas de cereales, aumento del precio del petróleo, crecimiento de la demanda de biocombustibles, disminución de las ayudas a la agricultura y especulación financiera. Dichas variables, sin embargo, ocultan la verdadera naturaleza de la crisis, haciéndola aparecer como un fenómeno coyuntural que obedecería igualmente a causas coyunturales. El momento actual puede considerarse, en realidad, un punto de inflexión histórico que muestra el alcance de las consecuencias de la destrucción de formas de vida y modos de subsistencia; es decir, de las culturas que mantienen y protegen la biodiversidad, los cultivos, las semillas, la autonomía alimentaria y los mecanismos de distribución alternativos al mercado. Este punto de inflexión advierte, no obstante, acerca del riesgo de mil millones de personas en el mundo que padecen hambre; de ellos, 100 millones de mujeres, hombres y niños pueden morir por falta de alimentos.
Durante dos siglos el sistema capitalista, de hecho, ha convivido con modos tradicionales de subsistencia capaces de satisfacer las necesidades alimenticias de la mayor parte de la culturalmente diversa población del planeta. Esta convivencia, sin embargo, ha estado permanentemente sujeta a múltiples tensiones y dificultades. La tendencia constante ha sido hacia la destrucción y sustitución de aquellas formas que no se corresponden con los principios de propiedad y expansión de los mercados. Como instrumentos para tal fin han sido eficaces, desde luego, las políticas de desarrollo y globalización económica. Las consecuencias, en efecto, han resultado catastróficas para millones de comunidades despojadas de sus medios de subsistencia y obligadas a abandonar su cultura, quedando al margen de la supervivencia. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), serían necesarios al menos 1700 millones de dólares para enfrentar momentáneamente la actual crisis alimentaria. Al mismo tiempo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha anunciado que los precios de los bienes agrícolas continuarán subiendo durante la próxima década, correspondiendo un 25% del aumento precisamente al crecimiento del consumo de biocarburantes. ¿Cuántas vidas humanas más habrán de ser sacrificadas a la insensatez?.
El precio del desarrollo
Una actividad identificada específicamente con las políticas de desarrollo es, sin duda, la implementación en regiones del Sur de sistemas productivos para la exportación. Dichas actividades intervienen, de hecho, las formas locales de organizar la satisfacción de la subsistencia, basadas sobre todo en el control que las comunidades ejercen sobre el uso y gestión de sus propios recursos y de la base ecológica: agua, bosques, suelos y biodiversidad en general. Con la acción directa de las empresas y otros agentes vinculados a los proyectos de exportación (organismos financieros y agentes gubernamentales), las comunidades pierden efectivamente el ejercicio de ese control. Las transformaciones generales de carácter mercantil y las nuevas pautas en el uso de los recursos generan, desde luego, la sustitución de los elementos y relaciones sociales características de la organización tradicional del abastecimiento material, entre ellas la reciprocidad y la redistribución.
Las políticas de desarrollo, pues, difícilmente se insertan en espacios sociales carentes de contenido en referencia tanto a la satisfacción misma de las necesidades de los grupos locales de población, como a pautas en el uso y gestión de los recursos. Comprender esto permite medir el alcance de la sustitución que se opera y su efectos sobre las comunidades. Además, nada garantiza a una población intervenida el acceso en condiciones satisfactorias a sistemas de subsistencia alternativos, incluyendo aquellos controlados por el mercado. El desarrollo, sin duda, expulsa mayor cantidad de población de las formas tradicionales de abastecimiento material que la que puede realmente ser absorbida por sus programas.
Tiende, en resumen, a obstaculizar en una doble dirección la satisfacción de la subsistencia de los grupos de población. Por un lado, afecta elementos de orden social, económico y cultural relacionados a la autonomía y control de los recursos. Por otro, no garantiza en ningún caso la efectividad de las pautas que sustituyen a la organización tradicional. Reflejo de este escenario es la problemática que se crea en torno a la alimentación y los patrones nutricionales en general. El desarrollo puede inducir, en efecto, a cambios drásticos en las pautas de alimentación de las comunidades intervenidas, no sólo mediante las alteraciones que provoca en la organización del abastecimiento material, sino también al forzar su adscripción al mercado. La «monetarización de la subsistencia» es, en realidad, manifestación de que la alimentación de la población se ha diferenciado de los recursos locales que la determinaban; expresión de la modificación de los hábitos nutricionales sobre los cuales el desarrollo ejerce una presión constante. No se obvia, sin embargo, el hecho de que los patrones alimentarios tradicionales pueden presentar riesgos nutricionales. En muchos casos lo que sucede a partir de los programas de desarrollo no es la superación de las condiciones de insuficiencia sino, al contrario, su agudización; es decir, una disminución de la calidad misma de la subsistencia.
Identificar las múltiples consecuencias del desarrollo sobre las formas tradicionales de organizar la satisfacción de la subsistencia conduce, ciertamente, a visualizar el contenido general de una crisis en permanente reproducción. Ésta puede alcanzar, desde luego, distintos niveles de expansión y crecimiento, dependiendo sobre todo del estímulo provocado por situaciones que alteren el funcionamiento de los mercados, como demuestra la actual situación alimentaria mundial.
Alimentos bajo control
En el contexto de la globalización económica, por otra parte, se ha impulsado la mercantilización de bienes que habían permanecido fuera de los circuitos de comercio y acumulación de capital. Es el caso de recursos localizados en las regiones del Sur, desde semillas y plantas hasta formas del conocimiento tradicional, nunca antes vinculados a relaciones económicas o de propiedad. Meta de la globalización ha sido, a saber, impulsar y controlar la ampliación del universo mercantil y extender el radio de acción de los intereses de las transnacionales. Ha construido, sin duda, un nuevo capítulo del nada democrático orden económico internacional, dado que las decisiones se toman fuera del ámbito Estado-Nación, bajo el poder y la influencia de instituciones como la Organización Mundial del Comercio. De este modo, la pérdida de autonomía de pueblos y comunidades profundiza la compleja problemática alrededor de la subsistencia. Problemática que afecta de manera significativa a las mujeres, pues se estima que en África, por ejemplo, ellas producen cerca del 80% de los alimentos básicos de la población.
El pernicioso dominio de las corporaciones transnacionales, por otro lado, se manifiesta en el hecho de que unas 500 empresas monopolicen el 70% del total de transacciones comerciales en el mundo. Situación que afecta de manera específica al comercio de alimentos controlado, entre otras, por Cargill, Nestlé, Cocacola, Pepsicola, Heinz, Guiness y Kellog. Seis compañías, por ejemplo, controlan el 85% del comercio mundial de granos; tres el 83% del comercio de cacao y tres el comercio de plátanos. ADM, Cargill y Bunge, además, dominan a nivel mundial el comercio de maíz. Esto significa que deciden la oferta, los precios y el destino de los bienes según el interés de su máximo beneficio. Hay que tomar en cuenta, igualmente, las consecuencias de la eliminación de barreras nacionales a las importaciones de estas grandes empresas; eliminación que se traduce en la ruina de los pequeños productores locales, artesanos y comerciantes sin condiciones para resistir la competencia del capital. Se ha estimado, por ejemplo, que el tratado de libre comercio (NAFTA) terminará por dejar sin medios de subsistencia a más de 15 millones de campesinos mexicanos, sin otra alternativa que comprar maíz importado.
Los sistemas locales de alimentación se enfrentan así a grados diversos de riesgo e inseguridad. Una situación que amenaza la subsistencia de tres mil millones de personas para la cual, no obstante, los organismos económicos no ofrecen solución alguna, dado que no hay intención de modificar el modelo: el mercado debe ser la solución. Es la razón, sin más, del programado fracaso de la Cumbre Mundial de la FAO celebrada en Roma durante el mes de junio, mientras los Bancos Centrales de las potencias económicas continuaban auxiliando con dinero público al sector financiero e inmobiliario y las protestas contra el hambre se extendían por todo el planeta.
Un desorden social
La crisis global de los sistemas de subsistencia podría, de este modo, designarse como un estado de oiko-anomia, en relación precisamente a los efectos destructivos que soportan las diversas formas de administrar y cuidar el suministro de los bienes, el suministro de la casa: la antigua idea griega de economía, de oikonomia. Un desorden social de alcance planetario que expresa, por otra parte, el grado de separación que puede llegar a construirse entre los intereses de la economía contemporánea y los intereses de la humanidad.
El estado actual de oiko-anomia, en consecuencia, conduce a reconocer el grave problema de la sustentabilidad de la subsistencia humana, provocado por el modelo económico dominante. Puede considerarse, además, signo fundamental e inequívoco del fracaso de una racionalidad que obvia los límites, mostrándose incapaz de resolver los problemas que ha contribuido a crear y a agudizar. No obstante, indica asimismo la urgencia de transformaciones profundas e integrales que deberán rescatar también el conocimiento que aún representa la riqueza de la diversidad.
Nota:
1 Según confirma la organización Via Campesina, el precio del trigo ha aumentado 130% entre marzo de 2007 y marzo de 2008; el del maíz, un 35% durante el mismo período; el precio del arroz aumentó 17% en 2007 y 30% en marzo de 2008. El precio de los alimentos en general subió un 83% en los últimos tres años.
Mailer Mattié es Economista venezolana. Autora de Los Bienes de la Aldea: subsistencia y diversidad (2007) y La economía no deja ver el bosque (2007). Integrante del Osservatorio Informativo Indipendente sulla Americhe (http://www.selvas.org).
Centro de Estudios Políticos para las Relaciones Internacionales y el Desarrollo (www.nodo50.org/ceprid