1. ¿Qué nos une por debajo de la diferencia? ¿Qué entendemos por crisis del capitalismo las personas reunidas en este evento organizado por la Venezuela Bolivariana cumpliendo un necesario proyecto ideado por Chávez y Fidel Castro, como explica Carmen Bohórquez [1]? ¿Cómo podemos definir el largo, convulso y amenazante contexto mundial quienes aquí debatimos teniendo […]
1. ¿Qué nos une por debajo de la diferencia?
¿Qué entendemos por crisis del capitalismo las personas reunidas en este evento organizado por la Venezuela Bolivariana cumpliendo un necesario proyecto ideado por Chávez y Fidel Castro, como explica Carmen Bohórquez [1]? ¿Cómo podemos definir el largo, convulso y amenazante contexto mundial quienes aquí debatimos teniendo en cuanta que procedemos de continentes y países, historias y culturas, experiencias y luchas tan diferentes en sus expresiones externas como pueden ser las de Suecia, Argentina, Irán, Uruguay, Congo, Euskal Herria, Estado francés y Venezuela, por citar sólo el caso del temario que ahora mismo nos reúne en este viernes 12 de Diciembre?
Más aún ¿cómo nos afecta la crisis actual a los muy diferentes movimientos obreros, populares y sociales en los que militamos y con los que nos identificamos, y cómo nos enfrentamos a ella? ¿Cómo impacta sobre los intelectuales y cómo éstos la interpretan y hasta la combaten, teniendo en cuenta los diferentes contextos históricos en los que desarrollan sus múltiples lenguas y tradiciones que modela sus pensamientos? ¿Y qué inquirir sobre los artistas, sobre el papel y la función de su arte popular en este contexto sabiendo que la industria cultural es además de una de las ramas económicas más rentables del capitalismo mundial también y sobre todo un muy eficiente instrumento de alienación de masas y de desnacionalización de pueblos rebeldes en manos del imperialismo? ¿No son demasiadas las diferencias que nos separan como para intentar encontrar un denominador común que nos identifique, que nos una como la misma humanidad explotada por el imperialismo?
Estamos convocados para debatir fundamentalmente sobre como crear una red que conecte a movimientos populares, intelectuales y artistas, y la pregunta necesaria que debemos responder en primer lugar para avanzar en las reflexiones anteriores es ¿qué nos une a estos tres niveles o espacios, o áreas de prácticas sociales en el capitalismo actual por debajo de las situaciones concretas tan dispares en las que vivimos? ¿Qué podemos hacer los movimientos sociales, intelectuales y artistas, tres espacios de reflexión tan distanciados a simple vista, frente a un poder tan aplastante como el imperialista? Estimo que, antes que nada, debemos centrarnos en nosotras y nosotros mismos para, después, aportar algo al resto de las hermanas y hermanos explotados.
Planteo una primera y urgente respuesta: nos une la necesidad imperiosa de detener y revertir la tendencia destructiva a la mercantilización de la vida y de la naturaleza. El capitalismo se diferencia de todos los modos de producción, entre otras cosas, también y sobre todo porque para sobrevivir debe reducirlo todo a simple mercancía, a valor de cambio expresado en dinero, al margen de la forma que este tenga. En la medida en que, en última instancia, los movimientos obreros, populares y sociales, y la intelectualidad y el arte críticos expresan la resistencia cada vez más consciente de la humanidad explotada a la extensión destructora de la dictadura del dinero, de valor mercantil de los sentimientos y de la naturaleza en sí, en esta medida, el capitalismo debe acabar con ellos para, a la vez, apoderarse definitivamente del planeta.
Lo que nos identifica y dota de sentido a quienes aquí estamos es algo invisible a primera vista, algo oculto tras la apariencia externa de las cosas: desde su ensangrentado origen y a lo largo de su sangrienta expansión, el capitalismo se mueve siempre forzado por su irracional lógica de acumulación ampliada, de convertirlo todo en una nueva rama económica generadora de beneficio privado, es decir, de mercantilizar hasta el alma, si existiera. La subsunción de la naturaleza en el capital es también la subsunción de la especie humana en la irracionalidad del máximo beneficio privado en el menor tiempo posible y sin reparar en la devastación que ello conlleva. Pulverizar la naturaleza transformando sus cenizas en materias primas y en fuerza de trabajo, en beneficio y en mercancía, es a la vez destruir la esencia crítica y liberadora del intelecto y del pensamiento racional, y de la capacidad creativa del arte emancipador, es destruir el potencial revolucionario de la mayéutica, de la heurística, de la dialéctica, en síntesis arrancar de raíz la antropogenia para imponer el valor de cambio, el fetichismo de la mercancía y la dictadura del trabajo abstracto.
Lo que nos une es que, al margen de nuestra subjetividad, somos parte del Trabajo explotado por el Capital. Las diferencias, en este nivel de debate, entre militantes en movimientos populares, intelectuales y artistas que aparentan ser absolutas, se esfuman en la nada cuando llegamos al fondo de lo real: somos parte del Trabajo explotado, dominado y oprimidos por el Capital. Luego actuemos desde esta realidad, y no desde la ficción ideológica burguesa.
2. Siempre vuelve la realidad negada
Sabemos que hay una especie de ley de la evolución que explica que los procesos avanzan de lo simple a lo complejo, de la menor interacción a la mayor interacción con otros procesos, de manera que la dialéctica entre la diversidad creciente y la unidad interna es cada vez más difícil de descubrir, a no ser que nos dotemos de un método adecuado. Sin duda la complejidad extrema adquirida por el capitalismo a finales del siglo XX y comienzos del XXI –según el calendario cristiano-occidental– fue una de las causas de la proliferación de toda serie de modas ideológicas de usar y tirar en el mercado de la industria político-cultural burguesa, saturación de «oferta ideológica», por utilizar términos mercantiles, que ha sido correctamente denominada como «moda post». Modas que fascinadas y obnubiladas por la multidiversidad de las espectaculares formas policromas mediante las que se presenta en el exterior la esencia capitalista interior, optaron por la vía más cómoda y fácil: negar la existencia de contradicciones internas que determinan las tendencias evolutivas de lo real y de sus polifacéticas expresiones.
Con el desarrollo capitalista, la forma de su materialización expresa la forma de organización y choque de sus contradicciones internas, de su contenido esencial como modo de producción. Según el Capital choca con mayores resistencias del Trabajo, tiende a desarrollar métodos de explotación más complejos, mezclas nuevas de dosis de brutalidad y de astucia, de represión y de consenso que generan formas sociopolíticas, culturales e ideológicas de dominación nuevas. De este modo, la creciente complejidad de las formas expresa la agudización de las contradicciones del contenido interno que tarde o temprano emergerán como fuerzas sísmicas destructoras. Ahora bien, el inevitable tiempo de tardanza entre su ebullición subterránea y su erupción externa, este tiempo de impasse facilita que, en su ínterin, florezcan delirios reformistas que creen que por arte de birlibirloque se han extinguido para siempre los límites del capitalismo, sus contradicciones. Si nos fijamos, todas las modas post tienen un contenido reformista más o menos explícito o encubierto.
Dado que las formas expresan las interrelaciones de los contenidos como totalidad, por esto mismo existe una autonomía relativa en la evolución de las primeras con respecto a la esencia de la totalidad subyacente. Esta autonomía relativa, más o menos acentuada según los casos, explica que incidiendo en lo formal, en lo externo, puede influirse en la evolución de lo interno, el cambio del continente influye en algunos casos en el contenido. El idealismo reformista cree que esta posibilidad es absoluta y obligatoriamente eficaz: acabemos con las formas «malas» del capitalismo para desarrollar sólo sus formas «buenas» y, con paciencia, transformaremos el capitalismo en su conjunto. En determinadas circunstancias históricas, la acción reformista sobre la forma puede y logra paliar, debilitar y hasta controlar un poco los efectos más dañinos e inhumanos del Capital en beneficio del Trabajo, pero a la larga, siempre termina resurgiendo la mala bestia, el Moloch, inherente a la lógica ciega e irracional de la acumulación ampliada.
Fue por esto que la moda post desapareció del mercado ideológico nada más que las contradicciones del capital empezaron a salir a la luz. Dicho grosso modo, desde el inicio de la década de 1990 se intensificaron, extendieron e interrelacionaron las crisis parciales y aisladas, o sub-crisis, hasta llegar al caos sistémico actual. En este evento tenemos dos ejemplos de que el capitalismo no había triunfado definitivamente en 1989-91: uno fue la demostración cubana de que podía y quería sobrevivir como nación independiente en medio de los peores cercos imperialistas, y el otro fue el acto heroico de 1992 dirigido por Chávez contra la opresión y miseria creciente que sufría su pueblo. Ambos fueron una afirmación de resistencia que demostraba que la humanidad seguía viva y dispuesta a vencer, simultánea a otros diferentes pero con la misma identidad sustantiva: revueltas de hambre en 1992 en ciudades norteamericanas, zapatismo, altermundialismo y antiglobalismo, luchas obreras en la Europa y en Corea del Sur de mitades de esos años, crisis de los «dragones asiáticos» de 1997, victoria venezolana en 1999 y apertura de múltiples procesos en las Américas como la revuelta de Seatlle, el corralito argentino, las luchas bolivianas por el agua y el gas en esos años, y un inabarcable listado hasta llegar al período 2007-2014.
Hemos citado muy pocas de las abundantes prácticas de masas contra la injusticia, y ninguna de las aportaciones teóricas, culturales y artísticas realizadas por grupos o personas de izquierdas contrarrestando el dominio cuasi absoluto de la ideología imperialista y su industria de alienación de masas. Pero desde la mitad de los ’90 en adelante poco a poco fue recuperándose el pensamiento crítico colectivo que tuvo en los encuentros internacionales de los Foros contra la globalización uno de sus espacios de asentamiento y expansión. Al igual que sucede con la memoria reciente sobre las luchas materiales en los últimos veinte años, también debemos rescatar del silencio los avances realizados en la crítica teórica rigurosa del imperialismo en este período.
Era necesario mostrar que la futilidad del iluso triunfalismo de los ’90 no se sustentaba en criterios objetivos de la evolución capitalista sino en voluntariosos subjetivismos de la clase dominante para, desde esa fantasía, asegurar un orden explotador que hacía aguas por todas partes. Hay que recordar que conforme transcurría la década de los ’90, EEUU, la OTAN y otras estructuras político-militares elaboraban nuevas doctrinas de contrainsurgencia y de guerra en respuesta a la recuperación de las luchas de las clases y de los pueblos. En la medida en la que, una vez más, el Estado burgués tenía que irrumpir en público como fuerza policíaco-militar decisiva para el mantenimiento del sistema, en esta medida se desplomaban las modas post y reaparecían las contradicciones internas del capitalismo.
3. Tres avances teoricos de los pueblos
En el capitalismo euro-yanqui se nos dijo que la clase trabajadora había desaparecido para dar paso a una masa heterogénea e informe de sujetos aislados explotables de mil modos distintos, masa amorfa que a lo sumo puede definirse como «multitud», «ciudadanía», «gente», «los de abajo», etcétera, o a otra escala como «infraclase», «precariado», «chavs» en cuanto nueva clase diferenciada de los restos extintos del proletariado y de la debilitada «clase media». Si buceamos un poco en la historia de las mercancías ideológicas, vemos que justo bajo los ecos del Mayo’68 reaparecieron las nuevas tesis sobre la sociedad post industrial y la desaparición del proletariado, que de revivían anteriores ideas sobre las élites que habían sustituido a las clases, y que incluso habían acabado con la clásica propiedad burguesa de las fuerzas productivas al multidividir su propiedad en pequeñas acciones y participaciones compradas por las capas medias y altas del proletariado, que así se aburguesaba. La tesis del «capitalismo popular» es tan vieja como el primer laborismo británico de finales del siglo XIX aunque llegó a su esplendor inmediatamente después de la II GM.
En este marco ideológico en el que la sociología, la antropología, la economía, la historia y demás «disciplinas intelectuales» creadas en lo que llamados Occidente, actuaron –actúan– como armas de la guerra cultural imperialista, fue imponiéndose en muchos centros académicos del mundo la misma superchería, de manera que varias generaciones de dirigentes en esos países, muchos de ellos a sueldo de las empresas transnacionales, actuaban según la misma creencia transplantada desde las metrópolis, desde la universidades y empresas occidentales. Mientras que fracciones cualificadas de sus clases trabajadoras resistían como podían al expolio transnacional y a las agresiones armadas directas o «invisibles», la creencia ideológica dominante, oficial, sostenía los tópicos de los opresores.
Un mérito incuestionable de estos pueblos explotados fue el de pensar por ellos mismos, al margen y frecuentemente en contra del determinismo economicista de la «izquierda» eurocéntrica y «rusocéntrica» hasta finales de los ’80. Pero semejante logró sólo pudo alcanzarse después de sucesivas derrotas sufridas al haber seguido obtusa y dogmáticamente las miopes extravagancias de la «izquierda» eurocéntrica que imaginaba que el resto de mundo era como el suyo. Estos pueblos superaron dos obstáculos teóricos formidables: el primero y más inmediato, el «rusocentrismo» y el eurocentrismo de las teorías e ideologías sociales, que les impedían llegar a un conocimiento propio de su propia situación; y el segundo, una vez aquí, superar las múltiples apariencias fenoménicas de lo real, cuestión a la que nos hemos referido arriba, para bucear hasta encontrar la raíz de sus problemas, y una vez en la profundidad de las contradicciones aportar enriquecedoras teorías revolucionarias al resto de la humanidad.
De hecho, el evento que ahora realizamos es un ejemplo de este triple mérito: la izquierda eurocéntrica no captó, malinterpretó y hasta despreció la sublevación de 1992 dirigida por Chávez y el período posterior, hasta no tener más remedio que rendirse a la evidencia, y eso no siempre; la izquierda «rusocéntrica» cubana apenas comprendió el contenido histórico del Ejército Rebelde, y a escala general lo mismo ha sucedido con las luchas de las naciones trabajadoras del llamado impropiamente Tercer Mundo. Luego o simultáneamente, el segundo logro fue la crítica radical realizada por sus izquierdas superando la bazofia de las denominadas «ciencias sociales» burguesas desarrollando una independencia teórico-política que les ha permitido y exigido a la vez avanzar al tercer logro: bucear hasta sus contradicciones específicas que son una forma precisa de las contradicciones esenciales del capitalismo mundial, descubrirlas como formas autónomas de la lucha de clases mundial e integrarlas en la totalidad de la lucha esencia entre el Capital y el Trabajo que recorre a la humanidad entera.
La triple conquista explica que movimientos obreros, populares y sociales del mundo debatamos aquí y ahora sobre lo que nos une frente al enemigo común, el imperialismo. Muy lógicamente, existen diferencias y discusiones sobre cuestiones precisas en los niveles histórico-genéticos, pero que son matices enriquecedores siempre porque lo genético-estructural está asumido. Por tanto, en el plano de la lucha de la clase trabajadora frente a la crisis capitalista, la primera tarea a desarrollar es la de que cada nación obrera practique su liberación de clase dentro de la dialéctica entre lo singular, lo particular y lo universal.
4. Praxis y militancia artistico-intelectual
Hemos recurrido al empleo de una de las categorías del método dialéctico porque además de ser imprescindible para revolucionar el mundo, también nos lleva directamente al famoso y permanente debate sobre el «papel de los intelectuales» en la liberación humana. Debo confesar que para mí la palabra «intelectual» me produce un rechazo inmediato gravado a fuego por las lecciones de la militancia, excepto en los sobresalientes casos en los que es la praxis la que determina y llena de contenido al adjetivo de «intelectual». Lo sustantivo, la substancia de la tarea intelectual no es otra que la praxis revolucionaria, es decir, la comprensión del mundo como proceso simultáneo a su transformación revolucionaria, y viceversa, la transformación revolucionaria como proceso simultáneo a su comprensión. Pero también en esta dialéctica los pueblos trabajadores explotados nos dan lecciones viales. Che Guevara le dijo a Nasser que si un político no se había jugado la vida alguna vez, jamás pasaría de ser un simple político. Lo mismo hay que decir sobre los intelectuales.
Che Guevara no era un intelectual ni tampoco un político, aunque desarrolló un poderoso intelecto y unas cualidades políticas majestuosas porque era un revolucionario que dio contenido radical a su labor político-teórica. ¿Y qué decir de Hugo Chávez? ¿De Rosa Luxemburgo, etc.? La praxis que les identifica es tanto más valiosa ahora que entonces por tres razones: una, porque, como hemos visto, el capitalismo necesita mercantilizar el pensamiento, la cultura, el arte, cualidades que definen junto a otras el modelo de ser humano rico en relaciones y en creatividad, y por ello autoconsciente, enemigo mortal de reducir el pensamiento a mercancía. La privatización e industrialización del conocimiento, de la cultura, mediante las patentes de propiedad es una de las formas más destructoras del saber humano ideada por el imperialismo para subsumirlo en su industria cultura. Los pueblos expoliados y empobrecidos apenas pueden defender su creatividad intelectual, artística y científica. La tarea organizativa y movilizadora de sus intelectuales militantes es decisiva en la defensa de la soberanía lingüístico-cultural: es una tarea política en su misma naturaleza porque sólo tiene visos de victoria si genera un poder político capaz de vencer la fagocitación intelectual de las grandes potencias: la llamada «fuga de cerebros» de los años ’60 y ’70 es un juego de niños comparada con las presiones actuales.
Dos, porque la complejidad de lo real exige de un método de conocimiento filosóficamente ágil, móvil, consciente de lo contradictorio del mundo y por eso consciente sus propias contradicciones en cuanto autogeneradoras de nuevas verdades relativas, concretas y objetivas. La intelectualidad militante es irreconciliable, por una parte, con la visión tradicional de la filosofía como mera apetencia, querer o incluso «amor» hacia el conocimiento puro e inmaculado, sino como método crítico de transformación de las condiciones sociales que determinan el pensamiento; y por otra parte, es irreconciliable con cualquier forma de positivismo que rechaza todo método que recurra al principio de unidad y lucha de contrarios, que rechaza el decisivo criterio de la «negatividad absoluta» como momento previo al salto a la novedad cualitativa.
La negatividad absoluta de la clase trabajadora, del Trabajo, es la burguesía, es el Capital; esa absoluta negatividad presiona en la unidad y lucha de contrarios entre Trabajo y Capital para forzar la victoria revolucionaria del primero sobre el segundo mediante la intervención consciente de la clase obrera como fuerza social organizada políticamente. Esta pugna recorre y determina de mil modos diferentes todas y cada una de las casi infinitas formas en la que toma cuerpo el Capital como relación social que se autoreproduce, también y cada vez más mediante el trabajo complejo, cualificado, tecnificado, de eso que la docta ignorancia idealista define como «economía de la inteligencia, cognitiva o inmaterial», como si la fabricación de instrumentos complejos por los humanos de hace 1,8 millones de años no fuera «economía cognitiva» realizada para acelerar la ley del ahorro de energía o del mínimo esfuerzo y la ley de la productividad del trabajo, como base materialista objetiva de la antropogenia.
La cualificación cognitiva de relativamente pocos trabajos concretos, ya activa en esas primeras herramientas complejas realizadas en el comunismo primitivo, entra en fragrante contradicción con la esquilmadora simplificación y descualificación de la mayoría de los trabajos concretos, realizados por fuerza de trabajo condenada al analfabetismo funcional más básico. Esta contradicción también recorre la estructura social entera expresándose con terribles efectos alienadores, reaccionarios y hasta fascistas mediante la manipulación inconsciente y subconsciente de la estructura psíquica de masas realizada por el Capital sobre el Trabajo esclavizado psicológica y mentalmente con la ayuda inestimable de la ignorancia cultural más desoladora. Incluso el relativamente escaso trabajo cualificado, la «economía cognitiva», se sostiene sobre una asfixiante formación parcial, unidimensional y monotemática, estricta y fríamente tecnicista según las exigencias de la máxima rentabilidad instrumental y positivista, que expulsa al olvido y que reprime toda muestra de cultura libre, no mercantilizada, la verdaderamente peligrosa para la burguesía.
Y tres, la descualificación inherente a la producción mercantil en cadena nos replantea la función social de los artistas, que no sólo de los intelectuales y de los movimientos obreros y populares. Hablamos de artistas en plural porque no tenemos tiempo para debatir las múltiples concepciones de Arte, ni sobre el momento histórico de la aparición de la estética como sentimiento y cualidad que, según todo indica, estaba ya presente en los neandertales, si no antes. Pero sí debemos saber que con la dictadura del valor de cambio, de la mercancía, la estética, lo bello, el arte y hasta la misma cultura sufre una degradación cualitativa. Si definimos a la cultura de la especie humana-genérica como la producción de los valores de uso en base a las capacidades colectivas e individuales, y su distribución social y horizontal en base a las necesidades colectivas e individuales, entonces esta cultura genérica desaparece aplastada por la propiedad privada de las fuerzas productivas, y con ella el arte y la estética en su sentido de especie humana genérica.
La esencia de la cultura burguesa radica en la producción de máquinas humanas. La latencia subterránea e imperecedera de lo bello y estético como expresión «inmaterial», simbólica, emocional y afectiva realizada en los valores de uso, es cada vez más aplastada en las profundidades de lo inaccesible a la irracionalidad instrumental de la lógica del máximo beneficio mercantil. La militancia estética, artística, cultural e intelectual pugna así con la esencia misma del valor de cambio que lo reduce todo a la superficialidad fetichizada del dinero. Para el Capital lo bello es el dólar. Frente y contra esta degradación, los y las militantes que realizan su praxis en la lucha teórica y estética se enfrentan a una prioridad: extender en las izquierdas el criterio de que la emancipación humana es una obra de arte global, total, es un «todo estético», según lo pensaba Marx. Para el humanidad explotada, la libertad es el canon de la belleza.
5. A modo de resumen
Concluyendo, los movimientos populares y la militancia artística e intelectual somos parte del Trabajo explotado por el Capital. De hecho, es imposible establecer fronteras insuperables entre las tres áreas ya que la conciencia radical y la cultura crítica, que es lo mismo, forman una unidad interna en cualquier praxis de lucha de un pequeño movimiento social que en su barriada empobrecida organice una sesión de teatro y un recital de poesía. La larga historia de la emancipación de los pueblos explotados nos muestra cómo el arte y la cultura denigrados como «populares», «vulgares», «primitivos»… por la clase dominante y por el imperialismo, tienen contenidos progresistas y hasta revolucionarios que debemos rescatar, actualizar y abrirlos al futuro.
La burguesía busca desesperadamente encontrar nuevas ramas productivas que contrarresten la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia, y la «cultura» abstractamente definida le ofrece un campo de negocio prácticamente inagotable. Se trata además de un «negocio redondo», como se dice, porque no produce únicamente rentas económicas, sino también políticas, ideológicas, costumbristas, sexuales… beneficios globales que apuntalan los cimientos de un capitalismo aquejado por una crisis de sobreproducción agravada por un agotamiento de los recursos y un crecimiento imparable de los mal llamados «costos externos», los causados por la rotura casi irreversible del inestable equilibrio medioambiental y climático. El caos geopolítico y la militarización son parte de esta dinámica y la empeoran.
Más que nunca antes, la dialéctica entre lucha de clases, reconquista de derechos humanos concretos, profundización del pensamiento racional y de la creatividad artística libre, la lucha por la recuperación de los bienes colectivos y comunales expropiados al pueblo y privatizados, la reintegración de la humanidad en la naturaleza y su desmercantilización, la emancipación de la mujer que deja de ser «instrumento de trabajo» en propiedad del hombre, la reducción drástica del tiempo de trabajo explotado y el aumento del tiempo libre y propio, la satisfacción de estas y otras muchas necesidades radicales se ha convertido en una tarea imperiosa. Y entre todas ellas, como síntesis de todas ellas, destaca fundamentalmente la toma del poder por la clase trabajadora. No hay otra alternativa que esta para defender los derechos de la humanidad. Cada pueblo deber lograrlo según, desde y para sus circunstancias, debilidades y fuerzas, pero, al fin y al cabo, se trata de una labor de la humanidad entera, como unidad consciente en lo básico opuesta a la unidad de mando del imperialismo.
Nota
[1] Carmen Bohórquez: Fidel y Chávez inspiran Red en Defensa de la Humanidad 29-10-2014 www.boltxe.info
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