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Crisis demográfica en puerta

Fuentes: La Jornada

Una oleada de senilidad golpeará a América Latina, que carece de las más elementales protecciones para los ancianos.

Consuelo Delgadillo se mudó al asilo Arturo Mundet de la ciudad de México, antes de que nacieran muchos de los empleados que la atienden. Anda en silla de ruedas y no oye, pero todavía es capaz de iluminar una habitación con su sonrisa. Su encanto es singular, no así su edad. De 102 años, es una de varias centenarias que viven en esa instalación operada por el gobierno. Si los demógrafos están en lo cierto, vienen muchas como ella en camino.

El envejecimiento no es novedad en el mundo industrializado, pero la ola de ancianidad se extiende también hacia países en desarrollo. En unas cuantas décadas, México y otros países del tercer mundo podrían no saber qué los golpeó.

Aunque aún es relativamente joven en comparación con buena parte del resto del mundo, América Latina encanece con rapidez. En Chile, Costa Rica, México y Venezuela se proyecta que el porcentaje de ancianos en la población se duplicará entre 2000 y 2025. La rápida emigración de trabajadores jóvenes a Estados Unidos acelera la tendencia, sobre todo en países minúsculos de Centroamérica y el Caribe.

Para algunos el futuro ya está aquí. El país más viejo del hemisferio occidental no es Estados Unidos ni Canadá: es Uruguay, donde más de 17% de la población es mayor de 60 años. En un par de décadas, más de la mitad de los ancianos del hemisferio vivirán al sur de la frontera estadunidense, señaló Marta Peláez, experta en envejecimiento de la Organización Panamericana de la Salud. »Es un gran cambio que nadie quiere ver, porque se va a requerir un gran esfuerzo para prepararlo», agregó. »Pero está ocurriendo, y muy aprisa».

Regiones en desarrollo de Asia observan una tendencia similar. China albergará unos 332 millones de longevos hacia el medio siglo. Ese número de ancianos en una sola nación será mayor que los que había en todo el planeta en fecha tan reciente como 1990. Los expertos señalan que la rápida transición impondrá una tremenda carga a los países en desarrollo para atender a sus ancianos y desvalidos. Es una tarea que vuelve locas incluso a las naciones más ricas del mundo. Pero en contraste con Estados Unidos, Europa y Japón, que intentan preservar los actuales sistemas de jubilación y atención médica sin llevar a su juventud a la bancarrota, muchos países pobres carecen de la protección más elemental para sus ancianos. En México, por ejemplo, la vasta mayoría de los senectos carecen de pensión y casi la mitad no tiene cobertura de servicio médico, lo cual, temen algunos, conducirá a números crecientes de enfermos y pobres conforme la población envejezca.

La falta de seguridad en la tercera edad es evidente en las calles de la ciudad de México, donde se puede ver como cosa de rutina a ancianos que piden limosna o realizan trabajos de subsistencia en la economía subterránea. Casi la mitad de los varones mexicanos de 65 años y más están aún dentro de la fuerza de trabajo, en comparación con 18% en Estados Unidos. Entre las mujeres 15% en ese rango de edad todavía laboran.

Observadores señalan que la mayor transformación en algunas naciones pobres podría venir en la forma en que se perciben a sí mismas. No existe algún equivalente de la antes llamada Asociación Estadunidense de Personas Jubiladas (AARP, por sus siglas en inglés) en México y países semejantes, donde las ofertas de empleo por lo regular piden solicitantes de menos de 30 años. La discriminación por edad, los servicios de salud para ancianos y la readecuación de instalaciones públicas para una población madura son en general territorio virgen en países todavía preocupados por la mortalidad infantil y la creación de empleos para los jóvenes.

»El verdadero cambio será psicológico», expresó el gerontólogo Sergio Valdes Rojas, director del asilo Arturo Mundet. Será reconocer que »no somos tan jóvenes como creemos».

El encanecimiento de regiones generadoras de emigrantes, como América Latina, podría tener implicaciones también para EU. Oleadas de recién llegados lo han puesto en mejor posición que muchas naciones europeas y Japón para mantener en crecimiento su fuerza de trabajo y solvente su sistema de seguridad social. Sin embargo, el envejecimiento de América Latina podría a la larga aminorar el flujo de inmigrantes en edad laboral.

»Si no elevamos los niveles de vida ahora para poner algún tipo de red de seguridad para los ancianos, en 2030 o 2040 podríamos tener una crisis humanitaria de proporciones colosales», señaló Richard Jackson, director de la Iniciativa Global sobre Envejecimiento del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales, en Washington.

Sin duda América Latina sigue siendo una de las regiones más jóvenes del planeta. En 2000, casi la tercera parte de sus 511 millones de habitantes tenía menos de 15 años, en comparación con la quinta parte en EU. Sin embargo, los avances en la atención a la salud, nutrición y sanidad han elevado la expectativa de vida en la región a unos 71 años, casi 20 años más que a principios del decenio de 1950.

Entre tanto, las tasas de fertilidad han caído. La rápida urbanización, mejor planeación familiar y mayor número de mujeres en la fuerza laboral han conducido a una reducción en la fertilidad, de un promedio de seis hijos por mujer a mediados del decenio de 1960 a unas 2.5 en la actualidad. Aunados el incremento en la longevidad y la disminución de la fertilidad han producido un auge de la tercera edad en todas partes. Es más evidente en el mundo industrializado, donde el porcentaje de la población de 65 años y más se duplicará y llegará a 30% a mediados de siglo, a partir del 15% que representa ahora.

La mayoría de naciones latinoamericanas seguirán siendo jóvenes durante décadas, pero envejecen mucho más aprisa. Menos de 5% de la población mexicana, por ejemplo, era de edad avanzada en 2000; ese porcentaje saltará a casi 20% hacia 2050. Las poblaciones longevas de algunas naciones europeas tardaron un siglo, incluso dos, en alcanzar un crecimiento similar. Ese marco temporal comprimido preocupa a los expertos, quienes subrayan que la mayoría de las naciones industrializadas lograron prosperar mucho antes de que los ancianos comenzaran a consumir una proporción significativa de los recursos nacionales. Para buena parte del mundo en desarrollo empieza una carrera contra el tiempo para fortalecer sus economías y poder manejar los gigantescos servicios sociales necesarios para sus crecientes poblaciones senectas.

»¿Se volverán ricas antes de envejecer, o envejecerán antes de volverse ricas?», plantea Ladan Manteghi, director de asuntos internacionales de la AARP en Washington. Lo que resulta claro es que algunas regiones de América Latina ya se enfrentan a niveles de ancianidad del primer mundo con recursos del tercero para atenderlos.

Los apacibles y bien cuidados terrenos del Arturo Mundet ocultan la lucha por los recursos. La institución recibe unos 9 mil 100 dólares al año por paciente en fondos federales para atender a sus indigentes, muchos aquejados por enfermedades como diabetes, artritis y demencia, indica el director Valdés. En promedio un asilo estadunidense cuesta más de 70 mil dólares al año por paciente. El Arturo Mundet alberga a 140 mujeres, la mayoría en dormitorios compartidos hasta por ocho personas. Algunos de los edificios datan del decenio de 1940. Sin embargo, las instalaciones son limpias y acogedoras, como un regalo divino para ancianas como Berta Carmona Alvarado, de 80 años, quien no tiene más ingreso que el de algún trabajo de aguja que vende por pocas monedas y que carece de parientes que vean por ella. »Esta es mi familia ahora», dice, indicando a las otras ancianas que están en el bullicioso salón de artesanías, donde borda en punto de cruz la figura de un gatito.»¿Adónde podría ir?»

Los demógrafos se preguntan lo mismo. La disminución de la fertilidad en las naciones en desarrollo significa que habrá menos hijos que cuiden de sus padres ancianos, que es la red de seguridad tradicional en los países pobres. Las remesas, línea vital para tantos ancianos del tercer mundo, tienden a secarse a medida que los hijos empiezan familias propias en Estados Unidos. Los sistemas tradicionales de pensión, que están resultando insostenibles en países ricos, lo son más en América Latina, donde la economía subterránea es enorme y la recaudación de impuestos muy baja.

Al igual que en el mundo industrializado, los legisladores de las naciones en desarrollo descubren que no hay manera fácil de elevar en forma significativa el gasto en los ancianos, sin drenar otros programas o elevar impuestos a los jóvenes. Pero igual que en EU y Europa, habrá un poderoso incentivo para satisfacer a este electorado emergente y potencialmente poderoso.

Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno del Distrito Federal y aspirante presidencial, ha ganado intensa devoción de los ancianos de la ciudad de México con su programa de salud y nutrición. Además de consultas y medicinas gratuitas, los residentes capitalinos de 70 años y más reciben unos 60 dólares mensuales en tarjetas electrónicas para comprar cualquier artículo excepto licor en cadenas de supermercados. Más de 35 mil ancianos reciben beneficios, cuyo costo de 263 mdd es sufragado con la asignación presupuestal de fondos federales para la capital. Algunos economistas han advertido que el programa es económicamente insostenible incluso en la capital, en tanto los defensores de los ancianos sueñan con volverlo nacional.

Manuela Camacho es beneficiaria del programa. Esta minúscula y desdentada mujer de 78 años comenta que la cantidad que recibe representa la diferencia entre comer y pasar hambre algunos días. De cuando en cuando puede incluso costearse lo que para ella son lujos: azúcar, café instantáneo, galletas de chocolate y papel higiénico. No oculta sus inclinaciones políticas: »Votaría por (López Obrador) aquí, allá y en todas partes si pudiera», declara. »Es el único político que me ha dado algo. Lo amo. Todos lo amamos».