El lenguaje oficial etiqueta la crisis actual como financiera. Yo considero más oportuno tipificarla de capitalista. Pero sin olvidar que el capitalismo tiene una historia donde sus mecanismos de fondo no cambian, mientras que su manera de funcionar varía de un período al siguiente, y de un país a otro. He aquí porque esta crisis […]
El lenguaje oficial etiqueta la crisis actual como financiera. Yo considero más oportuno tipificarla de capitalista. Pero sin olvidar que el capitalismo tiene una historia donde sus mecanismos de fondo no cambian, mientras que su manera de funcionar varía de un período al siguiente, y de un país a otro. He aquí porque esta crisis se debe ubicar dentro de un momento histórico que podemos caracterizar como del capitalismo neoliberal globalizado.
Si aceptamos este punto de vista, entonces será fácil reconocer que es el sistema capitalista en su conjunto, y no tal o cual banquero, tal o cual político, una nación en particular o incluso uno u otro grupo de naciones, quien ha generado la crisis.
La economía neoclásica, en cambio, utiliza un símil meteorológico o climático para describir las crisis económicas capitalistas, al compararlas a fenómenos naturales como las tormentas o los huracanes. Cuando las crisis se superan, entonces considera que se ha vuelto «al clima económico normal». Las relaciones sociales capitalistas las presenta como una fuerza natural sobre la que los seres humanos no tenemos ningún tipo de control aunque podemos influir de manera perversa sobre ella si «no nos adecuamos a las exigencias del sistema y no adoptamos una conducta apropiada». Por esta razón busca los «culpables» de la crisis o habla de «crisis de valores» alegando que todos los males son culpa de determinadas personas que no han hecho lo que de ellas se esperaba.
En el pasado, los seres humanos, al no poder explicar los fenómenos de la naturaleza inventaban leyendas etiológicas o explicativas. Por ejemplo, adoraban los dioses de las tormentas, los dioses del rayo, los dioses del volcán y así sucesivamente, dándoles apariencia humana. La mayoría de nosotros ya hemos abandonado estas creencias absurdas gracias a que la ciencia ha puesto de manifiesto que detrás de estos fenómenos se encuentran leyes que podemos conocer y analizar y sobre las que en cierta medida es posible actuar y / o incluso las podemos controlar.
Los primeros economistas clásicos se esforzaron en analizar de forma científica el capitalismo, pero no lograron superar la superficie del fenómeno. Marx, en cambio, analizó el capitalismo de una manera mucho más completa que sus predecesores, nos mostró cómo opera y puso las bases para comprender las crisis económicas sísmicas.
Pero los economistas neoclásicos, incluidos los keynesianos, han obstaculizado la difusión de estos conocimientos sobre la economía capitalista y han llegado incluso ha apartarlos de la enseñanza académica.
Imaginemos, por un momento, que en nuestras universidades todavía se dijera que no hay ninguna explicación satisfactoria para entender por qué razón se producen las tormentas, los volcanes o los rayos y se limitaran a explicarnos que todo esto ocurre porque los gobiernos, los políticos o determinadas personas no actúan de manera correcta. Pues bien, esta es precisamente la forma como se nos intenta explicar la crisis.
El argumento preferido de los fascistas es la caza de culpables. Ahora mismo asocian el paro a la presencia de extranjeros «que nos roban el trabajo». Los neoclásicos, que tienen poco interés en desmentir a los fascistas e incluso, en algunas ocasiones los avalan y ríen «sus gracias», buscan la explicación de todo lo que está pasando en la conducta inadecuada de las víctimas de la crisis y en los Estados a los que culpan de gastar demasiado y de haber abusado del crédito, a su vez, también acusan a los sindicatos, a los «costes laborales» y a la «falta de flexibilidad» en la normativa laboral, de ser los causantes del paro. Los keynesianos, por su parte, son algo más sofisticados y encuentran la explicación en «la codicia» de unos cuantos y en determinadas políticas neoliberales que ellos no comparten y que, según afirman ahora, han hecho prosperar las «conductas inadecuadas «que debemos extirpar para poder salir de esta crisis.
Otra manera bastante simple de analizar las cosas es considerar que Alemania es la única culpable de todo lo que está pasando en Europa. Es irónico observar como los alemanes están siendo representados ahora como «usureros despiadados» sin tener en cuenta la naturaleza de las contradicciones sociales que hay detrás del conflicto entre el centro y la periferia y pasando por alto que tanto en el centro como en la periferia existen explotados y explotadores.
Las crisis económicas anteriores ya tuvieron sus chivos expiatorios. Entre 1929 y 1945, y en cierta medida aún hoy día, «los financieros judíos internacionales» fueron presentados como los culpables de la crisis, los nazis también acusaron entonces a los países capitalistas que habían salido vencedores de la Primera Guerra mundial, y sobre todo, acusaron a los comunistas de ser los causantes de todos los males. Durante la estanflación de la década de 1970, los «ricos jeques árabes del petróleo» fueron acusados de ser los promotores de la recesión.
Todas las teorías de los chivos expiatorios se sustentan en medias verdades que permiten ocultar que la auténtica causa de la crisis capitalista está en este sistema de producción anárquico basado en la explotación y en la existencia de una clase capitalista que se beneficia de él. Pero las culpas no deben colocarse sobre los capitalistas individuales o en grupos particulares de capitalistas, sino en todos aquellos que insisten en mantener y justificar este sistema injusto. Este sistema no sólo permite que una minoría viva acumulando más y más a costa de los demás, sino también que las clases dominantes de un número reducido de naciones poderosas intervengan militarmente en los asuntos de las otras, les expolien sus recursos naturales o las agredan para mejorar su dominio estratégico y militar.
El hecho de no buscar la explicación de los desastres económicos y sociales en las conductas individuales no equivale a no exigir responsabilidades concretas a todos aquellos que han mantenido determinadas conductas tipificadas como delictivas y reclamar que caiga sobre ellas el peso de la ley. Pero esto, no nos puede hacer creer que la responsable de las catástrofes sociales es la actuación aislada del individuo o suponer que sólo hay que solicitar responsabilidades personales cuando se producen crisis económicas extremas mientras que en los períodos de auge económico todo vale.
En todo caso, al pedir responsabilidades personales, hay tres cosas que no deberíamos olvidar:
1. Que mientras exista el actual orden social, los que tienen más posibilidades de levantar el dedo acusador, son los medios de comunicación del sistema y el coro de economistas neoclásicos mediáticos, muchos de los cuales han estado vegetando a costa de fundaciones vinculadas al sector financiero.
2. Que bajo este orden social, quien imparte justicia y quien obliga a cumplir las penas es un Estado que asume como misión fundamental justificar y reproducir el sistema capitalista que se encuentra detrás de la actual crisis.
3. Que el control parlamentario todavía se sustenta sobre un modelo bipartidista, reforzado por los partidos nacionalistas de derechas en determinados territorios. Un modelo que el sistema capitalista dominante, tanto en España como en otros países, promociona y quiere mantener.
Ciertamente hay ejemplos históricos donde las clases populares han pedido responsabilidades personales concretas y han impuesto penas ejemplares a aquellos que simbolizaban o ejercían personalmente las políticas más nocivas para los de abajo. Pero para ello, hubo que revertir el orden social prexistente. Si no es así, las responsabilidades personales no pasan de ser una pantomima para alargar la vida del régimen y apaciguar a las víctimas.
Todo ello nos lleva a la conclusión de que sólo los trabajadores y trabajadoras pueden acabar de manera definitiva con las crisis de este alcance, y sólo pueden hacerlo si llegan al poder político y lo utilizan para un cambio radical de sistema.
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