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Crisis económica y financiera liberal

Fuentes: Nou Treball

La que seguramente pasará a la historia económica como la «crisis de las subprimes» (hipotecas concedidas en Estados Unidos a quienes difícilmente podrán pagarlas completamente, y que en España también se ha dado bajo otras variantes, tales como la concesión por encima del valor del bien hipotecado), debiera arrojar una moraleja para los asalariados de […]

La que seguramente pasará a la historia económica como la «crisis de las subprimes» (hipotecas concedidas en Estados Unidos a quienes difícilmente podrán pagarlas completamente, y que en España también se ha dado bajo otras variantes, tales como la concesión por encima del valor del bien hipotecado), debiera arrojar una moraleja para los asalariados de bajo nivel de renta y poca seguridad en su empleo, al igual que la tiene para los poderosos, pero ni harán caso éstos ni se la aplicarán aquéllos. Imbuidos los primeros de una ficción de derechos (en particular, el de poseer una vivienda en propiedad), presos de la codicia los segundos. Atrapados ambos en esta crisis simbióticamente (pues unos y otros han sacado provecho por encima de sus solas posibilidades, aunque unos se lleven el trozo del león y otros el del ratón), será fácil, una vez más, ayudar desde el Gobierno a los ricos con el dinero de todos y con la coartada obrera, asustados los asalariados (a mil sueldos de distancia de los altos ejecutivos y empresarios) por el fantasma del paro que se puede derivar de la debacle en el sector de la construcción y el pavor a la guadaña del embargo de bienes.

Excesos hipotecarios (responsabilidad de los ciudadanos, no se olvide, aunque éstos pretendieran envolver sus sueños propietarios bajo el manto de un derecho invocado sin justificación económica, con cargo a lo que entre todos hay que pagar), excesos alimentados por créditos falsamente complacientes (responsabilidad de los bancos privados y, al menos en España, de esos cuasi bancos camuflados que son las antiguas cajas de ahorro), nutridos éstos por el disimulo de burócratas al servicio del poder alojados en los bancos centrales (queda por ver si la rebaja del tipo de interés es achacable a la responsabilidad del sistema de bancos centrales considerados mundialmente, habiendo como hay dedos acusadores). Severo traspiés han producido, y ya veremos si acaba en batacazo.

Excesos hipotecarios se han dado en varios países en los años recientes (Estados Unidos, Reino Unido, España,?), cebados por el ansia compradora irreflexiva de muchísimos ciudadanos y un somero ?por no decir ignorante? cálculo económico con su puntito de ilusoria justificación especuladora (extendida entre toda la población y no sólo entre los ricos. Recuérdese lo dicho por Adam Smith en su Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones: ?Todos los hombres sobrevaloran sus posibilidades de éxito e infravaloran las de fracaso?). La experiencia de la burbuja inmobiliaria y financiera en Japón, que todavía se arrastra (Akio Hayashiya, director de la Agència Catalana d?Inversions en Tokio, aludía recientemente a que los precios de los pisos en Tokio se habían deshinchado hasta un 90% desde el estallido de la burbuja), de nada ha servido, so pretexto de que entonces los balances de los bancos se vieron involucrados y ahora no se decía antes de estallar la crisis. Curiosamente, los miríficos expertos financieros no se percataron, hasta que la burbuja explosionó, de que ahora los balances bancarios han quedado manchados por la diseminación en forma de títulos negociados en base a las hipotecas, cuando no directamente por estas mismas, y ahora ya hemos asistido al rescate por el Banco de Inglaterra y luego por el Gobierno, del banco Northern Rock en el muy liberal Reino Unido; a la intervención del Estado alemán para salvar de la quiebra al IKB; o a la intervención disimulada de la Reserva Federal americana para hacer comprar el banco Bear Stearns antes de que desapareciera. Quedan por citar no pocos bancos afectados gravemente de los que la prensa se ha hecho eco, y otros que han realizado operaciones de captación de fondos, pretendiendo que creyéramos que eran operaciones normales, como es el caso español (en el que el papel opaco del Banco de España y del ministro de economía, Solbes, remachando el ?aquí no pasa nada?, mientras las inmobiliarias van cayendo y los bancos y cajas de ahorros buscando el auxilio del dinero fresco del Banco central europeo, viéndose este en la necesidad de elevar la voz dados los volúmenes solicitados por la banca española).

El origen de la crisis hay que situarlo en Estados Unidos, y sus datos muestran los excesos (véase Informe sobre la conjuntura econòmica Núm. 116, 21-IX-2007.Caixa de Catalunya): Las solicitudes de hipotecas para compra de viviendas aumentaron de 5,5 millones en el año 1995 hasta 11,7 millones en el año 2005 y 10,6 millones en el 2006; mientras las destinadas a refinanciación, saltaron de 2,7 millones en 1995 a 15,9 millones en 2005 y 14,0 millones en 2006. El porcentaje de los créditos hipotecarios sobre el Producto interior bruto (PIB) era 45,1% en el año 1995, 70,9% en el 2005 y 74,1% en el 2006; expresado en porcentaje sobre la renta disponible, que fue un 61,6% en el año 1995, alcanzó el 102,6% en el 2006. El porcentaje de la deuda sobre la renta disponible pasaba de 93,6% en 1995 a 140,1% en el año 2006.

Si de las hipotecas (mercado primario) pasamos al mercado secundario de créditos hipotecarios mediante la emisión de bonos de titularización hipotecaria (MBS), su volumen representaba, en porcentaje sobre el PIB, un 25,9% en el año 1995, situándose en el año 2005 en el 41,7% y al año siguiente, 2006, era ya el 43%. De éstos, la parte subprime alcanzaba el 21,9% en el año 2006, cuando era sólo el 7,5% en promedio anual durante el periodo 1995-2003. Téngase en cuenta que la morosidad de las hipotecas subprime, medida en porcentaje sobre el total de préstamos morosos, ascendía al 14,3% en el año 2007, mientras que las hipotecas de calidad prime sólo presentaban una morosidad del 2,66% en ese mismo año.

La expectativa de un aumento del precio de la vivienda, cual zanahoria a la vista del asno, y unos tipos de interés nominales relativamente bajos, reforzaban la vana ilusión de que se podía adquirir una vivienda o, al menos, intentarlo sin riesgo (pensamiento primero) o incluso ganar algunos dineros mediante la venta, si las circunstancias impedían pagar la cuota de la hipoteca (pensamiento segundo, cuando ya se conocen algunas realizaciones); y ¿por qué no aplicarse directamente a la compra y venta rápida, con ganancia de plusvalía? (pensamiento tercero, alcanzada la seguridad de que las transacciones prosiguen su curso alcista). En el caso español, las concesiones de hipotecas por importes que cubrían el coste de la vivienda incluidos los gastos, el mobiliario, la boda y el coche, y se consideraban garantizadas por el rápido aumento del valor de la vivienda hipotecada. El fluir de la liquidez mundial permitía alimentar las ansias compradoras de unos y los beneficios de otros, incorporando mano de obra inmigrada (cuyo coste social se reparte entre todos, en tanto los beneficios derivados de su menor coste laboral, es aprovechado sólo por los empresarios, en acertada jugada manipuladora de sentimientos obreros de solidaridad mal concebida).

En una economía idílica como lo es la concepción liberal, el mercado debiera ajustar los desequilibrios; sin embargo, no disponiendo de esa pureza modélica en la realidad, preciso era que aquellos que tienen la encomienda de vigilar la marcha de la economía y sus desequilibrios, y a los que se retribuye por ello abundantemente, advirtieran lo que estaba sucediendo y tomaran las medidas reconductoras adecuadas. Por su especial relevancia y por la autonomía respecto del poder político de la que algunos de estos gozan, podemos circunscribir tales responsabilidades a los Bancos centrales de los principales países del mundo, particularmente en la actual crisis, la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco Central Europeo.

Estamos asistiendo a las iniciales y perniciosas consecuencias de una crisis, liberal por su causa, pues se ha dejado actuar libremente a los mecanismos del mercado en precios y cantidades antes de subir como la espuma y deshincharse el soufflé. Así ha sido en el sector inmobiliario (en toda su cadena de arrastre industrial: construcción y sus materiales, la industria auxiliar y la complementaria), como también lo ha sido en el sector financiero (desde bancos, cajas de ahorro y chiringuitos de préstamo hasta los mercados bursátiles). Liberal ha sido también la complacencia de los organismos públicos (nominal y legalmente públicos, pero condescendientes con el poder privado). Por el contrario, se pide una salvación pública, no de los bienes y derechos de los ciudadanos comunes y corrientes, sino de las empresas y bancos, de sus accionistas y administradores, y ello, como es tan natural, en nombre del bien común, ese bien que no contempla la economía liberal.