«Las dimensiones y la profundidad de la crisis del capitalismo en España, que ponen un abrupto final a décadas de prosperidad ilusoria, a los odiosos alardes propios del pésimo gusto de los nuevos ricos y, sobre todo, a las ridículas fantasías neoimperiales en América Latina (¡había que ver a Zapatero pidiendo apoyo a Lula y […]
«Las dimensiones y la profundidad de la crisis del capitalismo en España, que ponen un abrupto final a décadas de prosperidad ilusoria, a los odiosos alardes propios del pésimo gusto de los nuevos ricos y, sobre todo, a las ridículas fantasías neoimperiales en América Latina (¡había que ver a Zapatero pidiendo apoyo a Lula y a la señora Kirchner para lograr una silla en la reunión del G-20! ¡Hay que ver estos días al santo y seña del neoimperialismo español -la compañía Repsol, neciamente privatizada en su día- a pique de ser manejado por los intereses geoestratégicos de Rusia!), deberían augurar unas perspectivas razonables a la izquierda anticapitalista española. Pero el futuro de una izquierda parlamentaria capaz de representar dignamente a cerca de tres millones de potenciales votantes, capaz de consolidarse como tercera fuerza política del Reino y capaz de crecer aupada por la evidente polarización de la vida social y económica de la España actual -casi un 60% de asalariados «mileuristas»; la mayor tasa de desempleo de la UE; la mayor tasa de crecimiento de millonarios en la última década- pasa, entre otras cosas, por comprender la peculiar dinámica de la polarización política en nuestro país.»
Leonor Març transcribió y tradujo para SINPERMISO la charla que Antoni Domènech dio la semana pasada en un acto sobre «Las consecuencias políticas de la crisis financiera» organizado en la Facultad de Ciencias Económicas por la Asociación de Estudiantes Progresistas de la Universidad de Barcelona.
Uno de los fenómenos que más ha solicitado en los últimos años la atención de los investigadores académicos es el de la polarización política en países tan distintos como los EEUU, Alemania, España, Holanda, Italia o las naciones del Cono Sur iberoamericano.
Dos formas de manifestarse la polarización política
En algunos países -como Alemania y acaso Holanda, en Europa; como Bolivia y Venezuela en el Cono Sur-, esa polarización del comportamiento político parece admitir una descripción politológica «normal»: en Alemania, por ejemplo, el progresivo adelgazamiento de las fuerzas del espacio político de centro, visible en el sostenido retroceso electoral, en votos y en escaños parlamentarios, de la suma de CDU-CSU (democracia cristiana centroderechista) y SPD (socialdemocracia centroizquierdista) apunta inequívocamente a una polarización política creciente de la población alemana. El resultado más evidente de la cual, obvio es decirlo, es el surgimiento de una nueva formación política de izquierda, la Linke, que no ha parado de crecer, regional y nacionalmente, en los últimos 4 años. (Resultados menos evidentes son, en cambio, la derechización del viejo partido liberal (FDP) y la patética pérdida de norte político -y de base social- de los Verdes.) En la jerga académica convencional, el paisaje político de la distribución de preferencias políticas en un espectro que va de la derecha radical a la izquierda radical estaría pasando de una distribución unimodal (en forma de dromedario: el grueso de los votante se apiña en el centro del espectro político) a una bimodal (en forma de camello: el grueso de los votantes se distribuye en dos montañas, una a la izquierda y otra a la derecha del espectro político). Y ese cambio de paisaje en la distribución de las preferencias políticas de la población es lo que explicaría los cambios en la configuración de la representación política y, consiguientemente, en el sistema de partidos.
Sin embargo, los estudios empíricos más sólidos han descubierto, no sin cierta sorpresa, que en otros países se dan unas pautas de polarización distintas, menos «normales», politológicamente hablando. En los EEUU de los últimos años, por ejemplo, puede constatarse que la polarización, aparentemente, ha sido un fenómeno que se ha dado sobre todo entre las elites políticas. El aspecto más visible de eso ha sido la llamada cultural war o guerra cultural lanzada por una nueva derecha recrecida contra algunas conquistas «culturales» emblemáticas de los años 60: despenalización del aborto, discriminación positiva, rubustecimiento de la laicidad del Estado, etc. Es fácil, entonces, ceder a la tentación de pensar que, en ese caso, la polarización política ha sido básicamente el resultado de una estrategia de combate electoral destinada a inducir confusión en el campo adversario y, sobre todo, a afianzar el voto de unas bases sociales consideradas propias, pero que seguirían distribuyendo sus preferencias políticas en el marco de un paisaje todavía unimodal, es decir, en un escenario político en el que todavía tendría sentido estratégico pelear fundamentalmente por el «voto de centro» o «moderado». Esa convicción explicaría, por ejemplo -dejando de lado la hipótesis del cinismo- la insistencia, precisamente por parte de los más conspicuos instigadores derechistas de las guerras culturales del Partido Republicano, en que, a pesar de la victoria de Obama, los EEUU siguen siendo un país de «centroderecha». (También explicaría los repetidos guiños «bipartidistas» de la campaña de Obama.)
Se diría, pues, que mientras en un caso (Alemania) tenemos una polarización política genuina, que parece echar sus raíces en una polarización social y económica que transforma crecientemente el paisaje político de unimodal (camello) a bimodal (dromedario), en el otro caso (EEUU, España, Italia) lo que tendríamos es un paisaje político unimodal en el que lo racional seguiría siendo, ciertamente, la lucha por el «voto de centro», pero en el que, misteriosamente, los estrategas de una derecha enloquecida y extremista (un Karl Rove, en EEUU; un Ángel Acebes, en España; un Berlusconi, en Italia) lanzan guerras culturales destinadas a polarizar «artificialmente» la vida política, a fin de rentabilizar la crispación causada por la introducción de asuntos relativamente periféricos en relación con la dinámica básica de la vida económico-social (creacionismo, confesionalismo, fundamentalismo «familiar», guerra al terrorismo, patriotismo y unidad nacional, etc.)
Las dos dimensiones de la polarización política
Sin embargo, la polarización política tiene al menos dos dimensiones. Una, evidente, es la radicalización de posturas en diversos asuntos ubicables en el espectro político derecha-izquierda: hay polarización en ese sentido cuando, pongamos por caso, una parte importante de la población sostiene una posición muy terminante contra cualquier forma de eutanasia (o de despenalización del aborto, o de laicismo público, o, en el Reino de España, de reconocimiento del carácter plurinacional de nuestro país), mientras otra parte también importante de la población es radicalmente favorable a la eutanasia (o a la despenalización del aborto, o a la profundización del carácter laico del Estado, o al reconocimiento del carácter plurinacional de España).
La otra dimensión de la polarización, menos evidente y atendida, pero en cierto sentido más importante y de mayor calado, tiene que ver, no con la radicalización respecto de uno o varios asuntos de debate político, sino con lo la coherencia en la alineación de asuntos políticamente debatibles: una cosa es la radicalización respecto de uno o varios asuntos políticamente debatibles -pena de muerte, penalización del aborto, creacionismo, interferencia mínima del Estado, o negativa a reconocer el carácter plurinacional de España, pongamos por caso-; otra muy distinta, la coherente alineación de esos asuntos. Supongamos que se es congruentemente conservador, si se está a favor de todo eso, y coherentemente de izquierda, si se está en contra. Podría, pues, darse una polarización política en la primera dimensión, porque hubiera gran radicalismo en las encontradas posturas mantenidas por segmentos importantes de población respecto de uno o más de esos asuntos, sin que, por otro lado, se registrara la menor polarización política en materia de alineación de asuntos, es decir, sin que se hubieran formado bloques congrua y coherentemente enfrentados.
La señora Rosa Díez y su nuevo partido Unión Progreso y Democracia (UPyD), por ejemplo, aspiran a ser una fuerza «transversal» sobre la base de radicalizar su hostilidad a los nacionalismos (periféricos), es decir, apostando por una creciente polarización del electorado español en torno a este asunto, pero fiando su posible crecimiento futuro a la incogruencia en el alineamiento de las preferencias políticas del electorado de la izquierda y de la derecha, es decir, confiando en que no crecerá en España la dimensión de coherencia o alineamiento de la polarización política.
Obama arrasó en California, particularmente gracias al voto de la clase obrera blanca, de los afroamericanos y de los latinos (presumiblemente, por razones económico-sociales centrales); sin embargo, ese mismo día y en ese mismo estado, se perdía el referéndum sobre el matrimonio gay; la «guerra cultural» de la derecha logró sacar provecho de la débil coherencia en el alineamiento de las preferencias políticas de las bases sociales del adversario. Un resultado firme de la investigación politológica empírica en los EEUU sostiene que uno de los rasgos más llamativos de la polarización política en los EEUU de los últimos años es la «disparidad entre la polarización de las elites y la polarización de las masas»: entre los «votantes más ricos y más sofisticados», las dos dimensiones de la polarización -la radicalización por asuntos políticamente debatibles y la coherencia en la articulación cognitiva de esos mismos asuntos- han crecido en paralelo; no así en el resto de la población: «el tercio más rico de la población norteamericana ha aumentado la coherencia de sus preferencias políticas (…), mientras que las de los más pobres siguen siendo incongruas. Pero no observamos ninguna pauta semejante cuando dividimos a la población según la región en que vive o según su práctica religiosa» (1)
Parece clara la relación entre polarización de la elite e incremento de la desigualdad. Se ha sugerido que ambas dimensiones de la polarización, la radicalización en las posturas políticas respecto de determinados asuntos políticamente debatibles y la coherencia entre ellas, han crecido en el grupo de los norteamericanos con más recursos y mayor poder: ·»la parte más rica del electorado sabe bien lo que quiere» y, más aún que en el pasado, «está resuelta a influir en el proceso político», lo cual, potencialmente, incrementa la desigualdad en la representación de los intereses políticos, no sólo a través de la actividad de los lobbies, sino también en el sufragio (2).
Polarización política y crisis económica
No es, seguramente, aventurado generalizar estos resultados de la investigación politológica empírica en los EEUU y afirmar que buena parte de la hegemonía ideológica conservadora de las últimas décadas se ha sostenido en ese proceso de desbaratamiento de la coherencia política cognitiva de las clases trabajadoras y populares (uno de cuyos indicios empíricos más claros es el espectacular declive en las tasas de sindicalización) y de paralela rearticulación del ideario político-ideológico y de la capacidad de organizarse socialmente, capilarmente, de los estratos dominantes de la población. En ese contexto, la polarización «artificial» inducida en las campañas políticas por las «guerras culturales» de la derecha cobra bastante sentido. Substrae del debate político asuntos económico-sociales centrales, aprovechando, dicho sea de paso, que una izquierda política completamente desorientada y acomodaticia ha dejado de ponerlos en cuestión. Y trata de dividir al adversario (o al menos, según famosamente declarara al Financial Times Gabriel Elorriaga, estratega de la última campaña electoral del PP español, de «desmoralizarlo») en asuntos más periféricos. Todo eso en la -fundada- convicción de que las bases sociales de ese adversario adolecen de problemas de coherencia. Que esa estrategia de «guerra cultural» pueda ser exitosamente resistida, por ejemplo, con una contraestrategia «buenista» de «Maternidad y Desencaje» , como verosímilmente han hecho el «bamby» Zapatero y el «bipartidista» Obama -a quien el equipo de McCain llegó a presentar como «becario de Zapatero»- en sus últimas campañas electorales, no afecta mucho al fondo de la cuestión, que echa sus raíces, como dicho, en la desvertebración de la coherencia política de las clases populares.
Comencé esta charla hablando de las distintas manifestaciones de la polarización en países como EEUU, Alemania y España. La terminaré observando cómo se reflejan esas diferencias en las distintas actitudes de las poblaciones ante la crisis económica mundial.
Hace unos días, el Financial Times publicó una encuesta de opinión sobre la crisis económica realizada entre las poblaciones del Reino Unido, Francia, Italia, Reino de España, Alemania y los EEUU. (3) Preguntaba por las causas de la crisis financiera, con cuatro tipos de respuesta posibles: a) se trata de abusos del capitalismo; b) se trata de fallos intrínsecos del capitalismo; c) Ninguna de las dos cosas; d) No está seguro. He aquí los resultados:
ING | FR | IT | ESP | AL | EEUU | |
Abusos del capitalismo: | 52% | 68% | 65% | 62% | 46% | 66% |
Fallos del Capitalismo: | 13% | 17% | 11% | 15% | 30% | 7% |
Nada de eso: | 7% | 5% | 8% | 9% | 13% | 10% |
No está seguro: | 28% | 10% | 16% | 14% | 10% | 10% |
Se pueden sacar varias conclusiones de esta encuesta, algunas enjudiosas. Por ejemplo, ésta: la enorme desorientación de la población británica tras más de una década de «tercera vía» y «nuevo laborismo» (28% de los encuestados «no están seguros»). O esta otra: a pesar de tener el gobierno más derechista desde el final de la II Guerra Mundial, con un presidente que ganó abrumadoramente las elecciones prometiendo «americanizar» la vida económica francesa (aunque que ahora dice querer nada menos que «refundar el capitalismo» mundial), el formato republicano de la vida política gala parece todavía lo bastante robusto como para que un 17% de la población culpe directamente de la crisis a los males endémicos del capitalismo.
Pero lo que me importa destacar aquí es ésto: se da la coincidencia de que el país en donde la «guerra cultural» y la consiguiente polarización «artificial» inducida por la derecha en las campañas electorales ha sido más baja -Alemania- es también el país en el que el potencial de crítica al capitalismo como sistema económico intrínsecamente irracional y desastroso es más alto (30% de la población). Por el contrario, las actitudes más conformistas (¡en pleno suicidio del capitalismo financiero, sólo un 7% de la población norteamericana, un 11% de la italiana y un 15% de la española culpan al sistema!) se dan entre las poblaciones de países que cuentan con una derecha (los Bush, los Berlusconi, los Aznar) entregada a feroces «guerras culturales» y enterquecida en una crispante polarización elitista de la vida política, capaz de anestesiar políticamente el debate, o de distraer al menos la atención sobre la tremenda polarización socio-económica objetiva a que se ha asistido en las últimas décadas, y por lo mismo, capaz hasta ahora de frenar la polarización política de masas que esa situación objetiva debería normalmente propiciar. Se diría, pues, que las «guerras culturales» de la derecha son posibles sobre todo en países en los que las clases populares han perdido buena parte de la coherencia política cognitiva, y les resulta más fácil a las elites conservadoras buscar estrategias de polarización basadas en la radicalización de asuntos políticamente debatibles más o menos periféricos, pero capaces de dividir al adversario.
Se insiste estos días en España en el fiasco y aun el suicidio de Izquierda Unida y, en menor medida, de EUiA e Iniciativa per Catalunya-Verds, los restos de una izquierda que, aun si tremendamente disminuida por sus graves errores estratégicos en la llamada Transición democrática española, fue relativamente fuerte hasta hace poco, y a la que todavía se asigna razonablemente un potencial de voto superior a los 2 millones de votantes. A mí me parece fuera de duda que sus fracasos recientes, además de con el esperpéntico cainismo político de unos dirigentes sin otro oficio ni otro beneficio que el medro logrero programáticamente inane, tienen que ver también con la incapacidad para entender el peculiar modo en que se manifiesta la polarización política en el Reino de España. Una incomprensión que les ha llevado a oscilar epilépticamente entre, de un lado, la miopía de la subordinación a la (eficaz) estrategia reactiva del PSOE a las chillonas «guerras culturales» desencadenadas por los aprendices de neocon del PP (y por los «transversales» de UPyD) y sus poderosos altavoces mediáticos y, del otro lado, la ceguera de la atrabiliaria confrontación con un PSOE poco menos que vituperado como enemigo principal.
Las dimensiones y la profundidad de la crisis del capitalismo en España, que ponen un abrupto final a décadas de prosperidad ilusoria, a los odiosos alardes propios del pésimo gusto de los nuevos ricos y, sobre todo, a las ridículas fantasías neoimperiales en América Latina (¡había que ver a Zapatero pidiendo en San Salvador apoyo a Lula y a la señora Kirchner para lograr una silla en la reunión del G-20! ¡Hay que ver estos días al santo y seña del neoimperialismo español, la compañía Repsol -neciamente privatizada en su día- a pique de quedar a merced de los intereses geoestratégicos de Rusia!), deberían augurar unas perspectivas razonables a la izquierda anticapitalista española. Pero el futuro de una izquierda parlamentaria capaz de representar dignamente a cerca de tres millones de potenciales votantes, capaz de consolidarse como tercera fuerza política del Reino y capaz de crecer aupada por la evidente polarización de la vida social y económica de la España actual -casi un 60% de asalariados «mileuristas»; la mayor tasa de desempleo de la UE; la mayor tasa de crecimiento de millonarios en la última década- pasa, entre otras cosas, por comprender la peculiar dinámica de la polarización política en nuestro país.
NOTAS: (1) Delia Baldassarri y Andrew Gelman, » Partisans without Constraint: Political Polarization and Trends in American Public Opinion», en American Sociological Review, Vol. 114, Nº 2 (Septembre, 2008): 408-46. (2) Larry M. Bartels, Unequal Democracy: The Political Economy of the New Gilded Age, New York/Princeton, N.J.: Russell Sage Foundation/Princeton University Press, 2008. (3) Fuente: Harris Interactive / Financial Times.
Metodología: entrevistas online con 6.276 adultos en EEUU, Alemania, Francia, Italia, España y Gran Bretaña, realizadas entre el 1 de octubre y el 13 de octuibre de 2008.
Antoni Domènech es catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona. Su último libro es El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista , Barcelona, Crítica, 2004. Es el editor general de SINPERMISO
Traducción para www.sinpermiso.info : Leonor Març
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