La profunda crisis moral que está ocurriendo en Brasil ha sido causada, en primer lugar, por los errores de Lula, por su inconsistencia, sus concesiones, por su indulgencia. Pero también hay que decir que está siendo aprovechada por las fuerzas ultra reaccionarias para derribar a un gobierno popular. La caída del gobierno de Lula constituiría, […]
La profunda crisis moral que está ocurriendo en Brasil ha sido causada, en primer lugar, por los errores de Lula, por su inconsistencia, sus concesiones, por su indulgencia. Pero también hay que decir que está siendo aprovechada por las fuerzas ultra reaccionarias para derribar a un gobierno popular. La caída del gobierno de Lula constituiría, en primer lugar, un golpe a los movimientos de progreso social en el Brasil y en América Latina. Se debe también el actual escepticismo a un exceso de confianza, al aliento de exuberantes ilusiones, a creer que el gobierno de Lula sería una panacea que solucionaría todos los males.
Lula tuvo que hacer concesiones para llegar al poder. Pese a su tolerancia y sus tropezones sigue siendo, sin embargo, la expresión de la voluntad democrática del pueblo brasileño. Los avances no han sido tan profundos como habría sido deseable pero el gobierno ha adoptado diseños sociales que van más allá de la retórica, entre ellas la política contra el racismo, la reforma universitaria, programas a favor de la familia y los ancianos, transformaciones agrícolas, la autosuficiencia petrolera. A Lula le queda apenas un año y cuatro meses de gobierno; termina su mandato el 1º de enero del 2007.
No puede ignorarse que existe una amenaza golpista de la burguesía que requiere, para evitarla, una movilización de las masas. Que algunos sean corruptos no quiere decir que todos lo sean. Hay una atmósfera de linchamiento en la vida política que sólo puede dejar desfavorables consecuencias, hasta el extremo de que ya la misma oposición comienza a temer el clima de subversión que ha propiciado.
Para justificar su estrategia anti Lula la burguesía agita el fantasma de Venezuela. Es decir, le temen a un esquema gubernativo de beneficio social para las amplias capas populares que debilite a la oligarquía. Asustan con tales conceptos a las clases medias y conservadoras. El real ha sufrido una depreciación reciente de 2,67% frente al dólar y ello suscita una amenaza de turbulencias económicas, fuga de capitales y suspensión de inversiones productivas lo cual atemoriza al gran capital.
El origen de esta crisis moral de credibilidad tiene su núcleo en un revelado método de soborno y cohecho. El Partido de los Trabajadores ha formado parte de una red de financiamiento ilegal de sus campañas electorales y de soborno a dirigentes y legisladores. El empresario Marco Valerio de Souza movilizó millones de dólares, a través de sus empresas, para beneficiar al PT, entregó sumas en efectivo a dirigentes políticos. Los negocios de De Souza servían de pantalla para lavar dinero extraído de fondos públicos que se depositaban en cuentas en el paraíso fiscal de las Bahamas.
Una reciente encuesta del Instituto Ibope indica que el apoyo a Lula decayó hasta un 31 % y aumentó a un 47 % quienes desaprueban la gestión del Presidente. Pese a todo ello todavía mantiene su capacidad de convocatoria de las masas. En un mensaje a la nación Lula se disculpó, dijo con toda franqueza que había sido traicionado. Afortunadamente la izquierda ha reaccionado con un manifiesto de apoyo al Presidente. Una renuncia de Lula dejaría al país ingobernable durante mucho tiempo.
Lula ascendió al poder con la promesa de que terminaría con el hambre. El capitalismo internacional había entrado en una fase de total hegemonía del capital financiero, mezclado con los grandes grupos monopólicos, que dominan el comercio, la industria y los servicios. El pueblo brasileño entendió que con su voto había rechazado el modelo neoliberal, causante de la miseria nacional. Las elites aceptaron una alianza con el nuevo régimen con el fin de influir en el rumbo del neoliberalismo. Pasadas las tres cuartas partes del mandato, el resultado está ahí, se sigue una política económica neoliberal, controlada por la clase dominante brasileña. Lula no ha propiciado la instauración de un nuevo sistema, ni siquiera ha esbozado la posibilidad de un cambio radical.
El triunfo de Lula en Brasil abrió un sendero de esperanza. Algunos compararon aquella victoria con la de Salvador Allende en Chile en 1970. Lula empleó un lenguaje muy tajante y hasta extremista, amenazando con romper la estructura capitalista de la sociedad brasileña. Después se corrió hacia el centro, mostrando una moderación que pudiera apaciguar la ansiedad bursátil y la fuga de capitales.
Durante su visita a Hugo Chávez, Lula afirmó que no le gustaba ser rotulado de izquierda, que jamás había leído una sola página de materialismo dialéctico. Durante el Foro Social Mundial de Porto alegre fue abucheado por la muchedumbre. Una defraudación más va a dejar un grave impacto en la conciencia de los brasileños que depositaron un enorme caudal de expectativas en el actual presidente.
Hay que esperar, antes de retirarle la confianza a Lula, los resultados de una política de hacer lo posible dentro de lo apetecible, en una época de un imperialismo agresivo y expansionista.