Dos años han pasado del recrudecimiento de la crisis mundial; treinta años de neoliberalismo y la economía mundial continua su caída. Tan sólo en EU la reserva federal ha gastado más de 16 billones de dólares para el rescate financiero, más del 100% de la riqueza producida por esa economía en un año (PIB). El […]
Dos años han pasado del recrudecimiento de la crisis mundial; treinta años de neoliberalismo y la economía mundial continua su caída. Tan sólo en EU la reserva federal ha gastado más de 16 billones de dólares para el rescate financiero, más del 100% de la riqueza producida por esa economía en un año (PIB). El resultado ha sido una brutal concentración económica en el país que se precia de ser el campeón de la «democracia» e «igualdad de las oportunidades», de manera que ahora el 1% de la población más rica concentra cerca de 40% de la riqueza total, mientras que hace 25 años el 12% más rico controlaba el 33%. Esta brutal concentración tiene su contraparte en los desempleados (10% de la población económicamente activa), en la pérdida de su poder adquisitivo y en el masivo embargo de casas en EU.
Rescatar las ganancias capitalistas ha sido la prioridad para todos los gobiernos del mundo; en cambio, para el pueblo hay desempleo, pobreza, caída de salarios reales, despojo de pensiones y pérdida de derechos laborales y sociales. Y para el planeta, devastación ecológica, extinción de especies, calentamiento global y agotamiento de recursos (agua, bosques, gas, minerales) por la explotación irracional.
Las políticas económicas de este modelo económico no sirven ya, ni siquiera para estimular el crecimiento. El pronóstico nos dice que serán más de dos décadas de crisis económica (muy parecido a lo sucedido con el crack de 1929 y la depresión de los años treinta). Es así, que no hay reducción de tasas de interés que estimule la inversión o aumento de gasto que estimule el consumo o construcción de infraestructura. No hay recuperación de los empleos destruidos con la crisis y en tanto eso no suceda, el consumo y la producción no se recuperarán. Hay rescates financieros, pero no rescates al pueblo. La opción militarista es una realidad para muchos gobiernos, sea en contra de su población o sea en contra de otras naciones, el fantasma de guerras mundiales para «aliviar» al capitalismo está presente en la mente de las oligarquias mundiales.
La descomposición social se ha acelerado, los de abajo, siempre excluidos del festín financiero, deben pagar los platos rotos de la avaricia de la clase burguesa mundial. La reducción del gasto público, particularmente el gasto social (educación, vivienda, seguridad social, salud, etcétera) es la constante en todo el planeta. En vez de obligar a los de arriba a pagar impuestos, de reducir la riqueza de funcionarios y políticos (en EU el 60% de los senadores son millonarios con una riqueza promedio de 4 millones de dólares, en tanto que la riqueza media de un ciudadano es de 25 mil dólares), de nacionalizar empresas clave para garantizar un poco más de estabilidad, como lo hace Venezuela con la minería del oro, por ejemplo, se incrementan los impuestos para los pobres y las tarifas por bienes y servicios como el agua, gas, electricidad, gasolina, transporte; se elimina el derecho a la pensión y jubilación; se privatizan las últimas empresas públicas, etcétera. Esto forma parte de una gran ofensiva del capitalismo mundial por apropiarse de una mayor parte de las ganancias en detrimento de nuestra calidad de vida. Algo que puede ser entendido como una autentica guerra global de clases: los grandes empresarios, aferrados a su ganancia, exigiendo a los gobiernos que apliquen medidas de «ajuste» contra los pueblos.
La frustración, rabia y resentimiento crecen y se expresan en manifestaciones populares mundiales. Hambrientos, desempleados, excluidos de todos los derechos sociales, frente a un puñado de millonarios, que presumen mercancías y nuevas tecnologías difíciles de adquirir. La sociedad espectadora, enajenada por el consumo y bienestar ficticio está dando a luz a una en donde el pueblo se rebela más, se organiza más, y genera procesos interesantes de transformación, como los indignados españoles o los estudiantes chilenos, por ejemplo. En esta nueva fase de la guerra de clases no está claro hasta donde podrá llegar el pueblo, pero es significativo que incluso en aquellos países en donde se padecieron gorilas de la talla de Pinochet o Franco, los pueblos se levanten y desafíen el terror del capitalismo carnicero que los intento disciplinar.
Cada vez más pueblos se integrarán a la batalla contra los planes del capital. Nuestro tiempo ha llegado, los indignados del mundo debemos luchar, unirnos, defendernos, y a la par, construir la alternativa.
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