No tiene nada que ver con el caso Schoklender, pero investigar esa ruta es útil para responder a la pregunta de cómo es posible que Grecia, un país de diez millones de habitantes, tenga en jaque a la economía mundial -al menos según describe la información corriente. Dicho de otra manera, para que un ‘default’ […]
No tiene nada que ver con el caso Schoklender, pero investigar esa ruta es útil para responder a la pregunta de cómo es posible que Grecia, un país de diez millones de habitantes, tenga en jaque a la economía mundial -al menos según describe la información corriente. Dicho de otra manera, para que un ‘default’ de Grecia arrastre a la zona euro a la bancarrota, es necesario que esa bancarrota ya se encuentre instalada en el conjunto de la economía mundial.
La deuda pública de Grecia, Irlanda y Portugal en poder de los bancos alemanes apenas supera los 25 mil millones de euros, una migaja para un sistema con activos por 25 billones de esa moneda; los bancos franceses tienen en cartera unos 30 mil millones; el resto de Europa y Estados Unidos, muy poco. El asunto cambia de aspecto cuando se observa que esos bancos alemanes tienen acreencias por 140 mil millones de euros sobre bancos y compañías privadas de esos países, y nada menos que otros 100 mil millones de dólares en títulos y bonos que protegen las inversiones realizadas (derivados). O sea que la deuda pública de esos tres países no afecta, al menos directamente, a los bancos acreedores, pues representa apenas el 8% del total de lo que les deben Irlanda, Grecia y Portugal. Más ilustrativo es el caso de Gran Bretaña: los bancos tienen en su poder deuda del trío en crisis por 200 mil millones de euros, pero sólo diez mil millones corresponden a deuda pública de esos países. Los bancos de Estados Unidos tienen menos deuda pública aún: siete mil millones de euros, pero la deuda privada de compañías, bancos y derivados con los bancos norteamericanos se acerca a 200 mil millones. Los bancos del conjunto de la zona euro más Estados Unidos, poseen deuda de esos países en el orden de un billón de euros, de los cuales la deuda pública en sus manos no supera los 50 mil millones de euros.
¿Qué pasa entonces? Ocurre que la parte del león de la deuda pública de Irlanda, Grecia y Portugal -alrededor de 650 mil millones de euros- se encuentra en manos de los bancos y compañías de esos mismos países, cuya compra financiaron (un 60% de ella) contrayendo deuda con bancos en el exterior, y financiaron del mismo modo, con deuda externa, la compra de deuda del sector privado. De acuerdo con «cálculos del Banco de Inglaterra, las pérdidas que produciría una ‘quita’ del 50% a la deuda de esos países más España, barrería con el 70% del patrimonio de los bancos griegos, con la mitad del patrimonio de los bancos de España y Portugal, y con el 10% del de los bancos alemanes y franceses» (The Economist, 16/4). La deuda privada de España triplica a la del conjunto de los países mencionados y es casi el doble de su propia deuda pública. Si en lugar de una ‘quita’ se produce un ‘default’, las consecuencias serían terminales. Los bancos franceses y alemanes son, en muchos casos, los accionistas principales de los bancos de los países afectados. En resumen, la deuda griega es la punta del témpano de un sistema bancario en bancarrota. A esto nos lleva «la ruta del dinero». Incluso en el momento actual, sin ‘quitas’, ni menos ‘defaults’, se estima que el déficit de capital de la banca alemana con respecto a las normas actuariales, es de 250 mil millones de euros. ¿Pueden los planes de austeridad y las privatizaciones de los países en cuestión hacer frente a semejante hipoteca? Imposible.
Reestructuremos
La reestructuración de las deudas públicas de esos países, como abogan algunos ante la evidencia, es entonces sólo un aspecto de la crisis de deuda -es necesaria una reestructuración de las deudas privadas. ¿Pero cómo se reparten en forma equilibrada las pérdidas que ocasionaría una reestructuración a los acreedores? Alemania, que oficialmente aboga por un refinanciamiento, es el país que tiene las espaldas más anchas para compensar a su sistema financiero, lo cual dejaría a éste en una posición dominante en el mercado. Alemania pretende hacer recaer el costo de una refinanciación de la deuda pública de Grecia (y de la deuda de los bancos griegos con la banca alemana) en los bancos que nacionalizó al comienzo de la crisis -o sea que pagará el Tesoro, no los acreedores de esos bancos ni los bancos que no fueron nacionalizados- como el Deustche o el Commerzbank. Otras formas de reestructuración tropiezan siempre con su costo; el Tesoro italiano, al borde la bancarrota, no está en condiciones de financiar a los otros países en bancarrota. Un refinanciamiento colectivo sólo funcionaría como un paso hacia un sistema fiscal único de Europa -por ahora imposible. Lo decisivo, sin embargo, es algo que va más allá de la crisis financiera: el mercado mundial se contrae, es decir que los países en bancarrota no tienen salida por la vía de la recomposición de la industria y del comercio. El ‘default’ virtual de Grecia es la expresión de una bancarrota que se encuentra más allá de sus fronteras, y ésta la expresión de un límite histórico del conjunto del capital mundial.
No sólo Europa
Es en este punto que entran Estados Unidos y China, la relación que hace las veces de telón de fondo de la crisis europea. La economía norteamericana no levanta cabeza a pesar de la inyección de billones de dólares; el crédito no se reanuda y los bancos guardan la plata en las cuentas remuneradas del Banco Central u operan especulativamente en los mercados ‘emergentes’; la deuda pública federal se encuentra en ‘default’; las empresas que ofrecen ganancias explotan una enorme intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo y el desplazamiento de la competencia -no aumentan las inversiones ni la producción. El desempleo sube, los precios de las viviendas siguen cayendo a niveles históricos, los estados y municipios se encuentran en quiebra. Por otro lado, el motor de la demanda mundial en los últimos años, la inversión inmobiliaria en China y en la siderurgia, está saturada, o sea que sus gestores se encuentran en default con sus propios financistas. La mancha de aceite va llegando a nuestras costas: un negocio de venta minorista en gran escala, La Polar, en Chile, bordea la quiebra como consecuencia de la saturación de sus créditos al consumo con tarjeta. El caso importa porque se está generalizando en Brasil, donde el ‘default’ de los consumidores ha subido un 20,6% desde principios de año (Financial Times, 20/6). Un índice del nivel de especulación que anticipa la bancarrota brasileña lo ofrece el dato de que la Bolsa de Sao Paulo tiene un nivel de capitalización (suma de los precios de las acciones de las empresas cotizantes) superior a la de Alemania y China, cuyos valores se han desplomado en la crisis. Argentina sufre el mismo fenómeno y es el principal vecino de los brasileños.
La crisis política entre nosotros
La bancarrota capitalista ha comenzado a provocar fisuras en la capacidad de decisión política de la burguesía, como lo muestran las divisiones en la Unión Europea, la situación terminal de varios de sus gobiernos, la disputa creciente en Estados Unidos sobre los planes de ajuste -que incluso se trasladan a la guerra contra Libia, con la división de la Otan y el reclamo de la derecha italiana para retirarse de los bombardeos criminales. Por último, la reacción popular: desde la toma de la Bastilla hasta hoy, pasando por varias revoluciones rusas y el mayo francés, los primeros síntomas de la revolución son las huelgas, las manifestaciones, las luchas desesperadas y la aparición en masa de los Indignados.