Me siento obligado a decir algo sobre el intercambio entre Michael Roberts y Rolando Astarita que se publicó recientemente en Sin Permiso.
Conozco a Astarita y a Roberts desde hace años. Rolando y yo fuimos coautores en 2013 de La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI. Y en The World in Crisis, un libro que compilaron Guglielmo Carchedi y Michael Roberts en 2017, yo aporté el capítulo 3. Creo que Astarita, Roberts y yo estamos de acuerdo en considerar el presente sistema económico, alias capitalismo, como inestable y generador de múltiples lacras sociales, objeto por tanto de una crítica radical como sistema cuya superación es una tarea planteada a la humanidad. Pero el acuerdo en ese tema básico no excluye que tengamos importantes diferencias en otros temas, por ejemplo, los relacionados con la historia del marxismo y la caracterización de experiencias como las revoluciones del siglo XX y el carácter actual de ciertos países en los que, a juicio de no pocos marxistas, existen hoy regímenes socialistas, o al menos “antiimperialistas”, que por tanto no han de ser objeto de crítica. No comparto de ninguna manera esa visión que bajo una supuesta coherencia ideológica sirve de taparrabos a la tiranía y la corrupción generalizada de líderes y partidos políticos autodefinidos como marxistas que se mantienen hoy en el poder mediante la manipulación económica y política y la represión. Daniel Ortega es un ejemplo obvio. En estos temas creo estar mucho más cerca de Astarita que de Roberts.
Pero la discusión entre Astarita y Roberts que ha aparecido en Sin Permiso no ha sido sobre esos asuntos, sino sobre la famosa (entre los marxistas) ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia y el fenómeno de superproducción como explicación de las crisis económicas.
Los marxistas y algunos no marxistas llevan siglo y medio discutiendo sobre la idea de que la rentabilidad del capital, la “cuota” de ganancia (como escribía en sus pavorosas traducciones Wenceslao Roces) o tasa de ganancia, tiene o no una tendencia a caer, a ser en general menor con el paso del tiempo y el desarrollo de la economía capitalista. Esa “ley” de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que en la jerga económico-marxista se ha transformado en LTDTG, sería según escribió Marx en algunos de sus manuscritos inéditos a su muerte, la ley más importante del funcionamiento del sistema económico capitalista.
Como noción teórica, la LTDTG vio la luz cuando utilizando manuscritos que Marx había escrito en 1861-1863, Engels produjo en 1894 el tomo 3 de El capital, en cuyos capítulos 13, 14 y 15 se discute esa “ley”. Marx nunca hizo referencia a esa LTDTG en las obras que publicó en vida, pero la discutió por extenso en diversos manuscritos que dejó inéditos a su muerte.
El concepto de “ley” está mucho más claro en las ciencias naturales que en las ciencias sociales. Una ley científica, tal como la define por ejemplo Wikipedia, es “una proposición científica que afirma una relación constante entre dos o más variables o factores, cada uno de los cuales representa una propiedad o medición de sistemas concretos. También se define como regla y norma constantes e invariables de las cosas, surgida de su causa primera o de sus cualidades y condiciones. Por lo general se expresa matemáticamente o en lenguaje formalizado.”
Ejemplos de leyes científicas podrían ser la ley de la gravedad según la cual los cuerpos físicos se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa; o la ley de la equivalencia entre masa y energía en los procesos atómicos, que dice que la energía es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz; o la ley de conservación de la masa, ley de Lomonósov-Lavoisier, según la cual en un sistema aislado, durante una reacción química ordinaria la masa total permanece constante, es decir, la masa consumida de los reactivos es igual a la masa de los productos obtenidos. En las ciencias sociales las leyes son por supuesto mucho más ambiguas.
Tal como se presenta en el tomo 3 de El capital, la LTDTG es un tanto imprecisa, en primer lugar porque se expresa como “tendencia”, concepto este que ya implica una importante ambigüedad. De hecho, decidir si una serie numérica tiene o no una tendencia no está ni mucho menos resuelto en la estadística y la matemática actual, mucho menos en la matemática rudimentaria que usaba Marx. Por ejemplo, si una variable cambia con el paso del tiempo t y toma el valor (5+t)/t, su valor será tanto menor cuanto más tiempo pase, pero nunca descenderá por debajo de 1. Pero todo parece indicar que lo quería decir Marx era que la tasa de ganancia se acercaría cada vez más a cero. Aunque al usar luego el concepto de tendencias contrarrestantes, admitiendo que durante largos periodos la tasa de ganancia podría no caer, aunque, a la postre lo haría, incluía en la noción de “tendencia descendente” más ambigüedad si cabe. Por lo demás, que Marx tenía un concepto de “ley” científica un tanto peculiar puede quedar ilustrado por algunos pasajes del manuscrito original que Engels usó para preparar el tomo 3. Dicho manuscrito de 1864-1865 ha sido publicado en alemán y en inglés y de su lectura puede deducirse que Marx consideraba “leyes” matemáticas simples inferencias derivadas de una mera definición. Marx dedicó numerosas páginas de ese manuscrito a estudiar la relación entre la tasa de ganancia, p’, definida como s/C, y la tasa de explotación (o tasa de plusvalía), s’, definida como s/v. Uso aquí los símbolos que se usan en la edición inglesa de Moseley de dicho manuscrito, donde s es plusvalía (o plusvalor), C es el capital total c + v, siendo c el capital constante y v el capital variable. En un lugar de esa discusión (Marx economic manuscript of 1864-1965, trad. de B. Fowkes, ed. de F. Moseley, Chicago, Haymarket, 2017, pp. 103-104), Marx afirma que existen dos “leyes” en la relación entre las tasas de plusvalía y de ganancia, la primera ley es que p’= s/C, de forma que si C es constante, la tasa de ganancia aumentará o disminuirá como lo haga s; la segunda ley es que p’/s’ = v/C, o sea que la razón de la tasa de ganancia a la tasa de plusvalía es igual a la razón del capital variable al capital total. Es obvio que estas dos “leyes” son solamente inferencias de las mismas definiciones matemáticas, es algo así como si dijéramos que una ley geométrica es que la razón del perímetro de la circunferencia a su diámetro es π y otra ley es que el radio de la circunferencia es su perímetro dividido por el doble de π. Tras la definición de estas dos “leyes” Marx continúa con un tortuoso razonamiento aritmético llegando a la conclusión de que la ley según la cual p’/s’= v/C es o bien falsa o requiere modificación en ciertas circunstancias. Pues bien, desarrollemos esa ecuación y veamos que p’/s’ es igual a s/C dividido por s/v. Y como dividir una cantidad por una fracción es lo mismo que multiplicarla por la fracción inversa, s’/v’ es lo mismo que s/C multiplicado por v/s, que es obviamente v/C. De forma que Marx, al paso que discute su peculiar concepto de “ley” está negando una igualdad matemática obvia.
En los manuscritos de Marx hay no pocos errores matemáticos que por lo general han sido sistemáticamente ignorados por los marxistas. Rosa Luxemburg es un caso excepcional en este sentido y por supuesto, se ganó el desprecio de muchos para quienes Marx nunca habría echado un borrón. En el caso del tomo 3 de El Capital, al parecer ayudado por un matemático aficionado, Samuel Moore, Engels expurgó muchos de estos errores del manuscrito. Por supuesto que esos errores matemáticos no invalidan, ni con mucho, la enorme contribución de Marx en los tres tomos de El capital a entender el funcionamiento de la economía capitalista. Pero la peculiar forma con que Marx entiende el concepto de ley científica sí habría de ser un freno para el entusiasmo con que muchos marxistas afirman una y otra vez la LTDTG como principio básico para entender el capitalismo en general y las crisis en particular.
Astarita no cree que la LTDTG pueda usarse para explicar las crisis y tampoco cree que los razonamientos de Marx para sustentar esa ley sean válidos. En esto último yo estoy de acuerdo con él. Habría que hacer constar, sin embargo, que, en este terreno, si Marx estaba errando, estaba en muy buena compañía, porque los líderes de la economía política del siglo XIX, Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill, hoy considerados fundadores de la “ciencia económica”, mantenían todos la misma idea; también creían que, a la larga, la rentabilidad del capital caería más y más.
Cuando comenzó a hablarse de la LTDTG entre los marxistas alemanes, al final del siglo XIX, muchos la interpretaron como demostración por parte de Marx de que el capitalismo estaba condenado a hundirse, antes o después. Pero hubo bastantes como Eduard Bernstein entre quienes militaban en la socialdemocracia que estuvieron en desacuerdo general con esas ideas según las cuales el capitalismo estaría abocado a crisis sucesivas y cada vez más graves que lo llevarían a su fin. La experiencia de las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, decían, sugería que el capitalismo podía evolucionar sin crisis importantes. En opinión de estos que a menudo recibieron la calificación de reformistas (porque buscaban las reformas y no la revolución) o revisionistas (porque querían revisar lo que según otros era el pensamiento integral de Marx), lo que los socialistas habían de hacer era ganar fuerza y esperar a tomar el poder por medios parlamentarios, desde donde podrían proceder a socializar la economía. Uno de los primeros encontronazos entre marxistas con referencia a la LTDTG tuvo lugar en esos años previos a la I Guerra Mundial y uno de los participantes en esas controversias fue precisamente Rosa Luxemburg, que antes se había opuesto, junto con Kautsky y otros, a las ideas reformistas de Bernstein. Lo que Luxemburg arguyó entonces, sin embargo, no fue que la LTDTG fuera el mecanismo que llevaría al colapso del capitalismo. Por el contrario, Rosa Luxemburg afirmó que el descenso de la tasa de ganancia que ha de ocurrir según la “ley” tardaría en llevar el capitalismo a su fin más o menos el mismo tiempo que tardaría el sol en enfriarse. Para ella, el capitalismo era una forma social inestable, transitoria, caduca, destinada al colapso y al hundimiento, pero por otras razones, entre las que era clave la necesidad de buscar mercados para la producción siempre creciente de los países capitalistas, que llevaría a su vez a la guerra entre las potencias capitalistas, que eran entonces también las metrópolis de inmensos imperios coloniales.
Fuere o no por las causas que aducía Luxemburg, la guerra comenzó en 1914, Luxemburg fue encarcelada por su oposición a la carnicería y cuando la guerra acabó y recobró su libertad, fue asesinada por los militaristas que eran el embrión del nazismo.
La I Guerra Mundial supuso la escisión definitiva entre los socialdemócratas reformistas que bajo pretextos patrióticos apoyaron la carnicería bélica en cada país y los revolucionarios que intentaron acabar con el capitalismo y los gobiernos que habían generado semejante barbarie. Esos revolucionarios pronto adoptaron la denominación de comunistas y en su gran mayoría, apoyaron a la URSS. Por décadas, la LTDTG quedó como tema de discusión entre las minorías de marxistas antibolcheviques. Los teóricos económicos más destacados vinculados a los partidos comunistas o la ignoraron o la rechazaron, hasta que muchos años después de la II Guerra Mundial las controversias volvieron a surgir bajo la influencia de autores como Mandel, Mattick, Shaikh, Yaffe y otros, que a menudo se refirieron a Henryk Grossman, autor polaco de un libro que había sido publicado en alemán en 1929 y que solo recientemente se ha traducido íntegro al inglés, aunque se tradujo antes al japonés y al castellano. En ese libro, bajo el título de La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista: Una teoría de la crisis, Grossman presentó una originalísima teoría que, siguiendo la lógica de Marx, desarrollaba un esquema muy definido y bien argumentado de por qué el crecimiento normal del capitalismo provocaría una y otra vez situaciones de crisis, de colapso de la acumulación del capital, aspecto esencial del sistema capitalista. El libro de Grossman apareció en 1929, inmediatamente antes de la Gran Depresión de los años treinta, que tenía todo el aspecto de un colapso del capitalismo y que parecía dar sustancial apoyo empírico a las ideas de Grossman. Pero fue mal recibido por los marxistas prosoviéticos y peor aún por los cada vez menos socialdemócratas o socialistas que seguían cultivando de alguna manera la tradición de la teoría de Marx. Incluso entre los marxistas antileninistas y antibolqueviques hubo quienes como Anton Pannekoek lo rechazaron de plano. Visto con la perspectiva de casi un siglo en que el capitalismo desde luego no se ha derrumbado, aunque ha tenido eso sí crisis sucesivas repetidas, parece obvio que Henryk Grossman, que murió en 1950, puso en su libro de 1929 demasiado énfasis en teorizar el fin del sistema que, a su juicio ocurriría cuando a una de las crisis generadas autónomamente por la dinámica de acumulación del sistema capitalista se añadiera un potente movimiento socialista que aboliera el capitalismo. Grossman pensaba, siguiendo a Marx, que el desarrollo del capitalismo habría de producir una clase trabajadora cada vez más extensa, organizada, militante y opuesta al capitalismo. Pero en la realidad del último siglo y medio los partidos y sindicatos obreros fueron cada vez menos militantes y los movimientos anticapitalistas fueron cada vez más marginales. Tan solo levantaron, apenas, la cabeza, y solo para bajarla poco después, cuando crisis tremendas, conmovieron las ideas hegemónicas según las cuales el capitalismo, con o sin intervención del estado, puede crecer estable e indefinidamente trayendo prosperidad para todos.
En el contexto de lo que en las últimas cuatro o cinco décadas se ha dado en llamar economía marxista, cultivada en su mayor parte por intelectuales cuya influencia es marginal en las universidades y centros de investigación de la academia y menor incluso en la sociedad, la LTDTG ha estado siempre en entredicho, sometida a los más variados cuestionamientos y críticas. De esa situación fue muestra por ejemplo el libro de Cullenberg The Falling Rate of Profit: Recasting the Marxian Debate, publicado hace ya 30 años. El intercambio polémico entre Astarita y Roberts es prueba innegable de cómo ciertos debates pueden extenderse casi al infinito. No pudiendo evitar el tema pero no queriendo añadir mucha más tinta a los muchos litros que ya se han gastado al respecto, en mi libro Six Crisis of the World Economy (Palgrave-Macmillan, 2023) presenté en un apéndice mis razonamientos matemáticos de por qué los fundamentos teóricos de tal tendencia no son ni mucho menos sólidos. Michael Roberts, que conoce mi libro, no ha dicho nada en público sobre ese apéndice, aunque en privado sí me comunicó su disconformidad y tuvimos alguna discusión.
Ahora bien, que no sea cierto que quienes fuman mueran necesariamente de cáncer no significa que fumar no sea causa de cáncer. Hay muchas observaciones empíricas que Rolando Astarita tiende a ignorar, que al menos sugieren que, de hecho, la rentabilidad del capital podría estar cayendo a largo plazo.
Como saben quienes han leído un poco sobre estos temas, siendo la tasa de ganancia p’= s/(c+v), dividiendo numerador y denominador por v, obtenemos (s/v) / (c/v + 1) y como s/v es la tasa de explotación o tasa de plusvalía s’, y podemos definir q = c/v como composición orgánica del capital, tenemos que p’ = s’ / (q + 1), o sea, que la tasa de ganancia es la tasa de explotación dividida por el resultado de añadir 1 a la composición orgánica del capital q. Por ejemplo, con una tasa de plusvalía de 80% = 0,8, y una composición orgánica del capital de 3, la tasa de ganancia es 0,8/(3+1) = 0,2 = 20%. Si solo cambia q, que aumenta, digamos, de 3 a 4, la tasa de ganancia bajará a 0,8/(4+1) = 0,16 = 16%. Es obvio que si s’ y q aumentan con el paso del tiempo, la tasa de ganancia disminuirá si la composición orgánica del capital q crece más rápido que la tasa de plusvalía s’. Ahora bien, ¿por qué habrían de aumentar estas variables con el paso del tiempo? En principio, parece lógico que s’ aumente con el paso del tiempo, porque las empresas harán todo lo posible por aumentar s’ que es aumentar la ganancia (otro nombre para la plusvalía s) por unidad de gasto en salarios, que son el capital variable v. Sobre si este aumento tiene o no límites “naturales”, los marxistas han discutido mucho, pero ahora dejemos eso aparte. Pero, ¿por qué habría de aceptarse la noción marxista de una composición orgánica del capital cada vez mayor? Hace ya muchas décadas Henryk Grossman teorizó que el aumento de q = c/v dependería de dos procesos distintos. En primer lugar,
“el desarrollo de la productividad del trabajo implica que la misma masa de trabajo vivo puede poner en movimiento una masa cada vez mayor de medios de producción (…), es decir (…) el aumento relativo de medios de producción en relación a trabajo vivo. En segundo lugar, con el desarrollo técnico, que no es otra cosa que el aumento de la productividad del trabajo, los (…) medios de producción y de consumo se devalúan, es decir, se abaratan. Así tenemos dos movimientos contrapuestos. Por una parte, una masa cada vez mayor de medios de producción, por otra parte, un abaratamiento de esta masa de productos (…) Ahora bien, decidir cuál de las dos tendencias, el crecimiento de la masa de medios de producción, o su devaluación, es más fuerte, o sea, si la devaluación ocurre en la misma medida que crece la masa de medios de producción y así este crecimiento resulta compensado por la disminución del valor, o si más bien la devaluación no es tan grande y, consiguientemente, pese a la devaluación de los medios de producción, aumenta su valor en relación con v [el capital variable], es una cuestión que no puede resolverse de forma abstracta, por medios deductivos, sino que ha de resolverse mediante observación empírica. La experiencia, que es de hecho la experiencia de más de un siglo, enseña que el valor del capital constante y, por tanto, del total del capital, en relación con el capital variable, crece más rápidamente que el variable, es decir, que en la razón c/v, c crece más rápido que v (citado por Rick Kuhn en Henryk Grossman and the Recovery of Marxism, University of Illinois Press 2007, p. 141, la traducción es mía).
Los datos de años recientes parecen confirmar la idea de Grossman de que el valor del capital constante crece más rápido que el valor del capital variable en casi todos los países.
Según una interpretación de Michio Morishima (en Marx’s Economics, 1973) que no parece ser totalmente disparatada, la tasa de crecimiento del producto interno bruto puede considerarse un estimador del rendimiento del capital, de la tasa de ganancia, y esa tasa de crecimiento del PIB, con muchos altibajos ha estado en general disminuyendo en todos los países desde finales de la II Guerra Mundial. Y las estimaciones de la tasa de ganancia mundial hechas recientemente por el grupo de Basu, Huato, Lara Jáuregui y Wasner también sugieren lo mismo. A mi juicio no es disparatado pensar que la disminución tendencial de la tasa de ganancia pueda tener algún papel en la generación de las crisis recientes de la economía mundial. Creo que en esto estoy probablemente más cerca de Roberts que de Astarita.
Un asunto que complica las cosas es que el concepto de crisis económica, básicamente ausente de la economía académica, que solo habla de recesiones, es notoriamente ambiguo e indefinido en las obras de quienes siguen la tradición marxista. Para Marx las crisis eran fenómenos breves, periodos de turbulencia y destrucción económica que darían pronto a paso a otro periodo de acumulación “estable” del capital. Al final de su vida Engels le enmendó la plana a Marx y habló de periodos prolongados de crisis. El ciclo industrial decenal de Marx en el que la crisis sería un episodio violento pero corto de meses o como mucho, pocos años, habría sido sustituido por una alternancia extendida entre periodos cortos de ligera mejora del clima de negocios y una depresión más extensa pero menos marcada que podría durar muchos años. Esa idea de Engels parece difícilmente coherente con la realidad de las crisis desde el final del siglo XIX. Así, considerando la economía de EEUU antes de la I Guerra Mundial, al periodo de prosperidad de 1897-1902 siguió una crisis en 1903-1904, expansión en 1905-1906, pánico bancario en 1907 seguido de depresión hasta 1909, expansión en 1909-1910 y otra crisis en 1911-1912 (W. Mitchell examinó todo esto con enorme meticulosidad en su obra Business Cycles, Universidad de California, 1913). Entre las guerras mundiales, hubo crisis marcadas en 1920, 1929-1933 y 1938. Tras la II Guerra Mundial y las tres décadas de crisis muy leves y cortas entre periodos de varios años de crecimiento económico vigoroso, que tampoco tienen nada que ver con la noción de Engels, a partir de los años setenta las crisis, ahora más marcadas, fueron breves durando pocas veces más de un año. A pesar de lo cual, muchos marxistas y economistas de otras orientaciones continuaron hablando por ejemplo de los años treinta como si hubieran sido un período continuado de depresión, en la que incluso se incluían a veces los años de guerra, así que habría habido una “crisis” del capitalismo entre 1929 y 1945. De la misma manera se ha hablado de “la crisis de la estaflación” de los años setenta y ochenta. Y en un libro recién publicado que Michael Roberts ha calificado de excelente, Sungur Savran y E. Ahmet Tonak hablan de la crisis que habría comenzado en 2008 y en la que todavía estaríamos 16 años después (In the Tracks of Marx’s Capital, Palgrave- Macmillan, 2024, cap. 15). Todo ello cuando la economía mundial, según estimaciones no disputadas, creció por ejemplo 4,5% en 2010 y 3,5% en el 2017. Entre los autores marxistas no faltan quienes hablan de que la economía capitalista ha estado en crisis “permanente” por décadas, idea que, muy razonablemente, Astarita ha rechazado de plano. Yo me he opuesto a estas ambigüedades y a la idea de que “el capitalismo” ha tenido cuatro crisis (cada una de más de una docena de años) desde finales del siglo XIX hasta ahora. Partiendo de una definición concreta de crisis y una cronología coherente basada en datos estadísticos, en mi libro Six Crises of the World Economy arguyo que ha habido seis crisis de la economía mundial en el último medio siglo.
Las ideas económicas de Marx, particularmente su teoría del valor y de la explotación y sus nociones generales sobre la dinámica del capitalismo, forman una base sólida sobre la que construir conocimiento sobre el sistema económico actual. Pero una discusión como la de Astarita y Roberts en la que las citas de Marx se arrojan como si fueran verdades reveladas lamentablemente trae a la mente aquella ocasión en la que Marx, visto lo que hacían algunos que se decían sus seguidores, dijo no ser marxista.
Ahora bien, que las ideas económicas de Marx proporcionen muchos elementos teóricos sólidos para construir conocimiento no significa para mi que todo lo que escribiera Marx fuera acertado. En lo que Engels editó como tomo 3 de El Capital podemos leer por ejemplo que la tasa de ganancia solo se modifica muy a largo plazo y que las tasas de explotación de distintos capitales tienden a igualarse, dos ideas de las que discrepo absolutamente. En 1852, cuando tenía 33 años, Marx afirmó (en una carta a Weydemeyer que se ha hecho famosa) que su aportación realmente fundamental había sido demostrar que la lucha de clases conduce inevitablemente al socialismo y a la sociedad sin clases. Esa afirmación fue jaleada por Lenin y por Mao y muchos la creímos muchos años. Era la base del socialismo científico. Mientras que los utópicos seguidores de Fourier u Owen o los anarquistas proudhonianos o bakuninistas practicaban un voluntarismo digno de lástima, quienes seguían a Marx estaban luchando por el socialismo basado en la ciencia. La arrogancia humana no conoce límites, siempre está dispuesta a levantar la cabeza.
Lamentablemente, el tiempo pasó y muchas de las predicciones de Marx no se materializaron. En mi caso particular, cuando después de haber leído mucho de Marx y sobre Marx intenté averiguar dónde o cómo había demostrado Marx lo que decía haber demostrado en esa carta de 1852, no encontré nada. Nadie supo darme una respuesta. En realidad, no parece que Marx demostrara eso que dijo que demostró. En esa carta Marx dice haber demostrado una teoría de la historia que sería mucho más importante para la humanidad que la teoría de la relatividad de Einstein o la teoría de la evolución de Darwin. Pero todo eso solo me parece ahora, aunque me duela mucho reconocerlo, un ejercicio de arrogancia juvenil, disculpable tan solo por haber sido escrito en una carta a un amigo. Marx nunca fue tan arrogante en público. Lamentablemente, quienes convirtieron las ideas de Marx en algo que más que científico es religioso, estaban muy interesados en ese tipo de afirmaciones que son más de fe que de racionalidad. Que la historia no está hecha, que la hacemos los seres humanos es una tesis fundamental que las gentes racionales han mantenido contra las ideas de predeterminación por parte de alguna deidad o ser supremo en todos los tiempos. Pero si estuviera demostrado que la existencia de clases está vinculada a determinadas fases de la historia y que la lucha de clases habrá de desembocar en la la desaparición de las clases, el socialismo no es una posibilidad, es una necesidad. Esa idea penetró profundamente en los movimientos revolucionarios tras ser enfatizada por diversos líderes marxistas, pero tiene sin duda un claro fundamento hegeliano, pues fue Hegel quien afirmó que el verdadero pensamiento “es el que piensa la necesidad” (Lógica, trad. A. Zozaya, Madrid, 1985, Orbis, tomo II, p. 20). Y Hegel era un beaturrón de tomo y lomo.
Pero volvamos a Astarita y Roberts y dejemos la exégesis de Marx, volvamos a las crisis. Porque si algo es cierto, es que pese a las ideas de la “ciencia económica”, la economía mundial actual, el capitalismo de hoy día ha demostrado de sobra estar sujeto a crisis recurrentes. Astarita dice ver en los fenómenos de superproducción la causa subyacente de crisis como las que empezaron en 1929 o en 2008. Es generalmente reconocido y aceptado que esas crisis tuvieron un carácter supranacional, mundial podríamos decir, ya que afectaron al mundo capitalista en general. Para que la Gran Depresión que comenzó en 1929 y afectó durante los primeros años de la década de 1930 a la mayoría de las economías avanzadas, por ejemplo EEUU, Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, etc., hubiera tenido su causa en fenómenos de superproducción, dichos fenómenos de superproducción tendrían que haberse producido básicamente de forma simultánea en todas esas economías, cosa que no parece muy plausible. Si, por el contrario, lo que hubiera ocurrido es que la superproducción en un país se hubiera extendido por vías financieras a los demás, habría que hacer constar cuales son las vías de contagio. Que yo sepa, nadie ha mantenido esa tesis de superproducción seguida de difusión financiera internacional y tampoco Astarita ha discutido esos posibles mecanismos. Todo lo anterior puede aplicarse a fortiori a la Gran Recesión que afectó básicamente a toda la economía mundial en 2008-2009. Y a la crisis de la economía mundial que para el FMI ocurrió en 1981 y yo dato en el trienio 1981-1983. Y a las otras crisis de la economía mundial de las que hablo en mi libro. Astarita atribuye la Gran Recesión a la superproducción en el mercado inmobiliario en EEUU pero, ¿fue esa superproducción la que causó la crisis en la economía mundial? Astarita parece sugerir que en EEUU la contracción del 2009 se explica por la sobreproducción de viviendas, mientras que en Argentina la contracción del 2009 tiene una explicación distinta, a su vez distinta de la explicación de la contracción de la economía griega que empezó ese mismo año, o de las explicaciones de lo que ocurrió en ese mismo año en China, en España, en Italia, en Suecia, en Finlandia, en Brasil o donde sea. A mi juicio, esa idea de que una crisis mundial como la Gran Recesión pueda explicarse por fenómenos específicos de cada país que, al parecer, habrían coincidido casualmente, en los mismos años, no cierra de ninguna manera, es inverosímil. Paul Krugman calificó una vez de “misterio” la internacionalización de la crisis que comenzó en 2008. Por supuesto que es un misterio si no hay una causa común. Esa causa común a mi juicio han de ser procesos que operan a nivel mundial. Creo que en eso probablemente Roberts ha de estar de acuerdo. Que esos procesos tengan o no que ver con la LTDTG es otro asunto. Pero obviamente hay lazos poderosos que vinculan a las distintas economías nacionales y la circulación mundial de capital es un aspecto clave.
Para John Maynard Keynes lo esencial de una crisis es la caída de la inversión, que es otra forma de referirse a la interrupción de la acumulación del capital de la que hablaba Marx. Pero, ¿por qué quienes tienen los medios para invertir dejan de hacerlo? Introduciendo un elemento importantísimo de irracionalidad en su teoría, Keynes explicó esa huelga de inversiones por los espíritus animales. Las crisis en el capitalismo serían así fenómenos tan imprevisibles como un ataque de hipo en un niño. Pero cuando Keynes propuso su idea de los espíritus animales en la década de 1930 hubo quienes pensaban que esos espíritus animales estaban realmente determinados en una buena parte por la disponibilidad de ganancia. En una publicación de la Sociedad de Naciones, Jan Tinbergen presentó análisis estadísticos detallados que apoyaban la idea de que el principal determinante de la inversión en un tiempo t es la rentabilidad observada en t o poco antes de t. Esa teoría era la que Wesley Mitchell había estado defendiendo desde principios de siglo en base a estadísticas descriptivas. El libro de Henryk Grossman de 1929 presentaba esquemas precisos de cómo el desenvolvimiento “normal” de la acumulación del capital podría desembocar en una situación de falta de ganancia. Y eso, a mi juicio, puede ponerse en conexión fácilmente con los espíritus animales keynesianos. Pero Grossman era un marxista herético para la economía académica de su tiempo y los modelos de Tinbergen en los que la inversión es determinada en gran parte por las ganancias fueron rechazado de plano por Keynes y Milton Friedman, cada uno de los cuales tenía una teoría propia que defender. La economía “ortodoxa” dejó así de considerar las ganancias como factor macroeconómico clave y eso se ha prolongado hasta nuestros días, cuando los líderes de la macroeconomía académica confiesan sin rubor que “no se sabe” por qué ocurren las crisis, que ellos llaman recesiones. Todo esto creo haberlo explicado en detalle en mi libro.
En La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI, Astarita y yo decíamos, hace ya 15 años, que lo que no puede negarse, “porque lo demuestran los datos, es que en la realidad del capitalismo, en cada expansión de la economía las ganancias tienden finalmente a estancarse y caer y, poco después, hay una crisis. La crisis abre paso a su vez a una recuperación de las ganancias. Esto parece ser lo general, lo que no excluye que además, a veces, haya también burbujas inmobiliarias, especulación financiera desatada, precios del petróleo o de otras materias primas demasiado altos…”, etc., etc.. Yo sigo pensando que la hipótesis más plausible para explicar las crisis es que en momentos dados, una disminución de las ganancias desencadena los espíritus animales que son los responsables del cese de la inversión. No es un proceso automático, hay un factor de volición y de conducta grupal de la clase capitalista (que cada vez más es una clase mundial, aunque los Jack Ma y los Elon Musk no se lleven bien) que, por supuesto, tiene un componente irracional. Es por eso que las predicciones de crisis son tan difíciles, lo más probable no siempre ocurre.
Para llegar a estas ideas me sirvieron mucho las ideas de Marx, pero también las de Rosa Luxemburg, Henryk Grossman, Paul Mattick, Wesley Mitchell, Jan Tinbergen y Victor Zarnovitz. Y también lo que aprendí de Astarita y de Roberts. Mi convencimiento es que seguirá habiendo crisis de la economía mundial, probablemente haya alguna esta misma década, y que el capitalismo mundial probablemente resurgirá de ellas. ¿O quizá no?
Hace algo más de un siglo Rosa Luxemburg vinculó el hundimiento del capitalismo a la guerra por el dominio de los mercados y de los imperios coloniales. Desde entonces hubo ya dos guerras mundiales que, sin duda, tuvieron un importante componente económico en origen, entre las economías hegemónicas dominantes y economías emergentes. Los imperios coloniales desaparecieron. Emergió y desapareció la URSS y el bloque soviético. En el presente siglo los antagonismos entre la potencia hasta ahora dominante y las economías emergentes se han agudizado en buena medida y podrían llevar a una guerra mundial, que probablemente sería nuclear. Y tenemos otros factores ominosos generados por el desarrollo de las fuerzas productivas, a saber, el cambio climático y la inteligencia artificial. ¿Habrá quizá una primavera anticapitalista mundial que nos sorprenda a todos y nos lleve hacia la sociedad sin clases? No es imposible, pero a corto plazo, no parece probable. Pese al optimismo que a mí me parece casi patológico de muchos marxistas, resultados más ominosos para la humanidad parecen lamentablemente más probables. Ojalá esté equivocado y no lo sean.
José A. Tapia Granados es docente e investigador en el departamento de ciencias políticas de Drexel University, en Filadelfia, donde imparte cursos sobre economía política, desarrollo social y cambio climático. Entre sus libros más recientes cabe destacar Rentabilidad, inversión y crisis: Teorías económicas y datos empíricos (2017), Chernobyl and the Mortality Crisis in Eastern Europe and the USSR (De Gruyter, 2022) y Six Crises of the World Economy: Globalization and Economic Turbulence since the 1970s to the COVID-19 Pandemic (2023).