Existe una percepción generalizada en amplios sectores de las culturas políticas, económicas y mediáticas del país, de que el indicador más importante para medir la gravedad de la crisis es analizar como evolucionan el desempleo y el porcentaje de la población que vive bajo el umbral de la pobreza. De ahí que la discusión de […]
Existe una percepción generalizada en amplios sectores de las culturas políticas, económicas y mediáticas del país, de que el indicador más importante para medir la gravedad de la crisis es analizar como evolucionan el desempleo y el porcentaje de la población que vive bajo el umbral de la pobreza. De ahí que la discusión de cómo la crisis está afectando la calidad de vida de nuestra población se haya centrado en el estudio de cómo están cambiando estos indicadores. No hay lugar a dudas de que estos indicadores son muy importantes. Ahora bien, si el objetivo es analizar el impacto de la crisis en la calidad de vida de toda la población, entonces tenemos que darnos cuenta de que tales indicadores, aunque válidos, son insuficientes. Para ver el impacto de la crisis financiera y económica tendríamos que prestar también atención a la evolución de las desigualdades sociales (incluidas las desigualdades de rentas) y el impacto de este hecho en la calidad de vida de la ciudadanía. Al ignorar esta consecuencia de la crisis, se reproduce una visión muy generalizada en aquellas culturas, haciendo suya aquella expresión de que «tanto da que un país tenga grandes desigualdades o no. Lo único que es importante es el número de pobres o desempleados que haya en aquel país».
Esta postura es errónea por varias razones. Una es que, en general, hay una relación clara entre desigualdades y pobreza. Cuanta más desigualdad hay en un país, mayor es su pobreza. Y España es un ejemplo de ello. Nuestro país es uno de los países de la OCDE (el club de países ricos) con mayores desigualdades y, a la vez, con mayor pobreza (ver mi artículo «Desigualdades Sociales en España», Público, 08.10.09). Pero existe otra razón por la cual tal postura es errónea. Existe muchísima evidencia en la literatura científica de que lo que disminuye la calidad de vida de la ciudadanía y de la sociedad no es sólo la falta de recursos (que define la pobreza), sino la distancia social entre las personas en una sociedad. Una persona que es pobre en Harlem (que está en la decila inferior en la distribución de la renta en EEUU), tiene más recursos (incluido renta) que una persona de clase media (un trabajador cualificado) en Ghana, Africa, de manera que si el mundo fuera una única sociedad, el pobre de EEUU sería una persona de clase media en el mundo, y la persona de clase media en Ghana sería un pobre en tal sociedad mundial. Y, sin embargo, aquella persona de Ghana vivirá 15 años más que la persona pobre de Harlem, hecho que parece, a primera vista, sorprendente, pues la persona de Harlem, tiene más recursos que la persona de Ghana.
¿A qué se debe esta situación aparentemente paradójica? La causa, en realidad, es fácil de ver. Es más frustrante y difícil ser pobre en EEUU que ser clase media en Ghana. El primero está muy por debajo del promedio de EEUU, creándose una enorme sensación de fracaso personal, sensación incluso más acentuada porque los medios (y muy en especial la televisión) dan una imagen del promedio de un país que, por lo general, está muy por encima del promedio real. Los personajes de los programas televisivos en EEUU, por ejemplo, tienden a ser profesionales de clase media alta, y casi nunca clase trabajadora (algo que también ocurre en España), la cual constituye la mayoría de la población estadounidense. Esta enorme distancia social entre lo que el pobre es y percibe ser y lo que la sociedad presenta como lo que debería ser, es la que crea patología y disminuye la calidad de vida de aquel individuo. La persona de Ghana, sin embargo, aunque con menos recursos que el de Harlem, está por encima del promedio y su frustración es menor.
Esta es la causa, bien documentada, de que la sociedad con menos desigualdades, menor distancia social y más cohesión social tenga mejor calidad de vida y mayor esperanza de vida que las sociedades más desiguales, con mayor distancia social y más descohesionadas. De ahí que la reducción de las desigualdades, y no sólo la eliminación de la pobreza, debiera ser un objetivo de cualquier gobierno que intente mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Es importante que las enormes desigualdades se reduzcan. Y ello adquiere gran relevancia en España, donde las desigualdades sociales son muy acentuadas.
Uno de los investigadores que ha trabajado más sobre este tema, el Profesor Michael Marmot, vio que existía un gradiente en la tasa de mortalidad (debido a condiciones cardiovasculares) entre los funcionarios públicos en Gran Bretaña. Marmot pudo ver que a mayor nivel de autoridad y responsabilidad en el funcionariado, menor mortalidad, y ello continuaba siendo así, incluso cuando se estandarizaban otros factores de riesgo para tales enfermedades, como la dieta, el tabaco, el colesterol, la hipertensión y otros variables (estandarizar es cuando se comparan personas que tienen las mismas características, siendo la única diferencia entre ellas su nivel de autoridad y responsabilidad). La causa de este gradiente es que a mayor autoridad y responsabilidad, la persona tiene mayor sensación de poder controlar su situación personal, su trabajo y su vida. La distancia social crea inseguridad y sensación de menor control sobre su propia vida. En realidad, la intervención más eficaz en cualquier país para mejorar la mortalidad, es conseguir que la tasa de mortalidad de todas las clases sociales sea tan baja como la de la decila de renta superior. En España se conseguiría prevenir el mayor número de muertes, mucho más que a través de cualquier otra medida o intervención sanitaria. Esta situación adquiere especial relevancia ahora, cuando las desigualdades sociales están incrementándose muy rápidamente. De ahí que limitarse a analizar sólo los indicadores de pobreza y desempleo es ignorar que la crisis está afectando a la calidad de vida de la gran mayoría de la población que ni son pobres, ni están desempleados, y que en cambio están sufriendo la crisis.
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Director del Observatorio Social de España
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.