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Crónica de otra muerte anunciada: El fracaso de la «Ronda de Doha»

Fuentes: Centro de Estudios Europeos

Todo parece indicar que luego de casi 7 años de un tortuoso andar, la mal llamada «Ronda de Doha para el Desarrollo» ha llegado a su final, envuelta en un estrepitoso fracaso. Se trata del primer proceso de negociaciones comerciales multilaterales que ha auspiciado la Organización Mundial de Comercio, la OMC, luego de su nacimiento […]

Todo parece indicar que luego de casi 7 años de un tortuoso andar, la mal llamada «Ronda de Doha para el Desarrollo» ha llegado a su final, envuelta en un estrepitoso fracaso. Se trata del primer proceso de negociaciones comerciales multilaterales que ha auspiciado la Organización Mundial de Comercio, la OMC, luego de su nacimiento en 1995, «Ronda» que actualmente involucra a 153 países.

El presente trabajo se dirige al análisis de este proceso con una perspectiva histórica, desde sus antecedentes hasta sus resultados finales; se trata de demostrar el carácter imperialista de esta pretendida «Ronda para el Desarrollo», en verdad altamente negativa para las empobrecidas naciones que hoy conforman el «Sur geopolítico».

I- La «Ronda de Doha». Antecedentes que condicionaron el fracaso

La -mal- llamada «Ronda para el Desarrollo de Doha», acaba de sufrir un nuevo y esta vez, al parecer, irreversible, fracaso. La noticia se hizo pública en horas de la tarde del pasado 29 de julio por el propio Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), con una declaración lapidaria y evidentemente muy sincera, «De nada sirve darle vueltas al asunto. Esta reunión se ha derrumbado. Los miembros no han podido salvar sus diferencias….Estamos decepcionados por no haberlo logrado…», conclusión consecuente con una circunstancia que el mismo anunciara previamente: la ausencia de un «Plan B» para el nuevo ciclo de negociaciones, con lo cual, de no producirse un entendimiento, el descalabro resultaba definitivo. Afirmación que no obstante, más tarde se encargó de matizar, al expresar que «Nadie está tirando la toalla», refiriéndose esencialmente a la solicitud formulada por algunos países acerca de que el «paquete» de acuerdos negociado hasta el momento pueda ser preservado para un eventual reinicio, a la vez que comunicó su intención de evaluar la contingencia de dicha reapertura.

Una posición que ha tenido en el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, y en su canciller, Celso Amorim, los más importantes defensores; este último con un notorio liderazgo durante todo el proceso. Así, Lula da Silva insiste en continuar las negociaciones y ha expresado su intención de dialogar con otros líderes mundiales, en especial los mandatarios, chino, indio y estadounidense, respectivamente, con el objetivo de reanudar las conversaciones. En su opinión el cierre exitoso de la «Ronda» resultaría muy beneficioso para los empobrecidos países del «Sur geopolítico», pues «…las naciones pobres volverían a producir mucho más granos, mucho más comida y posiblemente no estaríamos viviendo una crisis de alimentos como estamos viviendo actualmente».

Antecedentes y condicionantes del fracaso

La llamada «Ronda de Doha», no es más que el mecanismo a través del cual se pretendió instrumentar el pretendido y engañoso «Programa de Doha para el Desarrollo», aprobado en la IV Conferencia Ministerial que celebró la OMC en el 2001 en Doha, la capital de Qatar, de donde toma su nombre. Sin embargo, si bien constituye el primer proceso de negociaciones comerciales impulsado por esta organización, representa en realidad el noveno de con carácter global. Se trata de eventos iniciados en 1948, cuando fue instituido el «Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio», más conocido como GATT -por sus siglas en inglés-, organismo creado para regir ese tipo de intercambios a nivel mundial durante casi medio siglo.

Un resultado directo del frustrado intento de EEUU y sus aliados imperialistas de crear una organización internacional dirigida a ese fin cuando en 1944, ante los previsibles resultados que alcanzaría la II Guerra Mundial, maniobraron para asegurar el dominio económico mundial convocando a la «Conferencia de Bretton Woods» de la que surgieron dos de las más importantes instituciones que hoy sirven a esos fines, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Cónclave en el que la creación de la institución destinada a regular las actividades comerciales, y llamada a completar lo que se conoce como el «Sistema de Bretton Woods» resultó imposible.

En su lugar apareció el GATT, que tendría entre sus misiones «…impulsar rápidamente la liberalización del comercio y empezar a soltar el lastre de las medidas proteccionistas», lo cual no sucedió exactamente así.

En realidad, fiel a su devastadora filosofía de éxito, los poderes imperiales consideraron que aún no había llegado el momento de aplicar el egoísta principio de avance capitalista enunciado en 1841 por el economista alemán F. List, el de la «escalera» protectora. Un principio llevado a la praxis, según el cual, «Cualquier nación que por medio de aranceles y restricciones (…) ha elevado su poder (…) a tal nivel de desarrollo que otra nación no puede competir con ella, no puede hacer nada más sabio que retirar la escalera de su grandeza, predicar a las otras naciones los beneficios del libre comercio, declarar en tono arrepentido que hasta ese momento ha vagado en los senderos del error, y decir que ahora por la primera vez ha logrado descubrir la verdad».

Así, a pesar de la supuesta misión del GATT, el proteccionismo a gran escala se mantuvo, constituyendo uno de los principales mecanismos utilizados durante el proceso de acumulación originaria del capital; práctica que hoy, luego de «quitar la escalera», el mundo rico conjuga oportunistamente con la política geoestratégica que defiende las tramposas «bondades» de la liberalización comercial. Véase para comprobarlo la propia historia económica de países como EEUU, el Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, Suecia, Bélgica, etc.

Hasta 1995,el GATT constituyó el único instrumento disponible para regular las relaciones comerciales internacionales a través de lo que llamó «rondas de negociaciones multilaterales». Al término de su existencia, este organismo había desarrollado 8 de estos eventos, los que fueron ganando en amplitud y profundidad progresivamente, tanto por el número de participantes como por la agenda de discusión.

Un desarrollo altamente impactado por el contexto internacional. A fines de la década del 70 el mundo continuaba sumido en uno de los períodos recesivos cíclicos del capitalismo, el que había tenido su estallido en 1973 a raíz de los conflictos del Medio Oriente; una situación que fue agravándose de manera progresiva con alcance mundial. En medio de este escenario y como forma de paliar los efectos de la recesión a nivel nacional, en octubre de 1979, Paul Volcker, entonces director de la Reserva Federal de EEUU, decretó un importante alza de los tipos de interés, lo cual condujo «inexorablemente a la crisis de la deuda», tal y como refiere el destacado intelectual E. Toussaint, «El 20 de agosto de 1982, después de haber reembolsado sumas considerables en el curso de los primeros siete meses del año, el Gobierno mexicano declaró que el país no estaba en condiciones de continuar los pagos, y decretó una moratoria (suspensión de pagos) de seis meses (de agosto de 1982 a enero de 1983). (…) Le quedaba una reserva de 180 millones de dólares y debía desembolsar 300 millones el 23 de agosto». Era el inicio de la «década perdida» para «Nuestra América»

Crisis mundial que tuvo como salida la promoción y el «triunfo» a gran escala de un modelo de desarrollo supuestamente «salvador», el liberalismo clásico renovado, el «neoliberalismo», convertido más tarde en la esencia de la globalización imperialista. Fundamento sobre el cual, el «Sistema de Bretton Woods» generó su propia y dañina respuesta: el FMI y el Banco Mundial exigieron las Políticas de Ajuste Estructural de corte neoliberal. Por su parte, el GATT no se quedó atrás: en el mes de noviembre del mismo 1982 convocó a una Reunión Ministerial, con el propósito de «iniciar una nueva e importante serie de negociaciones», entre otras causas, por el deterioro que sufría el «clima» comercial, como resultado directo de las políticas proteccionistas orquestadas por los poderes imperialistas para, «mantener sus posiciones en el comercio de productos agropecuarios» ante las recesiones económicas. Sin embargo, de acuerdo al sitio oficial de la OMC, «…la conferencia se atascó en la cuestión de la agricultura y fue considerada en general un fracaso. En realidad, el programa de trabajo convenido por los ministros sirvió de base a lo que iba a convertirse en el programa de las negociaciones de la Ronda Uruguay de Negociaciones Comerciales Multilaterales».

«Ronda» que, convocada en 1986, tuvo entre sus resultados la firma de un «Acuerdo sobre la Agricultura», con «…compromisos específicos para reducir la ayuda y la protección en las esferas de la asistencia interna, las subvenciones a la exportación y el acceso a los mercados». Una embaucadora falacia, diseñada en realidad para fortalecer las políticas neoliberales impuestas por quienes representan y defienden los intereses del gran capital transnacionalizado. Llama la atención y no resulta casual, que más de 20 años después, sea el mismo tema, el agrícola, el principal obstáculo que han encontrado los promotores de la «Ronda de Doha» para lograr sus propósitos

En 1995, culminada la «Ronda», y en sustitución del GATT, fue creada la OMC, que anunciaba «…una nueva era de cooperación económica mundial (…) en un sistema multilateral de comercio más justo y más abierto en beneficio y por el bienestar de los pueblos»; para lo cual supuestamente se trataría de «…resistir las presiones proteccionistas de toda clase (…) convencidos de que la liberalización del comercio (…) conducirá a un entorno comercial mundial cada vez más abierto», lo que nunca ha sido cumplido, ni lo será en las condiciones presentes. Y es que la OMC, junto al FMI y el BM, completan la tríada que al servicio del imperialismo, le sirven de instrumento para sus estrategias de saqueo y recolonización.

En resumen, se plantea que «…el principal objetivo de la OMC es lograr un modelo de integración económica global basado en el libre comercio». Un sofisma, contradictorio por esencia, tal y como lo calificara el presidente de Ecuador, Rafael Correa, pues «La idea de que el libre comercio beneficia siempre y a todos, es simplemente una falacia o ingenuidad extrema más cercana a la religión que a la ciencia, y no resiste un profundo análisis teórico, empírico o histórico. Mientras que sin duda una adecuada especialización y comercio entre países con similares niveles de desarrollo puede ser de gran beneficio mutuo, una liberalización comercial a ultranza entre economías con grandes diferenciales de productividad y competitividad, significa graves riesgos para los países de menor desarrollo relativo dada la probable destrucción de su base productiva, y, con ello, la destrucción de puestos de trabajo sin capacidad de crear nuevos empleos, todo lo cual constituye una verdadera bomba social».

Sin embargo, pese a esta lógica aplastante, lograr la mayor liberalización posible del comercio y de los servicios ha sido el principal objetivo que ha perseguido la OMC desde sus inicios, el que ha intentado consumar a través de varios mecanismos, entre ellos, las conferencias ministeriales, ahora convertidas en boomerang. Y es que fue en la tercera de estas reuniones en que todo comenzó a cambiar dentro de ese organismo. Así, realizada en diciembre de 1999, en la ciudad de Seattle, el evento constituyó un rotundo fracaso para los fines imperialistas de las grandes potencias, sobre todo de EEUU, anfitrión y uno de los más comprometidos promotores del cónclave, y de su socio estratégico, la Unión Europea.

Fueron varias las cuestiones que condujeron a estos resultados. Naturalmente, la intransigencia de los países ricos en la defensa de sus puntos de vista y demandas resultó decisiva. Sin embargo, lo verdaderamente relevante e histórico fue la posición asumida por los países del «Sur». Inspirados y respaldados por las grandes movilizaciones organizadas en la ciudad sede como rechazo a la OMC y su total incondicionalidad a las políticas depredadoras de los centros de poder, la mayor parte de estas naciones, unidas, ofrecieron una potente resistencia y lograron el naufragio total del proyecto que presentaba el Norte para esta ocasión, no sin contradicciones «inter/imperialistas».

Tan es así, que hoy se habla de una OMC antes y después de Seattle. El hecho es que partir de ese momento, el discurso en general, y las discusiones en el seno del organismo, comenzaron a cambiar: se hizo evidente que el «Sur» también existe, incluso dentro del propio «Norte» depredador, y que los organismos internacionales no debían olvidarlo. No resultó casual entonces que dos años más tarde, la próxima Cumbre Ministerial fuese dedicada a los problemas del desarrollo.

II- La «Ronda de Doha»: esencia de una falacia caminando hacia el colapso

Fue en noviembre de 2001, durante su IV Conferencia Ministerial que la Organización Mundial de Comercio (OMC) decidió promover el llamado «Programa de Doha para el Desarrollo» a través de una nueva «Ronda» de negociaciones comerciales, la llamada «Ronda de Doha», con un objetivo explícitamente declarado, solo que ilusorio desde su formulación, el de «…lograr la apertura de mercados en los sectores agrícola, industrial y de servicios en beneficio del mundo en desarrollo». Iniciativa cuyo porqué debe buscarse, entre otras causas, en el momento histórico en que se produce, al menos por dos acontecimientos de relevancia, los resultados de la «Cumbre del Milenio» -2000- que planteó nuevos e ineludibles retos a la humanidad, vinculados a su propia supervivencia; y el impacto de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en las pretensiones de dominio hegemónico de EEUU, una de las razones que explican el que esta nación deviniera ferviente promotor de la «Ronda», contando para ello con su aliada, la Unión Europea (UE).

Sucede sin embargo, que en este caso, la solución forma parte del conflicto. El hecho es que si bien el «Programa de Doha» y la «Ronda» parten de una idea irrefutable, «El comercio internacional puede desempeñar una función de importancia en la promoción del desarrollo económico y el alivio de la pobreza», la realidad actual induce a una pregunta relevante, ¿de qué comercio se trata? Y es que el sistema de intercambio internacional vigente, fundamentado en una irreal «libertad» entre desiguales, donde las normas son establecidas por las grandes potencias económicas sólo a su favor, esconde numerosas «trampas» diseñadas precisamente por estos poderes, entre las que se destaca, por ejemplo, el alto grado de proteccionismo con el que benefician a determinados productores nacionales -por lo general los más poderosos- en detrimento del resto de los países, esencialmente de los más empobrecidos; proteccionismo presente sobre todo en la práctica de los subsidios agrícolas, esencialmente a la producción y a las exportaciones.

Así, según al «Informe sobre Desarrollo Humanos 2005» del PNUD, el «…problema central de las negociaciones de la «Ronda de Doha» se puede resumir en cinco palabras: subsidios de los países ricos». Y es que, «…después de haber prometido, durante la última ronda de negociaciones comerciales internacionales -la «Ronda de Uruguay»-, que reducirían drásticamente el apoyo a la agricultura», en realidad éste aumentó, en una maniobra al frente de la cual marchan «…las dos superpotencias en esta materia», la Unión Europea y EEUU. De hecho, continúa el Informe, el apoyo que otorgan las naciones desarrolladas a la agricultura alcanza 350 000 millones de USD al año, de los cuales el 84% representa el «…costo de todas las políticas y transferencias que mantienen los precios nacionales por encima de los niveles mundiales», lo que «equivale a la tercera parte del valor de la producción y a más de la mitad en el caso de Japón».

En consecuencia, estos países ricos gastan diariamente en asistencia a sus producciones «un poco menos de US$1 000 millones», prácticamente lo mismo que aportan como contribución anual a otra falacia: la «Ayuda Oficial al Desarrollo» dirigida al empobrecido «Sur» geopolítico: «un poco más de US$1 000 millones». Como resultado, en éste último, las actividades en el sector sufren anualmente una pérdida de US$ 24 000 millones. Agréguensele a esto una «trampa», el ardid de utilizar los propios acuerdos y mecanismos de la OMC para enmascarar las prácticas proteccionistas, por ejemplo, las permitidas ayudas internas. Los datos lo confirman: en el 2001 la UE otorgó US$ 50 000 millones a sus productores agropecuarios por este concepto, más de lo declarado en subsidios; EEUU, empleando el mismo recurso, duplicó la cifra.

En ese contexto, según datos del mencionado IDH, «No hay nada mejor para demostrar la lógica perversa de los subsidios agrícolas que la Política Agrícola Común (PAC) de la UE» (sic), convenio que «gasta libremente 51 000 millones USD (43 000 millones de (€)) en apoyar a los productores», sin embargo de acuerdo a la misma fuente, «…se trata de un sector que representa menos del 2% de toda la fuerza de trabajo empleada en el bloque; pero absorbe más del 40% del presupuesto total de la UE».

Para ilustrar lo anterior se toma el caso de la producción de azúcar dentro del espacio comunitario, que «…recibe cuatro veces el precio vigente del producto en el mercado mundial y genera un excedente de 4 millones de toneladas», precisamente el que se dirige a la exportación «con la ayuda de más de 1 000 millones de USD en subsidios». Como resultado, la UE «es el segundo exportador más grande del mundo de un rubro en el cual no tiene ventaja comparativa alguna». Mientras, «…los productores de los países en desarrollo pagan la cuenta: las exportaciones subsidiadas de azúcar provenientes de la UE hacen caer los precios mundiales en cerca del 33%». Un triste ejemplo resulta Mozambique, país del África Subsahariana, y PMA -Países Menos Adelantados del Mundo-, enfrascado en desarrollar una industria azucarera competitiva, y sin embargo «…queda excluido de los mercados de la UE mediante una cuota de importación que le permite proveer una cantidad equivalente a menos de cuatro horas de consumo de toda la Unión». De manera que, concluye el documento, «Cuando se trata de la agricultura, hay límites inequívocos para la apertura de la Unión Europea» (sic).

Por su parte, EEUU no se queda a la zaga, sus políticas proteccionistas afectan directamente a muchos países empobrecidos. Un ejemplo muy ilustrativo resulta el algodón; según refiere el IDH, en el 2005 el Ministerio de Agricultura calculaba que entregaría alrededor de 4 700 millones de USD a los 20 000 agricultores de ese producto en el país, «…monto que equivale al valor de mercado del cultivo y supera la ayuda que esa nación entrega a África Subsahariana». Subsidios que distorsionan los precios hasta hacerlos caer entre el 9 y 13%, afectando a los pequeños productores de dichas naciones -entre otras causas por estas prácticas- para beneficiar a los nacionales que dominan los mercados con «cerca de la tercera parte del total de las exportaciones del mundo».

Así, «Cuando los precios mundiales del algodón cayeron a su punto más bajo en 50 años, en 2001, las pérdidas atribuibles a los subsidios estadounidenses se estimaron del 1 al 3% del PIB de países como Burkina Faso y Malí en África Subsahariana occidental, región en la que unos 2 millones de pequeños propietarios dependen del algodón como su principal, y a veces única, fuente de ingreso». (…). Sólo en Benin, la caída en los precios del algodón en el período 2001-2002 se vinculó con un aumento de la pobreza de 37% a 59%». En el caso de Burkina Faso, se preveía que esta situación representara una reducción del crecimiento económico de un 2,5% del PIB, y de la mitad de la tasa general de crecimiento que había sido proyectada para el 2006, según cálculos del FMI.

Sin embargo, el pasado mes de mayo, ambas cámaras del Congreso aprobaron por amplia mayoría -alrededor del 77% de los votos-, la «Ley de agricultura, nutrición y bioenergía de 2008», conocida como «Farm Bill 2008», haciendo caso omiso a dos importantes vetos, el del presidente, G. W. Bush, y el del Secretario de Agricultura, quienes criticaron el proyecto con una propuesta que planteaba una reducción del presupuesto dirigido a la agricultura en 10 mil millones de dólares; en contraposición éste creció en 20 mil millones, para un total de 289 mil millones de dólares a distribuirse en 5 años. Decisión que de acuerdo al propio Bush, «es inconsistente» con los objetivos estadounidenses» en las negociaciones comerciales internacionales»; objetivos que, obviamente se encuentran también muy lejos de los intereses de nuestros naciones del «Sur».

Así, uno de los productos favorecido por la «Farm Bill 2008» será el maíz, el 25% de cuyas cosechas se destinará a la elaboración de etanol. A su vez, los productores azucareros también saldrán beneficiados, utilizando la partida de «tasa de crédito para la asistencia en el mercadeo» -entiéndase precio mínimo garantizado-, el Gobierno elevará su «ayuda»: para la azúcar de caña en un 4,2% hasta el 2012, para la de remolacha un 5,2% en 2008. Conjuntamente, las importaciones cubrirán solo el 15% del consumo de este producto, mientras que el 85% se destinara a la producción doméstica.

Por otra parte, al problema relacionado con la comercialización agrícola, se suma la inclusión en la «Ronda de Doha» de la «liberalización general» del comercio de servicios, impulsado con mucha fuerza por las potencias imperialistas y sobre todo por el bloque comunitario europeo, en virtud de su posición de líder en la exportación de este producto a nivel mundial, la actividad económica de mayor dinamismo dentro de la UE, que a mediados del 2006 representaba alrededor de 2/3 de su Producto Interno Bruto (PIB) y del empleo; secundado por el resto del «club de ricos», responsable del 70% de este sector a nivel mundial, el 60 % del PIB en los respectivos países. Servicios entre los que se incluyen, entre otros, los de educación, salud, agua, energía eléctrica, financieros y de seguros; servicios que, tal y como ha expresado el presidente boliviano Evo Morales, «…son Derechos Humanos que no pueden ser objeto de negocio privado y de reglas de liberalización que lleven a la privatización. (…) Mayor liberalización de los servicios no traerá mayor desarrollo, sino mayores posibilidades de crisis y especulación en temas vitales como los alimentos».

Y como la tercera gran cuestión en negociación, emerge la propuesta de un fantasioso libre cambio de bienes industriales; en verdad otra hipocresía imperialista utilizada de manera chantajista como tarjeta de cambio para supuestamente «complacer» las justas demandas del «Sur» respecto al comercio de productos agrícolas. Falacia altamente criticada en muchos contextos, y respecto a la cual el Premio Nobel de Economía, J. Stiglitz, afirmara «…a los países pobres, las potencias les permiten exportar todo… menos lo que producen». Así, se muestran dispuestas a «abrir» sus mercados al resto del mundo, en casi todo, dígase tecnologías de diferentes niveles, por ejemplo, pero nunca en lo que éste pudiera resultar competitivo, ubicado, esencialmente, en las mencionadas producciones.

Súmesele a esto, el déficit democrático que aún subsiste en el seno de la OMC, donde de acuerdo al mencionado IDH algunas naciones «definitivamente son ‘más iguales’ que otras», (sic). En 2004, 33 países de los efeumísticamente llamados «en desarrollo», miembros o en proceso de ingresar en la organización no tenían ningún representante permanente; a su vez, como promedio, la misión de un «país menos desarrollado» consta de 2 profesionales. Mientras, el equipo de la UE integra alrededor de 140 personas, más los «encargados de negocios» en cada uno de los Estados miembros. De manera que si «…en contraste, algunas de los países en desarrollo, pero de potencia, como Brasil, China e India sí cuentan con grandes equipos negociadores que los representan, la mayoría de los pobres quedan marginados».

Déficit democrático visible además en otros aspectos; y que fuera recientemente criticado por el presidente Evo Morales al referirse al último ciclo negociador celebrado en Ginebra -julio 2008- cuando se preguntó, «¿El desarrollo económico, el alivio de la pobreza, las necesidades de todos nuestros pueblos, el aumento de oportunidades para los países en desarrollo están en el centro de las actuales negociaciones en la OMC?, (…) si fuera así, los 153 países miembros y sobre todo la amplia mayoría de países en desarrollo deberían ser los actores principales de las negociaciones. Pero lo que estamos viendo es que un puñado de 35 países es invitado por el Director General a reuniones informales para que avancen sustancialmente en la negociación y preparen los acuerdos de esta «Ronda»», negociaciones convertidas «en una pelea de los países desarrollados para abrir el mercado de los países en desarrollo a favor de sus grandes empresas».

En resumen, es esta la esencia de la llamada «Ronda de Doha», y el escenario en el que se ha desarrollado hasta el momento. Un proceso que tuvo un momento relevante en la «Cumbre de Cancún» en el 2003, en la que el «Sur» volvió a salir fortalecido, sobre todo porque el «Norte» no pudo lograr sus principales propósitos. Uno de los hechos más destacados fue la creación de los grupos G-20 y G-33, en los se integran varias naciones latinoamericanas y caribeñas, entre ellas Cuba, así como africanos y asiáticos, y que representaron la primera vez en la historia de la OMC en la que las principales economías emergentes, China e India, se unieron con un conjunto de «países en desarrollo» para luchar contra las pretensiones hegemónicas del imperialismo neoliberal. Así, en un hecho sin precedentes, se logró cambiar las relaciones de poder, dominadas hasta ese momento por la coalición conocida como «Cuadrilátero»: Canadá, EEUU, Japón y la UE.

Corolario: la «Ronda» caminaba hacia su definitivo fracaso. Así, después de otros intentos fallidos -2006, 2007- se llegó al pasado ciclo de negociaciones de Ginebra, celebrado a finales del mes de julio, al parecer, el último y el colapso total.

III- La «Ronda de Doha»: Los detonantes del nuevo fracaso

El pasado mes de julio, Pascal Lamy, director General de la Organización Mundial de Comercio (OMC), llamó a una nueva Conferencia Ministerial a la que convocó a un grupo de 35 países identificados como «los más influyentes en las negociaciones», liderados por «otro» G-7, Australia, Brasil, China, Estados Unidos, India, Japón y la Unión Europea (UE). Según se explicó, se trataba de la última oportunidad que tendrían los negociadores de culminar satisfactoriamente la «Ronda». Para la discusión fueron presentados proyectos supuestamente renovados en los dos grupos de negociación: bienes agrícolas y bienes industriales, contexto en el que se expresó la necesidad de trabajar con el más alto grado de compromiso para lograr los esperados acuerdos.

Pero éstos no se lograron. El principal y definitivo escollo, visto de manera simplificada, surgió como era de esperar en las negociaciones agrícolas, solo que esta vez, a la ya conocida disputa acerca de las altos subsidios que los países ricos ofrecen a sus producciones agrícolas, que distorsionan los precios a nivel mundial y empobrecen a la mayor parte de las economías del «Sur», se unió una fuerte controversia alrededor de lo que ha sido identificado como «Mecanismo de Salvaguardia Especial» (MSE), el que permite aplicar aranceles más altos ante caídas significativas de los precios o crecimientos substanciales de las importaciones.

Discusión que tuvo como principales protagonistas a los representantes de EEUU e India, éste último secundado por China, y ambos, en representación de los grupos G20 y G33, integrados por varios de los llamados «países en desarrollo» -definición demasiado pretenciosa en algunos casos-, de los que forman parte, indistintamente, varias naciones latinoamericanas y caribeñas, entre ellas, Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Nicaragua, Republica Dominicana, Venezuela y la propia Cuba. Así Kamal Nath, ministro de Comercio e Industria hindú exigía que al arribarse a un nivel de crecimiento de las importaciones del 15%, los Estados, sobre todo los más empobrecidos, pudieran poner en práctica el MSE. Por su parte, Susan Schwab, la representante estadounidense defendía que el límite debía mantenerse en el 40% de incremento, lo cual, a su juicio, había sido ya una concesión hecha por su país, con carácter inamovible. Al no obtenerse acuerdos, las negociaciones fueron paralizadas.

Conflicto del que algunos líderes políticos, medios de prensa y analistas, intentaron culpar sobre todo a India, a China, y en general a los países del «Sur» acusándoles de «intransigentes», y de no «estar a la altura de momento», lo que no es más que una burda manipulación de los hechos y un intento de tergiversar la realidad. Kamal Nath se encargó de explicarlo muy bien, al expresar que hablaría «…en nombre de un Estado en el que 300 millones de personas tienen menos de un dólar al día y 700 millones de personas dos dólares al día», pero no solo, agregó que defendía el mecanismo de salvaguardas como «una cuestión de supervivencia y seguridad alimentaria para más de cien países», por cuanto «La vulnerabilidad de los agricultores pobres no se puede negociar a cambio de los intereses comerciales de las naciones desarrolladas. No se puede poner en riesgo la seguridad alimentaria de 1 000 millones de personas de todo el mundo».

En consecuencia, no fue precisamente la digna posición del Gobierno hindú, en representación del mundo empobrecido, en defensa no solo de la supervivencia y el bienestar de su pueblo, sino de la propia existencia de la humanidad, la que condujo al fracaso de la «Ronda de Doha». Son muchas y variadas las causas, las que, no obstante, pudieran agruparse en dos principales:

Primero, el carácter depredador e imperialista que los grandes poderes adjudicaron desde un inicio a sus propuestas, lo que en su delirio, consideraron podían hacer impunemente. Y es que la concepción de la «Ronda de Doha» como un proceso de negociaciones comerciales, beneficioso para el desarrollo de todos los países participantes, constituye una falacia cada vez más indefendible: el libre comercio entre partes tan desiguales por lo asimétricas, resulta simplemente imposible.

De ahí que, las afirmaciones de EEUU, la Unión Europea y Japón, líderes del expoliador mundo rico en los ciclos negociadores, acerca de que la mayor responsabilidad en el descalabro recae en la intransigencia del «Sur», son también falsas. Para éstas últimas naciones, aceptar los proyectos que proponía el «Norte» significaba un colapso y no solo económico; de hacerlo se habrían visto obligadas a abrir libremente sus mercados a los productos agrícolas subvencionados que distorsionan los precios, y arruinan las producciones locales; a las importaciones de bienes manufacturados de diferentes niveles tecnológicos, también letal; así como a las transnacionales y/o pequeñas y medianas empresas de servicios, incluidos los públicos, dígase salud, educación, agua, energía, sector financiero, etc., en las mismas condiciones que sus nacionales, con las cuales a la mayor parte de este empresariado autóctono la competencia le resulta insostenible.

Todo esto a cambio de algunas migajas sin valor ninguno, por cuanto los mercados de los países ricos continuarían cerrados para los principales productos que se generan en el «Sur», mayoritariamente primarios, de carácter agrícola. Mientras, lo realmente importante y necesario, el comercio justo y beneficioso para todas las partes involucradas continuaría ausente.

Segundo, quedó muy claro que el como dijera nuestro Mario Benedetti, el «»Sur» también existe», y que con él hay que contar. Así, diversos medios refieren que «Nunca antes en el sistema multilateral de comercio, una nación en forma individual había desafiado de esta manera a EEUU y menos hasta el extremo de forzarlo a una frustración», como hizo ahora India. Y es que los resultados obedecieron en gran medida a un proceso que como ha sido mencionado ya venía generándose dentro de la organización comercial, un cambio en las relaciones de poder, al parecer ahora irreversible, hecho que fue reconocido por el propio Pascal Lamy al afirmar que las negociaciones, «…pese a su fracaso, han demostrado que los países en desarrollo han ganado voz dentro de la entidad multilateral», países que en su opinión «cuentan por tres cuartos de la totalidad de la OMC», de ahí que «…no sea una sorpresa que sus voces y presencia se note fuertemente. Por primera vez han estado implicados en todos los pasos del proceso de negociación, a través de las contribuciones de coaliciones como el G-20 o el G-33».

Sucede que hasta hace muy poco en la OMC las disposiciones esenciales se aprobaban por un grupo elitista de 4 miembros, el llamado «Cuadrilátero» -Canadá, EEUU, Japón y la UE-. Sin embargo, en este último ciclo de negociaciones, Canadá fue excluido del órgano decisorio, e ingresaron Australia, Brasil, China e India. Escenario en el que se señala como uno de los hechos más significativos, precisamente la inserción de China, que «irrumpió con fuerza y estableció de inmediato diferencias».

En resumen

Los detonantes del fracaso pudieran sintetizarse en dos: la falta de voluntad política mostrada por el mundo rico para cumplir los objetivos que supuestamente debió satisfacer la «Ronda de Negociaciones Comerciales Multilaterales de Doha»: contribuir al desarrollo de todos los pueblos del mundo, y en especial de aquellos de cuyo empobrecimiento estructural deviene máximo responsable; y quizás la más importante, la creciente unidad del «Sur», a pesar de todos los obstáculos y las agresiones que debe vencer para lograrlo; un «Sur» que crece y se fortalece por días, demostrando con ello que «un mundo mejor» es realmente posible.

IV- La «Ronda de Doha»: indeseado e ¿improbable? reinicio

Y es que, vista en su esencia, «Ronda de Doha», constituye un proceso altamente controvertido diseñado por las grandes potencias imperialistas al servicio del gran capital transnacionalizado, que maniobraron todo el tiempo para imponer sus propios intereses, en menoscabo de un mundo al que han contribuido a empobrecer a través de varios siglos de saqueo y prácticas desleales. Prácticas que intentan perpetuar utilizando diferentes vías, una de ellas, fue precisamente esta engañosa «Ronda» promovida por la OMC, en la que, bajo el supuesto propósito de promover el desarrollo armónico de todos los países participantes, se intentaba lograr la más amplia liberalización comercial conocida hasta el momento: libre cambio de bienes agrícolas, industriales y de servicios, solo que en condiciones de una gran asimetría entre estas naciones, polarizadas en dos grandes grupos, las ricas y las empobrecidas, más allá de otras clasificaciones eventuales.

Pero el engendro fracasó, y las probabilidades de que las negociaciones sean reiniciadas y que concluyan de manera exitosa resultan bastante remotas. Varias son las razones que lo explican, destacándose dos: los cambios que han tenido lugar o continuarán produciéndose en las partes negociadoras, ya sea por dificultades eventuales o por cese de los ciclos de mandato; y la también muy irreal posibilidad de que dichas partes cambien sus posiciones actuales.

Así, el 1ro de julio de 2007, el Congreso de EEUU que tiene entre sus competencias la «Política Comercial», decidió no renovar al presidente G. W. Bush, la «Autoridad para la Promoción Comercial» conocida como TPA -por su siglas en inglés, «Trade Promotion Authority»-, o como «Fast Track». Un mandato temporal que permite a la figura presidencial negociar acuerdos en bloque sin la necesidad de introducir las objeciones o enmiendas que le puedan ser exigidas por el poder legislativo. En consecuencia, desde ese momento Bush carecía de la capacidad negociadora necesaria para elaborar ofertas más constructivas, caso de que se lo propusiera, lo cual obviamente nunca fue así, dados los grandes intereses a los que en verdad representa ese Gobierno.

Ahora será necesario esperar por las posiciones del nuevo Presidente al respecto, ¿promoverá la liberalización comercial o defenderá posiciones de mayor proteccionismo, sobre todo en lo referido a las producciones agrícolas? Interrogante para cuya respuesta precisa aún se debe esperar. Respuesta que sin embargo, a juzgar por los candidatos presidenciales resulta predecible, no tanto por sus declaraciones como por sus actos, expresión de sus concepciones ideológicas y estrategias políticas.

En lo que respecta al candidato republicano J. McCain no existe mucho margen para dudas, fiel a la posición tradicional de su partido en cuestiones económicas, McCain defiende a ultranza los Tratados de Libre Comercio (TLCs). Hay que recordar que fue precisamente desde el Partido Republicano desde donde Ronald Reagan -junto a Margaret Thatcher- se convirtió en uno de los mayores artífices del «neoliberalismo», para el cual, el libre mercado, y en consecuencia, la liberalización comercial constituyen una especie de «panacea» mágica del desarrollo. En correspondencia, McCain aboga por conservar los acuerdos actuales, así como por la concreción de los TLCs con Colombia y Corea del Sur, en su opinión, ambos con peso estratégico, en el primer caso porque supuestamente «ayudarían» a lo que llama «lucha contra el narcotráfico» en América del Sur; en el segundo porque fortalecería «la presión contra Corea del Norte». Asimismo, proyecta negociar un nuevo convenio con la UE. Dentro de las críticas que formula al candidato demócrata, B. Obama, se encuentra precisamente la intención expresada por éste de revisar el contenido de los TLCs en ejecución.

La posición de Barack Obama exige una mayor sutileza en el análisis. Desde antes de la designación del candidato oficial de los demócratas a las elecciones, ninguno de los entonces pretendientes, Hilary Clinton y el propio Obama, colocaron la cuestión del libre comercio en el centro de sus prioridades; sin embargo, en sus pronunciamientos sí mostraron con cierto distanciamiento de las posiciones a favor, defendidas por el Comité de Liderazgo Demócrata, el que con el apoyo de William Clinton representa a la fracción centroderechista del Partido; en ambos casos tratando el asunto más desde la perspectiva doméstica que internacional, refiriéndose sobre todo a los impactos negativos de los TLCs en la clase trabajadora estadounidense. Se trata de que, según analistas, grupos sindicales de ese país atribuyen el deterioro del mercado de trabajo -con la pérdida de casi tres millones de empleos en el sector industrial- entre otras causas a la liberalización comercial. En resumen se trataba más bien de una estrategia electoral dirigida a la atracción de dichos grupos, que de una preocupación real por los efectos de esta práctica sobre los sectores menos favorecidos del país, y mucho menos de otras naciones.

Ya en su papel de candidato oficial, B. Obama, ha mantenido una discutible posición crítica ante los TLCs, solo que siempre desde la perspectiva nacional, rara vez dirigiendo el análisis hacia los efectos sociales y económicos del libre comercio, y de la globalización neoliberal más allá de las fronteras estadounidenses. Ha declarado que en el 2005 votó contra el TLC con Centroamérica y República Dominicana (CAFTA); que rechaza el Tratado que se negocia con Colombia, por violaciones a los Derechos Humanos en ese país; que apoya el que ha sido firmado con Perú, ya que, a su juicio, se trata de un «comercio que ayuda a los trabajadores»; y ha planteado la necesidad de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) -México, EUU y Canadá-; solo que, entiéndase, pura retórica.

En resumen, se puede afirmar sin temor a equivocarse, que de salir electo, B Obama mantendrá la misma posición asumida hasta el momento por todos los Gobiernos de EEUU: apoyará los intereses del gran capital y nada más. Así, será proteccionista, a la vez que apuntalará todas las modalidades del libre comercio que le sean necesarias a este grupo de poder, incluidas las negociaciones comerciales multilaterales, la inclinación de la balanza dependerá de la situación concreta.

Posición que no resulta sorprendente en un presidente estadounidense. Uno de los ejemplos más notorios para demostrarlo es el propio William Clinton, quien ha sido y es hasta el momento uno de los más importantes abanderados de la liberalización comercial a nivel regional y mundial: en 1994, bajo su mandato, entró en vigor el TLCAN, y tuvo lugar la «I Cumbre de las Américas» que dio inicio a la negociación para la firma del «Área de Libre Comercio de América» (ALCA); en 1995 impulsó la creación de la OMC. El mismo Clinton que en 1996 firmó la polémica «Ley Helms-Burton» con el propósito de destruir la Revolución cubana asfixiándola a través de un brutal bloqueo comercial, un verdadero cerco criminal que prohíbe bajo sanciones todo tipo de comercio entre EEUU y Cuba, y no solo la modalidad libre.

Por otra parte fue un Congreso mayoritariamente demócrata el que acaba de aprobar la «Farm Bill 2008», la que de marcado carácter proteccionista elevó el presupuesto estatal dirigido a la agricultura en 20 mil millones, un total de 289 mil millones de dólares en 5 años, aumentando significativamente las subvenciones a la producción y a las exportaciones agrícolas en detrimento de las empobrecidas naciones del «Sur geopolítico», empobrecidas precisamente por éstas y otras razones de igual naturaleza. Así, productos tan sensibles para las regiones latinoamericanas y caribeñas como el maíz y el azúcar, y en algunos casos, el algodón, recibirán grandes subsidios, para hacerse mucho más competitivos.

A la vez, Jhon McCain hará lo mismo. Se trata de que existe muy poca diferencia -si existe alguna- entre las estrategias políticas de los dos partidos élites de la sociedad estadounidense cualquiera sea la esfera de competencia; y es que el problema les trasciende, es realmente de ideología, en ambos casos imperialista y devastadora.

En lo que respecta a la Unión Europea, no resulta presumible que Nicolás Sarkosy, presidente de Francia y en ejercicio, de la UE, se interese por reactivar la «Ronda de Doha» en su proyección actual, todo lo contrario. Son notorias las diferencias del mandatario con la Comisión Europea (CE), y dentro de ella, con Peter Mandelson, comisario de Comercio y representante de la CE en la OMC por la posición que debe adoptar el bloque en la organización. Sarkozy les acusa de realizar demasiadas concesiones en el sector agrario, asegurando que no permitirá que se sacrifique la producción comunitaria en lo que llama el «altar del liberalismo mundial»; crítica que extiende a la organización de comercio y en especial a su director, Pascal Lamy, al expresar que los acuerdos que habían sido logrados por Mandelson y Lamy -a quienes nombró explícitamente- «supondrían perder 100 mil puestos de trabajo y el 20% de la producción agrícola nacional francesa», en un momento en que «La agricultura local debe volverse una prioridad absoluta».

En síntesis, Sarkosy ha declarado que «Francia se muestra contraria a la liberalización del comercio» en las actividades agropecuarias y agroindustriales, insistiendo en la necesidad de lo que identifica como el «proteccionismo europeo», entiéndase de la UE. En este contexto, aboga porque la reforma de la «Política Agrícola Común» (PAC), logre «…insertarse en un mercado agrícola globalizado y mantener el equilibrio entre las producciones de los países del Sur y las de los países del Norte, considerando los cambios demográficos que se producen en numerosas zonas rurales». Ha declarado que utilizará su período al frente del bloque para impulsar estas ideas, esgrimiendo como argumento el desafío que representa el impacto de la crisis alimentaria mundial.

De hecho, la agricultura constituye una de las 4 prioridades del Programa aprobado por la UE para la etapa. En consecuencia, ha expresado con fuertes y muy criticas valoraciones que apoyaría el reinicio de la «Ronda», solo bajo la condición de la «reciprocidad». En su opinión, «Las naciones emergentes quieren los derechos de las grandes naciones pero deben aceptar también los deberes (…), consideran que sólo tienen derechos y ningún deber en un sistema de comercio multilateral (…)». De ahí que a Estados como India, Brasil, China y Argentina, les ha enviado un mensaje explícito, «Que no me digan que es imprescindible para el crecimiento de los países emergentes: llevan siete años creciendo a tasas extraordinarias sin necesidad de este acuerdo. No podemos imponer reglas a nuestros productores y al mismo tiempo permitir la importación. Europa -dedúzcase UE- no mostrará más ingenuidad».

Pero hay mucho de retórica en su discurso; en realidad la preocupación y activa ocupación de Sarkosy en lo referido a la agricultura, obedece sobre a un interés doméstico más que comunitario. Así, según consta en el sitio oficial de la presidencia francesa de la UE, de acuerdo a su PIB, Francia constituye la «sexta potencia económica mundial»: el «quinto exportador» de bienes -especialmente equipos-, y el «segundo en servicios y agricultura». En lo que respecta a esta última se destaca en cereales -1er productor de la UE y 5to mundial-; en la producción de vino -2do del mundo y de la UE, después de Italia-; leche -2do de la UE, después de Alemania y 5to global-; remolacha azucarera -1ro en la UE y mundial-; y semillas oleaginosas -1ro UE -. Todo esto con una fuerza de trabajo en el sector que representa solo el 4% de la Población Económicamente Activa del país. Obviamente un «lobby» con mucha potencia en la política nacional.

A esto hay que agregar que en 2009, cuando el nuevo Presidente estadounidense obtenga su capacidad negociadora más allá del Congreso -o «Fast Track»-, podrían ser otros los representantes de algunos de los principales actores en las negociaciones, pues por calendario deben producirse elecciones en la Dirección General de la OMC; en la Comisión Europea; así como en India, sin que hasta el momento existan pronunciamientos acerca de posibles reelecciones.

Permutas que de tener lugar, no significarían necesariamente cambios en las posiciones muy buen definidas de éstos, aunque sí en las estrategias, sería quizás comenzar de nuevo; en un contexto además en que, de acuerdo a varios analistas, el comercio mundial pudiera dejar de ser una prioridad política.

En resumen, al parecer la «Ronda de Doha» esta vez llegó a su fin, categóricamente derrotada.

El final y la victoria de una batalla, no de la guerra

Sin embargo, el posible colapso definitivo de la «Ronda de Doha» representa para el «Sur geopolítico» tan solo una victoria, parcial y a la vez riesgosa. El imperialismo mundial no cejará nunca en sus pretensiones de enriquecimiento progresivo y desmedido, sembrando el hambre y la destrucción a nivel global. Para ello utilizará todos los instrumentos a su alcance, entre los que se destacan los Tratados de Libre Comercio bilaterales o regionales, como el que ya logró firmar la Unión Europea, el «Acuerdo de Cotonou», con sus ex-colonias de África Subsahariana, el Caribe -a excepción de Cuba- y el Pacífico, el Grupo ACP; los rubricado con Chile y México, o los que intenta suscribir con los dos bloque suramericanos, la «Comunidad Andina de Naciones» (CAN) y el «Mercado Común del Sur» (MERCOSUR); así como el que negocia con los países centroamericanos.

Especie de pócimas mortales para las cuales existe un solo antídoto, la unidad; entendiendo por ella la integración pero del «Sur», a través de todos los caminos posibles, y entre ellos, intercambios verdaderamente beneficiosos para todas las partes; alianzas cada vez más amplias, sólidas y ciertamente multilaterales que puedan incluso trascender los límites regionales para alcanzar dimensión mundial. El mejor de los escenarios donde se prueba hoy esta estrategia es «Nuestra América», en la que nuestro «ALBA», nuestro «PETROCARIBE», y otras muchas iniciativas demuestran día a día su viabilidad, y con ella, nuestra creciente fortaleza.