Recomiendo:
0

Crudo, petrodólares y «revolución» Washington y su «guerra petrolera» contra Chávez y Ahmadineyad

Fuentes: IAR- Noticias

El descenso del precio del petróleo en los últimos meses (luego de tocar un pico de 77 dólares el barril en el invierno pasado) alentó las esperanzas de la Casa Blanca de que productores de crudo como Venezuela, Rusia e Irán, se debilitarán al contar conmenos ingresos para consolidar su poder interno e influencia externa, señalaba en enero pasado el diario financiero imperial The Wall Street Journal.

Los  tres países, considerados «preocupantes» por Washington,  son potencialmente vulnerables a las oscilaciones del mercado energético mundial: los ingresos por crudo y gas representan entre 66% y 75% de los ingresos de los gobiernos de Venezuela e Irán, y un poco menos de Rusia, según el Journal.

Por lógica consecuencia, una caída más abrupta en los precios del petróleo desaceleraría el crecimiento económico y golpearía las finanzas de esos Estados que utilizan el petróleo como arma estratégica de posicionamiento en el campo internacional,enfrentados a la hegemonía de Washington.

Putin (que tiene su propia «guerra fría» con EEUU y el eje sionista) quiere construir su propio «Imperio ruso-capitalista» y recuperar el espacio perdido tras la caída de la URSS, Chávez quiere concretar su (por ahora difusa) «revolución socialista», y Ahmadineyad intenta consolidar su (también difusa) «revolución islámica» con la teocracia que controla las riendas de Irán desde hace tres décadas.

Favorecido por los altos precios del petróleo, con $200.000 millones en reservas de oro y divisas duras, y con su renovado sistema de armamento nuclear y convencional, el gobierno de Putin  comienza adesafiar a la hegemonía imperial estadounidense en relación con Irán, Venezuela, Corea del Norte y los gobiernos situados en el «eje del mal», según el decálogo de la «guerra contraterrorista» lanzada por Washington tras el 11-S. 

Rusia posee las mayores reservas de gas natural en el mundo a la vez que posee las séptimas reservas petroleras en magnitud y es el actual segundo productor mundial de petróleo.

A su vez, sus reservas gasíferas y petroleras de los Urales y Siberia, al igual que las de Venezuela, son las únicas grandes reservas mundiales de hidrocarburos fuera del  estratégico triángulo Mar Negro-Mar Caspio-Golfo Pérsico, considerado el pulmón petrolero del mundo.

Dispuesto a imponer su condición de gran potencia energética del siglo XXI, el gobierno de Putin ha venido estableciendo acuerdos con otros países para el desarrollo de una red de oleoductos y gasoductos que convertirán a Rusia en el gran árbitro del suministro de petróleo y gas para Europa y los grandes centros económicos y demográficos del Asia oriental (China, India, Japón, Corea del Sur).

Putin (quien compite por áreas de influencia con el llamado «Imperio unipolar») ya se posicionó en el mercado de la «carrera armamentista» convirtiéndose en principal proveedor de armamento y tecnología de guerra a los países situados en el «eje del mal».

Chávez quiere defender su «revolución socialista» (por ahora solo limitada al «asistencialismo» a los pobres con mendrugos de la renta petrolera) y amenaza a Washington con una «guerra asimétrica» librada con las armas compradas a Putin, mientras que Ahmadineyad quiere convertir a Irán en «potencia petrolera» desafiando a EEUU con armamento y tecnología de última generación también provista (a buen precio de mercado) por el naciente «Imperio ruso» del ex jefe de la KGB soviética.

Dios los cría y Washington los junta

La naciente «relación estratégica» entre Putin, Chávez y Ahmadineyad se alimenta de petróleo, un recurso vital, cada vez más escaso, de un valor estratégico incalculable para construir poder, y que se cotiza como oro (negro) en los mercados mundiales del sistema capitalista.

Según las estimaciones de los expertos, la demanda mundial de petróleo pasó de 15 a 82 millones de barriles al día entre 1955 y 2005, un aumento del 450%, mientras que la producción mundial crecía hasta ahora en una cantidad capaz de satisfacer esa demanda.

Las proyecciones indican que la demanda mundial seguirá creciendo en la misma proporción, o más rápido, en los próximos años impulsada en gran medida por el creciente consumo energético de China, India y otros países en pujante desarrollo capitalista.

Pero, como contrapartida de esta demanda creciente de petróleo,  una gran mayoría de expertos cree que la producción mundial de crudo «convencional» (liquido) pronto alcanzará un techo,  en 2010 o 2015, y  luego comenzará una disminución irreversible de las reservas.

En este escenario, y con la energía y el petróleo como herramientas decisivas de poder, el gobierno de Putin consolida su apuesta geopolítica de reposicionamiento de Rusia como potencia mundial disputándole espacios y áreas de influencia a la potencia locomotora del capitalismo y al eje sionista EEUU-Unión Europea.

Chávez y Ahmadineyad no tuvieron mejor idea que sumar sus vagones a la gran locomotora energética de Putin, y desde allí lanzarse a la aventura de desafiar al «Imperio unipolar» en Medio Oriente y en el «patio trasero».

El año pasado, en dos oportunidades, Chávez recibió al presidente de Irán como un «combatiente de causas justas, hermano y revolucionario». «Compañero de lucha», le retribuyó, por su parte, Ahmadineyad.

Por esas raras paradojas del mercado y del rating, las propias cadenas de prensa imperiales (controladas por el lobby sionista) los convirtieron a ambos en próceres emblemáticos del «antiimperialismo mediático»  y de la «revolución verbal» expandida con petróleo cotizante en Wall Street, el templo sionista-financiero de Washington.

«La revolución islámica y la bolivariana son una sola», asegura de tanto en tanto Chávez.

Dos tipos audaces

Irán y Venezuela comparten unos 30 acuerdos de cooperación, que van desde exploración petrolera a la producción de automóviles y tractores, y sus presidentes anunciaron la creación de un fondo de 2.000 millones de dólares para financiar proyectos en países de Latinoamérica y África. Según Chávez, es «sólo el preludio de lo que haremos».

Las dos cumbres realizadas por ambos presidentes en Caracas, sumadas a la reunión en La Habana de los «Países no alineados», el año pasado, sirvieron a Chávez y Ahmadineyad para ratificar su «hermandad» y acrecentar en ambos sus famas mediáticas «antiimperialistas».

A Chávez esas reuniones le permitieron apuntalar su liderazgo «petrolero» internacional, y para  Ahmadineyad significaron un intento de rompimiento del bloqueo a su programa nuclear con gobiernos cercanos a Chávez, tanto en el ámbito latinoamericano como internacional.

El intercambio es mutuo y recíproco: Chávez hace de «padrino» de Ahmadineyad en el área de América Latina, y el presidente iraní hace los mismo con el venezolano en Medio Oriente y en el mundo islámico.

Pero en definitiva, y enganchados a la locomotora energética de Putin, la gran preocupación «estratégica» de ambos presidentes «antiimperialistas» es que el precio del petróleo se mantenga alto y «estable», cuanto más alto, mejor, aunque el resto del mundo capitalista se desmorone en una crisis económica.

Las correspondientes «revoluciones» de Chávez y Ahmadineyad dependen de los petrodólares.

Miles de millones de dólares que alimentarán sus programas sociales asistencialistas, la base de su cosecha de votos y poder interno, y su arma estratégica fundamental para posicionarse en el nuevo orden del poder mundial.

La ecuación «energética»

Curiosamente, tanto Chávez como Ahmadineyad, alimentan sus proyectos «antiimperialistas y revolucionarios» dentro de una ecuación comercial-energética controlada en sus engranajes básicos, y  en última instancia, por el eje sionista-capitalista EEUU-Unión Europea.

El actual boom de la demanda petrolera (que eleva el crudo a precios récord) es impulsado por China, que se ha convertido en el segundo consumidor mundial de crudo detrás de EEUU.

La industrialización china y su acelerada conversión en «potencia capitalista» (así como la de India, el otro gran motor de demanda energética) está controlada por los bancos y transnacionales capitalistas, con sus centrales situadas EEUU o la Unión Europea, que fabrican y producen barato en la economía de enclave China, y desde ahí  hegemonizan el control y el abastecimiento del mercado internacional.


Y como a su vez, la industrialización exportadora de China depende en gran medida de la demanda estadounidense, allí, en el Imperio del «diablo Bush», se cierra la ecuación petrolera de las correspondientes «revoluciones antiimperialistas» de Chávez y Ahmadineyad.

Paralelamente, China es (junto a la Rusia de Putin) la principal aliada comercial de Teherán, en tanto que el Imperio estadounidense es elprincipal comprador del crudo venezolano, y sus corporaciones petroleras intervienen en áreas decisivas de la extracción y comercialización del crudo que impulsa la «revolución socialista-bolivariana» de Chávez.

La Venezuela de Chávez es el principal socio comercial de EEUU en América Latina (según las cifras de su comercio bilateral), y en la industria petrolera y en la economía iraní, en sus diversos procesos, intervienen las corporaciones  y bancos que cotizan sus acciones en la bolsa de Wall Street, el templo del capitalismo sionista a escala mundial.

En resumen, Chávez y Ahmadineyad, construyen su proyecto«revolucionario» dentro de una «ecuación energética» que nace y muere dentro del Imperio (del Bush «diablo» o de «Satán») que dicen combatir.

Una paradoja «revolucionaria» difícil de explicar, aún en tiempos del «doble discurso», que dejaría perplejos a Marx, a Lenín y al mismísimo Che Guevara, para quienes la revolución solo era posible eliminando al sistema capitalista y construyendo «otro poder» en su lugar.