Recomiendo:
0

España

Cuaderno de depresión (III)

Fuentes: Mientras tanto electrónico

Cinco millones Ni brotes verdes, ni siquiera tocar fondo. Trimestre a trimestre el volumen de personas en paro aumenta y ya ha alcanzado otro millón El que la cifra oficial no haya llegado al cinco es un resultado de la propia crisis. Como ha ocurrido otras veces cuando el paro es masivo hay personas que […]

Cinco millones

Ni brotes verdes, ni siquiera tocar fondo. Trimestre a trimestre el volumen de personas en paro aumenta y ya ha alcanzado otro millón El que la cifra oficial no haya llegado al cinco es un resultado de la propia crisis. Como ha ocurrido otras veces cuando el paro es masivo hay personas que dejan de buscar empleo, «se desaniman» y son contabilizadas como inactivas. No es manipulación estadística, es simplemente que los efectos de la destrucción de empleo toman formas diversas, una de ellas dejar de buscar. Este trimestre el número de los que han abandonado el mercado (inmigrantes que se han ido, prejubilados, o simplemente personas que no han realizado ninguna acción especial para encontrar empleo) ha superado las 21.600, justo lo que falta para llegar a los 5 millones.

Detrás de esta cruda cifra hay mucho sufrimiento humano, pobreza, inseguridad, desahucios, desamparo, impotencia, frustración. Hay una brutal situación de emergencia social. Y frente a ello la impudicia de las elites económicas que continúan autoconcediéndose ganancias fabulosas, exigiendo más y más recortes de derechos sociales. Y la frivolidad de las elites políticas que siguen apostando por mantener las mismas líneas de actuación que nos han llevado hasta aquí, con el programa de saneamiento de la banca. Recortes del gasto público y confianza ciega en que el mercado al final nos salvará. Más la impudicia de la academia económica que sigue aferrada a sus dogmas sirviendo de coartada intelectual a las elites financieras y genera aún más confusión a los responsables políticos.

Una situación de emergencia como la actual requiere de esfuerzos colectivos y de propuestas avanzadas. Requiere también de buenos diagnósticos de hacia dónde se quiere avanzar. La derecha económica se siente cómoda con la referencia insistente en el libre mercado, la emprenduría, la competitividad… Pero esta insistencia ni resiste la evidencia empírica del pasado ni es capaz de establecer una mínima hoja de ruta para salir de aquí. El mantra de que sólo los empleadores privados generan puestos de trabajo es otra de estas falsedades que bloquean la adopción de otras políticas: hay muchos empleos públicos de gran utilidad social y muchos empleos privados dependientes del gasto público. Y, como en otras crisis, es evidente la incapacidad de los capitanes de empresa para cumplir con su autootorgado rol.

Una economía que se caracteriza por tener una estructura productiva desequilibrada (exceso de peso del sector constructor, déficit exterior, dependencia energética…), con importantes déficits sociales y desigualdades insoportables (20% de pobreza, desigualdades de género, etc.) y enfrentada a una más que palpable crisis ambiental, requiere de potentes políticas colectivas para transformarse. Seguir confiando en los tradicionales incentivos privados y en la acción de unos pocos individuos, seguir dependiendo de los caprichos del usurero, constituye una total irresponsabilidad. Pero rehacer una lógica racional supone también no ensimismarse con la mera crítica al poder sino empezar a elaborar propuestas de acción alternativas. Algunas ya empiezan a aflorar (de organizaciones como CC.OO. o Greenpeace, de economistas alternativos cercanos al 15 M). Es tiempo de crear sinergias, afinar proyectos, reconstruirlos. Cinco millones de personas (y otras muchas víctimas colaterales) lo demandan. Aunque a veces en silencio.

El problema no es la deuda, es el déficit

I. Quien define los temas de los debates condiciona sus resultados. Es algo que los poderosos conocen bien. Por esto una tarea básica para todo contestatario competente consiste en escoger muy bien cuáles son los problemas a tratar. Es lo que, por ejemplo, está llevando a cabo la Plataforma de Afectados por la Hipoteca al plantear la prioridad del derecho a la vivienda sobre el de los acreedores.

En la coyuntura actual la derecha y el gran capital ya han escogido su campo de pelea: el de la deuda, pública por supuesto. Grecia es la gran coartada, pues si bien es un país con unas dificultades específicas, su deuda resulta irrisoria si se pone en relación con el espacio económico en el que está inserta (la economía griega es apenas el 2,5% de la economía de la UE 27). Y es que a cuenta de los problemas griegos se ha constituido un discurso en el que todas las situaciones parecen iguales, especialmente la de los países de la periferia, como es el caso de España.

Las situaciones son muy diferentes, incluidos los orígenes de la deuda, pero si algo caracteriza a la economía española es su relativamente bajo nivel de endeudamiento público: un 67% del PIB según los últimos datos, muy lejos de los niveles de otros desgraciados «pigs» como Grecia (161), Italia (121), Irlanda (109) o Portugal (106), pero también lejos de los grandes países, algunos como Francia (86), Alemania (82) o Reino Unido (80) tildados de ejemplos a seguir. Al plantear que nuestros problemas son de deuda pública no sólo se está creando una cortina de humo sino que se sugiere que el «haber vivido por encima de nuestras posibilidades» tiene sólo una respuesta: la necesidad de recortar gasto público para evitar que nuestros acreedores se pongan nerviosos.

Si hay un problema de endeudamiento real en el país es de deuda privada, sobre todo el de las empresas, que supera el 150% de su patrimonio. De hecho mientras la deuda pública es sólo del 67%, la deuda exterior española se sitúa por encima del 90%. Si contamos que una parte sustancial de la deuda pública está en manos nacionales, este fuerte endeudamiento exterior es fundamentalmente una cuestión de los grupos financieros, que se endeudaron para financiar la burbuja inmobiliaria, o de las grandes empresas que lo hicieron para financiar su expansión internacional. El endeudamiento privado del país es una de las caras del nuevo modelo de capitalismo consolidado en los últimos 25 años, el del «boom» inmobiliario y la formación de grandes grupos multinacionales de matriz local.

El que sí es un problema real del sector público es el del déficit. Si bien el endeudamiento es pequeño, es cierto que éste ha crecido a causa de la fuerte caída de los ingresos públicos (de un 37,8% del PIB hacia un 31,7%). Una caída que es en parte el resultado de la propia crisis y el frenazo de la construcción, pero que en buena parte es también resultado de las políticas de recortes impositivos que vienen practicando los sucesivos gobiernos desde la crisis de principios de los noventa.

La recaudación pública española (sumando impuestos, tasas y contribuciones a la seguridad social) se sitúa a la cola de la UE 27 (sólo superamos a Irlanda, Letonia y Bulgaria), Una caída que refleja dos de los males endémicos del modelo de capitalismo español: Uno es la dependencia de la construcción y la incapacidad de desarrollar un modelo productivo equilibrado (respecto a la dependencia exterior, respecto a la satisfacción de las necesidades sociales). El otro el persistente subdesarrollo del sector público que se manifiesta en los modestos porcentajes que presentan el gasto educativo, sanitario y social, reflejo de la inequidad de un sistema que favorece la masiva evasión fiscal de grupos concretos de la población.

La política de recortes públicos de los últimos meses lejos de resolver el problema lo agrava. No sólo porque el recorte del gasto tiene efectos directos (despidos de personal público, recorte de gastos) e indirectos (vía efecto multiplicador), sino también porque deja fuera de campo los problemas centrales que deberíamos tratar de resolver: qué modelo productivo y de consumo necesitamos desarrollar (desde una lógica de sostenibilidad económica, social y ambiental) y qué modelo de sector público y de contribución fiscal puede contribuir a nuestro bienestar.

II. Poner la deuda pública en primer plano es una estafa. Pero puede acabar resultando un trapo rojo para que embistan los movimientos alternativos. De hecho ya están sonando voces para lanzar movimientos a la islandesa o a la francesa. La cuestión de la deuda tiene aquí una larga tradición, al menos desde las luchas del 0,7 y la denuncia de los planes de ajuste latinoamericanos y africanos. Y lo de auditar la deuda puede resultar atractivo para denunciar por enésima vez a los que se han forrado a cuenta de la mayoría. Pero, dada la situación real del país, me parece que nuestros esfuerzos deberían centrarse en otras direcciones. En exigir una reforma fiscal justa y suficiente para garantizar la cobertura de las necesidades básicas (lo que no es incompatible con luchar contra el despilfarro y las inversiones irracionales desde cualquier punto de vista), en pelear porque se adopten propuestas que realmente alteren el modelo económico que ha producido y sigue produciendo el cáncer incurable del paro masivo, la pobreza, la inseguridad económica de la mayoría, las desigualdades insoportables y el deterioro ambiental. Y por lo que respecta a la deuda nuestros esfuerzos deben centrarse en impedir la conversión de deuda privada en pública. Y, como un mínimo de plan B, en plantear que las ayudas al sector financiero se hagan sólo a cambio de transmisión real de activos al sector público. Si les pagamos dinero que se haga a cambio de ese parque de viviendas vacías que podrían convertirse en un parque de vivienda social (no en solares en los que mejor nunca se construya nada). Si la gestión privada ha fracasado, hay que dar lugar a una gestión pública de la actividad financiera que permita dar un salto cualitativo al modelo de gestión de las «bancas éticas». El problema de la deuda pública es un espantajo, discutir las razones del déficit o cuestionar la colectivización de la deuda privada (mucho más de lo que ya se ha hecho) es en cambio una tarea urgente en la que deberíamos focalizar esfuerzos.

Economía guardioliana

Hace unos meses argumenté, en Cuaderno de Crisis, que la forma como Mourinho respondía a sus fracasos se parecía a la forma como las elites económicas actúan ante los suyos. Alguien pensó que era un mero exabrupto del culé confeso que soy. No era esa mi intención, sino la de mostrar que en la gestión actual de los dirigentes sociales hay aspectos comunes y repetitivos, y que el modelo de culpar a las víctimas y mantener que el propio proyecto sigue siendo tan bueno como siempre es uno de estos tipos de actuación.

Analizar a los líderes deportivos me parece un tema relevante, por cuanto la magnitud del deporte de masas es tal que su actuación tiene una enorme repercusión social, como lo muestra el caso extremo de Berlusconi. Es más, creo que en la actual insistencia en la competitividad, los rankings, etc. la cultura deportiva ha contaminado al resto de la sociedad. Cuando menos en áreas tan teóricamente sensatas como las de la producción científica (donde cada vez más lo que debería ser una elaboración colectiva común se ha convertido en una carrera por acumular puntos y reconocimiento individual). O como coartada al establecimiento de pautas distributivas basadas en «todo para el ganador».

Guardiola, el entrenador del Fútbol Club Barcelona, considerado por todo el mundo como una persona afable, sensata y promotora de un modelo de juego cooperativo, nos ha dado los últimos días otra versión complementaria a la de Mourinho pero igualmente representativa de la insensibilidad y falta de perspectiva de las elites. Primero justificando la financiación del club por parte del emirato de Qatar (me resisto a emplear la nueva ortodoxia ortográfica por motivos estéticos) alegando que él había vivido muy bien en aquella sociedad. Indigna que una persona que luce de culto y sensible ignore la realidad qatarí, la insoportable marginación de las mujeres, la insoportable explotación de la mano de obra inmigrante (la que realiza casi todas las tareas laborales a la que se le niegan derechos de todo tipo), el autoritario régimen político. En esto Guardiola es un ejemplo de la actitud cínica que se encuentra también en algunas elites científicas y en las económicas de dar por buena toda aportación de recursos sin mirar cuál es su catadura, con qué sangre y sudor se han obtenido. De todas aquellas elites que muestran sensibilidad para las «cosas superiores» mientras que ignoran toda aquella realidad que no conviene reconocer.

Posteriormente, el mismo personaje, elevado a una especie de líder cultural del país por nuestro parlamento autonómico que le concedió una importante condecoración, realizó otro sonoro discurso en el que vino a decir que si trabajamos todos muy, muy fuerte seríamos líderes en todo. Más o menos el mismo discurso que viene haciendo el presidente Mas para pedir a la población que acepte sin rechistar los recortes sociales que está haciendo.

Seguramente el mismo Guardiola sería el primero de protestar si a sus mimados jugadores se les impusieran los salarios y condiciones de trabajo que afectan a la mayoría y diría que «en estas condiciones es imposible competir». Pero esto forma parte también de la visión que las elites piensan imponer a los demás: la aceptación acrítica del esfuerzo y la resistencia, la sumisión a sus proyectos. Un discurso conservador que de ser aceptado socialmente dejaría a la sociedad completamente inerme frente a la deriva insensata de sus líderes.

Guardiola y Mourinho no son pensadores. Es posible que incluso sean personas verdaderamente encantadoras y simplemente sean víctimas de su papel mediático. Pero su actuación responde a varios de los tics propagandísticos con que tratan de hacernos creer que los responsables de la crisis somos los de abajo y que lo único que podemos hacer es obedecer con entusiasmo a las propuestas de los de arriba.

Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-96/notas/cuaderno-de-depresion-3