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Cuando China salvó a Europa

Fuentes: Prensa Obrera

Nadie descorchó champagne para celebrar ni tampoco ofreció una corona de flores en señal de duelo, de tal manera que el tercer aniversario del comienzo del derrumbe económico mundial, a mediados de 2007, pasó sin la gratificación de un recuerdo. Los apologistas del capital han preferido el olvido para esquivar el desafío de explicar lo […]

Nadie descorchó champagne para celebrar ni tampoco ofreció una corona de flores en señal de duelo, de tal manera que el tercer aniversario del comienzo del derrumbe económico mundial, a mediados de 2007, pasó sin la gratificación de un recuerdo. Los apologistas del capital han preferido el olvido para esquivar el desafío de explicar lo sucedido y el fracaso de los recursos, que habían pretendido infalibles, para conjurar la crisis o contenerla. Sin embargo, una crisis de conjunto, que atraviesa su tercer año sin el menor signo de reversión a la vista, tiene un alcance histórico. En especial, cuando ocurre después de haber proclamado una gran victoria: el desmantelamiento de los sistemas de protección social en la mayor parte del mundo, e impuesto nada menos que una extensión colosal del mercado mundial mediante la restauración capitalista en dos grandes bloques territoriales, como China y Rusia y su periferia. Ahora, los pronósticos más autorizados señalan una recaída de la producción industrial y nuevas quiebras de bancos. Los detonantes de lo que se ha dado en llamar la «doble zambullida» son la crisis fiscales de los estados de la Unión Europea; la deuda federal, estadual y municipal de los Estados Unidos, y el derrumbe del consumo como consecuencia de una desocupación mayor; y la deuda creciente de Japón (200% del PBI), pero, por sobre todo, el persistente derrumbe del mercado hipotecario norteamericano. Este mercado es el principal mercado mundial de deuda, con obligaciones por 9 billones de dólares – el 65% del PBI de los Estados Unidos. Una columnista del Financial Times (12/7) observa que «la capacidad de la construcción de viviendas para motorizar un crecimiento económico de Estados Unidos se ha disipado, al menos por el momento», pero esto no tiene en cuenta la creciente desvalorización del stock de viviendas existentes, o sea el default de sus propietarios y la incapacidad para hacer frente a las cuotas de las hipotecas. «La industria de la construcción -prosigue la columnista citando al Barclay’s Bank- descuenta una doble zambullida, o por lo menos una reducción significativa del crecimiento económico». El economista Nouriel Roubini (Project Syndicate, 16/7), luego de señalar que una caída industrial es inevitable después del cese de las medidas de estímulo, observa lo que nosotros mismos hemos señalado repetidamente: que «los excesos fundamentales que le metieron gas a la crisis no han sido encarados». Se refiere «al excesivo endeudamiento de hogares, bancos y otras instituciones financieras, así como a la mayor parte del sector de corporaciones». O sea que estaríamos en el punto de partida, aunque con el agravante de que, en el camino, los Estados y bancos centrales inyectaron billones de dólares en operaciones de rescate, que no fueron usados para reducir el excesivo endeudamiento sino para hacerlo mayor.

 

De infartos y colapsos

 

El manto de silencio que cubrió el aniversario sirvió para escamotear otro hecho más: el colapso de la zona euro en mayo, similar al que produjo la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers y el default de la aseguradora AIG en septiembre/octubre de 2008. El infarto se manifestó en la paralización del funcionamiento del capitalismo e incluso del sistema político norteamericano; los bancos dejaron de prestarse entre ellos, las operaciones de rescate se dilataban por divergencias políticas. Ahora, el columnista Siaba Sarrate (Ambito, 16/7), en referencia a la crisis de Grecia y del euro de mayo pasado, dice (retrospectivamente, claro) que «la corrida sin contención pudo (sic) ser terminal», y que, además, «se alimentó más de la parálisis de las autoridades -y de su asombrosa impericia». O sea, un derrumbe político combinado con el económico. «Europa pasó de Dunkerque a Normandía», rememora el columnista. En Dunkerque, en 1940, las tropas alemanas infligieron una dura derrota a las británicas, que tuvieron que retirarse de Europa, y abrieron el camino para la ocupación nazi de la Europa continental. En Normandía, en julio de 1944, se produjo la invasión aliada que inició la liberación de Francia. Se trata, por cierto, de una comparación muy fuerte. Pero, invasiones aparte, la crisis reciente en Europa puso de manifiesto, por segunda vez, que el derrumbe mundial no se compone solamente de recesiones, despidos y quiebras, sino también de colapsos cuando el mecanismo interior del sistema capitalista se paraliza, pero en este caso no a partir de un banco de inversión y una compañía de seguros sino de Estados y uniones políticas y monetarias estatales. No hay tampoco que asustarse, nos dice Siaba, porque el plan de salida de Europa funcionó muy rápido. Vano consuelo: de un colapso se sale rápido o no se sale. Más allá de esto, deja una secuela permanente. Es lo que ocurrió con la quiebra de Lehman Brothers y el rescate de AIG: el rescate de la economía por parte de los Estados y los bancos centrales desató la fase siguiente de la crisis mundial, que incorpora crisis fiscales gigantescas y aún mayores crisis monetarias. Las deudas públicas principales superan el 100% del PBI; y las emisiones de moneda, con respaldo en activos sin valor, han crecido en torno al 150%; la base monetaria en Estados Unidos subió de 1,3 billones de dólares a 3,5 billones entre abril de 2007 y marzo de 2010, en tanto el PBI caía en precios constantes. Ahora, los especuladores internacionales apuestan a un derrumbe del dólar.

 

Más que una gambeta

 

De todos modos, la afirmación de que el plan de rescate salvó el día en Europa es menos que media verdad. En un artículo anterior («Gambeta china», en Prensa Obrera 1134) se nos escapó un eslabón de ese rescate. Es cierto que al no ceder a las presiones para revaluar su moneda, el yuan, respecto del dólar, China protegió al euro de un derrumbe, ya que esa revaluación hubiera amplificado la devaluación que estaba sufriendo el euro. Pero ante el anuncio del plan de rescate, China hizo algo más: salió a comprar deuda de los bancos españoles y griegos, y a transformar una parte de su reserva de dólares en euros. Las autoridades chinas habían pregonado, precisamente, que tenían la intención de atar su moneda a una canasta de monedas -lo cual supone una diversificación de sus reservas. «El mercado europeo, le acaba de decir Wen Jiabao, primer ministro de China, a su homóloga de Alemania, Angela Merkel, de visita en China, es y será una de las principales plazas de inversión para las reservas chinas de divisas extranjeras». Este señalamiento llevó al corresponsal de El País (17/7) en Pekín al comentario siguiente: «suficiente para que el euro superara la barrera de los 1,30 dólares por primera vez en dos meses». Voilà. Europa solamente salió de terapia intensiva, por un lado por la gambeta china con relación con el dólar, que fue acompañada por una fuerte intervención de socorro de bancos europeos y del euro. Es cierto que al detener la devaluación del euro, China actuó en defensa de sus propios intereses comerciales, como es frenar el encarecimiento de sus exportaciones y el abaratamiento de las de la competencia. Pero el problema comercial es de mediano y largo plazo, y está condicionado por diferentes variables, en tanto que el hundimiento del euro era un problema financiero inminente, pues hubiera podido acelerar las quiebras bancarias en Europa y provocar una cadena de devaluaciones de otras monedas.

 

La intervención de China en el rescate del euro la eleva a una posición de arbitraje en la crisis monetaria, que hasta ahora había estado reservada a Estados Unidos. Después del shock de 2008 y más tarde, cuando la crisis de Grecia sacudió a Europa, la Reserva Federal había realizado operaciones de canje del dólar con monedas locales (real, peso mexicano, euro) para cubrir las necesidades de dólares de los países que enfrentaban fugas de sus divisas. Ahora ese rol fue pactado por la Unión Europea con China. Hay una lógica en esto, porque China tiene reservas superiores a los dos billones y medio de dólares. China se ve obligada a arbitrar para preservar el valor de estas reservas. En varias ocasiones, advirtió al gobierno de Obama contra la tentación de desvalorizar el dólar. Pero bien mirado, este arbitraje pone de manifiesto la dependencia monetaria de China. Después de todo, conservar un porcentaje desproporcionado de la riqueza creada y comercializada (en sus gigantescas reservas, 31% de las mundiales cuando su población es el 22% del total) constituye un despilfarro descomunal, pues la función del dinero, más allá de un nivel de atesoramiento y de reserva para transacciones, debe ser la inversión en nuevas capacidades productivas. Las reservas de China financian la emisión desmesurada de dólares sin respaldo (por eso el elogio de los Kirchner al monto alcanzado por las reservas de Argentina constituye un despropósito: son el vaciadero de basura de la Reserva Federal, su emisión de dólares, y tienen el único propósito de operar como garantía para un ulterior endeudamiento internacional). El salvataje del euro por parte de China es un nuevo estadio de la crisis monetaria internacional y una forma todavía ‘pacífica’ de dirimir los conflictos comerciales. La protección del valor de las reservas internacionales, por parte de los países con excedentes, y el privilegio emisor del dólar por parte de la Reserva Federal, constituyen los ‘casus belli’ de la presente crisis mundial.

 

(Los países emergentes, se informa, han recibido capitales especulativos en el último año por el monto de 700 mil millones de dólares. Ante la incapacidad de esas economías de absorber esa suma sin provocar un colapso interno, sus bancos centrales compraron 600 mil millones de aquellos, con lo cual evitaron una revaluación de sus monedas. Para esterilizar las monedas locales con las que compraron esos dólares, han tenido que pagar tasas de interés muy superiores a las que cobran cuando invierten esas reservas, por ejemplo en bonos de la deuda pública norteamericana. Esta operación de desangre financiero de las economías emergentes es saludada, naturalmente, por los países centrales y menos naturalmente por los cipayos que gobiernan en estos países, que adoran la acumulación de reservas como un éxito nacional y popular).

 

La zona euro sigue en terapia

 

El rescate del euro ‘a la china’ forma parte de una disputa que supera el marco del comercio entre naciones. Después de todo, las medidas proteccionistas de Estados Unidos contra las exportaciones chinas apenas involucran al 3% del comercio bilateral. La pelea principal es por el acceso de los capitales internacionales que operan en China al mercado de compras estatales de China, cuyo presupuesto anual es de dos billones de dólares. Las restricciones al acceso de este mercado ya han desatado un enfrentamiento, en especial de capitales alemanes y norteamericanos, con el gobierno de Beijing, particularmente porque China pone la condición de que las empresas extranjeras se asocien a las chinas y le transfieran tecnología sensible. Se trata de una exigencia imposible de satisfacer, porque el diferencial tecnológico es la fibra decisiva de la competencia mundial, en especial cuando la crisis ha horadado el diferencial de financiamiento. En forma simultánea, sin embargo, existe una restricción generalizada a permitir inversiones chinas en los países centrales, o sea a transformar sus reservas en dinero en inversiones productivas. China ha logrado, a cambio de su socorro al euro, que se le permita comprar empresas en Grecia y en otros países de la periferia de Europa.

 

Sea como fuere, el salvataje por parte de China no ha resuelto la crisis del euro. Es cierto que obligó a desarmar posiciones a los fondos que habían especulado a la baja (recompraron euros) y que esto provocó un giro hacia arriba en su cotización. Pero en este viraje intervino también una depreciación del dólar, determinada por la evidencia de que Estados Unidos vuelve a la recesión y de que no tiene el mismo margen que en los años recientes para ejecutar rescates o estímulos económicos. La situación fiscal y bancaria de Europa es más grave que nunca. La zona euro tiene una deuda pública combinada de casi 8 billones de euros, que se eleva a 12 billones para toda la UE. Gran Bretaña acaba de confesar que su deuda pública fue dibujada por el gobierno precedente (¡ya es un deporte mundial!) y que es, en realidad, medio billón de dólares superior a la informada. En Clarín del domingo 18, Rodolfo Terragno adjudicó los males de Europa a la convertibilidad de las viejas monedas europeas con el marco alemán, que quedó fijada en el valor del euro. Pero olvida que la crisis europea envuelve en especial a la misma Alemania, cuyos bancos tienen activos incobrables por 300 mil millones de dólares. Una salida del euro y una devaluación sumiría a los países que lo hicieran en una crisis económica mucho peor que la actual. Grecia tiene una deuda pública tres veces mayor a la de Argentina en 2001 y los bancos españoles han contraído una deuda récord para ser rescatados por el Banco Central Europeo. Una parte de la banca griega ya ha sido calificada de zombi: es que cotiza sus activos incobrables, que carecen de valor, a la par, y reemplazan esta falta de recursos con inyecciones del Banco Central Europeo (esto mismo ocurre con las Cajas españolas, los Landesbank germanos y los bancos locales o cooperativos de Italia). La semana que viene se conocerán los resultados de las pruebas de resistencia a situaciones de crisis, a la que han sido sometidos los bancos europeos. Todo el mundo anticipa que las pruebas han sido fraguadas, e incluso que son de imposible verificación, como ya se demostró en Estados Unidos. Aun así le bajarán el pulgar a una decena de entidades de importancia relativa, que seguramente serán absorbidas por otras… con el apoyo de un financiamiento de la Comisión Europea y los diversos Estados. En definitiva, los analistas internacionales más destacados siguen pontificando sobre la necesidad de un default «ordenado» de Grecia y las probabilidades crecientes de una desintegración de la zona euro.

 

Estados Unidos, siempre

 

El torbellino de la crisis ha regresado, a partir de este desarrollo, a Estados Unidos; los pronósticos optimistas de la Reserva Federal, en febrero, se han tornado, agoreros. Se prevé recesión o menor cifra de crecimiento del PBI (1,5%), agravamiento de la crisis hipotecaria, cese de la reposición de inventarios. El quebradero de los quebraderos está representado por las agencias estatales hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae, cuyo valor de capital en Bolsa ha caído a casi cero (la sacaron de las pizarras), pero que solventa bonos garantizados por hipotecas en el orden de los 5 billones de dólares (la mitad del mercado hipotecario), que no puede pagar. De ese monto, la Reserva Federal se ha hecho cargo de 1,3 billones, o sea que la circulación del dólar no tiene respaldo. Una comisión investigadora ha determinado que el déficit fiscal ya tiene el carácter de «un cáncer», que hará metástasis fiscal en regla en unos pocos años. Asimismo, además de la posibilidad de default de numerosos estados de la Unión, los fondos de pensiones, que pagan jubilaciones predeterminadas, ya están más allá de la bancarrota: es que con la baja de las tasas de interés por las contribuciones que manejan necesitarían aumentar sus fondos de sustentabilidad en varias veces para poder pagar los retiros establecidos. Para resumir, la carga fiscal potencial del Estado norteamericano no tiene soporte. No porque el fondo de capital en los Estados Unidos para solventar la deuda del Estado no sea suficiente -por el contrario, la crisis ha creado una abundancia de capital en forma de liquidez-, sino porque ese capital no bancaría asumir el riesgo que conlleva la deuda pública. Hoy mismo, la deuda americana se solventa solamente en un 53% con capital interno – el 47% es exterior y saldría por la puerta de emergencia ante el primer síntoma de colapso. A esto se refieren los economistas que aseguran que cualquier despiste de ruta podría transformar a las nuevas manifestaciones de recesión en una depresión.

 

Los llamados países emergentes no pueden contrarrestar esta tendencia a partir solamente del comercio de materias primas que motoriza la demanda de China, porque esta misma demanda está siendo afectada por el nuevo retroceso de los países centrales. Otra cosa sería si la demanda de China estuviera sustentada en un vigoroso desarrollo de su mercado interior, con independencia del capital internacional. Pero lo que ocurre es que el capital internacional quiere colocar su excedente de producción y de capitales en China. Sería una tercerización de su actividad en los países centrales, con la consecuencia de un violento crecimiento de la desocupación en ellos. Por otro lado, la demanda de China y del resto de los emergentes se encuentra en gran parte fogoneada por los capitales especulativos y la acumulación de reservas de moneda extranjera, que se extinguirían como consecuencia de otro derrumbe financiero en los países centrales. La salida a este derrumbe plantea una reorganización social en gran escala; entrañará un gigantesco retroceso social si se produce en los marcos capitalistas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.