Vivimos en una época sumamente paradójica y turbulenta. Recuerdo que cuando yo estudiaba ni siquiera se hablaba de nacionalismo. Porque para hacerlo tendrían que haber entrado en escena otros intereses que lo afectaran notoriamente. En ese entonces las familias se reunían a escuchar las novelas entorno a una radio. Era como un enorme cajón con […]
Vivimos en una época sumamente paradójica y turbulenta. Recuerdo que cuando yo estudiaba ni siquiera se hablaba de nacionalismo. Porque para hacerlo tendrían que haber entrado en escena otros intereses que lo afectaran notoriamente. En ese entonces las familias se reunían a escuchar las novelas entorno a una radio.
Era como un enorme cajón con válvulas, más o menos unas cien veces el tamaño de las de hoy con chips. Recién a mis doce años tuvimos nuestra primera TV que ocupaba media habitación. En aquél entonces pese a vivir en la ciudad capital todo era sumamente lento y cíclico. Se trabajaba en empleos estables prácticamente toda la vida.
Cambiar de empleo, que te despidieran o prescindieran de ti era algo sumamente traumático. Se esperaba que trabajaras de corrido hasta jubilarte y fueras ahorrando y armando poco a poco tu vida familiar. Un nuevo aparato eléctrico para el hogar era una fiesta que ameritaba la reunión de toda la gran familia. El divorcio no existía más que en el deseo de algunas personas agobiadas por tener que seguir aparentando el éxito de su fracasada vida íntima.
Toda la movilidad de nuestra época consistía en que al llegar la temporada veraniega las familias se iban a la playa. Porque todos de un modo u otro tenían una invitación de familiares o amigos. Era una gran noticia cuando alguien se iba a Europa en un viaje de 15 días de barco por lo menos y se llevaban aquellos enormes baúles donde cabía un hombre cual largo es.
En aquella época todavía gran parte de la ciudad tenía calles de adoquines y buena parte del transporte eran tranvías eléctricos, casi como en la época del oeste americano y sus ferrocarriles. De repente en los 60´s estalló la locura de Beatles, hippies, izquierdas, guerrillas, guerras, la revolución cubana, y ya no se detuvo más.
Cabellos largos, ropas de colores, canciones y bailes, drogas, manifestaciones, balas, represión policial y del ejército, instructores de tortura importados de Norteamérica, irrumpieron súbitamente en nuestro pacífico y lento transcurrir pueblerino. Pero hubo además un hecho muy significativo, una especie de icono de lo que luego sucedería.
En el 69 el Apolo 11 llevó la primera tripulación humana que apoyó sus pies sobre superficie lunar, se comunicó con la tierra y volvió a ella. Ese fue un evento que sacudió nuestra época aunque hoy nos parezca habitual, de lo más normal. Pero también marcó el abismo tecnológico entre lo que luego pasaría a llamarse el primer mundo y el subdesarrollado.
Ahora solo unas décadas y dos generaciones después vivimos en un mundo de comunicaciones instantáneas, transportes veloces y economía global donde todo el mundo interviene en lo de todo el mundo, una red de redes.
Donde se dice que marchamos hacia una integración, organismos y gobiernos regionales primero y luego hacia uno mundial. No es extraño entonces que estemos confundidos o que no sepamos ya muy bien donde estamos, que hacemos, hacia donde vamos, que se espera de nosotros o que se supone que la vida es.
Las nuevas generaciones nacen y se educan en un mundo que no tiene ningún parecido con el de sus mayores, y por tanto son cada vez más difíciles las relaciones intergeneracionales, porque todo se vuelve obsoleto a cada vez mayor velocidad. Hoy en día es necesario que la educación sea actualizada varias veces en la vida de una persona.
Pero las instituciones públicas siguen viviendo en el siglo pasado, no han sufrido ninguna actualización en décadas y por el contrario reducen sus presupuestos y funciones. Se han desentendido de los servicios con el cuento de que las instituciones públicas no son eficientes y se las han regalado a corporaciones privadas internacionales.
Por tanto el pueblo ha quedado librado a lo que pueda hacer, totalmente desprotegido y es creciente la exclusión social sin que se vea ninguna alternativa de corrección de tal dirección. Sin embargo esto no es exclusivo de los países subdesarrollados sino una tendencia mundial. La verdad es que no entendemos que es lo que sucede ni por tanto que hacer para remediarlo.
Todo esto sucedió en solo 50 años, incluyendo la revolución de nuestras economías y culturas como resulta obvio en China por ejemplo. Comparémoslo con los miles que nos tomó llegar aquí y los millones que nos dicen que lleva evolucionando la vida en nuestro planeta.
Tal vez así podamos tener una remota idea de la aceleración que le han impreso los hechos a nuestras vidas y del susto, la sorpresa y la desorientación que llevamos dentro. Lo cual de algún modo nos ayuda a comprender la resultante parálisis del pensamiento y anestesia emocional que sufrimos, como una preventiva reacción de la inevitable hilaridad y extrañeza que desde entonces reina en nuestros mundos.
Pero de 7 u 8 años acá han comenzado a suceder cosas inesperadas. La revolución Bolivariana, la propuesta del Alba entre Cuba y Venezuela, la irrupción al por mayor de gobiernos de izquierda, el primer presidente indígena en Bolivia.
Dos ceremonias en solitarias alturas, cuya pureza de atmósfera difícilmente respirable hace recordar donde vivían los dioses otrora. En que las etnias originarias les han entregado el bastón de mando a sus presidentes electos tras ardua resistencia y lucha. Simbolizando que ponen sus tradiciones tan milenarias como sus esperanzas de una vida mejor en sus manos.
El presidente de Irán, un país totalmente desconocido hace solo unos años atrás, que solo podía imaginarse como el reino de sultanes en palacios de oro de las mil y una noches. Viene ahora a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua a sumarse a Cuba y Venezuela en su oferta solidaria de ayudar a elevar el nivel de vida de las tan abandonadas poblaciones.
¿Qué poderosa fuerza hace que cruzadas contra el hambre, la enfermedad y la ignorancia atraviesen el mundo trascendiendo geografías, climas, religiones, culturas, clase sociales, géneros sexuales? Para que tengan una idea del alcance de la pregunta quiero recordarles algo que ya saben.
Miles de años de sermones morales y amenazas con el infierno y sus eternos suplicios, cientos de años de supuesta civilización y convivencia. Interminables filosofías, ideologías y teorías políticas, socioeconómicas, no lograron más que momentáneos espasmos de arrepentimiento, que tal vez no fueron más que el descanso del agotamiento entre una pelea, una guerra y otra.
Pero hoy aquél abismo de diferencia tecnológica de que hablábamos comienza a golpear nuestras formas de vida de un modo que ya no puede pasarnos desapercibido, no podemos disimular ni aun queriéndolo. Y aunque no sepamos que es lo que realmente está sucediendo ni quien lo hace, se disparan ya los mecanismos instintivos de defensa de la vida.
Hasta hoy mal que bien hemos vivido dentro de un cerco mental, aislados en nuestras creencias culturales y religiosas, suspendidos en el tiempo. Pero la fuerza de los hechos ha irrumpido afectando todos nuestros hábitos económicos, reduciéndonos a la indignidad de mendigar un trabajo, a la vergüenza de no poder satisfacer las necesidades de nuestras familias.
¿Y qué respuesta puede darnos nuestro narcisismo nacional, cultural, religioso para contrarrestar estas circunstancias límites de vida? ¿Podemos acaso responder con creencias, bonitas y diplomáticas palabras a la barbarie que ambiciona apoderarse de nuestros recursos y mano de obra para continuar con sus parásitos hábitos colonialistas de vida?
¿Podemos neutralizar con sensatas recomendaciones y buenas intenciones una tecnología superior y una economía global especulativa, que entrelaza estrechamente todo el planeta y no se anda con medias tintas?
¿Podemos detener un tropismo depredador que diezma poblaciones por el hambre o por la guerra mientras hunde su excedente de alimentos para no elevar los precios del mercado? ¿Podemos controlar o revertir localmente las alteraciones climáticas, la contaminación de la atmósfera y las aguas, el descongelamiento de los hielos, desertización, inundaciones y sequías, huracanes, tsunamis, terremotos y activaciones de volcanes con creciente intensidad y frecuencia?
La irrupción de tal fuerza de hechos, de tal disparidad tecnológica, convirtió en una ingenua y vacía creencia la soberanía de un estado nacional, las libertades y derechos de sus ciudadanos. ¿Qué podía suceder con nuestros arraigados e imperturbables hábitos económicos y creencias culturales una vez que una gran fuerza los interrumpía e impedía?
Pues que quedamos en una especie de limbo mirando hacia todos lados sin comprender nada. Porque obviamente no éramos concientes de nuestras rutinas de vida ya que no teníamos nada que las interrumpiera, resistiera ni actualizara. Por tanto si bien nuestras instituciones y hábitos de vida colapsaron y se volvieron inoperantes, no estábamos en capacidad de reconocerlo.
De ese modo seguimos cuarenta años más repitiendo los mismos palos de ciego cual inoperantes rituales mágicos, en un mundo que cambiaba y nos excluía cada vez más aceleradamente. Los políticos, teóricos y religiosos repetían sus monótonas letanías.
Todos seguíamos representando cada cual sus roles sociales mientras la frustración, incomprensión e impotencia iba creciendo, desestructurando las redes sociales, agigantándose en nuestros mundos íntimos aprestándose a estallar.
Allí tienen pues la respuesta a cual fue la fuerza que logró lo que nada ni nadie había logrado. Abrir los ensimismamientos y narcisismos nacionales, culturales, religiosos, que vivían en el sueño de su tradición, fluyendo suave e ininterrumpidamente como mansos aunque a veces turbulentos y revueltos riachuelos.
La revolución económica, tecnológica y cultural nos sacudió de nuestro tranquilo transcurrir. Los riachuelos de diferente caudal y velocidad se encontraron, entrechocaron y se alteraron mutuamente. Muy lentamente comenzamos a tomar conciencia que nada de esto tiene solución dentro de nuestras tradiciones, porque no tiene antecedentes históricos.
Por eso vemos que las naciones a veces muy a su pesar, presionadas por el imperio de los hechos que amenaza llevárselas por delante dentro de su incontenible correntada, comienzan a abrirse a regañadientes al intercambio solidario y la complementación.
Buscando caminos alternativos para participar en la ya reconocida inevitable globalización de modos menos violentos, traumatizantes. Porque una vez más, ¿cómo cerrarte a la fuerza de los hechos que se ríe de tus fronteras demostrándote que solo existen en tus creencias? ¿Cómo contrarrestar los fenómenos globales de alteración creciente del ecosistema?
Paradójicamente la única y la mejor defensa es darte cuenta, cobrar conciencia de que esas fronteras solo son ilusorias representaciones de nuestros propios temores, egoísmos, discriminación, exclusión y por tanto no soportan hechos concretos y novedosos que transforman, renuevan la cara del mundo en el que creías vivir. No tenemos en nuestros viejos y amarillentos manuales defensa contra esa tecnología superior.
Pero si reconoces que el mundo siempre ha sido uno solo, abierto, común. Si despiertas de los densos sueños narcisistas de nacionalismos culturales y religiosos en cuyas jaulas hemos vivido cómodamente esclavizados. Si retornas a la sencillez del origen, de la simple humanidad para intercambiar y complementarte solidariamente con tus vecinos.
Resulta sorprendente como esas vías alternativas resuenan en la sensibilidad humana y se abren rápidamente camino por la misma vía del poder de los hechos que sacudieron tus rutinarios hábitos e intereses. Mientras las intenciones de hegemónica imposición violenta comienzan a perder terreno, estrellándose estrepitosamente.
Lo más paradójico es observar como producen exactamente lo contrario de lo que intentaban. Es decir generan una enorme resistencia e impulsan los países a abrirse y unirse solidariamente entre si. Generando por tanto en breve pero intenso tiempo lo que las milenarias amenazas de los dioses y los sermones de los santos padres no lograron en milenios. .
Es que en las condiciones reinantes, soberanías y libertades son solo sueños insostenibles dentro de narcisismos nacionales. No cabe sino pensar por tanto en un mundo abierto, universal, porque no hay forma de resistirse a los hechos en un mundo de productos, transportes y comunicaciones que afectan inevitablemente tus rutinas cotidianas y tu hábitat.
No hay otro modo que establecer alianzas estratégicas de complementación solidaria y comenzar a planificar un futuro de común acuerdo. Cuando converso estos temas con amigos, muchas veces me miran con escepticismo.
Opinan que no es racional tener expectativas de cambio cuando toda la historia da testimonio de lo contrario. Ellos me aconsejan que no me deje llevar por el romanticismo, que la poesía está muy bien en su lugar. Pero en las cosas del mundo hay que ser práctico, realista. Entonces yo les doy un fuerte e inesperado pellizco, ellos gritan fuerte y reclaman airadamente preguntándome si me volví loco.
Les contesto que ni el pellizco ni sus reacciones son tampoco racionales y sin embargo movilizan poderosas y hasta desproporcionadas reacciones. Por tanto tampoco me parece sensato ensimismarse racionalmente olvidando que la vida es mucho más que eso, que es necesario mantener un equilibrio entre las diferentes funciones.
Hemos llegado a creer que sabemos lo que es la vida, que conocemos al ser humano, al mundo. Sin embargo el ser humano reacciona y pone en evidencia su internalidad según a que condiciones lo expongas. Sería más sensato entonces decir que vamos conociendo al ser humano a medida que sus circunstancias históricas le van enfrentado distintas alternativas que exigen nuevas y superadoras respuestas.
Si pones a un sensato y pacífico ser humano en circunstancias críticas para sus hábitos y creencias, nunca puedes tener certeza de cómo va a reaccionar. Porque lo que reacciona no es lo que tú conoces, se activan otros circuitos de respuesta en defensa de la vida capaces tanto de inimaginables heroísmos y portentosas hazañas físicas como de la mayor barbarie.
Otro ejemplo de condiciones alteradas son accidentes tales como el que dieron en llamar la tragedia o el milagro de los Andes en 1972. Cuando un avión de las fuerzas aéreas uruguayas que llevaba un equipo de rugby a Chile experimentó fallas y cayó en los Andes chilenos. Los que resultaron vivos sobrevivieron 72 días en condiciones de extremo frío y sin alimentos.
Si sacas de sus rutinas cotidianas y trasladas a grupos humanos completos a paisajes desconocidos en circunstancias totalmente alteradas, como las de una guerra que no desean ni entienden, obligándolos a defender su vida y matar a sus semejantes. Generas en un instante las mismas circunstancias de desorientación e hilaridad que hemos vivido en creciente acumulación durante estos últimos 50 años.
Solo que en una intensidad en que ha de responder con hechos inmediatos para salvaguardar su vida. Las circunstancias y los efectos son los mismos, las escalas de tiempo e intensidad son las que varían, dando o no alternativas a respuestas de mayor humanidad o decadente barbarie. A mayor escala el tropismo histórico nos conduce a las mismas alternativas.
Lo mismo podemos decir de nuestro ecosistema viviente. En la medida que accionamos sobre él transformándolo, alterándolo, es que vamos descubriendo reacciones a las que llamamos leyes. No es lo mismo claro está accionar con un hacha de madera y sílex y una que otra flecha o lanza rústica, que con rayos sónicos, láser y bombas atómicas.
En la medida que el poder de nuestros hechos, de nuestra tecnología lo afecta más allá de sus umbrales de tolerancia comienzan a suceder reacciones sicobiológicas, físicas y químicas en cadena. Es necesario entonces comprender que lo que creemos respecto al ser humano y el ecosistema del cual es parte, corresponde a unas condiciones particulares de relación.
No nos ha de resultar un fenómeno del todo desconocido porque ya hemos experimentado que cuando se desacelera la proyección de una película por ejemplo, queda en evidencia que lo que creíamos puro movimiento no era sino una secuencia de fotos pegadas una tras otra cuya veloz secuencia engañaba nuestros sentidos.
Otro ejemplo cotidiano es cuando andas en bicicleta, si no pedaleas y te impulsas fuerte te caes, pero a mayor velocidad ganas en equilibrio, capacidad de dirección y maniobra. Podría decirse que la fuerza, intensidad, velocidad del movimiento es la que reúne o separa, desdobla
jinete y cabalgadura. Es más fácil mantener el equilibrio cabalgando al galope que al trote.
Pero ahora convirtámosla en una moto, imaginemos una tormenta de viento y lluvia. A medida que aceleramos crecientemente el viento deforma nuestras facciones y las gotas de agua se transforman en alfileres, piedras, armas mortales. De ser posible mayor velocidad aún sobrevendría la desintegración del cuerpo.
Por tanto cuando incidimos afectando poderosamente el equilibrio de nuestro ecosistema más allá de ciertos umbrales de tolerancia, se pone en evidencia una condición estructural que reacciona en cadena acelerando e intensificando los fenómenos climáticos habituales por ejemplo. Es como decir que cuando el hormo está al máximo no es buen momento para bollos.
La medida en que afectamos nuestro entorno, la intensidad o poder con que accionamos sobre el es también la medida de su reacción y la intensidad con que nos afecta. Generando la caída en cuenta de que somos una relación estructural y absolutamente interdependiente, donde la apariencia de fenómenos aislados es solo resultante de la ilusión del poder de nuestra acción.
Así pues si frente a las circunstancias extremas de deterioro del hábitat y la gran mayoría de la humanidad perdiendo su capacidad de adaptación al entorno, al no lograr ya satisfacer adecuadamente sus necesidades, no sentimos la motivación ni la fuerza necesaria a cambiar ese tropismo que nos conduce directo al abismo, pues no se cuando o con qué la sentiremos.
En realidad se trata de la parálisis del pensamiento y la anestesia emocional de la que ya hemos hablado que nos hace tibios, temerosos a los apasionados extremos. Un verdadero escéptico observando que solo nos queda extinguirnos poco a poco en medio de una orgía de estertores mortales, encuentra la fuerza suficiente para decidir vivir y morir con dignidad.
Si de todos modos hemos de morir pues que sea intentando algo que realmente valga la pena. Exactamente a la misma conclusión llega el que tiene fe en la vida. No vale la pena vivir como esclavos que postergan su fin por temor. Vivir como seres humanos es dignificar y humanizar el mundo, convertirlo en algo mejor de lo que encontramos al llegar.
Esa es pues la diferencia entre vivir difusamente, postergando decisiones por temor a los extremos, esperando resignadamente el fin. O aceptar de una vez que el torrente vital irrumpa en tu cuerpo y tu siquis sacudiéndote de tu parálisis y anestesia, abriéndote nuevamente a un mundo pleno de alternativas.
Esa tibieza, esa resistencia al esfuerzo que pueda implicar el abrir nuevos caminos a la vida, es justamente el motivo de la burocracia y la corrupción. También del imperialismo que se ha habituado a vivir a expensas de otros y es muy bueno para manipular personas y cosas en el mundo.
Pero totalmente ignorante e impotente cuando se trata de cambios de actitud interna para adaptarse a nuevas exigencias, a nuevas condiciones de su entorno. Por eso es que ese modo de vida comienza a morir, simplemente porque es una inercia residual que se va autoconsumiendo, alimentándose de todo lo que resuena con ella hasta agotarlo y consumar su autofagia.
Del mismo modo ante la nueva condición y exigencias de la vida surgen otras direcciones de respuesta que se demuestran viables al superar en eficiencia a todo lo anterior. Se experimentan como más satisfactorias y enriquecedoras de la vida y también resuenan en una sensibilidad que les es simpática, afín, pero en este caso la semilla se reproduce y multiplica.
Son entonces las tan temidas y evadidas a como de lugar situaciones críticas, extremas, las que nos ponen en situación de intensa decisión, elección. Son por así decirlo la fuerza misma de la decisión y la voluntad que pone un nuevo mundo en movimiento cuando se les da dirección creativa, solidaria, de complementación de diferencias.
Y también son las que nos ponen en situación de autodestruirnos cuando en lugar de elegir complementarnos nos autoafirmamos en las diferencias, la competencia, la imposición violenta del más fuerte sobre el más débil.
Ante estas alternativas de elección nos conduce inevitablemente la incontenible fuerza de los hechos desencadenada. No es una elección de masas que te arrastran incapaz de decidir en su tumulto.
Es una elección y un compromiso de cada conciencia ante la vida, un profundo e íntimo acuerdo de cada conciencia consigo misma. Una vez hecha la elección nos reunimos en la dirección de los hechos superadores de lo viejo. Sin previa decisión podemos agruparnos o amontonarnos pero nunca hablar de unidad.
Todo este proceso es el guión esencial de la revolución bolivariana. A diferencia de la gran mayoría de nosotros que solo le tocó vivirlo o presenciarlo ocasionalmente, el señor Chávez como militar vivió acelerada e intensamente como se reprimía al pueblo y fue parte de ello sin poder evitarlo cuando lo arrastró la marea de su condición de pertenencia al ejército.
Cuando sucedió «el Caracazo» el pueblo abandonó su actitud servil y salió a la calle a reclamar y saquear en reacción a las medidas neoliberales exigidas por el FMI y acatadas por el Señor Carlos Andrés Pérez. Allí le toco presenciar impotente como ante la orden de disparen primero y pregunten después, el pueblo vestido de ejército masacraba impunemente al pueblo.
En el ser humano puede suceder y sucede que no es necesario ser tu quien sufres atropellos y violencia en carne propia para que te resulte insoportable. Es justamente esa sensibilidad que se compadece del otro lo que nos hace ser humanos, nos da la capacidad de sentirnos en el otro, de mirarnos desde fuera, de autoconcebirnos y elegir entre diferentes alternativas.
Al señor Chávez aquello le resultó intolerable y decidió por los medios que le parecieron más apropiados terminar con aquél estado de cosas. Ya sabemos que su intento de golpe militar fracasó, cobró el precio inútil de más vidas y terminó pagando varios años de cárcel.
Pero salió de allí invocando una asamblea constituyente como el órgano máximo de la democracia, del poder soberano. Aquello comenzó siendo un susurro, un suave rumor, la gran mayoría ni siquiera sabíamos que esa alternativa existía y era viable. Solo era en difuso sueño utópico en su corazón y su mente, pero por el cual estaba dispuesto a darlo todo.
Hoy en día celebramos años de la nueva constitución y nos disponemos a reformarla para adaptarla a las nuevas necesidades del proceso. Los señores Evo Morales y Rafael Correa llegaron a la presidencia pisando fuerte y sin timideces con la propuesta de la asamblea constituyente, el antiimperialismo, la nacionalización de los recursos del y para el pueblo.
El Alba y las misiones bandera Yo si puedo y Milagro se han convertido en cruzada mundial contra el hambre, la enfermedad y la ignorancia, el susurro revolucionario en atronador huracán. El tenue resplandor inicial ya es una poderosa llama que ilumina el oscurantismo del que despertamos, que genera conciencia y posibilita corregir el tropismo histórico.
Pero para mi la mayor paradoja es que ante el espectáculo de la muerte y el Apocalipsis que se acercaba en agigantados pasos con sus fauces abiertas de para en par, fue que se intensificó en su mayor poder la vida encendiendo la llama de la conciencia revolucionaria y corrigiendo el rumbo que nos llevaba directo hacia el abismo.
No se si será mi eterno romanticismo poético que siempre me hace ser tan insensato y poco racional, pero a mi me parece escuchar en un susurro que cuando dejas los temores y la tibieza atrás, todos los extremos terminan mostrándose una y la misma cosa. Hasta la vida y la muerte dan la impresión de que si no son hermanas cuando menos son primas.
Díganme ahora uds. si ser humano no es una aventura sorprendente y maravillosa que realmente vale la pena vivir.