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Cuando los problemas de la economía no dejan ver los problemas de los recursos

Fuentes: The Oil Crash

Son éstos días amargos para el Estado Español, principalmente para los que detentan cargos de responsabilidad económica en él. Esencialmente, España camina con paso firme hacia la bancarrota, arrastrada por su inútil intento de salvar su sistema financiero; y en su desesperación los líderes políticos están lanzando cada vez menos disimulados y más urgentes gritos […]

Son éstos días amargos para el Estado Español, principalmente para los que detentan cargos de responsabilidad económica en él. Esencialmente, España camina con paso firme hacia la bancarrota, arrastrada por su inútil intento de salvar su sistema financiero; y en su desesperación los líderes políticos están lanzando cada vez menos disimulados y más urgentes gritos de socorro, esperando que los poderes de la Gran Europa rescaten al país del marasmo. Dada la poca transparencia con la que se tratan los temas financieros, los ciudadanos españoles aún no alcanzan a comprender toda la gravedad de la situación, pero sí que entienden que los nubarrones del horizontes son cada vez más oscuros y que esta vez las consecuencias serán más graves y más duraderas que lo que se estaba dando por descontado durante los últimos meses.

Hay una parte inconfesable en el problema que ahora agobia a nuestros próceres y pronto arruinará al ciudadano medio: el Estado español está regalando dinero a empresas privadas (los bancos españoles) bajo el chantaje de los grandes capitales internacionales (representados tangiblemente por el FMI e intangiblemente por lo que se viene en llamar «los mercados») y todo ese dinero que tira ahora de esa manera nos condenará a décadas de miseria. ¿Por qué España ha de asumir el pago de esos agujeros contables cuando las empresas son privadas? ¿Por qué España ha de asumir esas pérdidas cuando esos bancos tienen intereses que van más allá de sus fronteras, o capitales de más allá de sus fronteras han invertido en ellos? Nada de eso se habla en voz alta, no sea que se vea la profunda inmoralidad de lo que está pasando. La realidad es que el Estado Español se ve coaccionado a tapar esos agujeros porque si no esos capitales internacionales no continuarán financiando al Tesoro Público Español. ¿Es eso justo? No ¿Tiene algún sentido? No, pero nunca lo tuvo; no lo tuvo cuando lo sufrió Latinoamérica o África durante las últimas décadas del siglo XX y no lo tiene tampoco ahora. Sólo que entonces no nos importó y ahora sí porque nos toca a nosotros. Entre tanto, decenas de tertulianos del eje imaginario que une Madrid con Berlín se dedican a analizar los aspectos futiles y equivocados de la cuestión, hablando aquí del «exceso de ortodoxia presupuestaria que nos aplica Alemania» y allí «del despilfarro sin límite de los españoles», cuando resulta que más de la mitad del aumento de la deuda española durante los últimos años viene de ceder a este chantaje (al cual los dos partidos que se han alternado en el Gobierno han sucumbido) y cuando en realidad es el mismo capital internacional quien inspira aquí a Mariano Rajoy y allá a Angela Merkel, solo que les ha dado roles diferentes en esta representación. Al final, sucede que los grandes capitales no quieren arriesgarse a perder sus inversiones en España y están dispuestos a jugar sucio, haciendo uso de un poder de coacción ilegítimo -y también , por qué no decirlo, abusando de la falta de comprensión de la realidad de nuestros expertos y de nuestros gobernantes- con tal de garantizar la devolución de las deudas que los bancos tienen con ellos, aunque el proceso suponga la destrucción económica de todo el país y la aceleración del proceso que nos lleva a La Gran Exclusión – en este caso entre países.

Pero hay otro aspecto de esta exclusión creciente que seguramente se le escapa quizá en parte incluso a los que ahora la promulgan a España, otrora rico, próspero y soberbio país. Y es que en realidad la burbuja de prosperidad, la que ha permitido crear la ilusión de riqueza y mantener una clase media boyante y una apariencia de democracia, está encogiendo, y por eso nosotros quedamos ahora a la intemperie, expuestos a los elementos. Porque, ¿por qué ahora a España? ¿por qué no podemos seguir sentados en el banquete de los ricos de este mundo si hace sólo unas pocas décadas nos acogieron con los brazos abiertos? ¿por qué los más comienzan a intuir que a esta crisis le queda un largo recorrido – y eso que aún no saben que no acabará nunca?

A mi limitado entender, contribuye a la total incomprensión del proceso que está teniendo lugar el exceso de importancia que se le da al discurso económico en el debate actual. Lo que acabo de decir puede resultar paradójico, cuando no ridículo: a fin de cuentas, si el problema es económico, ¿no debe ser el debate, esencialmente, económico? Sin embargo, el problema justamente es ése. La vigente teoría económica se desarrolló en un escenario de abundancia de recursos y de manera implícita presupone que los recursos no son nunca un problema. Desde el punto de vista formal, la teoría que domina el discurso académico y práctico asume que la escasez de recursos insustituibles nunca llega a producirse porque o bien el mercado hace explotable recursos antes económicamente no explotables vía un aumento de precios (visión progresiva del mercado) o bien porque el mercado siempre encuentra sustitutos adecuados (principio de infinita sustitutibilidad). De poco sirve que a estos adalides del libre mercado y el liberalismo económico se les argumente que la economía no puede soportar un precio demasiado alto para la energía, o que en el caso del petróleo no está funcionando bien eso de la sustitutibilidad (como discutimos en el caso del pico del diésel y como abordaremos próximamente cuando analicemos la energía neta de la producción actual de petróleo); tales objeciones, razonables y avaladas con datos y estudios, son rápidamente ignoradas, si no sumariamente descalificadas, con repetidos clichés («Eso es una falacia ricardiana«), y quien las formula es ninguneado con suficiencia («Es que Vd. no sabe de economía»). Y lo gracioso es que quienes fustigan al lego con retahílas de datos y deducciones económicas archiconocidas muchas veces desconocen las hipótesis básicas sobre las que se basa su propia teoría y nunca se molestan en comprobar si sus hipótesis se cumplen o no (de hecho, lo habitual es que usen generalizaciones excesivas a partir de ejemplos particulares, siendo su preferido el enorme progreso de la industria informática). Por ejemplo, resulta chocante el énfasis que de tanto en tanto se pone en que no hay un pico de producción de petróleo (peak oil) sino un pico de demanda de petróleo (peak demand), causada ésta, según sus proponentes, por una mejora de eficiencia, hipótesis que no resiste la más mínima validación contra los datos experimentales (validación que por supuesto nuestros economistas nunca hacen, no vaya ser que se desmonte su preciosa hipótesis).

El gran fracaso de la teoría económica que se aplica hoy a machamartillo, incluso fuera de sus ámbitos de competencia natural, es el de no comprender que la economía tiene, fundamentalmente, una función de asignación de los recursos en la sociedad. Es decir, nuestro sistema económico no deja de ser un complicado conjunto de reglas para decidir cómo se asignan los recursos, quién se lleva qué. La economía es importante porque explica cómo se reparten los recursos, pero no crea per se esos recursos. Se puede pensar que en ciertos momentos la economía funciona como catalizador, acelerando el acceso, incluso posibilitando el acceso a recursos de que de otro modo permanecerían inaccesibles, pero ciertamente no los crea. La distinción es importante, porque los economistas suelen abusar de esa capacidad de la regulación económica de mejorar la disponibilidad de recursos como si realmente los creara, y se piensan que en una situación de agotamiento real de los recursos físicos «el mercado proveerá alternativas», sin entender que el mercado no crea nada. Se ha de reconocer que no siempre es fácil de distinguir si el efecto de la falta de disponibilidad de un recurso es debido a una cuestión económica o a su agotamiento físico, sobre todo si sólo se mira a la serie de precios -cual se suele-; un análisis de los factores físicos, de los que este blog es pródigo, siempre da pistas útiles sobre lo que realmente ocurre.

Rafael Íñiguez ha evocado en varias ocasiones un experimento mental que permite ver con mucha claridad qué es lo que está pasando en realidad, y que con su permiso reproduciré aquí. Imagínense que nuestro planeta fuera observado por una inteligencia extraterrestre desde el espacio exterior. Esta inteligencia no podría percibir todas las sutilezas que gobiernan el comercio mundial ni cómo se valoran las mercancías, así que su idea del funcionamiento de nuestro sistema económico sería muy superficial. Sin embargo, esa inteligencia podría darse cuenta sin muchos problemas de que estamos sufriendo una crisis energética: simplemente, vería desde el espacio que cada vez se encienden menos luces, funcionan menos fábricas, se mueven menos vehículos… Observando con un poco más de detalle vería que los flujos de materias primas energéticas se está estancando y apuntan hacia un declive, en tanto que las energías renovables no son capaces de cubrir el hueco. En suma, este observador, al abstraerse de las reglas de asignación, vería con mayor claridad que nadie que el problema es un problema de recursos, particularmente de los energéticos. Sin embargo, nosotros, pegados con los pies a la Tierra, no hacemos más que fijarnos en el vehículo (la economía) sin ver el combustible (los recursos). Y por ello todas las discusiones se centran en ver cómo podemos cambiar tal o cual aspecto de los vehículos, sin entender que sin gasolina no vamos a ninguna parte.

El hecho de que los recursos impidan el crecimiento prácticamente desde ya no quiere decir que la discusión sobre la organización económica sea irrelevante. Abusando del último símil, no será igual que utilicemos un monovolumen que un triciclo: hay formas más eficientes que otras de usar los recursos restantes. Otro punto clave es el de la equidad. Vivimos un momento en que los recursos no sólo son escasos sino que menguan. Hasta ahora, el ciudadano medio en la sociedad occidental se conformaba con un porcentaje pequeño de los recursos que llegaban a nuestros países porque cubría de sobras sus necesidades, en tanto que los ricos se pegaban la gran fiesta. Ahora que los recursos disminuyen reaparece una tensión dialéctica: los ricos no quieren renunciar a su parte del pastel, pero sobre una tarta más pequeña su trozo representa un mayor porcentaje y nos deja al resto en carestía; y el ciudadano medio reclama y exige, y protesta delante de abusos y corrupción a los que hace tan sólo 5 años no hacía el menor caso, puesto que percibe que le arrebatan las migas de las que vivía. Aquí el pensamiento económico monocorde tan publicitado por los medios suele insistir en que en el fondo lo mejor es darle todo el dinero a los ricos, porque se favorece el emprendimiento y la inversión y a la larga la tarta volverá a ser mayor y volveremos a tener migas suficientes para todos. Sin embargo, si la tarta no tiene visos de crecer sino de menguar esta estrategia favorece que las migas decrezcan aún más rápido y que el descontento ciudadano sea cada vez mayor. Está, por otro lado, la cuestión moral, y es que quizá se ha de anteponer la equidad del reparto al crecimiento económico (incluso cuando éste era posible). En este momento muchos ciudadanos occidentales estarán de acuerdo con ese planteamiento: antes equidad que crecimiento. Lo malo es que la equidad no sólo debe promulgarse dentro de los países ricos, sino que al tiempo debería darse entre países, puesto que muchos países, como España, que viven de los recursos que importan, consumen mucho más que la media (Pedro Prieto resumió muy bien esta situación en su carta a los indignados españoles).

La discusión económica lo eclipsa todo, las posiciones son cada vez más enconadas, y todo el margen de movimiento es a lo largo de una recta trazada sin ver toda la complejidad que está detrás. Y mientras discutimos sesudamente si Merkel quiere implantar el III Reich por medios económicos o si se romperá el euro, la realidad es que cada día somos más pobres, irremisiblemente, y sin darnos cuenta de ello. Y mientras soñamos con un crecimiento y una riqueza que no han de volver nos vamos hundiendo cada día más en la nueva miseria que se viene.

Fuente: http://crashoil.blogspot.gr/2012/06/cuando-los-problemas-de-la-economia-no.html