El número de civiles iraquíes que murieron y mueren como consecuencia de la invasión y la ocupación de Iraq es una cuestión que la prensa europea aborda, rara vez los medios de EE.UU. La Casa Blanca se encarga de minimizarlo: «Diría que unos 30.000 han muerto como resultado de la incursión inicial y de la […]
El número de civiles iraquíes que murieron y mueren como consecuencia de la invasión y la ocupación de Iraq es una cuestión que la prensa europea aborda, rara vez los medios de EE.UU. La Casa Blanca se encarga de minimizarlo: «Diría que unos 30.000 han muerto como resultado de la incursión inicial y de la violencia permanente contra los iraquíes», declaró W. Bush en Filadelfia el 12 de diciembre del 2005. No aclaró cuántos fueron víctimas de los terroristas suicidas, cuántos de los insurgentes y cuántos de las fuerzas ocupantes.
El mandatario estadounidense se basó, al parecer, en estimaciones del sitio pacifista Iraq Body Count (IBC), que cuando se escriben estas líneas contabiliza un mínimo de 34.711 a un máximo de 38.861 civiles iraquíes ingresados contra su voluntad en la rúbrica «daños colaterales». IBC precisa que la cifra va en aumento: 20 cada día hasta el primer aniversario de la invasión de marzo del 2003, 31 el año siguiente y 36 del 20 de marzo del 2005 al 1º de marzo del 2006 (www.iraqbodycount.net, 9-306). El estudio más sistemático hasta ahora sobre el tema apareció en la revista médica británica The Lancet y llega a conclusiones diferentes (www.thelancet.com, 29-10-04).
«Según evaluaciones moderadas, consideramos que un exceso de 100.000 muertes (de civiles) o más ha tenido lugar desde la invasión de Iraq, la mayoría violentas y producidas por los ataques aéreos de la fuerzas de la coalición», señala el equipo multinacional de médicos e investigadores de la salud pública que encabezara el Dr. Les Roberts. «El 84 por ciento de las muertes fue producto de las acciones de las fuerzas de coalición», agrega el estudio. Y más: «La mayoría eran mujeres y niños». Es claro el origen de «la violencia permanente contra los iraquíes» de la que habla Bush.
El estudio se basó en entrevistas a 988 familias en 33 poblaciones de todo Iraq elegidas al azar, se llevó a cabo desde el comienzo de la guerra hasta septiembre del 2004 y fue, naturalmente, vilipendiado y desmentido por los «halcones-gallina». Pero un vocero autorizado de la derecha occidental sentó su diferencia: «Se ha criticado la técnica de esta encuesta calificándola de defectuosa, pero el mismo método fue aplicado por el mismo equipo en Darfur, Sudán, y en el este del Congo con resultados verosímiles» (The Financial Times, 19-11-04). Les Roberts es uno de los epidemiólogos más reconocidos del mundo. Colin Powell y Tony Blair han citado una y otra vez -sin cuestionar su precisión- las conclusiones de los informes sobre la mortalidad causada por las guerras en Bosnia, Congo y Ruanda que Roberts, con una metodología similar, preparó para las Naciones Unidas y otros organismos.
Investigaciones posteriores proporcionan datos en la misma dirección. La más reciente hasta la fecha fue elaborada por Iraqiyun, un grupo humanitario encabezado por el Dr. Hatim al-Alwani y afiliado al partido del que fuera presidente interino de Iraq de 2004 a 2005, Ghazi al-Yawar, elegido a dedo por los ocupantes. Registra 128.000 muertes violentas de civiles iraquíes desde el comienzo de la invasión hasta julio del 2005 y especifica que el guarismo sólo incluye a las confirmadas por parientes y amigos de las víctimas y no abarca a las miles de personas que simplemente desaparecieron sin dejar rastro (UPI, 12-7-05). La muerte de civiles está explícitamente prohibida en los Convenios de Ginebra a los que EE.UU. adhirió hace más de medio siglo. Qué importa eso a un presidente que reclama para sí la facultad de violar -en nombre siempre de la «guerra antiterrorista»- más de 750 leyes aprobadas por el Congreso desde que se sentó en la Oficina Oval (The Boston Globe, 30-4-06).
Ha pasado un año y medio desde la publicación del estudio del Dr. Les Roberts y su equipo, lapso en el que no cesó la matanza de civiles en Iraq. El mismo profesional afirma en un artículo reciente que hoy el número de víctimas ascendería a 200.000 o más (www.al ternet.org, 8-2-06), es decir, a un promedio de 175 cada día desde que EE.UU. lanzó la invasión. Es el precio de la libertad, dicen en la Casa Blanca. Es curioso que lo paguen sobre todo los presuntos beneficiarios.
Roberts relata que a fines del 2005 presentó su investigación a unos 30 funcionarios del Pentágono y comenta: «Uno se me acercó y dijo: ‘Hemos tirado alrededor de 50.000 bombas, sobre todo a los insurgentes que se esconden entre los civiles. ¿Qué [expresión grosera] (sic) pensaba usted que iba a pasar?». Efectivamente, lo que pasa. La proclamada precisión de los misiles estadounidenses es un mito. Lo real son las decenas de miles de civiles iraquíes que las tropas ocupantes pasan a mejor vida y los 34.000 que, según cifras oficiales, están presos y sometidos a malos tratos tipo Abu Ghraib (The Christian Science Monitor, 1-5-06). Si todos esos muertos hubieran sido insurgentes o terroristas, es inimaginable el canto de gallo que resonaría hoy en Iraq.