Son famosos los cuentos de caza. En ellos priva la imaginación sobre la verdad. Hay quienes los comparan a los de la política. Alguien decía -no recuerdo si era un político inglés- que lo más parecido en la vida era lo que solían decir los políticos antes de unas elecciones y lo que contaban al […]
Son famosos los cuentos de caza. En ellos priva la imaginación sobre la verdad. Hay quienes los comparan a los de la política. Alguien decía -no recuerdo si era un político inglés- que lo más parecido en la vida era lo que solían decir los políticos antes de unas elecciones y lo que contaban al término de una jornada de cacería los participantes en ella.
Me parece que ahora andamos en Venezuela en las mismas. Hay sectores que están contando los pollos antes de que nazcan. Y lo digo para que los alegres pronosticadores aterricen. Porque le vengo haciendo un seguimiento a la opinión de encuestólogos, analistas y dirigentes opositores que dan por descontado que Chávez está liquidado; que el chavismo está para el arrastre, y que los comicios para gobernadores y alcaldes de noviembre, serán el funeral del proceso bolivariano.
Esta actitud se fundamenta en la extrapolación inercial del resultado electoral del pasado 2 de diciembre. Los triunfadores de esa fecha consideran que es lo mismo sufragar por una reforma constitucional indudablemente mal planteada e inoportuna, como lo reconoce el propio Chávez, que hacerlo por personas de carne y hueso como los candidatos a gobernaciones y alcaldías. Lograr el voto para 69 artículos de un proyecto de reforma constitucional satanizado, y complicado, en un clima presidido por los fantasmas del terrorismo mediático, no es igual a solicitarlo en otro contexto. En la votación de diciembre la novedad no fue que la oposición creciera, sino que el chavismo decreció.
Tres millones de compatriotas que anteriormente votaron por Chávez -un liderazgo concreto-, no lo hicieron en el referéndum. Con lo cual hay que llegar a la conclusión que si bien es cierto que el poder de convencimiento del chavismo para este episodio no funcionó, tampoco la oposición pudo convencer. Por eso la menguada diferencia. Con el agravante para el sector opositor, que los que votaron por el proyecto, casi 50% de los sufragantes, lo hizo por una propuesta inequívocamente socialista.
Por lo demás, la oposición no ha demostrado ser una fuerza triunfadora. Todo lo contrario, no se siente en la calle; sigue sin presentar un proyecto alternativo de país y está enconchada en el agotador debate de las candidaturas. Éstas proliferan como hongos y cada día que pasa se acentúan las diferencias internas. ¿Y el cuadro interno en el chavismo? No es un paseo floral. Hay divergencias. Hay lucha de tendencias.
Pero el movimiento cuenta con un factor del cual carece la oposición: el liderazgo aglutinador de Chávez; su autoridad capaz de resolver conflictos.
Además, Chávez viene actuando con sentido autocrítico.
Reconoce que en la campaña del referéndum dedicó más tiempo al trabajo en el exterior que al interno; que no corrigió oportunamente ciertos planteamientos radicales, y que descuidó el tratamiento de las diferencias en sus propias filas sobre el proyecto que presentó al electorado. Ahora Chávez decidió asumir, con la capacidad de trabajo y la pasión que lo caracteriza, el reto electoral de noviembre.
Conviene tener claridad en este asunto. Porque la pelea es peleando y se decide en el campo de batalla, que no es otro que el electoral. Que nadie venga después, ante un resultado electoral adverso, a invocar fraude. Para la oposición, la mitologización de la victoria del 2 de diciembre como garantía de futuros éxitos, es tan peligroso como para el chavismo confiar sólo en el aura popular de Chávez para ganar.
Sería el equivalente a los cuentos de caza.