En los EEUU se destruyeron 2,5 millones de empleos en 2008. Desde el mes de octubre este país esta perdiendo una media de 600.000 puestos de trabajo por mes1. No se conocía una situación semejante desde la Gran Depresión. Entretanto, sus Planes de Rescate recurren a descargar sobre el Estado el endeudamiento de las entidades […]
En los EEUU se destruyeron 2,5 millones de empleos en 2008. Desde el mes de octubre este país esta perdiendo una media de 600.000 puestos de trabajo por mes1. No se conocía una situación semejante desde la Gran Depresión. Entretanto, sus Planes de Rescate recurren a descargar sobre el Estado el endeudamiento de las entidades financieras, que alcanza billones de euros, como recurso para animar su economía y desactivar la bomba de relojería del aumento masivo del desempleo. Además, están diseñando un nuevo sistema financiero mundial, donde se plantea la sustitución del dólar por una divisa internacional y la concentración del capital financiero occidental en unos pocos mega-bancos, con vistas a restaurar el capitalismo central. Ya que los EEUU siguen determinando la economía global, en gran parte, parece necesario analizar lo que sucede allí, ahora que el nuevo presidente Obama concentra todo el poder y goza de la confianza, no solo de la derecha sino de la izquierda keynesiana.
Si sólo un tercio de los centenares de miles de trabajadores que son arrojados al paro tuvieran una hipoteca inmobiliaria, se produciría, mes a mes, un aumento de vértigo de la morosidad. Ya no es el problema de las hipotecas subprime, aquellas que fallaron en 2006 y 2007; es que ahora la avalancha de desahucios es constante y los efectos acumulativos. Todos los meses decenas de miles de casas se entregan a los bancos. Un valor astronómico que pone sobre las entidades financieras acreedoras, una inmensa riqueza inactiva que alcanza de 100.000 millones de dólares/mes y más de 1 billón de dólares por año2.
A la sobreproducción resultante de la contracción de la demanda, se suma esta nueva acumulación-retorno de viviendas en poder de los bancos, sin poderlas revender y sin rentabilidad alguna. Estos bienes-vivienda – mercancías especiales por su larga duración en consumirse3–, que ya habían sido vendidas por las inmobiliarias en años anteriores y que producían una renta financiera mensual a costa del salario del trabajador, se convierten ahora en capital inactivo en manos de los bancos acreedores, los cuales se encuentran, sin esperarlo, con un déficit de ingresos de decenas de millones de dólares que les impide atender a sus obligaciones quedando amenazados por la quiebra. A últimos de marzo ya habían quebrado 21 bancos norteamericanos, entre ellos dos gigantes como eran el Bearn Sterns y el Leman Brothers el cuarto banco más grande de los EEUU. La amenaza de quiebra generalizada está ahí.
Así que ni el dinero ni la producción circulan y se produce un colapso que no parece tener fin, pues vuelve a restringir la demanda con la consiguiente nueva destrucción de puestos de trabajo, etc…
Pero ¿Cuál es la causa determinante de este colapso financiero a fin de cuentas? En apariencia son las hipotecas subprime, aquellas que fueron las primeras en estallar en 2007, pero sobre ellas se suman ahora las hipotecas seguras, que fueron concedidas a trabajadores que tenían un buen empleo detrás, que ahora lo han perdido o recortado. O sea la «toxicidad» – por emplear esta expresión plástica – se estaría extendiendo como una epidemia por todo el mundo rico.
Sin embargo, la causa de fondo de la crisis no reside en la esfera financiera, como quieren hacernos creer. Tampoco la irresponsabilidad de los ejecutivos, ni las imprevisiones de los bancos, ni la sed de dinero, ni la ingeniería bursátil, ni la especulación, ni la inmoralidad… etc., son las determinantes del desastre económico. Todos esos hábitos antisociales fueron dinamizadores de la actividad económica años atrás. ¿Nos hemos olvidado de las loas a la especulación financiera como activador de la riqueza? Tampoco la paralización del crédito es el origen de la crisis; más bien parece ser la consecuencia de la inseguridad provocada por los impagos. Si las empresas pierden cuota de mercado por contracción de la demanda ¿Qué empresario va a recurrir al crédito si no puede tan siquiera incrementar la productividad de sus trabajadores? Cuando cunde el pánico se tiende a ver en las apariencias las causas reales del dilema.
El epicentro reside en la economía productiva. Se trata de una crisis de sobreproducción, típica de las fases descendentes de los ciclos de crecimiento. Desde finales de la segunda guerra mundial el capitalismo ha padecido 6 recesiones de las cuales logró salir sin despeñarse la economía ¿Por que no lo logró también ahora? Las causas de fondo residen en que la caída de la cuota de ganancia del capital — que viene lastrando el crecimiento desde la década de los años setenta –, no se ha visto compensada favorablemente por una expansión del capital occidental, como ha ocurrido durante las tres últimas décadas de globalización de los mercados. .
Un gigantesco endeudamiento
Tras el estallido de la burbuja de las nuevas tecnologías, el capitalismo norteamericano se endeudó en estos últimos años (2001-2004, inclusive) hasta cifras astronómicas jamás vistas y el resto de Occidente siguió sus pasos. Con la globalización, todos los Bancos de Occidente quedaron vinculados y compartieron una gran deuda global que tenia que ser satisfecha por millones de arrendatarios en plazos de 30 o 40 años. A ello se sumaron además muchos inversores y empresas productivas, que confiando en la prosperidad futura adquirieron enormes capitales con créditos en momentos de tipos bajos. También países europeos como España, Islandia, Reino Unido, etc. tuvieron sus economías sometidas a un febril dinamismo inmobiliario y los países del Este de Europa sumaron a este negocio masivas inversiones industriales en forma de préstamos. Fue un endeudamiento gigantesco de familias, inversores y empresarios que confiaban en seguir aumentando sus ganancias durante 30 o 40 años seguidos.
La euforia del dinero arrastró también al sector público norteamericano. Es sabido que el déficit fiscal norteamericano se elevó considerablemente con el reinado de Bush, alcanzado centenares de miles de millones de dólares y en gran parte como consecuencia de la Guerra de Irak, con gastos que alcanzan más de 2 billones de dólares, desde que estallara en marzo de 2003. Es que además la Administración Bush redujo los impuestos a los ricos, con la intención de aumentar la formación nueva de capital que relanzara la acumulación e incentivó el consumo de productos de lujo. Estos factores dispararon la deuda pública a un promedio de 300.000 millones de dólares por año. Por otra parte la economía norteamericana, tras el estallido de la burbuja tecnológica en el 2000 y la recesión en 2001, recurrió al último recurso – el crédito masivo – y se infló a comprar mercancías del exterior. Se importaron de Alemania, Japón y sobre todo de China en cantidades astronómicas, bienes de consumo y bienes de capital. Y así su balanza comercial se endeudó en forma multi-billonaria también. Los datos asombrosos están ahí. Sólo en el año 2007 el déficit comercial de los EEUU alcanzó 707.515 millones de dólares de deuda4. En ese año los EEUU precisaban obtener préstamos por valor de 80.000 millones al mes para poder pagar sus compras al exterior. Las reservas en dólares de la Republica Popular China se calculan ya en 2 billones de dólares en 2007, pero las de Japón alcanzan los 800.000 millones de dólares.
La gigantesca maquinaria de la economía norteamericana no dejaba de crecer. Las cantidades reflejadas en el déficit de la Balanza Comercial se traducían en un consumo desenfrenado, productivo e improductivo, pero también reflejaba un dólar cada vez más débil y amenazado por el exceso de dinero y por la especulación. Y siempre decían los yanquis, cuando se les preguntaba, que cuando la economía se recuperase tras la recesión de 2001, ese equilibrio exterior e interior se restablecería. Y eso decían también las miríadas de expertos europeos que siempre han tomado la economía norteamericana como referente.
¿Pero por qué la economía norteamericana no se recuperó?
Con la proclamación de la presidencia de Bush (enero 2001) comenzó la era del crédito barato. Los neocons, que controlaban todos los resortes del inmenso poder norteamericano, no estaban dispuestos a dejar que la economía se cayera con la quiebra en cadena de las compañías tecnológicas y la Fed se vio obligada a bajar los tipos de interés. Se vino abajo el mito de la tecnología, pero no se rindieron: quedaba la guerra como recurso; la guerra de conquista para abrir nuevos mercados. Porque la guerra de Irak no pretendía sólo hacerse con el control del petróleo, sino rediseñar la sociedad árabe y organizar la vida política tradicional de este pueblo en torno a valores occidentales como la democracia parlamentaria, la propiedad privada y el mercado. Este era el objetivo supremo y no sólo el petróleo. Una victoria rápida en este frente habría supuesto la apertura de nuevos mercados y esa expansión había permitido una nueva fase de acumulación capitalista, con aumento de la masa de ganancia global, expresada en incrementos del PIB del 4% promedio o más. Ese era el sueño del núcleo duro del poder republicano.
Los neoconservadores creyeron que la guerra de Irak iba a ser un paseo y una vez dueños del control del petróleo irakí financiarían los gastos de guerra con facilidad. Su comandante en jefe, Mister Bush y su camarilla, tenían previsto una reordenación del mapa socio-económico y cultural del Golfo Pérsico. El objetivo era, después de Irak, Irán. Y una vez controlados estos, caería Siria, otro de los componentes del «eje del mal». Con las esperadas victorias militares podrían imponer su propia ley sobre los ricos y vastos campos petrolíferos de esa parte del mundo. Era la aplicación práctica de la teoría del Choque de Civilizaciones de Samuel P. Huntington diseñada en 1993, justo después de la disolución de la URSS.
El fracaso de toda esa política se traduce ahora en un desastre interior económico inesperado y descomunal en la gran Norteamérica. Al hundirse la marcha de los negocios, con las subidas de los tipos de interés entre julio de 2004 y julio de 2006 (del 1% en julio de 2004 al 5,25% en julio de 2006, en 17 subidas consecutivas matemáticas de 0,25 puntos cada una), la dinámica expansiva del capitalismo norteamericano fue frenando la acumulación de capital. Las ganancias globales se contrajeron y comenzó a surgir la morosidad5. La cuota de ganancia ha ido descendiendo año tras año como consecuencia de los aumentos constantes de la productividad. Una vez más, se repite la ley objetiva de que el desarrollo de las fuerzas productivas pone en cuestión las relaciones de producción existentes. Los aumentos de productividad ha sido el recurso de todas las instituciones mundiales, de los Gobiernos, Bancos, patronales e incluso de los Sindicatos. Han desconocido que los crecimientos de productividad son un arma de doble filo. Si bien reduce los precios y aumenta la competitividad representa, a largo plazo, la amenaza de la sobreproducción y la baja de la tasa general de ganancia.
Es sabido, desde el siglo XIX, que los efectos de un descenso de la cuota de ganancia del capital solo pueden compensarse si se logra un aumento de la masa global de las mismas y que una de las causas de las crisis agudas de sobreproducción es el freno a la expansión geográfica del capital. Esto explica la tendencia innata del capitalismo a la colonización y la guerra. Ese descenso de la masa global de ganancias se refleja en la angustia de los expertos occidentales ante las caídas del PIB, a pesar de que la parte de los salarios ha decrecido respecto al PIB total. Pero lo decisivo es que la masa global de la ganancia que puede alcanzar hasta el 40% del PIB, se ha ido restringiendo desde 2001, a pesar de los aumento de explotación de la fuerza de trabajo.
Los expertos norteamericanos esperaban que, con la era Bush y sus medidas radicales, se lograría al menos acrecentar la masa global que podía acumular el imperio norteamericano. Si esto se lograba, los EEUU pagarían sus deudas a China, Japón y Alemania. Pero no ha sido así.
Les falló el plan incluso en América Latina. La economía lo registró en el descenso abrupto del PIB que se produce en 2007 y que anuncia la tragedia. Para colmo de la ironía se cumplía así una de las leyes del capitalismo, desvelada por Karl Marx a mediados del siglo XIX, la más importante quizá de su investigación del capital: la ley de la baja tendencial de la cuota de ganancia pasaba de nuevo factura, como lo hizo en los años 30 del pasado siglo XX6.
La refundación del capitalismo
Para arreglar el desbarajuste económico creciente, el capitalismo y sus agentes lo primero que se plantean es refundar su sistema financiero. No lo hacen para resolver los problemas reales de la gente sino para tomar posiciones de poder en una nueva era de recuperación. Persiguen una nueva arquitectura financiera mundial con muy pocos bancos pero con una concentración fabulosa de recursos financieros y una reforma del FMI. Una vez logrado esto, se plantearán restaurar la cuota de ganancia y para ello harán bajar los salarios de la clase trabajadora occidental todo lo que sea posible, para hacer subir la cuota de ganancia manteniendo la demanda. Sin embargo esto provocará un mayor desempleo estructural. No lo tienen nada fácil en el Norte y por eso su atención se centra de nuevo en el Tercer Mundo. Por eso busca la tercera medida: un nuevo ciclo de expansión geográfica a Asia, América Latina y África donde la cuota de ganancia del capital todavía es relativamente alta. Ese va a ser su capitalismo neo-keynesiano7, su Global Deal, como lo llaman. Cuentan para ello con dos instrumentos: una nueva moneda mundial controlada por el FMI8 y el complejo militar industrial, al que recurrirán, si resulta imprescindible para mantener la «gobernanza» mundial.
Los países emergentes de América Latina, Asia y África se opondrán a un nuevo saqueo por Occidente, sabedor de que los capitales invertidos en ellas obtienen una alta cuota de ganancia dada su baja composición de capital. Pero además también porque esas naciones han puesto en marcha una nueva forma de economía y de comercio no capitalista.
En esas naciones emergentes, especialmente en América Latina, existen programas de economía social e incluso socialista, enfocados a resolver el problema de la pobreza. Su modelo de desarrollo choca inevitablemente con el capitalismo depredador de Occidente. Se opondrán al saqueo histórico de sus materias primas y de sus excedentes como ya lo vienen haciendo. Desde luego el neo-keynesianismo que anuncia el G-20 no será una solución para ellas.
Conclusión
Hemos tratado aquí de establecer un hilo conductor que explique la actual autodestrucción capitalista, las causas de fondo de la quiebra de largo ciclo de crecimiento y las reacciones de los macro-poderes para la restauración del sistema, pero también la posibilidad de una nueva economía social que supere los efectos devastadores de las crisis de acumulación del capitalismo, así como un cuestionamiento abierto al neo-keynesianismo que se avecina como alternativa, que no es otra cosa que un intento de restauración temporal — con «rostro humano» — de un capitalismo sediento de ganancia, más global aún, que proseguirá la devastación de los recursos de la Naturaleza, aumentará las bolsas de pobreza en el Tercer Mundo, empobrecerá a las clases trabajadoras del Primero, y amenazará con la guerra si no se acatan sus pretensiones de acumulación.
Porque si algo alentador se atisba en el panorama actual mundial, es la emergencia de una economía social y solidaria que lejos de caer en los ciclos locos de la acumulación capitalista, proporcione igualdad entre los trabajadores y productores sin distinción, con bienestar compartido por todos los pueblos del mundo y compatible con el sistema natural.
Estamos ante un reto para la investigación económica alternativa que irá unida a la lucha social y y política de los pueblos.
*José Torres Pérez, es Presidente de la Fundación RUBEN DARIO-CAMPO CIUDAD, (ONG de cooperación al desarrollo), urbanista e investigador de la economía social.