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Cuestiones jurídico-político-militares

Fuentes: Rebelión

Esto de los reclutas chilenos muertos de frío en el volcán Antuco, por culpa o negligencia de sus jefes, es cosa de Derecho Penal, y seré lo menos «técnico-jurídico» posible al respecto. Y es asunto, también, «de clases» (sociales), en sentido clásico, pues allí había pocos hijos de opulentos o de coroneles; igual que en […]

Esto de los reclutas chilenos muertos de frío en el volcán Antuco, por culpa o negligencia de sus jefes, es cosa de Derecho Penal, y seré lo menos «técnico-jurídico» posible al respecto. Y es asunto, también, «de clases» (sociales), en sentido clásico, pues allí había pocos hijos de opulentos o de coroneles; igual que en las cruzadas del petróleo y gas en Oriente, que emprenden las multinacionales a través del señor Bush y su perro vigilante el señor Cheney, mueren pocos hijos de senadores o altos ejecutivos, y montón de hispanos, negritos y analfabetos relativos. En el endiosado Ejército chileno, o el argentino, como en los más modestos de Latinoamérica, los de familia pudiente huelen poco el cuartel, y los que mueren por abusos o incompetencias son mayormente pobres huasos. La ley del silencio, en todo caso, ha solido imperar (¿han visto, verbigracia, la argentina «Bajo bandera«, el comportamiento del coronel Hellman/Federico Luppi, o el del canalla subteniente Trevi?). En el Ejército de Franco, acá, no era tan diferente, y los generalotes tipo Iniesta o García Rebull –que desde su triple condición de consejeros del Movimiento (¡qué errata!, había escrito «conejeros»), procuradores en Cortes, y jefazos castrenses pedían ni hablar de tres, sino muchos más años de cárcel, para los objetores de conciencia por rechazar el gran honor de servir a la Patria– libraban en la práctica de la mili no sólo a sus hijos y sobrinos, y a los de sus amigos, sino hasta a los novios de sus criadas. También por estas cosas me apunté a la Unión Militar Democrática.

El caso es que sacar por aquellos parajes, con previsión de mal tiempo, parece, bajo uniformes livianos, sin siquiera guantes y menos pasamontañas o lentes para nieve, a esos chavalines, debe llevar, en términos jurídicos, a una «imputación objetiva» de los responsables; ya que se creó un riesgo ilegal o hubo un aumento descabellado de un riesgo permitido, y lo tristemente sucedido no fue una consecuencia «normal» desde un juicio de previsibilidad. Y me adelanto a algunas objeciones: cuando Federico el Grande de Prusia, colosal general, establecía sus campamentos cerca del enemigo, y hacía sus marchas a la vista del mismo, no traspasó los límites (lean a Clausewitz, muy estudiado por Lenin) que separan la audacia de la temeridad. Federico reunía audacia, fuerza de voluntad y determinación, pero no era insensato o desjuiciado. Lo contrario que los mandos chilenos de que hablamos. Por eso el historiador militar británico Keegan pide revisar parcialmente al propio Clausewitz, en su teoría de política y guerra como un continuo. Pues «nuestro futuro podrá pertenecer a los que tienen las manos ensangrentadas». (Ver, de nuevo, Bush y su banda de Washington).

Pues bien, casi lo único en que se ponen de acuerdo PSOE y PP es en lo de «la Defensa» (¿qué tendrá la princesa?). En fin, les invito a leer «Parte de posguerra», del asturiano-republicano Arias Argüelles, que me honré en presentar aquí hace unos días. Verán algunas otras relaciones entre lo castrense y lo político.