«!Ay!, ¡cuánta crueldad gratuita y cuánto martirio han causado las religiones que inventaron el pecado y los individuos que se valieron de ellas para disfrutar al máximo del poder!» FRIEDRICH NIETZSCHE El subjetivismo es una enfermedad de la razón, cuando ésta carece de las defensas inmunológicas que el propio sentimiento y la pasión al estar […]
«!Ay!, ¡cuánta crueldad gratuita y cuánto martirio han causado las religiones que inventaron el pecado y los individuos que se valieron de ellas para disfrutar al máximo del poder!»
FRIEDRICH NIETZSCHE
El subjetivismo es una enfermedad de la razón, cuando ésta carece de las defensas inmunológicas que el propio sentimiento y la pasión al estar condicionados y sometidos por los prejuicios y la ausencia de ética trata de evitarlas; es decir, los recursos de la lógica más dialéctica, el sentido común y el juicio ecuánime, si se poseen potencialmente, quedan dañados o bloqueados por una serie de elementos culturales previos basados en mitos, estereotipos, pasiones, e intereses de índole material y/o ideológicos. Esta ausencia de control de la razón, produce inexorablemente visiones sesgadas de los hechos y de los juicios ajenos, doxas muy particularistas, maniqueísmo mediocre basado en una división simplista del mundo en «buenos» y «malos»; en donde siempre «el infierno son los otros», que diría críticamente Sartre, y «nosotros, los adalides de la verdad y la justicia».
Entre tantas dicotomías que existen entre los seres humanos posicionados en principio y de manera general en un lugar geográfico amplio y con la cultura oficial que les fue impuesta, a veces de manera violenta y a veces de manera sutil, hay una muy importante que últimamente se está de nuevo promocionando por motivos muy concretos: la dicotomía entre dos civilizaciones que hipotéticamente muchos creen subjetivamente que son radicalmente opuestas. Esas civilizaciones van acompañadas con intención forzada de doctrinas religiosas monoteístas, las cuales, en varios aspectos a personas no suficientemente informadas les parecen no sólo antónimas entre sí, sino incluso incompatibles. Nos referimos a la civilización judeo-cristiana y a la islámica o musulmana.
Por razones históricas, existe un resentimiento recíproco entre «ortodoxos» de ambas civilizaciones. Los cristianos más «guerreros» de Occidente, y en concreto, los españoles, no perdonan aún a los árabes que hubieran invadido la Península Ibérica y se hubieran mantenido en ella durante ocho siglos, a pesar de intentar combatirlos con consecutivas batallas, pero que una vez lograda la paz, para su expulsión definitiva, los Reyes Católicos lo lograrían por decreto. A causa del odio y fobia hacia los musulmanes, el subjetivismo de muchos españoles les haría hasta subestimar la cultura en España aportada por ellos -incluso la arquitectónica, que probablemente sea la más valorada por los expertos en arte-, y prefirieron aceptar en bloque la cultura aportada por los invasores anteriores: los romanos y los visigodos. Por otro lado, hoy día, hay una minoría fanática de musulmanes que fanfarronamente dicen que pretenden reconquistar lo que ellos llamarían al (l) andalus; expresión arabizada de oídas por el término anglosajón landlose (tierra perdida) y que bautizarían anteriores invasores de Europa, referiéndose a lo que hoy llamamos Andalucía, por una transcripción a su vez del término árabe.
La propaganda maliciosa de la derecha política y periodística, a la que se suman ciudadanos que después repiten como loros lo mismo, afirman una y otra vez que los inmigrantes «nos están invadiendo» como si huir de sus países sin armas para encontrar una vida mejor en Europa -y que además son chantajeados por empresarios sin escrúpulos pagándoles la mitad que a cualquier trabajador de origen-, fuera lo mismo que un ejército de coalición occidental que invade sus propios países. Tan descarada hipocresía y doble moral canta más que Pavarotti. Por otra parte, cualquier persona bien informada y honesta de Europa y del Mundo Musulmán, sabe que esa invasión islámica ahora sería imposible que pudiera darse por estas razones: 1) la falta de unidad entre los países que conforman Oriente Medio; 2) la falta de unidad, incluso, entre las innumerables facciones del Islam, que van desde el yihadismo terrorista hasta el sufismo pacifista, pasando por una gran mayoría que se declara bastante accidentalizada; 3) la connivencia por intereses económicos de varios jeques árabes con los gobiernos occidentales -como sería el caso de Arabia Saudíe y Pakistán-; 4) el poder militar que en conjunto es infinitamente es inferior en capacidad operativa y armamentística respecto al de solo EE. UU. y 5) por la negación de la mayoría de los ciudadanos -al margen de sus creencias- a embarcarse en una cruzada que pudieran proponer cuatro locos para provocar aún más lo que desean ciertos gobernantes de Occidente: la guerra permanente y preventiva contra el Islam, con objeto de controlar más aún los recursos enérgicos de su entorno. Por otro lado, como contrapartida opuesta al mal intencionado nombre de «choque de civilizaciones», surge en un sector occidental, otro desafortunado nombre: «alianza de civilizaciones», que tampoco es de recibo, puesto que si queremos paulatinamente evitar más conflictos, ya sean guerras petrolíferas diseñadas por Occidente o terrorismos que alimentan aquellas como provocación y oportunismo para los fanáticos radicales, creemos que lo más plausible y sensato sería tomar acciones intermedias prudentes como la predisposición mutua al acercamiento y al diálogo, basada en la comprensión, el respeto, la empatía y el reconocimiento al otro como ser humano sujeto de derecho, por medio de representantes civilizados, cultos y honestos de ambos mundos. Si queremos la paz, a los dirigentes y líderes que delincan en cualquiera de sus formas, ya sea Bush, Ben Laden, Blair, Mohamed o el Fah de Arabia, los pueblos no tendrían que apoyarlos, sino denunciarlos, y legalmente juzgarlos, condenarlos y encarcelarlos por crímenes contra la Humanidad. Si no se quisiera la paz, entonces lo fácil y cómodo y al mismo tiempo trágico, sería que cada uno buscara su chivo expiatorio favorito y actúe sesgadamente en un enfrentamiento absurdo por cuestiones religiosas, intereses económicos y por el miedo mutuo al «otro», mientras que al mismo tiempo, los dirigentes estúpidos y codiciosos de cada civilización se frotarían las manos con gran regocijo al saber que las masas volverían a caer en la trampa del río revuelto que agitan interesadamente y que al enfrentarse entre ellos, obtendría la pesca que tanto ansían.
Pero a pesar de esa irracionalidad subjetiva y en ocasiones deliberadamente interesada de ciertos sectores de la derecha europea, a pesar de creer o fingir que creen y de hacer creer a otros que «El Islam nos quiere atacar e invadir», Occidente, y sobre todo EE. UU., agitan continuamente este fantasma como test previo para saber hasta que punto sus ciudadanos considerados súbditos y dóciles por ellos, caen en la trampa que les tienden, adheriéndose como una lapa a los discursos e intenciones de su amo, puesto que éste debe saber bien el porcentaje de personas convencidas de tales manipulaciones informativas para que en caso de que sea muy alto, apele después al apoyo popular de las decisiones que aquél tome; es decir, que para la próxima e inminente guerra contra un país musulmán, pueda ser secundado lo máximo posible para poder legitimarla. El recurso a alimentar la islamofobia coadyuvado con el miedo al minoritario, sorpresivo y guadianesco terrorismo de los «otros», ofrecería excelentes resultados para los intereses económicos obscenos de grandes delincuentes, como siempre se ha visto y comprobado.
Es por ello por lo que en Occidente previamente se experimentan tácticas y todo tipo de recursos para comprobar después los resultados, que aunque sus sociólogos e ideólogos intuyan que van a ocurrir como ellos desean, no tienen la certeza en qué manera concreta ocurrirían y a qué porcentaje de personas de una y otra civilización les afectaría. Es entonces cuando en Dinamarca -en donde gobierna actualmente una coalición de tres grupos de derechas y que se aliaron con EE. UU. en la guerra inmoral e ilegal de Iraq-, un supuesto humorista dibuja en una publicación una caricatura de Mahoma con una bomba bajo su turbante. Es 30 de septiembre de 2005, el dibujito pasa desapercibido hasta que deliberadamente se distribuye por Internet, consiguiendo verlo varios islamistas, que a su vez indignados se lo comunican a otros por vía e-mail y por medio del boca a boca. Como un reguero de pólvora se extiende por todo el Mundo y toda la prensa informa de ello. Una mayoría de islamistas se siente herida, humillada, ofendida… Han dañado sus sentimientos más hondos, sus convicciones más íntimas, pero la mayoría de esa mayoría, sólo lo comenta con su familia y amigos de forma resignada e impotente, en cambio, una minoría de musulmanes, que representaría sólo menos de un 1%, acude indignada por el insulto a su mayor profeta y manifiesta su protesta de facto en las embajadas europeas, en las cuales, una minoría de la minoría que acudiría, toma la decisión de incendiarlas. De todos los airados manifestantes, abundarían afganos, iraquíes y en tercer lugar, pakistaníes; y respecto a las tendencias dentro del complejo cultural del Islam, la inmensa mayoría serían chiítas, por razones obvias. Incluso llega a haber varios muertos en esas algarabías, pero afortunadamente no serían occidentales. Los periodistas al servicio de los poderes occidentales más abyectos, harían la esperada sinécdoque y apología de la islamofobia para imponer su tesis sesgada y confundir aún más a sus lectores y oyentes, los cuales sólo quieren leer y oír lo que se ajusta a sus prejuicios y subjetivismos, pero no la verdad, como ya se comprobaría con otro tipo de protesta ocurrido hace unos meses: los disturbios sociales de los incendios de coches en París que causaron hijos de inmigrantes musulmanes, los cuales se sentían frustrados y excluidos por el recorte general de las ayudas sociales, pero que ciertos periodistas de derechas no sólo no ofrecieron una explicación sincera desde el análisis sociológico, sino que incluso llegaron a decir la gran mentira de que «fue un conflicto de índole religiosa e instrumentalizada por agentes externos», cuando en realidad fueron unas acciones espontáneas por motivos sociales y económicos.
Cuando surge un hecho violento, inexorablemente siempre se ofrecen explicaciones e interpretaciones en Occidente dependiendo de factores del grado de conocimiento sobre el asunto y de intereses concretos. Por un lado surgen opiniones y escritos más o menos viscerales con descarada incomprensión y cinismo oportunista del fenómeno basándose en el derecho a la libertad de expresión y a la superioridad de la civilización occidental, aliñado en ocasiones con varias gotas de victimismo, fobia, odio al musulmán y otras coartadas conscientes e inconscientes que sirven muy bien para cerrar los ojos ante las evidencias y a la razón de fondo del problema; por otro lado surgen análisis rigurosos y honestos con explicaciones y argumentos para comprender la raíz del fenómeno, y llamando en ocasiones a la prudencia, a la calma y a la comprensión de ambas civilizaciones, tratando de evitar el maniqueísmo y la confrontación entre las distintas culturas como seguramente desearían que sucediera para que sus tesis se vieran confirmadas Huntington, el Pentágono al pleno, el Club Bilderberg, César Vidal y José María Aznar, entre otros.
Habida cuenta de que hoy, en nuestro planeta, no existe ningún hecho aislado ni tampoco hay efecto sin causa y sabiendo que la Humanidad está dividida en culturas, ideologías, intereses, clases sociales y económicas, etc. siempre habrá al menos dos puntos de vista «fundamentales» que se opondrán inexorablemente entre sí, dependiendo de si se está al lado y a favor de la minoría de los poderosos o si se está a favor de la mayoría de los trabajadores, humildes y marginados que de diversas maneras son perjudicados por aquellos, independientemente del lugar del que procedan. Todo ciudadano occidental que sea culto, sincero y honesto sabe quienes son los verdugos y quienes las víctimas, sabe quienes añaden más sufrimiento a otros y quienes lo padecen, sabe quienes detentan la mayoría del capital y quienes cobran un salario modesto o quienes incluso carecen de los mínimos recursos para subsistir. Lo saben, lo escriben y lo dicen valientemente denunciando esa situación. En cambio, los aduladores de los poderosos, por intereses económicos reales o potenciales y prejuicios culturales, lo sepan o no lo sepan, siempre dirán lo contrario a la evidencia, utilizando toda clase de recovecos, justificaciones y mentiras deliberadas para intentar hacer válida sus tesis a una sociedad no suficientemente preparada. Como saben, que por la religión es como mejor se doblega y se manipula a las masas, entonces recurren sin escrúpulos a la rivalidad latente de la diferencia consustancial de las religiones que tienen los pueblos para enfrentarlos entre sí; es decir, para que esa rivalidad adquiera una mayor dimensión cada vez más cercana al irracionalismo psicosocial.
El arabista Pedro Martínez Montávez -probablemente el español que mejor conoce la religión mahometana- afirmó con toda convicción el día seis de febrero de 2006 en el programa «59 segundos» de TVE, que los occidentales no sólo tienen un desconocimiento absoluto sobre el Islam, sino que además no les interesa conocerlo. Muchos escritores, entre otros, Juan Goytisolo o Antonio Gala afirmarían en varias ocasiones que en Occidente hay una tergiversación deliberadamente malintencionada sobre esta religión monoteísta, con el abuso de tópicos e interpretaciones erróneas. Efectivamente, los islamófobos y desconocedores voluntarios extraen versículos del Corán fuera de contexto de la sura correspondiente y sin el menor rigor exegético y teleológico. Por otra parte, no saben o fingen no saber que el Islam lleva implícito muchos de los mitos -negativos y positivos- de las religiones anteriores a él, es decir, del judaísmo -por ejemplo, el mito del pecado original o la ley del talión, aunque también en contraposición, el quinto mandamiento-y del cristianismo -como por ejemplo, los «milagros» y el amor y el perdón a la Humanidad-, y que tanto Moisés como Jesús son considerados por ellos profetas anteriores a Mahoma, y muy admirados y respetados. Pero desde Occidente, se ha propiciado siempre una versión contraria y distorsionada, o al menos fragmentaria, y casi siempre reducido a los ámbitos de controversia con el cristianismo.
Habría que señalar también que las caricaturas de Mahoma representaron también un insulto y una ofensa para muchos islamistas incluso moderados y en cierta manera accidentalizados como son los sunitas, los cuales abundan en países como Turquía e Indonesia. Pero tanto estos como los que representan a corrientes más ortodoxas y radicales se sintieron ofendidos sobre todo por la asociación perversa de su profeta Mahoma con el terrorismo. Esta falsa ecuación sería la gota que colmaría el vaso cuando se sienten terriblemente frustrados y humillados por las invasiones de las potencias cristianas comandadas por EE. UU. que de forma prepotente aún siguen ocupando dos de sus países por los intereses energéticos y geoestratégicos del gendarme del mundo, aunque con la excusa de querer imponer -a bombazos, evidentemente- la democracia liberal-capitalista y una cultura diferente a la suya; así como también cuando Palestina lleva casi sesenta años sufriendo el terrorismo del Estado de Israel. Habiendo ganado recientemente Hamas de forma legítima en las últimas elecciones, con el deseo de acabar con este conflicto, los líderes de este partido, prudentemente aconsejaron a sus seguidores no protestar violentamente por la burla de las caricaturas de su profeta para no caer en la provocación que Occidente espera y desea. Por otra parte, este fenómeno surge justamente cuando Irán está en el punto de mira de EE. UU. para ser el próximo país a invadir con el pretexto de que está construyendo arma atómicas, aunque sólo tenga el 10% de las que posee Israel. Como podemos observar, la doble moral sigue en juego.
Los católicos integristas o de extrema derecha de Occidente se están rasgando las vestiduras por la protesta explícita de un puñado de musulmanes con una supuesta envidia no exenta de estupidez, complejo de victimismo y cinismo, diciendo: parece ser que ellos tienen derecho a protestar por sentirse ofendidos por su profeta y nosotros no» y añadiendo algunos de ellos que nuestra cultura cristiano-occidental es más avanzada que la suya , sin reconocer un ápice que si lo están es gracias al laicismo y progresismo de intelectuales y políticos, lo cual costaría mucho esfuerzo, lucha y sangre para que los católicos herederos de Torquemada con el paso del tiempo se fueran moderando y civilizando en los derechos humanos, la democracia y el respeto a todas las ideas, aunque muchos con mayor o menor resignación; y aún así, quedan resquicios de intolerantes y fanáticos, y que representan quizá mayor proporción que los intolerantes y fanáticos del Islam, pero de eso no suele hablarse.
Hay un sector de católicos que les llega hasta tal punto su obcecación, islamofobia y complejo de victimismo, que cualquier broma o supuesta burla que vean contra los católicos, una vez que manifiestan su molestia en plan mojigato, afirman de manera hipócrita: «nosotros, los católicos, aguantamos las burlas, no vamos a quemar embajadas como los islamistas», aunque vean perfecto y decente que los nietos de Blas Piñar den una paliza al autor de una obra de teatro que por su título representaba una expresión habitual que suele decir cualquiera en un momento de enfado, frustración o cabreo, pero que ellos lo consideran una blasfemia intolerable. La última protesta sobre un hipotético insulto al cristianismo ha sido una figura representando la imagen de Jesucristo portando un misil con la mano derecha que apareció en el diario El Mundo con intención manipuladora, puesto que sólo aparecía una parte de la obra. Unos días después, en el diario El País, apareció fotografiada la obra completa que se exponía en la Feria Arco 2006, titulada «Nazis y Jesucristo», en donde se veía también tanques y soldados nazis en miniatura dirigidos hacia Jesucristo y éste como actitud defensiva y amenazante portando un misil. Cualquier perspicaz sabría entender bien su significado, y por si alguien tuviera dudas, habría que leer los comentarios que hace el propio autor, el cual entre otras cosas dice: «no representa en absoluto una burla a la religión cristiana». Hay gente de cualquier creencia religiosa que tiene unos prejuicios que denotan un tremendo infantilismo, llegando a ofenderse por cosas nimias y no inteligentemente interpretadas ni tomadas con sentido del humor, pero también es verdad que por sus propios condicionamientos culturales mientras no puedan superarlos racionalmente, hay que procurar practicar la prudencia y la educación con toda paciencia para intentar hacerlos entrar en razón, y por supuesto, todo ello con respeto y aprecio. Por eso, la libertad creativa y de expresión deben tener un límite en tanto y cuanto rebasen la libertad hacia el otro, ofendiendo por mala fe o ignorancia las creencias religiosas, filosóficas, políticas y personales de los demás, alentando a una provocación gratuita que a veces no sabemos como podría acabar; pues como diría Bakunin: «mi libertad comienza donde acaba la de los demás».
Es sabido que la psicología de los creyentes fanáticos en religiones, sea esta cual sea, grosso modo es la misma en todos ellos. No hay diferencia esencial entre un fundamentalista islámico, un judío y un cristiano; ya sea éste último protestante, anglicano o católico. Entre ellos se disputan un Dios y son capaces de llegar a la violencia si las condiciones creen que les son favorables y si tienen intereses mercantilistas. En los últimos seis años, esta violencia generadora de incontables víctimas la han ejercido ejércitos occidentales con ametralladoras y misiles invadiendo países los sionistas Kissinger y Sharon, y los cristianos Clinton y Bush II; pero también como respuesta la violencia la han ejercido terroristas suicidas y no suicidas con bombas, y que se atribuyen como autores responsable al talibán yihadista Ben Laden y otros de sus seguidores en torno a la red de Al Qaeda. Los primeros han asesinado mil veces más gente que los segundos. Si algún católico se ofende por esta verdad irrefutable, podrá alegar: «Bush no es cristiano y no representa a los cristianos occidentales», pero en tal caso eso debería discutirlo con él, máxime cuando dice: «Dios me ha dicho que ataque Afganistán e Iraq y yo le he obedecido». Y además, por esa misma regla de tres, si quisieran demostrar ecuanimidad deberían decir también que «Ben Laden no es musulmán y no representa a los islámicos», como suelen saberlo y decirlo una mayoría de los islamistas, pese a que Ben Laden afirme «Alá está conmigo y me dice que debemos hacer la yihad para combatir a los infieles«. Bush II y Ben Laden son dos caras -y caraduras- de la misma moneda y que las familias de ambos estarían asociadas en compañías petrolíferas en un pasado no muy lejano.
La ofensa al mundo islámico y su posterior difusión por las caricaturas de Mahoma y en consecuencia la protesta de algunos de ellos, es una nueva oportunidad blindada para que Occidente pueda perpetrar un nuevo ataque a otro país de su entorno. El nuevo objetivo a invadir en nombre de la civilización judeo-cristiana es Irán, y así lo entienden muchos islamistas, aunque también sepan muchos que sus objetivos sean geoestratégicos y para ejercer el control del petróleo. El peligro de una tercera guerra mundial está más cerca que nunca, pues Irán es el principal país suministrador de petróleo a China. Sobre esta nueva guerra que se avecina, entre otras opiniones conozco la que tienen los cristianos de izquierda de nuestro país, pero aún no conozco la de los católicos más ortodoxos o de derechas, y más cuando son tan ambiguos y tan fluctuantes ¿Para tener una opinión sobre esta guerra acaso deberán esperar a lo que manifieste el Papa Benedicto XVI?