Sorprende la incoherencia de la tónica «mea culpa» vigente en la reciente Cumbre de la FAO. El Presidente Zapatero promete 500 millones de euros en ayuda a la cooperación para programas de seguridad alimentaria, el Banco Mundial anuncia que aportará cerca de 760 millones de euros con el mismo objetivo, y el documento final […]
Sorprende la incoherencia de la tónica «mea culpa» vigente en la reciente Cumbre de la FAO. El Presidente Zapatero promete 500 millones de euros en ayuda a la cooperación para programas de seguridad alimentaria, el Banco Mundial anuncia que aportará cerca de 760 millones de euros con el mismo objetivo, y el documento final de la Cumbre concluye con la tibia necesidad de «estudiar más profundamente» «el impacto de los agrocombustibles. A su vez, el Director de la OMC, Pascal Lamy, insiste en que el libre comercio puede fortalecer la capacidad productiva de los países empobrecidos. Hay incoherencia porque estas medidas y promesas no cuestionan al modelo agrícola industrial basado en la producción intensiva y en la mercantilización de un derecho básico: la alimentación. Y es curiosamente en este modelo donde se ubican las raíces tanto de la crisis alimentaria como de la crisis ecológica global.
¿Por qué este modelo es responsable del aumento de los precios de los alimentos y del consecuente incremento del hambre? [1] Porque es precisamente la liberalización de los productos agrícolas la que ha permitido dos fenómenos que son en gran parte responsables de la crisis alimentaria: la creciente especulación en el mercado de futuros de los alimentos básicos y la concentración corporativa en este sector. De acuerdo con la firma consultora AgResourse Co., en los Estados Unidos, el mayor exportador mundial de trigo, maíz y soja, el valor las compras de estos granos en el mercado de futuros ha representado cerca de la mitad del valor de la cosecha total [2] . Por otra parte, se estima que la cantidad de dinero especulativo en el mercado de futuros de commodities aumentó de 3.172 millones de euros en el año 2000 a 111.000 millones de euros en 2007 [3] .
Las políticas de libre comercio impuestas por actores como la OMC en el sector agrícola, al desmantelar los aranceles y protecciones que tenían los países empobrecidos también son responsables de la concentración empresarial en toda la cadena productiva. De hecho, tal como lo plantea Ian Angus [4] , «la industria alimentaria global no está organizada para alimentar a los hambrientos, está organizada a fin de generar beneficios para el agronegocio corporativo». Y funciona: este año, el crecimiento del volumen de negocios y de las ganancias anunciado por las principales compañías que operan en la agroindustria es extraordinario. Los beneficios netos de la estadounidense Cargill en abril aumentaron de 86% frente a las cifras del año anterior, sumando 653 millones de euros [5] . Las ventas de Bunge crecieron de 70% y las de ADM 64%. ¿Cuál es el grado de incidencia de estas empresas a las cuales la crisis alimentaria no parece afectar? Determinan lo que será producido, cómo será producido, definen precios y seleccionan quién producirá los alimentos. Así por ejemplo, Cargill, ADM, ConAgra, Bunge y Dreyfus dominan más del 80% del comercio mundial de cereales, mientras que Monsanto es la principal empresa de semillas comerciales y la quinta en el sector de los agrotóxicos. En el caso específico de la soja, Bunge, ADM y Cargill controlan 75% del mercado mundial y 80% de la industria procesadora en la Unión Europea [6] .
¿Por qué el modelo agrícola industrial es también causante del calentamiento global? Porque la agricultura industrial y la deforestación que la acompaña son responsables respectivamente del 13.5% y del 18.2% de las emisiones de los gases de efecto invernadero [7] . Además, en todas las fases de la producción intervienen los combustibles fósiles. En el área de los agrocombustibles nos situamos aquí ante una paradoja: se los promueve en el sector del transporte (que es responsable de 13.5% de las emisiones) como una alternativa al petróleo. No obstante, su producción, al ser a gran escala y pretender responder a las inmensas necesidades de consumo energético en los países del Norte esencialmente, implica fortalecer el modelo agrícola industrial. Por tanto, se encuentran muy lejos de ser una solución en términos ambientales.
Al no tomar medidas inmediatas frente a estos factores que son responsables de las crisis sociales y ambientales que sacuden al planeta, la Cumbre falló. Pero su fracaso más contundente se debe a que ha excluido totalmente a los principales afectados.
Agrupadas en un evento paralelo, organizaciones de campesinos y pequeños productores (es decir 80% de la población que sufre de hambre) denunciaron el poder de la agroindustria y de la liberalización de la agricultura. Su respuesta es diametralmente opuesta a la de la Cumbre: no piden «seguridad» sino soberanía alimentaria; se oponen a los agrocombustibles a gran escala y piden que los gobiernos se concentren en la producción sostenible de alimentos en pequeña escala [8] . Apuntan la complejidad de la agresión neoliberal de la que son objeto y que rebasa los vacíos discursos de la Cumbre. El modelo agrícola industrial implica la apropiación y el saqueo de la tierra, un recurso estratégico. Y para ello, se aplica una descampesinización feroz [9] , particularmente en los países empobrecidos. Esta expulsión de los campesinos, indígenas y afrodescendientes se ha potenciado aún más con el auge de los agrocombustibles. Pero ellos ya no hablan de «expulsión», hablan de desterritorialización. Porque lo que pierden, ante la presión de los agronegocios por extender monocultivos de palma aceitera, soja, jatrofa, maíz o caña de azúcar en millones de hectáreas, es su territorio , es decir su cultura, su vida y por tanto, su dignidad. Es ante esta corrosión de sus ancestrales sistemas agrícolas, alimentarios, políticos y culturales que reivindican la soberanía alimentaria. Pero esta voz ha sido excluida de la Cumbre y el «mea culpa» sigue siendo un discurso hueco.
[1] Para una exhaustiva explicación de este fenómeno véase: García, F., Rivera-Ferre, M. y Ortega M. 2008. «Precios en aumento. Cuando los árboles no dejan ver el bosque», Barcelona, (www.attacmadrid.org/d/9/080511133844_php/F1.pdf)
[2] Wilson, J. 2008. «Wall Street Grain Hoarding Brings Farmers, Consumers Near Ruin», Bloomberg , 28 de abril
[3] GRAIN. 2008. «El negocio de matar el hambre», Abril (http://www.grain.org/articles/?id=40).
[4] Angus, I. 2008. «Capitalismo, agronegocio, y la alternativa de la soberanía alimentaria:
La crisis alimentaria», Rebelión, 18 de mayo (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=67568)
[5] Cargill. 2008. «Cargill reports third-quarter fiscal 2008 earnings», Comunicado del 14 de abril (http://www.cargill.com/news/news_releases/080414_earnings.htm).
[6] García, F., Rivera-Ferre, M. y Ortega M. 2008., op.cit; y Ribeiro, S. 2008. «El hambre de los agronegocios», La Jornada , 18 de mayo
[7] World Resourses Institute. 2008. «World Greenhouse Gas Emissions Flow Chart», Abril (http://www.wri.org/chart/world-greenhouse-gas-emissions-flow-chart)
[8] Véase: «Políticas vacías para platos vacíos», (www.viacampesina.org)
[9] Véase los casos de Colombia, Paraguay, Brasil, Malasia e Indonesia por ejemplo en Redes-AT y GRAIN. 2007b. «La fiebre por los biocombustibles y sus impactos negativos». Revista Biodiversidad: sustento y culturas , (52): 16-20; y Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory. 2007. Agrofuels. Towards a reality check in nine key areas . Amsterdam.