El cambio climático inducido por la emisión creciente de gases de efecto invernadero es, al decir de la práctica unanimidad de la comunidad científica, de los experimentos globales más impresionantes que el hombre ha emprendido en la era industrial. La capacidad de extracción de combustibles fósiles, que son los que mantienen hoy nuestro modelo económico […]
El cambio climático inducido por la emisión creciente de gases de efecto invernadero es, al decir de la práctica unanimidad de la comunidad científica, de los experimentos globales más impresionantes que el hombre ha emprendido en la era industrial. La capacidad de extracción de combustibles fósiles, que son los que mantienen hoy nuestro modelo económico y de empleo, se ha multiplicado como la levadura en una barrica de mosto, de forma exponencial. Algunos hablan de que nuestra intervención en la litosfera y en la composición de la atmósfera inauguró una especie de nueva era geológica, que denominan «antropoceno»; tal es el impacto que la fuerza de la combustión de las cadenas de hidrocarburos ha tenido desde que comenzara, hace apenas dos siglos en Europa, la explotación de las reservas carboníferas.
Según Vince Matthews, director del Colorado Geological Survey, sólo en el año 2005, China construyó una nueva central térmica de carbón cada 3 días, aunque ya desde el año 2007 se ha convertido en importador de este recurso mineral, tensionando un mercado global en el que entre EE.UU. y aquél consumen el cincuenta por ciento de la producción mundial. Así con todo, China sigue estando a mucha distancia de los niveles de consumo por persona de las regiones ricas del Mundo. El uso del carbón sigue siendo hoy de vital importancia para el funcionamiento de las economías industriales, y se disputa hoy con el gas el mérito de ser el segundo recurso energético mundial, tras el omnipresente petróleo. El triunvirato fósil es el que, a través de su uso creciente, el mayor responsable del cambio climático global.
Dada la tremenda interrelación entre crecimiento económico y uso de la energía (la energía es capacidad para hacer trabajo, pilar de cualquier estructura social), y al comprobarse que casi nadie quiere renunciar a él, la inercia fósil parece no tener límite, aunque realmente existe ese techo más allá del cual la Humanidad no podrá extraer volúmenes mayores cada año. Y, dada la velocidad que ha emprendido el experimento, parece que ese umbral lo podemos alcanzar en poco tiempo. El «cenit de la energía global», que algunos sitúan en torno a la segunda o tercera década del Siglo XXI sería un techo histórico fruto de que las producciones conjuntas de estos combustibles no pueden seguir creciendo mucho más. Parece que estamos en los años del cenit del petróleo, y quizás dentro de una década, en un escenario lleno de incertidumbre, alcanzaríamos el del gas natural, según ASPO. El Energy Watch Group sitúa el techo del carbón en torno al año 2025, tras revisar las infladas reservas declaradas de este combustible fósil, así como las diferentes calidades que quedan por explotar. Después, el declive más o menos permanente.
Ya el geólogo sueco Kjell Aleklett advertía de que el cenit de los hidrocarburos suponía también un techo de emisiones de CO2 a la atmósfera, y que las predicciones del Panel de lucha contra el cambio climático necesitaban ser revisadas a la luz de los límites físicos. Además, como ya vemos, una energía en vías de encarecerse progresivamente, provoca estruendosos ajustes de la economía de burbuja a la realidad tangible, lo que frena la expansión del consumo y, por tanto, de la contaminación atmosférica.
Bien al contrario de las grandes proclamas de lucha contra el cambio climático, el Hombre está luchando denodadamente para extraer cada vez más fósiles y, por tanto emitir más. Probablemente, de no cambiar radicalmente las cosas, serán los límites físicos y la «destrucción de la demanda» en forma de depresión económica los que finalmente aliviarían la pesada carga de emisiones atmosféricas. Esa pesada losa de frenético intento por consumir, sin embargo, será una herencia de consecuencias que, nos advierten los crecientes indicios, pagaremos caro.
Las oportunidades para, al menos, intentar transiciones a sociedades de bajo consumo energético y de forma pacífica, reducciendo desde ahora nuestras emisiones, se agotan con cada pulso agónico que echamos al Planeta en esta lucha por los recursos, contra ella y de todos contra todos, una batalla que sabemos perdida de antemano. Reaccionar a esas advertencias será quizás el mayor esfuerzo que nuestra especie deberá emprender en los tiempos venideros.