Fue también en Davos, creo que en 1997, cuando el entonces presidente del Bundesbank, Tietmeyer, esculpió la frase que declaraba el fin de la política y la democracia: «Los mercados serán los gendarmes de los gobiernos». Han transcurrido diez años y, siguiendo este eslogan, los gobiernos han ido renunciando poco a poco a intervenir en […]
Fue también en Davos, creo que en 1997, cuando el entonces presidente del Bundesbank, Tietmeyer, esculpió la frase que declaraba el fin de la política y la democracia: «Los mercados serán los gendarmes de los gobiernos».
Han transcurrido diez años y, siguiendo este eslogan, los gobiernos han ido renunciando poco a poco a intervenir en la economía y las relaciones laborales se han ido liberalizando, de manera que imperan la libertad para los empresarios y la extinción de los derechos para los trabajadores. La globalización de los mercados financieros, la libre circulación de capitales, la deslocalización, han introducido el dumping social y fiscal con lo que los sistemas tributarios caminan hacia modelos basados exclusivamente en impuestos indirectos y gravámenes sobre las nóminas.
Diez años después, y ahora también en Davos, surgen voces de alarma. Mataron al padre, proscribieron la intervención del poder político en la economía, quisieron quitarse el yugo de la presión popular y democrática, proclamaron la supremacía de los mercados, y comienzan a darse cuenta de que tan sólo han engendrado el caos. Los más lúcidos son ahora conscientes de que partieron de una hipótesis falsa, la de que los mercados se autorregulan y llegan por sí solos al equilibrio.
La multiplicación de agentes y de productos sin ningún control ha generado la anarquía. Fenómenos como los de las hipotecas subprime descubren cómo los mercados financieros se han llenado de basura, basura que las agencias de evaluación han calificado de mercancía de primera calidad. En la actualidad, el factor que más está amplificando la crisis es la desconfianza con la que se miran las entidades financieras. Nadie se fía de nadie. Todos son sospechosos y no hay quien garantice su solvencia. Ni los Basileas ni los bancos centrales… Hoy, curiosamente también en Davos, se suspira por un sheriff mundial que ponga orden.
Muchos de los asistentes al Foro Económico Mundial contemplan la situación con bastante intranquilidad. Hablan de una crisis larga, incluso del final de una era, la era del dólar y del imperio americano. Hasta el momento, EEUU era el único país que podía permitirse el lujo de no tener que someterse a las restricciones que las leyes económicas imponen a todos los demás. Desde 1971, año en el que denunció la convertibilidad del dólar, EEUU está libre de todo corsé, ya que la universal aceptación de esta divisa como moneda de reserva le permite alegrías que no podría tener ningún otro Estado.
EEUU en sus diferentes épocas ha acumulado déficit, tanto públicos como de balanza de pagos, desorbitados, y que de haberse tratado de otros países, principalmente emergentes, habrían suscitado las condenas más enérgicas de los organismos internacionales. Tales déficit podían financiarse, hasta ahora, sin demasiada dificultad mediante la tenencia de dólares en el exterior y siempre que se mantuviese la confianza. Pero esta situación constituye un equilibrio inestable que cualquier factor puede desestabilizar.
En estos últimos años, la ineptitud y la paranoia de un presidente han llevado ambos déficit a un nivel difícilmente soportable. La locura de las guerras de Iraq y de Afganistán, la protección de la industria armamentística y una política fiscal regresiva, encaminada a que las clases altas paguen menos impuestos, han originado que los desequilibrios se incrementen. La situación de privilegio de EEUU puede estar llegando a su fin, a las locuras de Bush hay que añadir que al dólar le ha nacido un competidor, el euro, y que acontecimientos como el de las hipotecas subprime pueden estar minando la confianza en el sistema americano.
En Davos, Cheng Siwei, vicepresidente del Comité Central de la República Popular China, puso en cierta forma el dedo en la llaga al afirmar: «Los asiáticos ahorramos hoy para gastar mañana, pero los americanos gastan ya hoy lo de mañana». El problema de EEUU -también el de España- es que ha estado creciendo y consumiendo a crédito, financiado por el resto de los países. Los créditos, en la mejor de las situaciones, hay que pagarlos; en la peor, pueden terminar en una catástrofe cuando los acreedores pierden la confianza y exigen el cobro inmediato. Actualmente, el consumo de EEUU representa el 72% del PIB; en el año 2000, representaba el 67%. ¿Qué ocurriría si de golpe se retornase a este último porcentaje y se eliminasen esos cinco puntos de diferencia? Entraríamos en una recesión de una magnitud desconocida.
Esto es lo que intranquiliza a los amos del mundo en Davos. Esto y supongo que también la respuesta simplona de Bush, que es más de lo mismo, bajar impuestos, y que en lugar de solucionar el problema lo empeorará al incrementar el déficit público.
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