Permítase a un viejo y rebelde economista un pequeño ejercicio de narcisista nostalgia, recordando ciertas declaraciones públicas, hoy olvidadas, y que en su época encontraron un eco muy limitado. Para tratar de guiar a mis sufridos lectores deseo hacer unas breves e impertinentes declaraciones sobre la situación actual de la mal llamada «ciencia económica», aderezadas […]
Permítase a un viejo y rebelde economista un pequeño ejercicio de narcisista nostalgia, recordando ciertas declaraciones públicas, hoy olvidadas, y que en su época encontraron un eco muy limitado. Para tratar de guiar a mis sufridos lectores deseo hacer unas breves e impertinentes declaraciones sobre la situación actual de la mal llamada «ciencia económica», aderezadas con algunas citas y de advertencias admonitorias realizadas por el que escribe y por otros socio-economistas críticos que asumieron sin piedad alguna el papel de Casandras.
Escribía yo en el año 2004, en gallego y en un artículo titulado «Economía y sociedad en la mundialización armada» (Analise Empresarial, Xaneiro-Abril), que «la llamada ciencia económica oficial se encuentra en un cómodo callejón sin salida de abstracción formalista y matemática alejada de la realidad». Otros economistas coincidían básicamente con mi opinión y recientemente (Hedgehog Review , Summer 2010) hemos leído de la erudita y recocida pluma de Philip Mirowsk,i en un artículo que podría traducirse como » La humillante vergüenza de los economistas», que ha sido patente «la incapacidad de los economistas ortodoxos o de la corriente dominante, hoy día en el poder, de prever la gravedad y extensión de la crisis que sufrimos.»
Mirowski cita en su escrito la opinión de Keynes que en su libro The General theory of «Employment Interest and Money (1936) señalaba que el fracaso de los economistas en reconocer que sus teorías no se correspondían con los hechos observados y su actitud impertérrita ante esto correspondía a que asumían una disfunción social ideológica. Su funcionalidad consistía en ser justificadora de que «mucha injusticia social y evidente crueldad constituían un incidente dentro de una estrategia de progreso». Sus «autorizadas opiniones» coincidían en que cualquier intento de oponerse a esta realidad sería más dañino que pertinente. Esta irrealista y despiadada actitud de los «economistas oficiales» coincide lógicamente con un interés en suprimir cualquier opinión contradictoria pues como ya había señalado J. K. Galbraith ( Thought and Action fall , 2009) ellos se han constituido en una especie de Politburó que define lo que es un pensamiento económico correcto. Aunque no mencionado por Mirowski, Karl Marx había escrito (cito libremente) : «La naturaleza específica del objeto del que trata la economía política engloba, dispuestas a lanzarse al campo de batalla, las pasiones más violentas mezquinas y odiosas que alberga el corazón humano; las Furias desbocadas del interés privado». Las investigaciones libres y científicas siempre encuentran , ayer como hoy, obstáculos en este campo. Es por ello por lo que los economistas o sociólogos no incorporados a los mecanismos del poder social constituimos una casi ínfima minoría.
Excursus sobre opiniones y fuentes teóricas acerca de la crisis.
Ello viene a cuento para tomar una cierta distancia de las opiniones de Mirowski, que no trata del esfuerzo realizado por muchos científicos sociales críticos para tratar de la actual crisis. Éstos se reclutaron mayoritariamente en el campo marxista -aunque existen discrepancias dentro de éste en diferentes tomas de posición- y, subsidiariamente, entre los keynesianos seguidores de Minsky, institucionalistas, y socio-economistas. Los estudiosos del caso pueden recurrir para más información a mi e-mail, aquí incluido, pero es necesario que mencionemos revistas como Historical Materialism, Review of Radical Political Economy, Science and Society, Actuel Marx (en francés), Monthly Review, Rethinking Marxism, y los «blogs» Economic perspectives from Kansas City el del Levy Economic Institute and Bard College,etc. Entre los libros afines a las tendencias antes señaladas destacan The Credit Crunch y No Way to Run the Economy, de Turner; el último del eminente marxista D. Harvey, The Enigma of Capital; el de M. Roberts, The Great Recession; el de M. E. G. Smith, Global Capitalism in Crisis; el de Ch. Harman Zombie Capitalism, el de A. Kliman, The Persistent Fall in Profitability underlying the Current Crisis; varios libros de G. D. Dumenil y D. Levy (particularmente los titulados Crisis et Renouveau du Capitalisme y The Crisis of Neoliberalism ); el de Johsua, La grande crise du XXIe siecle; el de H. Husson, J. Johssua, E. Tousaint y Zerbato, Crises structurelles el financieres du Capitalisme; el de A. Lebowitz, The Socialist Alternative; el publicado por varios autores, lógicamente en francés, por «Actuel Marx», Crises Révoltes Resignations; el algo antiguo (de 1987) pero imprescindible de P.S. Sweezy y H. Magdoff, Stagnation and the Finantial Explosion; la recopilación y comentario de textos de Karl Marx realizada por D. Bensaïd; el publicado recientemente por el Socialist Register, editado por L. Panitch y otros, The Crisis This Time; y posiblemente otros que he olvidado.
Pido disculpas por esta larga retahíla a mis lectores pero la justifico por la necesidad que sufrimos en España, debido a la exclusión de la práctica totalidad de estas fuentes. Estas reflexiones son culpablemente omitidas por nuestros manipulados medios de información de masas, y la escasa información prevaleciente en nuestras instituciones educativas dominadas por un pensamiento único importado básicamente de los E.E. U.U. de América. Recuerdo, en este contexto, una reciente conferencia en la que Stiglitz lamentaba la exclusión del marxismo de los curricula de nuestras universidades, que se asemejaría a excluir la aportación de Freud en una escuela de psicología.
En este momento, debo subrayar que los economistas críticos que vienen desde hace tiempo preocupándose por el problema de las crisis cíclicas del capitalismo reinante, y de la bajada en el ritmo de crecimiento económico sufrido desde el fin de la década de los años 70 por los países más avanzados, gozan de una ventaja decisiva sobre los economistas burgueses sorprendidos por el estallido de la crisis. Un ejemplo viene dado por el libro, previamente mencionado de M. Husson, J. Johsua y otros (publicada hace 9 años) y de una enorme multiplicidad de artículos publicados en las revistas antes citadas. Los economistas inspirados por el marxismo tratan de encontrar mecanismos inmanentes derivados del «modus operandi» del sistema por lo que aceptan con facilidad que atravesamos una crisis sistémica, mientras que otras escuelas se centran en disfunciones sistémicas parciales, en factores morales, o en elementos de psicología.
La vaguedad y superficialidad de estos enfoques, alejados de cualquier inspiración marxista, nos parece patente en trabajos como los de G.A. Akerlof (Animal Spirits), J. Stiglitz (Freefall), J.Cassidy (How Markets Fail), E. R. Sorkin (Too big to fail), J. Authers (The fearful Rise of Markets) y P. Krugman (The return of Depression Economics). El esencialismo de los trabajos influidos por el marxismo, confiere a estos un evidente pesimismo en cuanto a la posible reparación de un sistema, que para lograr su superación debería sustentarse en un cambio social radical. Esta necesaria y radical ruptura parece, en estos momentos, seguir buscando un perdido «sujeto histórico» y formas organizativas adecuadas. En contraposición con este las propuestas de inspiración más acorde con la corriente dominante principal inciden en defectos parciales del sistema que deben y pueden remediarse.
La base ideológica que sustenta el poder socio-económico efectivo experimenta cambios para adaptarse a una mejor defensa y justificación del status quo. Hoy parecen bastante desacreditadas las teorizaciones de Barro, Sargent, Lucas, Sala i Martin y tantos otros «gurús» que campaban entre las expectativas racionales, la omnipotencia del mercado, la incapacidad del Estado como elemento equilibrador o de estímulo etc. Pero su poder social resiste incólume a los embates de un keynesianismo bastardo, no redistributivo, rescatador del sector financiero y de los obesos bancos. La vieja tesis de Keynes de lograr la eutanasia del rentista ha quedada suplantada por la contraria: rescatemos al sector financiero, origen de la crisis. El mítico mercado sigue siendo el depositario de un desigual y jerarquizado poder de clase que en él se encarna. Un ejemplo nos viene dado por las conclusiones del grupo de los países del G-20 en Toronto de Junio del 2010 en las que se afirmaba, en el momento más álgido de la crisis, la necesidad imperiosa y la adecuada opción de apoyar los mecanismos del «mercado libre» para resolver la crisis. Mirowski ironiza sobre las tesis de «gurús» como J. Crochane (del «Think Tank» Cato Institute) cuando en igual época insistía en la mítica y mil veces refutada tesis de la «equivalencia de Ricardo» según la cual los gastos gubernamentales no tienen la menor repercusión sobre la economía. La economía afirmaba «puede recuperarse rápidamente de la escasez de crédito (credit crunch) si no interferimos en ella».
La filosofía del poder económico sigue los dictados de una «economía de la oferta» a la que lo único que le interesa reducir los costos laborales (lográndolo naturalmente por una reducción de los salarios reales) para de ese modo restituir el crecimiento de los beneficios y el dinamismo del sistema. Las tesis elementales de Díaz Ferrán de trabajar más y cobrar menos se aproximan peligrosamente a las viejas y sofisticadas tesis de Don Patinkin cuando nos hablaba del efecto de los «balances reales» que al revalorizarse lograrían un nuevo crecimiento del sistema. El delirante crecimiento de la liquidez del sistema (según el Banco de Balances Internacionales de Basilea 4000 «billones» ( sajones, o sea 4000 millones decimales) de transacciones cada día, o sea 60 veces el comercio de bienes y servicios) de la que P. Artus trata en su libro: La liquidité inconturnable, y A. Nevetaiulova: Finantial Alchemy in Crisis, no impiden a estos nuevos «gurús» seguir sustentando las tesis de una «economía de la oferta» favorecedora de nuevo de una redistribución del ingreso global a favor de los ricos, que ellos mismos reconocen son iniciadores y principales causantes de la crisis. La tesis contraria, marxista, de una contracción en el tipo de beneficio a largo plazo nunca viene mencionada.
El último episodio del histérico abandono de las políticas keynesianas de sustentación de la demanda agregada a través de los déficits fiscales responde a estas obstinadas políticas clasistas. En un momento surgió la esperanza, entre los supuestos salvadores y reparadores del sistema, de que el Presidente Obama podía sustentar una política keynesiana; esta esperanza se ha visto frustrada por la determinada actuación de todas las fuerzas sociales (económicas, jurídicas, parlamentarias y de difusión ideológica) que movilizaron los llamados «halcones del déficit». Como ha señalado el gran especulador y hoy filántropo Soros, en Toronto (reunión de Junio de 2010) las ideas (monetaristas y neo-mercantilistas) de Merkel han prevalecido sobre las de Obama. Como todos sabemos la administración estadounidense ha estado infiltrada por personas favorables a los intereses de Wall Sreet. En este mismo texto (accesible en su «blog») Soros nos dice que «los responsables políticos del mundo tienen que aprender a dirigir los mercados si no quieren secundarlos» y señala que Alemania (es decir el gobierno alemán) «determina las políticas fiscales y monetarias de la Zona Euro». Estas últimas citas nos conducen lógicamente a ciertos textos propios sobre opciones de política en España que me atrevo a citar a pesar de cierto inelegante sesgo «pro domo» que contienen.
Entrada de España en el tratado de Maastricht.
Mi artículo de «Analise Empresarial» Nº 79 (Septiembre-Diciembre de 1992) se iniciaba lamentando que en España éramos testigos de la «ausencia de un autentico debate público- que se manifestaba en una rotunda negativa desde el gobierno y la oposición sobre la oportunidad de consultar al pueblo- así como también en la actitud muy sesgada de los medios de comunicación que, en general, apoyaban la adhesión». Al déficit democrático externo, manifestado en el alejamiento del la Unión Europea entre los organismos responsables de las políticas monetarias y las instancias decisivas de poder popular( electoralmente refrendadas y legitimadas electoralmente) que sustentaba la mayoría de sus miembros, se unía la actitud despectiva y arrogante de nuestro supuestamente democrático gobierno que parecía aconsejable no contar con que el indocto pueblo se manifestase. Los temas enfocados rebasaban los cortos intelectuales alcances de la ciudadanía lo que podía conducir: » en opinión del Sr. Elorza a rebajar el nivel del debate, como había sucedido en Fancia».
En el texto se criticaban acerbamente varios aspectos del futuro tratado entre ellos podemos señalar:
1º-La desvinculación de las políticas monetarias de de una común fiscalidad.
2º- La relegación de las políticas sociales a un nivel subsidiario.
3º- La cesión de la soberanía sobre aspectos tan fundamentales como el tipo de cambio, que establecía como único mecanismo de ajuste, ante un desequilibrio externo, la manipulación de los salarios reales. Esto situaría políticamente al país en una situación subalterna o de convertirse en un satélite.
4º- Estrechamente relacionado con el anterior el temor de verse abocado a la introducción de políticas monetaristas y conservadoras puesto que: las instituciones monetarias previstas en el Tratado están calcadas del «Bundesbank». Aparentado a lo anterior concurría con B. Cassen (del Monde Diplomatique) en que el Tratado podía convertirse en una forma de chivo expiatorio al presentar ciertos impopulares ajustes como impuestos desde el exterior.
5º- Una denuncia a la gran coartada al presentar el Tratado como algo necesario, indivisible e indeformable siendo el caso que como demuestra el ejemplo del Reino Unido y de sus varios «opting out» o desvinculaciones parciales esto es falso. La posibilidad de introducir estas excepciones se de deriva del poder social y negociador de los posibles nuevos miembros. En este contexto ya señalábamos entonces que. «Las condiciones establecidas en Maastricht imponen un costo excesivamente elevado para las economías del sur de Europa». (Hoy vemos convertidos estos países en unos » PIGS» y nos solazamos con las brillantes homilías del intelectual economista Krugman (ex consejero de ENRON) que acaba de descubrirnos la pólvora en recientes artículos del 26-11-2010 en el New York Times y en El País tres días más tarde).
6º-En nuestro artículo atacamos cierto elitismo burocrático y tecnocrático que atraviesa toda su filosofía política. La Europa propuesta no es una Europa de los pueblos si no de los estados, en la que prevalece el poder ejecutivo, encarnado en un areópago de primeros ministros o jefes de Estado, llegando a afirmarse en su artículo 128 que contribuirá el florecimiento de la cultura de los Estados, y no de los pueblos. De parecida manera los artículos 123 y 127 muestran su enfoque anti humanista al afirmar que se debe de lograr de los trabajadores. «su adaptación a las transformaciones industriales y a los cambios en los sistemas de producción». Es la sociedad y el ser humano los que deben adaptarse no contrariamente adaptar el sistema de a las necesidades humanas, o dicho de modo más claro hay que adaptarse a los dictados místico- teológicos de un exógeno y demiúrgico mercado.
Por lo anterior terminaba afirmando: ¡No a Maastricht!
Relativamente recientemente ( A Nosa Terra, Junio de 2010) he publicado, con obvia y frustrada intención polémica una nota que titulaba irónicamente: «Reflexión radical: El Euro, de salida, si». En este artículo tomaba una crítica distancia ideológica con los que suponen que la incorporación de nuestro país en el Euro ha sido totalmente benéfica. En la nota recordaba que muchos sectores productivos habían sufrido una reconversión brutal que no tomaba en consideración en una superficial narración de costos y beneficios nunca comprobables por ser históricamente contrafactuales. Incluso aceptando que se hubiese producido un menor costo de nuestra deuda exterior esta sirvió más para inflar la burbuja inmobiliaria que padecemos que para la promoción de sectores productivos con alto valor agregado por empleado y situados en la expansiva frontera técnica.
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El autor es B.A. y Master por Oxford, y ha sido durante largos años (1958 a 1990) experto economista de Naciones Unidas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.