Ciclos Otros evaluadores intentan pronosticar la evolución del precio analizando movimientos cíclicos de larga duración de ciertas variables decisivas, por ejemplo el cociente entre el índice bursátil Dow Jones y el precio del oro.La trayectoria de esa relación describe a lo largo del siglo XX dos ciclos completos y casi la mitad de otro actualmente […]
Ciclos
Otros evaluadores intentan pronosticar la evolución del precio analizando movimientos cíclicos de larga duración de ciertas variables decisivas, por ejemplo el cociente entre el índice bursátil Dow Jones y el precio del oro.
La trayectoria de esa relación describe a lo largo del siglo XX dos ciclos completos y casi la mitad de otro actualmente en curso (ver el gráfico «Dow Jones vs precio del oro»). Cuando la curva asciende es porque los inversores prefieren volcar sus esfuerzos hacia la bolsa dejando a un costado al oro, es lo que ocurrió desde el fin de la primera guerra mundial hasta la crisis de 1929 y también en los años 1950 y la mayor parte de los 1960. Fueron épocas de prosperidad industrial que generaban ilusiones de expansión productiva indefinida volcando a una enorme masa de especuladores hacia la compra de acciones de empresas consideradas negocios seguros y generosos. Pero las fiestas llegaban a su fin y las cotizaciones se estancaban o caían. Entonces el cociente Dow Jones/oro empezaba a reducirse expresando las preferencias crecientes de los inversores por el oro cuyo precio subía, es lo que pasó a fines de los años 1960 y durante toda la década de los 1970 hasta llegar al delirio especulativo de 1980, un comportamiento similar se produjo a partir de la crisis de 1929… actualmente nos encontraríamos en el inicio de una época de ascenso del oro y de estancamiento de los negocios de bolsa evidente desde comienzos de esta década.
Observando el gráfico es posible constatar que los puntos de máximo auge bursátil fueron cada vez más altos mientras que los de mínimo en la relación dow-oro (es decir de máximo auge del oro) fueron cada vez más bajos. Lo que significa que nos encontramos ante una trayectoria histórica de desequilibrios financieros crecientes que extrapolada nos permitiría suponer muy elevados precios futuros del oro. La segunda constatación es que el primer período transcurrido entre el máximo (1929) y el mínimo (1933) es de 14 años, similar al segundo (de 1966 a 1980), la repetición del fenómeno en el presente significaría que la corriente favorable al oro, iniciada según el gráfico en torno de 1999, debería prolongarse por lo menos durante toda la década actual.
Hacia la tercera burbuja global
Sin embargo la realidad financiera presente contiene elementos decisivos sin paralelos en la historia moderna, lo que además de hacerla sorprendente resta fuerza a los modelos que intentan descubrir el futuro extrapolando fenómenos del pasado. Una componente fundamental de la coyuntura actual es la financierización apabullante de la economía mundial atravesada por deudas colosales como la de los Estados Unidos (sumando las públicas y las privadas se llega a los 43 millones de millones de dólares), masas de capitales virtuales como las representadas por los negocios con «derivados» (cuya dimensión, en crecimiento explosivo, equivale a varias veces el producto bruto mundial), la burbuja inmobiliaria global, los fondos circulando en las bolsas, la marea de dólares creciendo al ritmo de los déficits, de la política monetaria expansiva de la superpotencia, a la que se agregan euros, yens, etc. Ese enorme volumen de capitales desborda desde hace tiempo los espacios productivos de absorción de inversiones y en consecuencia ha engendrado una sucesión de burbujas especulativas, bastaría con que una porción menor, pero significativa, de esa masa se vuelque hacia el oro para que su precio ascienda hasta alturas difíciles de imaginar.
Los últimos años de la década de los 1990 presenciaron la expansión de una gran burbuja global basada en la especulación bursátil que acompañó al final de la era Clinton. Eran los tiempos del optimismo neoliberal alentado por mitos ahora un poco olvidados como el del «fin de la historia» (¿quien recuerda hoy a Francis Fukuyama?), el de las «nuevas tecnologías» que prometían eternizar un circulo virtuoso mundial de prosperidad o el del afianzamiento de un «nuevo orden planetario» armonioso fundado en la economía de mercado cuyo complemento sería la consolidación de estados pequeños, eficaces y pacíficos.
En el comienzo del tercer milenio constatamos la veloz extinción de esas ilusiones pero también su reemplazo por otras como la de la omnipotencia militar norteamericana que instauraría un Imperio mundial blindado en guerra permanente contra «el terrorismo» (tan inasible como omnipresente). La nueva fantasía se fue resquebrajando al ritmo del empantanamiento de las tropas de ocupación en Irak (y de la irakización gradual de Afganistán). Al mismo tiempo se ha ido haciendo insostenible la nueva prosperidad norteamericana empujada por la baja de las tasas de interés, la plétora monetaria, los déficits fiscales, comerciales y del balance de pagos, el crecimiento de las deudas públicas y privadas… y (sobre todo) la expansión de una segunda burbuja especulativa en sustitución de la primera, desinflada por la administración Bush. Que no dudó ni un instante en enterrar el delirio bursátil para rápidamente poner en su lugar a otro globo mucho mayor que el anterior: la burbuja inmobiliaria, base del crecimiento de la demanda interna en los Estados Unidos y en consecuencia del mantenimiento de un buen ritmo de crecimiento de la economía mundial. Gracias a sus exportaciones hacia los Estados Unidos, China sigue creciendo a tasas récord arrastrando a Asia del Este. Y tanto Europa occidental como Japón absorben los beneficios directos e indirectos de la expansión consumista estadounidense. Pero todos sabían que esta segunda prosperidad era tan o más frágil que la anterior (los desequilibrios de la economía norteamericana no podían crecer indefinidamente). Ahora la burbuja inmobiliaria empieza a dar las primeras señales de desinfle mientras los expertos aconsejan invertir en petróleo y oro. Una tercera burbuja está en marcha.
Similitudes y diferencias
Es cierto que el auge del oro en los años 1970 recibió el impulso decisivo de la crisis petrolera (1973-1974). Tanto entonces como ahora la suba del oro fue acompañada por el crecimiento rápido del precio del petróleo, pero existe una diferencia fundamental entre ambos casos: en los años 1970 el planeta estaba muy lejos del máximo de la producción petrolera (el «Peak Oil»), ahora lo tenemos encima. En aquella época irrumpió el dato del petróleo caro pero con un horizonte a mediano-largo plazo de incremento de la extracción, de ahorros de energía relativamente sencillos, matizado con ilusiones (que luego se demostraron excesivas) de reemplazo de las fuentes tradicionales gracias a las energías solar, atómica, etc. Pasada esa década el precio del petróleo fue domesticado, las economías centrales alcanzaron ritmos de crecimiento relativamente buenos y la burbuja del oro se desinfló.
Por el contrario ahora el horizonte energético para las próximas décadas es de penuria creciente, lo que empieza a imponer redimensionamientos (a la baja) y reformas radicales en las estructuras industriales de los países de alto desarrollo. Lo que será agravado por el estancamiento o reducción durante mucho tiempo de grandes mercados productivos como resultado del enfriamiento del consumo inducido por el encarecimiento del petróleo. Ello significa que el potencial a mediano-largo plazo de absorción industrial o agrícola de las disponibilidades financieras excedentes es relativamente mucho menor que el existente en los años 1970 y 1980. Dicho de otra manera, no se visualizan futuros espacios de negocios capaces de contener o absorber las burbujas financieras, en primer lugar la del oro.
Otra diferencia notable con los años 1970 es que en esa oportunidad la crisis había sido precedida por un prolongado período de crecimiento a tasas sin precedentes, de «milagros» económicos, de prosperidades generadoras de patrimonios, defensas estructurales, que permitieron resistir exitosamente el retroceso. Los países ricos tenían muy pocos desocupados y trabajadores precarios, sus sistemas sociales integraban a la casi totalidad de las poblaciones.
Por el contrario la actual burbuja del oro aparece luego de cerca de tres décadas de desaceleración tendencial de la economía global (ver el gráfico: «1970-1999, desaceleración de la economía global») cargada de millones de desocupados y trabajadores precarios crónicos en los países ricos, con estructuras sociales deterioradas por la marginalidad y sistemas económicos financierizados al extremo.
Un tercer aspecto no menos grave es que durante la burbuja del oro de los años 1970 el sistema monetario aunque desordenado contaba en su retaguardia con grandes potencias capaces de imponer sus decisiones al mundo financiero. Los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón pudieron desarrollar políticas que terminaron por recomponer la economía mundial. Aunque obtuvieron una victoria pírrica a largo plazo porque consiguieron estabilidad y crecimiento pero alentando una avalancha financiera que terminó un cuarto de siglo después en un pantano de burbujas especulativas. Pero en ese momento pudieron salir del atolladero.
Ahora la única superpotencia, los Estados Unidos, está acosada por las deudas y los déficits y hundida en una aventura militar. Su poder declina pero no aparecen a la vista potencias capaces de remplazarla, la trama mundial de intereses, llamada globalización, encadena a la averiada nave norteamericana a los supuestos pretendientes al trono. La previsible decadencia del dólar afecta estratégicamente al euro y al yen porque las economías que los respaldan se encuentran profundamente interrelacionadas con la estadounidense. Tampoco están en mejor posición los países emergentes de la periferia (Brasil, Rusia, India y China), todos ellos fuertemente dependientes de los mercados occidentales.
Es por ello que un creciente número de inversores empiezan a orientar sus miradas hacia un refugio que a lo largo de muchos siglos ha demostrado su solidez: el oro. Sus orígenes como reserva de valor son muy antiguos, los historiadores señalan que en el siglo VI antes de la era cristiana los reyes de Persia ya hacían circular monedas de oro. Luego tuvo épocas de esplendor y de decadencia, por ejemplo después de la caída del imperio romano, pero con la irrupción y victoria del mundo moderno, a partir de los siglos XV y XVI, su reinado se instaló nuevamente y hacia el 1900, un patrón-oro universal gobernaba al mundo económico.
Más adelante, sobre todo después de los acuerdos de Bretton Woods (1944) el keynesianismo dominante pasó a considerarlo una rémora (bárbara) del pasado destinada a desparecer, según la célebre expresión de Keynes. Finalmente al llegar a la era de la globalización neoliberal (y su culto por el dinero virtual) su muerte parecía definitivamente asegurada. Ironías de la historia, en medio de sus viejos enterradores del lejano siglo XX acosados por los achaques, el oro renace como en sus mejores tiempos y promete nuevas proezas.