Cuando se habla de la deuda de los países no es raro escuchar la vieja equiparación de una familia endeudada con un país endeudado (metáfora hogar-país). La metáfora se plantea como sigue: Cuando un hogar adquiere una deuda y luego adquiere otra y otra… Llega un momento, dependiendo de la administración que se haga de […]
Cuando se habla de la deuda de los países no es raro escuchar la vieja equiparación de una familia endeudada con un país endeudado (metáfora hogar-país). La metáfora se plantea como sigue: Cuando un hogar adquiere una deuda y luego adquiere otra y otra… Llega un momento, dependiendo de la administración que se haga de la misma, en que para hacer frente a los pagos la familia debe apretarse el cinturón y reducir el gasto en ciertas áreas de necesidad. Este proceder evita que el hogar llegue a enfrentar consecuencias serias como un embargo y, además, permite que la familia equilibre sus cuentas. El razonamiento descrito es de sentido común y no hay mucho que objetar en cuanto a su aplicación; no obstante, el problema surge cuando, en un actuar sumamente extendido, intentamos trasladar esta lógica del ámbito microeconómico al macroeconómico.
La actual crisis de la deuda en Europa es propicia para iniciar a dilucidar lo erróneo de la metáfora hogar-país. Como se sabe, en la actualidad algunos países europeos han adquirido niveles muy elevados de deuda, tan elevados que han tenido el efecto de hacer que una vastedad de especuladores entren en pánico sobre la posibilidad que estas naciones caigan en el impago o postergación de sus compromisos. Aunado a lo anterior, en estos momentos la economía mundial se encuentra experimentando una de las mayores crisis económicas por las que ha atravesado en los dos últimos siglos, tan grave que se podría equiparar con el Crack del 29. En este contexto, surgen las siguientes preguntas: 1) ¿Deben los países altamente endeudados seguir la metáfora del hogar y poner el pago de la deuda como uno de sus principales objetivos de política económica? 2) ¿El seguir la metáfora del hogar y liquidar la deuda a como dé lugar pondrá a estos países en la ruta de un crecimiento estable a largo plazo? Antes de responder a estas preguntas hay que precisar algunos puntos.
En Economía se le da el nombre de deflación a aquella situación en la que se experimenta una caída generalizada de los precios (inflación negativa). Aunque en primera instancia se piense que esto es positivo, hay que decir que una deflación puede tener efectos incluso más negativos que la inflación. ¿Cuáles son los efectos de una deflación? Pues bien, la deflación surge cuando existe una caída abrupta y sostenida en la demanda, ante esta situación las empresas buscan vender lo más rápido que pueden sus productos bajando sus precios, pues necesitan cubrir al menos sus costos fijos, además, retrasan sus inversiones dado que esperan que el día de mañana la tasa de interés que pagan por las mismas sea menor; por otra parte, los consumidores al percibir que los precios pueden ser menores el día de mañana prefieren abstenerse de consumir el día de hoy lo cual genera una nueva reducción en la demanda, y dado que en el corto plazo la oferta se mantiene, los precios registran una nueva reducción. Invariablemente este círculo de hechos genera una caída constante de la actividad económica que desencadena en reducción de márgenes de ganancia, cierre de empresas y por consecuencia en desempleo generalizado.
La deflación y sus efectos presentan una interacción con el sobreendeudamiento que actualmente es muy poco mencionada. Precisamente, el sobreendeudamiento y su vinculación con la deflación fue uno de los temas que interesaron al economista estadounidense Inving Fischer, quien a partir del estudio de la crisis del 29, planteaba que es muy probable que un elevado nivel de deuda de una nación, en un período de turbulencia económica, derive en una deflación y que esto podría darse en sentido inverso, una deflación puede llevar a mayores niveles de deuda. Las conclusiones extraídas por Fischer son propicias para analizar la actualidad europea, considerando, de forma especial, las similitudes existentes entre la crisis actual y la del 29 en lo referente a sus efectos sobre la deuda de los países.
Justamente las similitudes en cuanto a los volúmenes de deuda entre ambas crisis hace relevante analizar, a la luz de lo sucedido en el crack del 29, qué sucede cuando un sobreendeudamiento deriva en deflación. Para esto, vamos imaginar que toda una zona económica, compuesta por varios países, atraviesa por una de las peores crisis económicas en el último tiempo, la cual tiene como resultado una caída importante de la actividad económica. En esta zona hay algunos países con un elevado nivel de endeudamiento. Sin embargo, la solvencia de los mismos aunque preocupante es manejable hasta cierto punto. La difícil situación económica experimentada por la zona activa la especulación a gran escala, siendo uno de los principales objetivos las deudas con garantía soberana, principalmente de aquellos países altamente endeudados, lo que hace que la prima de riesgo que éstos pagan por la colocación de sus bonos soberanos incremente y por lo tanto los niveles de deuda país se disparen. Supongamos que ante esta situación, los líderes de estas naciones deciden que la mejor opción es aplacar las ansiedades de los mercados, ¿cómo? Pues siguiendo la metáfora hogar-país asegurando a los especuladores que el país hará frente a sus compromisos intentado liquidar la deuda sea como sea. De esta forma se impone el pago de la deuda como el principal objetivo de la política macroeconómica de estos países.
La compulsión de pagar la deuda a toda costa tiene como consecuencia una reducción sumamente importante del gasto del Estado, se recortan programas sociales, se despiden personas, se aumentan las edades de retiro y se aplican cualquier tipo de medidas que coadyuven alcanzar metas de déficits fiscales extremas, que reflejen una «real» intención de cumplir con sus compromisos. Así, la caída de la actividad económica se refuerza. Por un lado se encuentra la crisis por la que atraviesa la zona y por el otro la reducción a mansalva del gasto público, y privado, en la mayoría de los países. En estas condiciones todos gastan menos y por lo tanto todos reciben menos ingresos, tanto al interior de los países como al exterior. Este círculo vicioso se mantiene propiciando caídas constantes en la demanda. Esta espiral hace que las empresas busquen deshacerse de sus productos lo más rápido posible con el fin de al menos recuperar los costos fijos en los que incurrieron para la producción de los mismos. Asimismo, no ejecutan sus planes de inversión lo que incide en la tasa de interés provocando su caída. Los consumidores al observar esta dinámica retrasan sus compras esperando que el día de mañana los precios sean menores.
Supongamos que el imponer el pago de la deuda como el principal objetivo macroeconómico en los países altamente endeudados ha derivado en una deflación al interior de los mismos, y que la misma tiene alta probabilidad de extenderse a todas las naciones que componen la zona. En los países que experimentan la deflación, el valor de la moneda se incrementa, lo que implica que la liquidación masiva de la deuda país, impuesta por los líderes de dichos países, se ve contrarrestada con el incremento del valor de la moneda, ya que, como señalaba Fischer, la velocidad de la reducción de los dólares debidos no puede ir a la par que el incremento, en términos reales, de cada dólar que se debe, lo que significa, en palabras de Fischer, que la liquidación de la deuda se anula a sí misma. El que en términos reales cada dólar no pagado es un dólar que incrementa su valor real implica que los esfuerzos para pagar la deuda se incrementan para las sociedades de estos países y más aún cuando las autoridades se empecinan en reducir el déficit fiscal para asegurar el pago de la deuda, y es aquí precisamente dónde se plantea una de las mayores paradojas de las sociedades capitalistas, Fischer la expresa magistralmente: «entre más pagan los deudores, más deben». Es decir, cada dólar pagado reacciona sobre la deuda incrementándola, en términos reales, aún más. A esta dinámica de hechos es a lo que Fischer llamó la «deflación de la deuda».
El fenómeno de la «deflación de la deuda» introduce una nueva e interesante perspectiva desde la cual es posible responder a las preguntas formuladas anteriormente acerca de la crisis de la deuda en Europa:
1) Que los países europeos altamente endeudados coloquen como uno de los principales objetivos de la política económica la consolidación fiscal y el pago de la deuda, siguiendo la metáfora hogar-país, es un grave error. Si todos los países al interior de la zona euro y principalmente aquellos con sobreendeudamiento reducen su gasto público con el fin de reducir su déficit fiscal el efecto inmediato es que los ingresos y gastos de todas las personas se reducen; los ingresos de los españoles se reducen porque los gastos de los griegos han disminuido y los ingresos de los griegos caen porque los gastos de los portugueses disminuyen y así sucesivamente. En esta medida, el problema de la insuficiencia de demanda en vez de amainar se agudiza. De continuar con esta dinámica se están cocinando los ingredientes perfectos para caer en un problema de deflación de la deuda. De hecho, en un informe de julio del 2012 del FMI (disponible en el siguiente link http://www.imf.org/external/
2) Continuar con la liquidación de la deuda a través de la consolidación del déficit fiscal no es ni por cerca una vía que permita a los países de la zona euro retomar el crecimiento, tampoco es una medida que permite sentar las bases de un crecimiento sostenido a largo plazo. Por una parte, es obvio que restringir todo tipo de gasto público tal y como se ha hecho en Grecia y España, por citar algunos, no es la medida correcta para incentivar las economías. Ahí donde el gasto privado se contrae se espera que sea el gasto público sea el que sostenga la demanda. Mirando atrás la fórmula aplicada por los países para salir de la crisis del 29 fue precisamente la opuesta a la que predica la Unión Europea en estos momentos. Obviamente los países deben equilibrar sus cuentas, pero este no es el momento, como destacaba Keynes «el auge es el momento para la austeridad». Por otra parte, predicar que a través de las rígidas metas fiscales que los países se han impuesto se están fomentando las bases para crecimiento sano y sostenido es no comprender cuáles son las raíces de este tipo de crisis, es ignorar que esta no es una crisis de la deuda, sino más bien una crisis especulativa devenida de la insultante desregulación de los mercados financieros a nivel mundial.
Como se ve, es poco afortunado comparar las cuentas de una familia con las de un país, hacer esto es pasar por alto que las relaciones de interdependencia económica que se dan al interior de un país y con su exterior son superlativamente más complejas que las de un hogar con su entorno. A pesar de lo anterior, muchos economistas y políticos europeos y no europeos están apostando por la analogía hogar-país simplificando al máximo su análisis económico; no obstante, la realidad está mostrando que la austeridad extrema no es la solución para equilibrar las cuentas de un país, más bien ésta tiende a incrementar los problemas económicos y sociales haciendo que los ciudadanos de estos países se endeuden cada vez más con cada euro de deuda cancelado. Por esta razón, llama la atención que los líderes europeos insistan en las medidas draconianas de ajuste y más aún que no se haya aprendido nada sobre el camino a seguir cuando la economía se encuentra en un estado depresivo, pareciera más bien que lo único que les importa es proteger a los bancos alemanes, franceses, ingleses asegurando que los países pagaran la deuda a costa de la imposición de grandes sufrimientos sociales de una gran mayoría de población europea.
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