Introducción
El filósofo Anselm Jappe (Bonn, 1962) realiza en su obra Las aventuras de la mercancía uno de los mejores y más didácticos análisis críticos sobre la teoría del valor de Karl Marx. Al contrario que la mayoría de los críticos marxistas, Jappe no se basa en la visión materialista de Marx, sino en el Marx más lógico. Ello implica que su análisis, en lugar de partir de las condiciones materiales e históricas del sistema capitalista, lo hace a través del estudio de la lógica interna del sistema. Será esta lógica la que muestre la contradicción que subyace en el capitalismo.
Así, esta obra se centra en la explicación marxista de los conceptos que implican la fallida inevitable del capitalismo: mercancía, trabajo, valor y dinero. Se dejan en un segundo plano conceptos como los de lucha de clases, desigualdad o explotación, ya que estos últimos no son explicativos del sistema, sino consecuencias necesarias de él. Los marxistas tradicionales han querido ver al Marx más revolucionario en obras como el Manifiesto Comunista, cuando realmente, el Marx que socaba los cimientos del sistema se encuentra en las obras que se consideran más metafísicas o abstractas como los Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política). Veamos a continuación a este Marx a través de los ojos de Jappe.
La mercancía: valor de uso y valor de cambio
En un análisis lógico debemos partir de aquel elemento sin el cual no podemos explicar el conjunto. Jappe parte así de lo que denomina la “célula germinal” de toda sociedad capitalista: la mercancía. Es en la mercancía donde toda la sociedad actual tiene su pivote. La mercancía es todo aquello que podemos comprar o vender a cambio de un pago. Dicho pago se basa en el valor que le demos. ¿Pero de dónde surge dicho valor?
Toda mercancía tiene de por sí un valor de uso, es decir, tiene una finalidad para la cual ha sido fabricada y por la cual pagamos para cubrir una necesidad. Pero este valor de uso no permite comparar las diferentes mercancías, ya que el valor de uso de una camisa o el de un teléfono móvil no tienen interrelación. De esta manera, para que una sociedad mercantil funcione y las mercancías puedan ser intercambiables necesitamos establecer un valor de cambio. Estableciendo este valor de cambio podré saber por cuantas camisas puedo intercambiar una cantidad concreta de teléfonos móviles.
Esta circunstancia, que se impone para poder intercambiar en el mercado de productos, genera la doble naturaleza de la mercancía. Y así como podemos tener claro el valor de uso que le vamos a otorgar a un determinado bien, no tenemos claro cómo le podemos dar ese valor de cambio. Para poder otorgárselo y permitir la comparabilidad entre mercancías, necesitamos de algo que sea común a todas ellas. Esa sustancia común no es otra cosa que el trabajo necesario para poder crearlas.
El trabajo como valor
Será el trabajo el que determine el valor de cambio (en adelante ya simplemente valor) a partir de las horas de trabajo que han sido necesarias para obtener un determinado producto. Si el tiempo de trabajo necesario para crear un ordenador ha sido de 20 horas y para fabricar una camisa hemos necesitado 1 hora, podremos intercambiar 20 camisas por un ordenador. Los valores de las mercancías son así el trabajo que ha quedado cristalizado en ellas. Pero el trabajo que sirve como medida no puede ser el trabajo concreto que haya realizado cada trabajador individualmente, ya que un trabajador más capacitado puede necesitar menos tiempo que otro para crear la misma mercancía. De esta manera, el trabajo no es el trabajo individual, sino el trabajo socialmente necesario (o trabajo abstracto).
Ahora ya tenemos el elemento que nos permite comparar y por lo tanto intercambiar. Como el intercambio se produce entre un número indeterminado de mercancías, y con tal de facilitarlo, necesitamos establecer una mercancía como referente y crear así una forma general del valor. Si consensuamos que la mercancía referente va a ser la camisa, podremos establecer el valor del resto en función de ésta. Así creamos una forma de valor simple y común. La camisa se convierte en un equivalente general y que puedo intercambiar por cualquier otro producto.
En las sociedades mercantiles iniciales que adoptan el sistema del equivalente general, es decir, que abandonan el trueque, se establece como mercancía referente un metal: el oro. Surge así la forma del dinero.
El dinero y el fetichismo de la mercancía
Con la adopción del dinero como mecanismo de cambio no sólo se posibilita la universalización de la sociedad mercantil, surge de él un efecto pernicioso: la ocultación del origen del valor. Con la extensión de la utilización del dinero, la naturaleza de las mercancías queda oculta a la vista. Las personas pierden la conciencia de que son ellas mismas las que con su trabajo han generado el valor. A este fenómeno Marx lo llamará el fetichismo de la mercancía. Al igual que en el fetichismo religioso, las personas pasan a adorar como algo sobrenatural un fenómeno que ha sido creado por ellas mismas.
El dinero, como forma abstracta del valor de la mercancía, pasa a ser el centro de la sociedad. Será el dinero el principal elemento coagulador, convirtiéndose en la comunidad real, la sustancia universal de la existencia. Aquello que había sido creado como mediador pasa a situarse por encima de lo mediatizado (mercancías). El dinero, como único garante del intercambio se convierte en un fin en sí mismo. La sociedad capitalista no es una sociedad de producción de valores de uso, no es el fin el cubrimiento de las necesidades, el fin último es la creación de valor en su forma de dinero.
En una sociedad que utilizase el dinero como simple mediador, la fórmula de intercambio sería la de Mercancía – Dinero – Mercancía (M-D-M). En dicha sociedad el dinero tendría un papel subordinado a las necesidades reales de los miembros de la comunidad. Pero dicha formulación es la del simple intercambio, en la que no hay generación de nuevo valor. El capitalismo, con el fin último de la generación de valor constante, intercambia la formula, siendo su forma la de Dinero – Mercancía – Más Dinero (D-M-D’). La producción de mercancía pasa a ser algo necesario pero secundario, el objetivo real pasa a ser la generación de más y más valor, surge así el Capital.
La generación de más valor: la plusvalía
Para que el dinero inicial de la formula D-M-D’ acabe siendo un dinero mayor, en el paso intermedio algo debe suceder para hacerlo posible. Como hemos visto, la única fuente creadora de valor es el trabajo que se emplea en la creación de la mercancía. El poseedor de los medios de producción compra la fuerza de trabajo que necesita para la fabricación de las mercancías, pero si todo el valor del trabajo empleado que queda incorporado fuese remunerado en la proporción exacta al valor que aporta, no habría creación de valor adicional. O dicho de otra manera, si en la compra de la fuerza de trabajo se paga lo que corresponde al valor que se incorpora, en la posterior venta del producto final el fabricante no obtendría nada, ya que lo que se aporta y lo que se recibe quedaría compensado.
La creación de valor al final de la formula se obtiene porque al trabajador se le paga menos que el valor real que está aportando. Los medios de producción necesarios no pueden aportar un valor añadido, ya que estos no pueden no incorporar de forma íntegra su valor al producto final. Solo con la fuerza de trabajo no remunerada el capitalista puede generar el excedente de valor del que se adueña. Y con la intención de generar más y más valor, y debido al mínimo que se le debe pagar al trabajador, se deberá cada vez producir más. Este producir más no será con el objetivo de ir cubriendo cada vez más necesidades sociales, se hará simplemente con el objetivo de que D’ sea cada vez mayor.
Esta es en definitiva la forma lógica del sistema mercantil. La explotación de unas clases sobre otras o de los recursos naturales del planeta no son ni el origen ni un resultado indeseado del proceso, son su condición necesaria y a la vez su propia condena.
La lógica autodestructiva del sistema capitalista
El problema del capitalismo es un problema lógico. Todo el sistema se basa en una tautología: se produce más para producir más. Y como dicha estructura de funcionamiento no puede extenderse al infinito, la condena del sistema está firmada en su propio interior.
Las sociedades modernas han intentado paliar los efectos perversos del sistema a través de mejoras salariales que permitiesen incrementar el número de posibles consumidores. La unión entre Fordismo y Keynesianismo permitió que muchos trabajadores pasasen a tener sueldos que se acercaban más al valor que realmente estaban aportando. Surge así la clase media. Pero para mantener dicho sistema la solución para garantizar una plusvalía es el incremento constante de la producción. El mundo se debe convertir en un mundo única y exclusivamente encaminado a la mercancía, la clase media debe consumir incansablemente para poder sustentarlo todo.
Pero puesto que la voracidad del capitalismo para poder sustentarse debe ser necesariamente infinita, los remedios planteados a mediados del siglo XX están condenados al fracaso. Ni los recursos naturales ni la capacidad de consumo son infinitos.
Se ha propuesto que las mejoras tecnológicas permitirán superar dicha fase de estancamiento, pero esto no hace más que alargar la agonía. El incremento de la tecnología y la necesidad de menos mano de obra lo que produce es un decrecimiento de las tasas de ganancia, ya que cada vez hay menos trabajo incorporado a la mercancía. La tecnología no es más que capital constante del que el capitalista no puede obtener valor real.
La última fase del sistema: el capital ficticio
El último cartucho que le queda al capitalismo para generar un espejismo de creación de valor son los mercados bursátiles y la especulación. Como dice Jappe, el capital prolonga su vida y sus límites reales viviendo a crédito. Pero esta es solo una ficción donde el dinero crea más dinero de la nada, solo de forma especulativa. Este modo puede sobrevivir durante un tiempo, pero es el simple movimiento del dinero de un lugar a otro sin la creación de valor.
El surgimiento de este modo final se produjo en 1971 con el abandono del patrón oro. A partir de entonces el dinero se basa exclusivamente en la confianza, y no existe límite a su multiplicación. Pero el dinero no es más que la expresión abstracta de la fuerza de trabajo. Con la eliminación de toda equivalencia, si todo el dinero ficticio que existe en el mundo se pusiese en circulación real, la inflación producida alcanzaría niveles nunca vistos. A su vez, cualquier fallo en la confianza del sistema provocaría su caída, y con una producción real que no sustenta el sistema, su recuperación sería imposible.
Al ser ahora la especulación la piedra angular, la producción es cada vez menor en proporción al número de posibles trabajadores. Esto implica que es inevitable un incremento de las tasas de desempleo y la transformación de los trabajadores de seres explotados a seres superfluos.
Conclusiones
El trayecto que nos plantea Jappe es un trayecto a través de la estructura oculta del sistema. Nos muestra al Marx que analizó el funcionamiento de una máquina en contradicción que no se puede detener hasta su autodestrucción. Jappe no nos aporta soluciones políticas concretas, ya que el sujeto político, para ser tal, primero debe tomar conciencia del mundo que le rodea. Solo desde una visión que se sitúe por encima del sistema se podrá evitar que los últimos estertores del capitalismo nos hundan a todos.
Es cierto que el sujeto ha continuado existiendo, pero éste ha dejado de ser el ser humano, para pasar a ser su propio producto. El capitalismo no es otra cosa que la inversión de los papeles de lo que deben ser los fines y los medios. Como humanos hemos creado un sistema del que no vemos sus raíces y el que nos domina desde su abstracción. No nos organizamos para conseguir mercancías que mejoren nuestra existencia, nos hemos organizado para ser nosotros mismos sacrificados en el altar del mercado. Pero olvidamos que todo el entramado del capital únicamente se sustenta en una única mercancía, nosotros. Sólo nosotros somos fuente de valor, pero mientras no entendamos esto seguiremos siendo consumidos.
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