Hay quienes intentan interpretar la reforma a la Constitución planteada por el poder ejecutivo, en la persona del Presidente Hugo Rafael Chávez Frías, como antítesis de la Constituyente de 1999. Nada más lejos de la realidad. Dicho sector de la sociedad venezolana plantea (ahora) la Constituyente como un ápice democrático en la historia contemporánea de […]
Hay quienes intentan interpretar la reforma a la Constitución planteada por el poder ejecutivo, en la persona del Presidente Hugo Rafael Chávez Frías, como antítesis de la Constituyente de 1999. Nada más lejos de la realidad.
Dicho sector de la sociedad venezolana plantea (ahora) la Constituyente como un ápice democrático en la historia contemporánea de Venezuela, oponiéndola al actual proceso de reforma a la Constitución, la cual es vista (incluso) como una mancha en el historial democrático contemporáneo.
Se trata aquí entonces de entender de qué manera hemos de interpretar la relación que existe entre un proceso que vio nacer la Constitución de una nueva República, y otro que busca retomar dicha Constitución a partir de una mirada re-novada.
La interpretación entre estos dos fenómenos no puede ser otra que aquella planteada a partir de la continuidad: un proceso lleva al otro, un fenómeno implica el otro.
Y es que ese sector que diferencia entre la Constituyente y la actual reforma, no puede entender que el valor histórico que posee dicho fenómeno de reforma a la Constitución es precisamente su carácter crítico. La revolución se ha propuesto una mirada crítica a la Constitución de 1999 que ella misma impulsó. Pero cuando se plantea en este contexto la palabra crisis o crítica, se hace en su sentido más alto, más profundo, más verdadero: en su sentido etimológico o primero.
La palabra crisis nos viene del griego y significa – entre otras cosas – ruptura, quiebre. Mas dicha ruptura no implica la discontinuidad. Todo lo contrario. El quiebre crítico propio de la crisis presupone un antes y un después caracterizado por la continuidad.
La crítica en este sentido no se plantea como destrucción del proceso, es decir, como crítica destructiva, sino todo lo contrario: la crítica es un quiebre en el proceso que le da impulso al mismo.
Hay por ello que recordar la triade: Tesis-Antítesis-Síntesis. Los procesos críticos como el que plantea la actual reforma a la Constitución sería ese momento antitético que nos conduce como pueblo hacia una síntesis revolucionaria: entre la tesis y la síntesis se encuentra la antítesis, es decir, la crisis. Sin una mirada crítica o antitética todo proceso (incluida la revolución) se convertiría en un mero dogma.
He aquí el carácter necesario de la actual reforma a la Constitución que debemos interpretar como una mirada crítica, no solamente a la Constitución de 1999, sino también a la revolución misma.
Evidentemente el proceso crítico que implica la reforma a la Constitución trae consigo consecuencias nefastas para dos sectores de la sociedad venezolana. Primero que todo para aquel sector que se ha identificado como una oposición que critica por principio todo. Dicha crítica es radicalmente opuesta a la crítica antes planteada: este tipo de crítica por parte de un sector de la oposición no puede ser definida de otro modo que como crítica destructiva, es decir, crítica que destruye sin construir, crítica sin continuidad, crítica sin visión de futuro. Pero por otro lado esta reforma a la Constitución contradice sin más a un sector «socialista» que ha querido sentar sus bases en un cómodo dogmatismo revolucionario, reacio a toda crítica. Dogmatismo revolucionario que prefiere interpretar el mapa sociopolítico venezolano como mera disyuntiva entre «chavistas» y «antichavistas», entre gobierno y oposición, entre nosotros y ellos. ¿Qué ha implicado entonces para estos dos sectores el actual proceso de reforma? Lo menos que podemos decir es que ha implicado un efecto inesperado. La reforma, como todo proceso crítico, proceso de ruptura, proceso de quiebre, ha terminado por fraguar un desenmascaramiento de las cómodas máscaras que se utilizaron en los últimos ocho años. Esta ruptura se ha visto reflejada a todo lo ancho y largo del mapa sociopolítico venezolano.
Hemos visto entonces que el proceso de reforma a la Constitución ha planteado una nueva relación de fuerzas, relativizando aquellas anteriormente establecidas. Las máscaras de la oposición han caído y este sector ha experimentado un quiebre o ruptura en sus identidades aparentemente inamovibles. Es así como vemos un importante sector de la oposición proclive a defender – directa o indirectamente – ciertos artículos propuestos en la actual reforma. También observamos en el seno de la oposición sectores que piden participación en el referéndum que ha de realizarse; grupos que piden poder votar por partes el proyecto de reforma; sectores que llaman a no votar, etc.
Pero por otra parte, este proceso de crítica constructiva con relación a la Constitución de 1999, ha arrojado un re-pensamiento de la revolución misma. Ello se ha reflejado en la posibilidad de modificar y adecuar, por parte de la Asamblea, la propuesta del Presidente; en el sano desacuerdo entre representantes de los Poderes Públicos, Partidos, Gobernaciones, Alcaldías, Diputados, con relación a artículos propuestos; en la acogida que le ha dado la Asamblea Nacional a las heterogéneas propuestas populares, etc. En fin, si bien es cierto que existe una innegable continuidad entre la Constituyente de 1999 y la reforma de 2007, también lo es que ésta última ha implicado y estimulado un riquísimo proceso de crítica constructiva nacional que nos llevará a corto plazo a un sinceramiento de las identidades y posibilidades políticas de los venezolanos.
A la luz de este vertiginoso huracán que ha implicado dicho proceso, no nos queda más que recordar lo que la misma discusión entorno a los artículos de la Constitución nos ha venido recordando: no existe revolución sin procesos de ruptura, sin quiebres, ni antitesis.
Ello responde a razones obvias. Si hay algo a lo cual se opone toda revolución es al mascaramiento, al dogma, a la conservación. Quienes han confundido el proceso revolucionario con un baile de máscaras, se han topado ahora con un proceso crítico que, no cabe duda, nos llevará de una tesis a una síntesis revolucionaria.
Síntesis que será más rica en la medida en que los procesos críticos continuarán surgiendo sin cesar, para alimentar la indetenible voluntad de un pueblo revolucionado que entendió el valor de lo crítico. El valor de la revolución en la revolución.
Miguel Ángel Pérez Pirela es Doctor en Filosofía Política Investigador, Instituto de Estudios Avanzados (IDEA)