«Hizo que la historia latiera en nuestros pulsos. La historia ya no eran palabras en una página, ni las andanzas de los reyes y los primeros ministros, ni siquiera los meros sucesos. La historia era el sudor, la sangre, las lágrimas y los triunfos de la gente común, de nuestra gente.» (Cristopher Hill y […]
«Hizo que la historia latiera en nuestros pulsos. La historia ya no eran palabras en una página, ni las andanzas de los reyes y los primeros ministros, ni siquiera los meros sucesos. La historia era el sudor, la sangre, las lágrimas y los triunfos de la gente común, de nuestra gente.» (Cristopher Hill y J. Saville, refiriéndose a la historiadora Dona Torr).
Pues bien, siguiendo la pulsión de esta historiadora es de justicia recordar y mencionar que el veinticinco de marzo de 1936 se produjo en Extremadura el mayor levantamiento campesino de los tiempos modernos, por lo menos de Europa, sesenta mil pequeños campesinos, jornaleros y braceros de más de doscientos pueblos, todos a una, marcharon a las fincas señaladas para hacer efectiva la ley de reforma agraria que estaba en los discursos y en la propia constitución, pero que nunca descendía de los papeles celestiales a la tierra.
En agosto del mismo año las fuerzas golpistas sofocaron a sangre y fuego el atrevimiento y las esperanzas de esa mayoría social y la plaza de toros de Badajoz fue testigo de cómo unos poderes decadentes, (terratenientes, militares, iglesia), heridos en sus privilegios y huérfanos de la sumisión de la gente común, a la cual creían tener derecho por gracia divina, se vengaron asesinando a todo lo que olía a pueblo y a rebelión y se articularon en dar «un escarmiento para diez generaciones», según las propias palabras de los mandos golpistas. En la arena del ruedo de Badajoz los uniformes y las sotanas repartían la muerte mientras los señoritos con invitación eran espectadores desde las gradas.
Este levantamiento campesino no ha merecido por parte de los historiadores, (ni siquiera por aquellos comprometidos con una historia desde abajo), la importancia y el estudio debido, sirvan estas palabras de apoyo a las personas que como Manolo Cañada y otros muchos reivindican que el día de ese levantamiento popular sea declarado día de Extremadura en recuerdo de la lucha de la gente común.
Este episodio poco conocido y poco estudiado puede servir para hacer algunas reflexiones sobre la historia reciente, de este trozo de planeta llamado España.
Ha habido mucha discusión sobre el carácter de la dictadura franquista/fascista, esta discusión está sometida a «contaminación» en función del interés, incluso dentro de lo que podríamos llamar honradez intelectual hay distintas posturas.
En cualquier caso y sin entrar en ese debate sí que se me antojan algunas peculiaridades que diferencian el franquismo/fascismo español del nazismo alemán y del fascismo italiano.
El régimen franquista fue desde el principio una articulación de distintos grupos de poder históricos y tradicionales que estaban en franca decadencia y que la segunda república, además de ser la prueba de la decadencia, iba a acelerar.
El golpe contra la legitimidad democrática republicana estuvo financiado por la banca March, es decir, el mundo de los negocios estaba detrás del golpe y durante la postguerra se adueñó de la política, sobre todo a partir de 1953 con el abandono del principio de autarquía económica.
Los tres estamentos decadentes eran el ejército, la iglesia y la aristocracia (con título o sin título) terrateniente. En la guerra, la visibilidad era de estos estamentos, entre ellos mantenían autonomía pero con vasos comunicantes, y a su vez los tres se articulaban con los negocios y las finanzas.
El cuartel, la sacristía y el cortijo (bien visibles) y los negocios (no tan visibles) eran ámbitos distintos pero muy bien articulados, los negocios y las finanzas acabaron dirigiendo las políticas pero «rindiendo pleitesía» a los tres estamentos decadentes y a sus privilegios, los generales besaban el anillo cardenalicio, la iglesia paseaba bajo palio al dictador y en el cortijo se celebraban bodas, bautizos, cacerías y negocios, la iglesia acabó teniendo ministros, que a su vez estaban relacionados con los negocios, las universidades, la industria, etc y los hijos de la jerarquía militar y de la aristocracia terrateniente participaban en diferente medida en los negocios diseñados por las oligarquías económico-políticas.
En fin, el fascismo español se articulaba en el consenso de estos cuatro grupos con los negocios a la cabeza, pero con la visibilidad y el «prestigio» decadente de los otros tres poderes y contra la mayoría social que adoptaba la forma de jornalero y jornalera, con o sin jornal, feligresa y feligrés, recluta/soldado y mujeres sirvientas, criadas era la palabra que se usaba.
Según avanzó el tiempo esos jornaleros y jornaleras rurales emigraban a la ciudad y pasaban a depender del estamento de los negocios como obreros y obreras industriales, en la construcción y los servicios, con lo cual fueron perdiendo contacto y dependencia, primero del cortijo y posteriormente del cuartel y de la sacristía.
Las movilizaciones obreras de los años 60 y 70, los movimientos y las decisiones que se fueron adoptando en Europa anticipándose al «final» del régimen y la muerte del dictador nos llevaron a la famosa transición, la cual como algunos analistas han llegado a explicitar fue un choque de debilidades, los rupturistas no tuvieron la suficiente fuerza para romper el dique de las fuerzas conservadoras y a su vez éstas tampoco tenían ni fuerza ni apoyos exteriores para mantener el mismo status sin transformaciones, pero esto ya es otra historia, o mejor otra parte de la historia.
En su Historia del siglo XX , Eric J. Hobsbawm sostiene que una de las cosas más importantes que han sucedido es la desaparición del campesinado después de ocho o diez mil años, eso mismo apuntaba John Berger en el epílogo de su libro Puerca tierra. Es posible que ambos tengan razón y que aquí y ahora lo que nos defina a la mayoría social es ser un precariado urbano, aun así, o quizás precisamente por ello tengamos el deber de rescatar de la enorme prepotencia de la posteridad a las luchas del campesinado, (parafraseando a E.P. Thomson),en concreto de esos campesinos y jornaleros que no conocían otro medio de vida que un trozo de tierra suficiente que se les negaba. En la misma línea es muy importante entender que el neoliberalismo rampante asociado al fascismo sociológico imperante nos obliga a seguir sosteniendo que el divorcio de las personas de las bases materiales de la subsistencia es una locura y por lo tanto sigue siendo nuestra bandera de lucha la desmercantilización de la tierra, del trabajo, del conocimiento y del dinero… aunque no esté de «moda».
Decía el historiador Marc Bloch: «No nos hemos atrevido a ser en la plaza pública la voz que clama en el desierto… Hemos preferido encerrarnos en la quietud de nuestros talleres… No nos queda a la mayor parte, más que el derecho a decir que fuimos buenos obreros. ¿Pero hemos sido buenos ciudadanos?»
Los campesinos y jornaleros extremeños levantados al alborear el día 25 de marzo de 1936 no se quedaron «en la quietud de sus talleres», no nos quedemos nosotros, las precarias y los precarios urbanos, tampoco.
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