El ex presidente brasileño salió a las calles y grabó spots publicitarios en los que hace hincapié en lo que se logró desde que el PT llegó al poder. También dijo que su segundo gobierno fue el mejor, «como será el de Dilma». Si algo no puede decirse de la campaña presidencial en Brasil es […]
El ex presidente brasileño salió a las calles y grabó spots publicitarios en los que hace hincapié en lo que se logró desde que el PT llegó al poder. También dijo que su segundo gobierno fue el mejor, «como será el de Dilma».
Si algo no puede decirse de la campaña presidencial en Brasil es que no haya tenido condimentos: idas y vueltas en las encuestas, momentos trágicos y de tensión y al menos tres debates televisados entre los principales candidatos coronaron una campaña de altibajos tanto para el oficialismo como la oposición. Se trata de las elecciones, a priori, más parejas de las últimas décadas en el país vecino, tras el fallecimiento del ex gobernador de Pernambuco, Eduardo Campos, y la aparición de Marina Silva como una candidata que, viniendo de la centroizquierda, llegó a concordar rápidamente con parte de los sectores conservadores.
Las últimas encuestas han devuelto cierta sensación de tranquilidad al comité de campaña de la presidenta Dilma Rousseuff, mostrando una suba respecto a su candidatura y una retracción de los augurios para Silva. A fines de agosto la encuestadora Datafolha situaba un empate en las preferencias electorales de los brasileños, otorgando tanto a Dilma como a Marina un 34 por ciento. A partir de allí, según la misma encuestadora, la intención de voto a Rousseuff subió hasta colocarse esta semana en el 40%, mientras que Silva retrocedió al 27 por ciento. Quien también creció en las últimas semanas fue Aecio Neves, representante de un ala conservadora más clásica, nítida y definida.
Indudablemente la campaña del PT de hacer visibles la incongruencia de algunos de los planteos de Marina fue determinante para explicar su repentino retroceso, y también la suba de Neves, hacia donde seguramente irá a parar una no despreciable parte de los electores que, aún haciendo parte de la oposición al gobierno de Dilma por derecha, intentan «asegurar» una opción más cabalmente representativa de sus intereses y con más precisiones programáticas.
Hay un elemento no menor que puede explicar qué sucedió en este mes: Luiz Inácio Lula da Silva, el mismo que dejó la presidencia en 2010 con un 70% de aceptación popular a su gestión, tomó la iniciativa, amplificando la campaña de Rousseff y logrando desminuir el «fenómeno Marina» que la prensa hegemónica intentó instalar.
Lula grabó spots y organizó actos con intendentes y gobernadores en todo el país, bajo una premisa que dejó entrever con claridad: «Mi segunda presidencia fue mejor que la primera. Con Dilma será igual.» Además, realizó eventos con personalidades de la cultura, como Leonardo Boff, y también con los movimientos sociales, como el Movimiento Sin Tierra de Joao Pedro Stedile. El metalúrgico dejó temporalmente su papel en la «Fundación Lula» -donde investiga la temática de la integración regional- para jugar un nuevo rol clave.
Su aparición fue determinante: le brindó seguridad a Rousseuff para salir a polarizar con mayor nitidez con Silva. Con Lula en el tramo final de campaña el PT sacó a relucir nuevamente sus grandes logros: los programas sociales «Bolsa Familia», «Más Médicos» y «Mi casa, mi vida», tendientes a lograr una mejora en la calidad de vida de amplios sectores de la sociedad brasileña.
Así, la discusión entre cambio-continuidad que se da en todos los países de la región a la hora de ir a las urnas, se movió con mayor facilidad hacia el segundo concepto. Marina intentó mostrar que quería continuar con todos esos programas, justo en el momento en el que empezaba a mermar en las encuestas, lo que demuestra que el discurso de Dilma-Lula sobre los aspectos sociales fue clave en el tramo final de la campaña.
Pero si algo está claro es que una parte no menor de los votos de Neves en primera vuelta podrían migrar a Marina en el ballotage, bajo el argumento de «ser la opción del cambio» a los gobiernos del PT. Va a ser la estrategia de los sectores conservadores de ese país.
Sin embargo, la foto de esta parte final de la campaña es una Dilma convencida de su plataforma electoral, más relajada y segura en sus intervenciones, y con un ladero que no sólo le transmite seguridad, sino también capacidad de gestión. Que Marina Silva sea ahora quien concentre el fastidio de quien creía que ya había ganado la partida antes de jugarla es obra de Dilma, pero, sobre todo, del ex presidente. Sin dudas, Lula fue el arquitecto del tramo final de la campaña que se está presenciando en Brasil.