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De la meritocracia al derecho a la existencia

Fuentes: Catalunya plural

La ideología meritocrática, además de invisibilizar el despojo y la dominación, erosiona nuestra capacidad para existir por fuera del mercado y para construir relaciones de libre interdependencia y cooperación. Este es el escenario en el que la renta básica puede ayudarnos a tejer nuevas concepciones sobre nuestra vida individual y colectiva.

La idea de que la sociedad debe reconocer y retribuir a sus miembros en virtud de sus méritos es bastante sencilla, sugerente e intuitiva. Por eso se ha instalado tan fácilmente en nuestro sentido común. Pero también por eso se ha convertido en un instrumento ideológico muy útil para legitimar el statu quo. Hacer frente a esta injusta ideología a través de la reivindicación del derecho a la existencia es una de las grandes razones por las cuales la renta básica puede ser una pieza clave en la construcción de un mundo más justo. Veámoslo paso a paso.

El principio meritocrático es muy simple: a cada quien según su esfuerzo y talento. De acuerdo con esta máxima, los recursos sociales, como la riqueza y el ingreso, deben repartirse entre la población en función de sus méritos. Esto significa que, por ejemplo, una persona tiene derecho a recibir un mejor salario si dedica mayor tiempo a su empleo, o si su trabajo es particularmente exigente o valioso. Por el contrario, según este mismo principio, es justo que se asigne una menor remuneración a una persona con una jornada laboral más corta o que realiza tareas menos demandantes o con menor eficiencia.

Hasta aquí podríamos pensar que una sociedad regida por el mérito es justa y eficiente. Dado que se recompensa a los mejores, se estimula el esfuerzo y la productividad, lo que termina por beneficiar al resto de la población al recibir bienes y servicios de mejor calidad. ¿Cuál es, pues, el problema con una sociedad meritocrática? La respuesta, en realidad, es muy simple: el mundo es más complejo de lo que parece.

Los problemas de la meritocracia

En primer lugar, el discurso meritocrático no cuestiona la distribución inicial. Es decir, da por sentado que es justo el reparto de riqueza e ingresos con que las personas cuentan al momento de participar de la vida social. El problema es que esto invisibiliza diversos mecanismos de acumulación que acrecientan la desigualdad. Pensemos, por ejemplo, en dos personas que emprenden un negocio. La primera cuenta con los recursos, los contactos y los privilegios fiscales heredados por su familia, mientras que la segunda tiene que invertir los ahorros de su vida o solicitar un crédito que pone en riesgo su patrimonio. Es claro que la desigualdad en los recursos iniciales es el principal factor para determinar la estabilidad y los resultados de estos proyectos. La acumulación del capital es producto de la desposesión, no del mérito.

En segundo lugar, y en consonancia con lo anterior, la meritocracia delega en cada individuo la absoluta responsabilidad por sus condiciones de vida. Esto es injusto dado que la libertad de una persona, es decir, el rango de opciones que tiene el poder para elegir, está delimitada por las instituciones, formales e informales, que estructuran el mundo del que participa. En otras palabras, nuestra libertad y, por tanto, nuestra responsabilidad, está condicionada por la manera en que se organiza la vida social. En consecuencia, no somos realmente libres mientras las reglas del juego estén diseñadas para beneficiar y empoderar a unos cuantos, a costa de la dominación y el sometimiento de la inmensa mayoría.

Finalmente, la meritocracia impone una lógica de competencia que termina por reducir nuestras vidas a meros insumos para la producción. Pensémoslo por un momento. Si el acceso a los medios de subsistencia y al reconocimiento social está condicionado a la capacidad individual para producir más y mejor que el resto, entonces la posibilidad misma de vivir queda condicionada a las demandas del mercado. A qué dedicarse, qué estudiar, qué habilidades desarrollar, dónde vivir, con quiénes, etcétera. Todas estas preguntas ya no se responden en función de los proyectos de vida personales, sino del cómo y dónde producir más.

En suma, la ideología meritocrática, además de invisibilizar el despojo y la dominación, erosiona nuestra capacidad para existir por fuera del mercado y para construir relaciones de libre interdependencia y cooperación. Este es el escenario en el que la renta básica puede ayudarnos a tejer nuevas concepciones sobre nuestra vida individual y colectiva.

La renta básica y el derecho a la existencia

Las primeras propuestas de una política de transferencia monetaria universal e incondicional datan de finales del siglo XVIII en Inglaterra. Thomas Paine (1737-1809) y Thomas Spence (1750-1814), destacados militantes del radicalismo inglés, idearon sus propuestas con la intención de defender el derecho a la existencia frente a la expansión del libre mercado. En ese entonces, la coyuntura política y social impidió que sus planes trascendieran. Sin embargo, no es casual que la idea de asignar un ingreso de subsistencia a todas las personas, sin distinción y sin imponer obligación alguna, siguiera apareciendo hasta nuestros días. El objetivo, en aquel tiempo como ahora, es el mismo: impedir que la vida se consuma al servicio del mercado.

En este sentido, la garantía universal e incondicional de un ingreso que asegure el derecho a la existencia es una medida que se encuentra justo en las antípodas de la lógica meritocrática. En primer lugar, frente al silencio acrítico que no cuestiona el reparto inicial de los recursos, la renta básica contribuye radicalmente a una distribución más justa y equitativa de la riqueza socialmente producida. Es cierto que se trata de una asignación que también sería percibida por las personas ricas como un derecho ciudadano, pero no por eso recibirían un beneficio neto. Después de los impuestos, la renta básica es un mecanismo claramente progresivo que transfiere el ingreso de arriba hacia abajo, sin tropezar con los graves problemas técnicos y normativos de las políticas focalizadas en la pobreza.

En segundo lugar, la seguridad de un ingreso que garantice la existencia material no solo ofrece bienestar a las personas más vulnerables, sino que les dota de poder para ejercer su libertad. A diferencia de la ideología meritocrática que responsabiliza de manera absoluta a los individuos invisibilizando las estructuras sociales que les dominan, la renta básica democratiza el poder para decir no a los empleos indeseables, a los maridos abusivos y, en general, a toda aquella relación social que atente contra su dignidad. Esto permite que las personas realmente puedan tomar su vida en sus propias manos, haciéndose responsables de sus decisiones sin que ello implique poner en riesgo su existencia o su libertad.

Por último, al ofrecer un ingreso suficiente para satisfacer las necesidades básicas, pero que no está subordinado a la competencia en el mercado, la renta básica hace posible que las personas se reapropien de la capacidad para co-determinar individual y colectivamente el tipo de vida que quieren llevar. Si la subsistencia ya no depende única e irremediablemente del primer empleo precario que se pueda encontrar, entonces se puede luchar por mejores condiciones laborales. También se puede optar por emprender (con un mayor margen de libertad y seguridad), iniciar una cooperativa autogestiva o simplemente reducir la jornada laboral y tener tiempo para el descanso, el ocio, el arte, la educación, la familia y la amistad.

En conclusión, en una sociedad profundamente desigual la meritocracia no es más que un instrumento ideológico para reproducir y legitimar esa misma desigualdad y dominación. La renta básica, al ser un pilar para garantizar el derecho a la existencia, nos ofrece el poder para salir de ese círculo vicioso y construir un mundo más justo en el que las personas puedan establecer acuerdos de cooperación y beneficio mutuo en condiciones de libertad e igualdad.

Jesús Roberto Gutiérrez Carmelu es filósofo por la Universidad Autónoma de Nayarit (México). Maestrante en Filosofía Política por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y estudiante asociado del Instituto de Investigaciones Filosóficas de esta universidad. Temas de investigación: justicia distributiva, pobreza, desigualdad y renta básica universal.

Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/de-la-meritocracia-al-derecho-a-la-existencia/