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Sobre la serie de Televisión Española "Plaza de España"

De la presunta comicidad al insulto gratuito

Fuentes: Rebelión

Hay veces que lamento no tener dinero para hacer una serie televisiva a lo Monte Pyhton, o sea radicalmente distinta a «Plaza de España», con un guión mucho más satánico, que comenzara por ejemplo con un General Franco, vestido de Papa, hablando en alemán, con acento gallego, completamente borracho. Funde la imagen con José Antonio […]

Hay veces que lamento no tener dinero para hacer una serie televisiva a lo Monte Pyhton, o sea radicalmente distinta a «Plaza de España», con un guión mucho más satánico, que comenzara por ejemplo con un General Franco, vestido de Papa, hablando en alemán, con acento gallego, completamente borracho.

Funde la imagen con José Antonio Primo de Rivera (todo inteligencia) arrojándose desde una terraza con un paraguas al grito de «¡Hitler es grande!» y el Papa Pío XII, en sospechosa actitud sobre un monaguillo con cara resignada, va moviendo el báculo a los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin, mientras imparte con la mano derecha la bendición Urbi et Orbi, hasta que una monja le llama la atención.

En ese momento, la cámara se centra en los ojos desorbitados del pontífice, recogiendo en primer plano el orgasmo divino, en tanto Sor Esperma de la Cruz grita «¡Peccato, grande peccato, ma che belloooo¡»…

Le seguiría una escena terrible. Tiene lugar en Roma, donde Mussolini muestra sus pistolas a un principito llamado Juan Carlos de Borbón, nacido en la capital italiana durante el destierro de sus abuelos, sus padres y un hermano más pequeño, tras una votación multitudinaria que reinstaura la República española, en detrimento de ese régimen criminal que es la monarquía, mientras El Rey Víctor Manuel III les consuela enseñándoles cromos de señoras desnudas.
El principito, que tan sólo tiene 6 años, alucina con las señoras, pero sobre todo con las armas y pide permiso al Duce para ensayar, dirigiendo su mirada hacia la calle, en donde pasea tranquilamente su hermanito Alfonso, cuatro años más joven que él, de la mano de su padre Don Juan de Borbón. La mirada de Juan Carlos es aviesa, rencorosa, como si profesara una tirria tremenda por aquel niño. Dispara, pero mata a un taxista. Mussolini le quita la pistola, le da una bofetada y se va corriendo porque ha quedado para bailar el mambo con Clara Petacci, antes de que finalice la II Guerra Mundial.

Otra escena podría mostrar un aquelarre comunista en el que La Pasionaria y Carrillo se comen crudos a dos curas, entre las risotadas del general Mola, que desde el cielo pide la muerte de Franco, ya que este le había colocado una bomba en el avión en el que exhaló su último suspiro.

A lado, el General Yagüe dispara a una imagen de Agustina de Aragón, mientras Manolete desde el cielo, brinda un toro al General Queipo de Llano, muy ocupado violando a varias falangistas que se han adueñado de una biblioteca pública, donde tras quemar todos los libros, fundan un lupanar dedicado a la Virgen de la Macarena.

«Plaza de España», resulta una serie que quiere ser «La Vaquilla» de Berlanga y Azcona (lo peor que hicieron ambos en democracia, junto a «Moros y cristianos»), pero se queda en algo parecido a las películas de José Luis Saénz de Heredia con toques bastos de Santiago Segura, pero en patético; quiero decir, el guión es tan rebuscado en lo cómico, que resulta dramáticamente aburrido, no logrando arrancar risas sino protestas por un dinero tan infantilmente dilapidado.

Las órdenes de González Sinde, a su vez recibidas desde La Zarzuela, son claras. Hay que violentar la historia como sea.

Y lo hacen, emitiendo esta bazofia, algo peor incluso que «Cuéntame»; negando la apertura de fosas donde se hacinan decenas de miles de fusilados por los graciosos franquistas; rechazando una revisión de la ley de Amnistía, que protege a aquellos criminales tan simpáticos; contraponiendo al renacido movimiento republicano unos personajes lamentables, por rojos y estúpidos, olvidando los fusilamientos, las ejecuciones sin juicio previo, las torturas y los niños robados por los rebeldes, desde 1940 hasta hace un par de días.

Todo ello es mejor tomarlo a broma, para que el Rey vea que los españoles pueden cachondearse de aquella tragedia, cuando aún los cadáveres de la comedia «La guerra ha terminado» siguen pidiendo justicia, identificación y reparación, exigiendo que los vencedores pidan perdón por sus crímenes. Cosa que el Rey, en nombre de su antecesor, aún no ha hecho.

Siendo más sibilino, me gustaría ver la cara de los jefes de la RTVE ante una serie que, en vena cómica, tratara sobre la historia de las primeras víctimas de ETA.

El único capítulo comenzaría con unos cuantos guardias civiles en plan Zombi, bailando un zortziko junto a la Virgen del Pilar, animados por el Almirante Carrero Blanco, vestido de Bonzo, mientras todo el pueblo vasco brinda por el infierno merecido de un tal Melitón. ¿Cómo lo ven?…

Para los directivos de RTVE no tendría gracia, tal vez porque lo imaginado parece más real que su «Plaza de España».
Y no haré nunca esa serie no porque carezca de medios económicos, sino porque creo en el humor, la ironía y el sarcasmo, pero jamás haría escarnio de unos acontecimientos que aún duelen a millones de personas.

¿Acaso han pensado los autores del bodrio, en hacer algo similar con el Holocausto nazi?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.