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1959/1994/2009

De la Revolución Cubana a la Rebelión Zapatista

Fuentes: Rebelión

«Los hombres luchan y pierden la batalla; aquello por lo que pelearon se consigue, a pesar de la derrota, y entonces no resulta ser lo que ellos tenían intención de lograr, de modo que otros hombres tienen que luchar para obtener lo mismo que aquellos deseaban, aunque ahora lo llamen de otro modo». William Morris. […]

«Los hombres luchan y pierden la batalla; aquello por lo que pelearon se consigue, a pesar de la derrota, y entonces no resulta ser lo que ellos tenían intención de lograr, de modo que otros hombres tienen que luchar para obtener lo mismo que aquellos deseaban, aunque ahora lo llamen de otro modo». William Morris.

I.

El primero de enero de 1959, el dictador cubano Fulgencio Batista huía del Palacio de Gobierno, situado en La Habana, para luego abandonar el país. Esa tarde, desde un modesto atril en el ayuntamiento de Santiago de Cuba, en la otra punta de la isla caribeña, Fidel Castro Ruz, abogado, líder de las fuerzas insurgentes, anunciaba lo que ya todos sabían: la Revolución había triunfado.

Pero, ¿qué revolución? Tomaría cierto tiempo averiguarlo. Lo que inicialmente semejaba apenas otra «revolución nacional», dirigida por un caudillo político tradicional y apoyada por los propios servicios de inteligencia norteamericanos, se fue convirtiendo, con cierta celeridad, en una pieza más del complejo engranaje de la Guerra Fría: el 16 de abril de 1961, Fidel Castro anunciaba el carácter «marxista – leninista» de su gobierno, mientras avanzaba la reforma agraria y se establecían acuerdos de cooperación con varios países del Bloque del Este. La hostilidad de los Estados Unidos, señalan algunos historiadores, había precipitado a Castro, un dirigente antiimperialista – democrático, a arrojarse en los brazos de la URSS para sobrevivir. Para otros especialistas, en cambio, el viraje estaba enmascarado, pero en proceso de realización, ya en el exilio mexicano que había precedido a la decisión de tomar el poder por la vía armada.

Lo cierto es que una cosa había sido la composición de fuerzas en el transcurso de la campaña militar, y otra muy distinta era la que predominaría en la gestión política de un gobierno radicalmente nuevo, en un país abrumado por su histórica dependencia de los designios de la diplomacia y los grupos económicos norteamericanos. Muy pronto, en la disputa por el sentido de la Revolución, los cuadros del Partido Comunista lograron imponer su criterio por sobre los nacionalistas del Movimiento 26 de Julio, que habían sido el germen de la rebelión original.

En todo caso, la Revolución Cubana marcó una época en todo el continente. El llamado «modelo cubano» -esto es, la actualización de los postulados leninistas respecto de la toma del poder a través de la lucha armada, bajo el comando de organizaciones político – militares fuertemente centralizadas- señaló el rasgo característico de un tiempo político signado por la rebelión de los grupos antiimperialistas de la región frente al burocratismo de los Partidos Comunistas de inspiración soviética. Las formaciones guerrilleras lanzaron en todas partes campañas de agitación y ofensivas militares contra los gobiernos de turno, frecuentemente considerados ilegítimos.

II.

La figura del Comandante Ernesto Guevara resume, por muchas razones, el legado de la Revolución Cubana. En primer lugar, por su influencia ideológica y personal sobre Castro, Guevara es considerado responsable ideológico del «viraje a la izquierda» de la Revolución, al que contribuyeron también sus incansables gestiones diplomáticas durante los años 1959 – 1960. En segundo término, Guevara dejó rápidamente en claro cuáles eran los objetivos del gobierno revolucionario en materia regional: encontrar aliados a través de la internacionalización de la revolución. Para ello, desarrolló una intensa labor de difusión respecto de lo realizado en Cuba, sistematizando la experiencia concreta bajo la forma de una receta de aplicación universal en el marco de los países subdesarrollados. Esta receta pronto adquirió nombre propio: se trataba del foquismo. Para Guevara, la experiencia cubana demostraba que, cuando las condiciones subjetivas no eran suficientes para que las masas llevasen adelante por sí mismas el proceso revolucionario, la acción guerrillera de un pequeño «foco», preferentemente rural, podría generar la expansión del proceso, el levantamiento de las masas, y el derrocamiento del régimen. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, en 1964, Guevara legitimó este principio:

«Me siento patriota de América Latina, de cualquier país de América Latina, en el modo más absoluto, y tal vez, si fuera necesario, estaría dispuesto a dar mi vida por la liberación de cualquier país latinoamericano, sin pedir nada a nadie» (1)

Pero la internacionalización de la Revolución Cubana no era meramente un asunto teórico. Por ello, Guevara insistió permanentemente en la necesidad de promover y generar focos revolucionarios, apoyados militarmente por fuerzas cubanas, no sólo en América Latina, sino en cualquier escenario donde fuese posible. No sólo eso: también comprometió su propia participación en dichas experiencias. En 1967, poco antes de su muerte, Guevara dirigió un sentido «Mensaje a los Pueblos del Mundo a través de la Tricontinental». Allí, refiriéndose a la coyuntura imperante, sostuvo

«Todo parece indicar que la paz, esa paz precaria a la que se ha dado tal nombre, sólo porque no se ha producido ninguna conflagración de carácter mundial, está otra vez en peligro de romperse ante cualquier paso irreversible e inaceptable, dado por los norteamericanos. Y, a nosotros, explotados del mundo, ¿cuál es el papel que nos corresponde? Los pueblos de tres continentes observan y aprenden su lección en Vietnam. Ya que, con la amenaza de guerra, los imperialistas ejercen su chantaje sobre la humanidad, no temer la guerra, es la respuesta justa. Atacar dura e ininterrumpidamente en cada punto de confrontación, debe ser la táctica general de los pueblos. Pero, en los lugares en que esta mísera paz que sufrimos no ha sido rota, ¿cuál será nuestra tarea? Liberarnos a cualquier precio. […] Bajo el slogan, «no permitiremos otra Cuba», se encubre la posibilidad de agresiones a mansalva, como la perpetrada contra Santo Domingo o, anteriormente, la masacre de Panamá, y la clara advertencia de que las tropas yanquis están dispuestas a intervenir en cualquier lugar de América donde el orden establecido sea alterado, poniendo en peligro sus intereses. Es política cuenta con una impunidad casi absoluta; la OEA es una máscara cómoda, por desprestigiada que esté; la ONU es de una ineficiencia rayana en el ridículo o en lo trágico, los ejércitos de todos los países de América están listos a intervenir para aplastar a sus pueblos. Se ha formado, de hecho, la internacional del crimen y la traición. Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. […] América, continente olvidado por las últimas luchas políticas de liberación, que empieza a hacerse sentir a través de la Tricontinental en la voz de la vanguardia de sus pueblos, que es la Revolución cubana, tendrá una tarea de mucho mayor relieve: la de la creación del segundo o tercer Vietnam o del segundo y tercer Vietnam del mundo. […] ¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, con su cuota de muerte y sus tragedias inmensas, con su heroísmo cotidiano, con sus golpes repetidos al imperialismo, con la obligación que entraña para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el embate del odio creciente de los pueblos del mundo! Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!» (2)

Meses después, Guevara caía asesinado en Bolivia. El ciclo expansivo de la Revolución Cubana en América Latina despertaría reacciones coordinadas, a través de experiencias represivas que jalonarían la entera década siguiente. Las fuerzas inspiradas en el valiente ejemplo del Comandante Guevara resultarían, en la práctica, aisladas del resto de la sociedad, por medio del terrorismo de Estado. Sorprendido en Cuba, derrotado en Vietnam, el imperialismo norteamericano demostraba, no obstante, mantener sus reflejos intactos.

III.

Otro primero de enero, una nueva historia comenzaba. ¿O acaso era la misma, que continuaba, tesonera, de otro modo? En las primeras horas del año 1994, una fuerza guerrillera mejor organizada que pertrechada, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ocupaba con éxito las instalaciones estatales del entero estado sureño de Chiapas. Pero en este caso, la acción militar era vista, antes que como un punto de partida, como un punto de llegada. Fundado en 1983, el EZLN animó e l encuentro entre la tradición marxista-leninista con «una realidad que no puede explicar, de la que no puede dar cuenta y con la que tiene que trabajar». Dicho proceso sería relatado por el subcomandante Marcos,   vocero de la organización, como «la primera derrota, la más importante y la que lo marcará de ahí en adelante».

«Así se empieza a dar el proceso de transformación del EZLN: de un ejército de vanguardia revolucionaria a un ejército de las comunidades indígenas; un ejército que es parte de un movimiento indígena de resistencia dentro de otras formas de lucha. Cuando el EZLN se imbrica con las comunidades, pasa a ser un elemento más dentro de toda esa resistencia, se contamina y es subordinado a las mismas. Las comunidades se lo apropian y lo hacen suyo, «lo colocan bajo su férula». Producto de esa derrota, «el EZLN empezó a crecer geométricamente y hacerse ‘muy otro’, o sea que la rueda -que era bastante cuadrada- siguió abollándose hasta que, al fin, fue redonda y pudo hacer lo que debe hacer una rueda, es decir, rodar». (3)

Efectivamente, tal cual lo explica Marcos, la experiencia zapatista estuvo signada desde el principio por la ruptura con la tradición guevarista, y a través de ella, con las formulaciones políticas heredadas del leninismo: la cuestión del poder, el lugar del partido -a la vez como vanguardia política de la case obrera y como su Estado Mayor-, y la violencia como partera de la Historia. Para los zapatistas, el objetivo del levantamiento no residía en la posibilidad efectiva de «capturar» espacios de poder, sino en el cuestionamiento a las modalidades de su ejercicio. En esta lógica, la acción estrictamente militar representaba un camino entre varios, pero sobre todo, un camino destinado a abrir otros. Como señalaría Marcos en su primer reportaje:

» Vemos la lucha armada no en el sentido clásico de las guerrillas anteriores, es decir, la lucha armada como un solo camino, como una sola verdad todopoderosa en torno a la cual se aglutinaba todo, sino que nosotros siempre vimos desde el principio a la lucha armada como parte de una serie de procesos o de formas de lucha que van cambiando; algunas veces es más importante una y a veces es más importante otra. […] Lo decisivo en una guerra no es el enfrentamiento militar, sino la política que se pone en juego en ese enfrentamiento. Nosotros sabemos que esta guerra no se va a definir en términos militares, ni aunque nosotros tuviéramos las mejores armas. Lo que cuenta es la política que anima a unos y a otros. No pensamos nosotros que ahorita haya una derrota militar de cualquiera de las dos partes, sabemos que no podemos derrotar ahora al Ejército federal, pero sabemos también que el Ejército federal no nos puede derrotar militarmente. […] No le damos a las armas un valor que no tienen. No tenemos el culto a las armas sino a lo que ellas representan en uno u otro momento político. Pensamos que en este momento las armas son nuestra garantía de sobrevivencia, una garantía que estamos dispuestos a defender con dignidad.» (4)

IV.

¿Qué otros caminos? Aquí aparece un tópico que se repitió con insistencia en esos días: las armas habían sido la última instancia de los zapatistas para forzar el diálogo. En palabras de Marcos,

«La guerra siempre ha sido privilegio del Poder; para los desposeídos quedaba sólo la resignación, la sumisión, la vida miserable, la muerte indigna. Ya no más. Los mexicanos hemos encontrado en la palabra verdadera el arma que no pueden vencer los grandes ejércitos. Hablando entre nosotros, dialogando. Los mexicanos caminamos contra la corriente. Frente al crimen, la palabra. Frente a la mentira, la palabra. Frente a la muerte, la palabra» (5)

Pero, ¿entre quiénes, en nombre de quiénes se dialogaría? Diferenciado de la extensa tradición de una izquierda dedicada a delimitar con precisión el sujeto de la explotación, el EZLN interpelaba, no a los obreros y a los campesinos, no a los oprimidos de aquí y allá, sino a la sociedad civil. Y, más aún, lo hacía reconociendo de entrada que no estaba en condiciones de resolver su diversidad en una representación política singular preexistente.

«El EZLN no tiene ni el deseo ni la capacidad de aglutinar en torno a su proyecto y su camino a los mexicanos todos. Pero tiene la capacidad y el deseo de sumar su fuerza a la fuerza nacional que anime a nuestro país por el camino de justicia, democracia y libertad que nosotros queremos. […] N o tomaremos al país como rehén. No queremos ni podemos imponerle a la sociedad civil mexicana nuestra idea por la fuerza de nuestras armas, como sí hace el actual gobierno que impone con la fuerza de sus armas su proyecto de país. […] Nosotros pensamos que el cambio revolucionario en México no será producto de la acción en un sólo sentido. Es decir, no será, en sentido estricto, una revolución armada o una revolución pacífica. Será, primordialmente, una revolución que resulte de la lucha en variados frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con grados diversos de compromiso y participación. Y su resultado será, no el de un partido, organización o alianza de organizaciones triunfante con su propuesta social específica, sino una suerte de espacio democrático de resolución de la confrontación entre diversas propuestas políticas. Este espacio democrático de resolución tendrá tres premisas fundamentales que son inseparables, ya, históricamente: la democracia para decidir la propuesta social dominante, la libertad para suscribir una u otra propuesta y la justicia a la que todas las propuestas deberán ceñirse. El cambio revolucionario en México no seguirá un calendario estricto, podrá ser un huracán que estalla después de tiempo de acumulación, o una serie de batallas sociales que, paulatinamente, vayan derrotando las fuerzas que se le contraponen. El cambio revolucionario en México no será bajo una dirección única con una sola agrupación homogénea y un caudillo que la guíe, sino una pluralidad con dominantes que cambian pero giran sobre un punto común: el tríptico de democracia, libertad y justicia sobre el que será el nuevo México o no será. » (6)

V.

Dos aniversarios, dos caminos, dos vidas paralelas. José Pablo Feinmann escribió que, unidos por su elección radical a favor de los desamparados, Marcos y el Che se diferenciaban por su concepción del poder. «Para Guevara -marxista ortodoxo, formado por las lecturas más clásicas y directas del marxismo-leninismo– era imperioso tomar el Poder y luego, desde él, instrumentado el Estado, establecer una dictadura que llevara a la creación de una sociedad sin injusticias, sin desigualdades. El Subcomandante insurgente Marcos detesta tanto al Poder… que no quiere tomarlo» (7).

Claro que no se trata simplemente de elecciones personales, sino de aprendizajes históricos. Pues, al fin y al cabo, » Marcos, el insurgente, reflexiona a partir del fracaso de los socialismos reales. Su reflexión lo lleva a concluir que la toma del Poder acabó por contaminar a los insurgentes, quienes establecieron un nuevo Poder que se transformó en la contracara de la insurgencia originaria, en la contracara y en su negación. De aquí que no proponga una lucha por transformar la totalidad. La totalidad es el Poder, y el Poder deviene -por su propia esencia- totalitario. La lucha por lo particular […] es, ahora, el horizonte. Tal vez parezca menos grandioso. Pero lo grandioso guarda en sí la tentación fascista, totalitaria, negadora de los particularismos y de las diferencias. […] No faltará quien diga que Marcos es la versión light de Guevara. Preferiría decir que Marcos es Guevara más la experiencia y la sabiduría de los años transcurridos, los fracasos, los muertos, la sangre derramada.» (8)

¿Tendrá la rebelión zapatista la influencia histórica que en su momento desarrolló la Revolución Cubana? Todo parece indicar que no. Pese a ello, es importante mantener presentes sus enseñanzas, sus certezas, y, por qué no, sus incertidumbres. Es lo menos que podemos hacer, en este primero de año.

http://blogcooperativa.blogspot.com/

Notas

(1) «Discurso en la Asamblea General de la ONU, 11 de diciembre de 1964». En Guevara, Ernesto, Obras Escogidas, editado en Digital por Resma, Santiago de Chile, 2004, pp. 386 y ss. La versión digital puede obtenerse en este link, http://www.alternativabolivariana.org/pdf/Che-Obras_escogidas.pdf

(2) «Mensaje a los Pueblos del Mundo a través de la Tricontinental», 16 de abril de 1967. En Guevara, Ernesto, Ibídem, pp. 425 y ss.

(3) Magdalena Gómez: «EZLN: más que un aniversario», en La Jornada, 18/11/08. Véase el link http://www.jornada.unam.mx/2008/11/18/index.php?section=opinion&article=019a2pol

(4) «Entrevista a Marcos» por los enviados de La Jornada, 4 al 7 de febrero de 1994. Véase http://palabra.ezln.org.mx/

(5) «Somos producto del encuentro de la resistencia indígena con la generación de la dignidad», 27 de agosto de 1995, en EZLN. Documentos y comunicados, México, Era, 2001, Vol. 2, p. 433.

(6) «Carta de Marcos sobre su posición en el EZLN», 20 de enero de 1994, en http://palabra.ezln.org.mx/

(7) «Guevara y Marcos», en Página 12, sábado 22 de agosto de 1998.

(8) Ibídem.