Informe introductorio – Foro Mundial de las Alternativas – Caracas, Octubre de 2008
La crisis financiera era inevitable
La brutal explosión de la actual crisis económica no nos pilló desprevenidos. Además, yo la había evocado hace unos meses, cuando los economistas convencionales se esmeraban en minimizar sus consecuencias, particularmente en Europa. Para entender su génesis, conviene abandonar la actual definición del capitalismo, que hoy día se suele definir como «neoliberal globalizado». Esta calificación es engañosa y oculta lo esencial. El sistema capitalista actual está dominado por un puñado de oligopolios que controlan la toma de decisiones fundamentales en la economía mundial. Unos oligopolios que no sólo son financieros, constituidos por bancos o compañías de seguros, sino que son grupos que actúan en la producción industrial, en los servicios, en los transportes, etc. Su característica principal es su financiarización. Con eso conviene comprender que el centro de gravedad de la decisión económica ha sido transferido de la producción de plusvalía en los sectores productivos hacia la redistribución de beneficios ocasionados por los productos derivados de las inversiones financieras. Es una estrategia perseguida deliberadamente no por los bancos, sino por los grupos «financiarizados». Más aún, estos oligopolios no producen beneficios, sencillamente se apoderan de una renta de monopolio mediante inversiones financieras.
Este sistema es sumamente provechoso para los segmentos dominantes del capital. Luego no estamos en presencia de una economía de mercado, como se suele decir, sino de un capitalismo de oligopolios financiarizados. Sin embargo, la huida hacia delante en las inversiones financieras no podía durar eternamente cuando la base productiva sólo crecía con una tasa débil. Eso no resultaba sostenible. De ahí la llamada «burbuja financiera», que traduce la lógica del sistema de inversiones financieras. El volumen de las transacciones financieras es del orden de dos mil trillones de dólares cuando la base productiva, el PIB mundial sólo es de unos 44 trillones de dólares. Un gigantesco múltiplo. Hace treinta años, el volumen relativo de las transacciones financieras no tenía ese tamaño. Esas transacciones se destinaban entonces principalmente a la cobertura de las operaciones directamente exigidas por la producción y por el comercio nacional e internacional. La dimensión financiera de ese sistema de los oligopolios finaciarizados era – ya lo dije – el talón de Aquiles del conjunto capitalista. La crisis debía pues estallar por una debacle financiera.
Detrás de la crisis financiera, la crisis sistémica del avejentado capitalismo
Pero no basta con llamar la atención sobre la debacle financiera. Detrás de ella se esboza una crisis de la economía real, ya que la actual deriva financiera misma va a asfixiar el desarrollo de la base productiva. Las soluciones aportadas a la crisis financiera sólo pueden desembocar en una crisis de la economía real, esto es, una estagnación relativa de la producción y lo que ésta va a acarrear: regresión de los ingresos de los trabajadores, aumento del paro laboral, alza de la precariedad y empeoramiento de la pobreza en los países del Sur. En adelante debemos hablar de depresión y ya no de recesión.
Y detrás de esta crisis se perfila a su vez la verdadera crisis estructural sistémica del capitalismo. La continuación del modelo de desarrollo de la economía real, tal y como lo venimos conociendo, así como el del consumo que le va emparejado, se ha vuelto, por primera vez en la historia, una verdadera amenaza para el porvenir de la humanidad y del planeta.
La dimensión mayor de esta crisis sistémica concierne el acceso a los recursos naturales del planeta, que se han vuelto muchísimo más escasos que hace medio siglo. El conflicto Norte/Sur constituye, por lo tanto, el eje central de las luchas y conflictos por venir.
El sistema de producción y de consumo/despilfarro existente hace imposible el acceso a los recursos naturales del globo para la mayoría de los habitantes del planeta, para los pueblos de los países del Sur. Antaño, un país emergente podía retener su parte de esos recursos sin amenazar los privilegios de los países ricos. Pero hoy día ya no es el caso. La población de los países opulentos – el 15% de la población del planeta – acapara para su propio consumo y despilfarro el 85 % de los recursos del globo y no puede consentir que unos recién llegados accedan a estos recursos, ya que provocarían graves penurias que pondrían en peligro los niveles de vida de los ricos.
Si Estados unidos se han fijado como objetivo el control militar del planeta es porque saben que sin ese control no pueden asegurarse el acceso exclusivo de tales recursos. Como bien se sabe, China, la India y el Sur en su conjunto también necesitan esos recursos para su desarrollo. Para Estados Unidos se trata imperativamente de limitar ese acceso y, en última instancia, sólo existe un medio: la guerra.
Por otra parte, para ahorrar las fuentes de energía de origen fósil, Estados Unidos, Europa y otras naciones desarrollan proyectos de producción de agrocombustibles a gran escala, en detrimento de la producción de víveres, todavía afectados por el alza de los precios.
Las respuestas ilusorias de los poderes vigentes
Los poderes vigentes, al servicio de los oligopolios financieros, no tienen otro proyecto sino el de volver a poner en pie este mismo sistema. ¿Qué son esas intervenciones estatales sino las que les exige la misma oligarquía? Sin embargo, no es imposible el éxito de esta puesta en pie si las infusiones de dinero resultan suficientes y si las reacciones de las víctimas – las clases populares y las naciones del Sur – no dejan de ser limitadas. Pero en este caso el sistema sólo retrocede para mejor saltar y una nueva debacle financiera, aún más importante, será ineludible, ya que las «adaptaciones» previstas para la gestión de los mercados financieros y monetarios resultan ampliamente insuficiente, pues no ponen en tela de juicio el poder de los oligopolios.
Por otra parte, resultan divertidísimas estas respuestas a la crisis financiera mediante la inyección de fondos públicos astronómicos para restablecer la seguridad de los mercados financieros: privatizados ya los beneficios, en cuanto resultan amenazadas las inversiones financieras se socializan las pérdidas. ¡Cara: gano yo; cruz: pierdes tú!
Las condiciones de una respuesta positiva a los desafíos
No basta con decir que las intervenciones de los Estados pueden modificar las reglas del juego, atenuar las derivas. También es necesario definir sus lógicas y sus impactos sociales. Desde luego, en teoría, se podría volver a fórmulas de asociación de los sectores públicos y privados, fórmulas de economía mixta como ocurrió durante los «treinta años gloriosos» (los años 1945/1975) en Europa y durante la era de Bandung, en Asia y en África, cuando el capitalismo de Estado dominaba ampliamente, acompañado por políticas sociales fuertes. Pero este tipo de intervención del Estado no está a la orden del día. Y ¿ están las fuerzas sociales progresistas en medida de imponer una transformación de esta amplitud ? Todavía no, opino yo.
La verdadera alternativa pasa por el derrocamiento del poder exclusivo de los oligopolios, el cual es inconcebible sin, finalmente, su progresiva nacionalización democrática. ¿ Fin del capitalismo ? No lo creo. Creo en cambio que son posibles unas nuevas configuraciones de las relaciones de fuerzas sociales que obliguen al capital a ajustarse a las reivindicaciones de las clases populares y los pueblos. A condición de que las luchas sociales todavía fragmentadas y a la defensiva, en su conjunto, consigan cristalizar en una alternativa política coherente. Con esta perspectiva, resulta posible el comienzo de una larga transición del capitalismo al socialismo. Los avances en esa dirección, claro está, siempre serán desiguales de un país a otro y de una fase de su despliegue a otra.
Las dimensiones de la alternativa deseable y posible son múltiples y conciernen todos los aspectos de la vida económica, social, política. Evocaré a continuación las grandes líneas de esta respuesta necesaria.
1) – La reinvención por parte de los trabajadores de organizaciones apropiadas que hagan posible la construcción de su unidad con el fin de trascender su dispersión asociada a las formas de explotación vigente (paro laboral, precariedad, informalidad).
2) – La perspectiva es la de un despertar de la teoría y de la práctica de la democracia asociada al progreso social y al respeto de la soberanía de los pueblos y no disociada de éstos.
3) – Liberarse del virus liberal fundado en el mito del individuo, que ya pasó a ser tema histórico. Los rechazos frecuentes de los modos de vida asociados al capitalismo (múltiples enajenaciones, consumismo y destrucción del planeta) señalan la posibilidad de esta emancipación.
4) – Liberarse del atlantismo y del militarismo que le está asociado, ambos destinados a hacer aceptar la perspectiva de un planeta organizado sobre la base del apartheid a escala mundial.
En los países del Norte el desafío implica que la opinión general no se deje encerrar en un consenso de defensa de sus privilegios con respeto a los pueblos del Sur. El internacionalismo necesario pasa por el antimperialismo, no por el humanitarismo.
En los países del Sur, la estrategia de los oligopolios mundiales lleva consigo el hacer recaer el peso de la crisis sobre sus pueblos (desvalorización de sus reservas de cambio, baja de los precios de las materias primas exportadas y alza de los precios de los productos importados). La crisis ofrece la ocasión del renacimiento de un desarrollo nacional, popular y democrático autocentrado, que someta las relaciones con el Norte a sus exigencias, esto es, la desconexión. Lo cual implica:
a) El control nacional de los mercados monetarios y financieros
b) El control de las tecnologías modernas en adelante posible,
c) La recuperación del uso de los recursos naturales,
d) La derrota de la gestión globalizada, dominada por los oligopolios (la OMC) y la del control militar del planeta por Estados Unidos y sus aliados,
e) Liberarse de las ilusiones de un capitalismo nacional autónomo en el sistema y de los mitos del pasado.
f) La cuestión agraria, en efecto, está en el centro de las opciones por venir en los países del Tercer Mundo. Un desarrollo digno de llamarse así exige una estrategia política agrícola basada sobre la garantía del acceso a la tierra para todos los campesinos (la mitad de la humanidad). En contrapartida, las fórmulas preconizadas por los poderes dominantes – acelerar la privatización de la tierra agrícola y transformar la tierra agrícola en mercancía – llevan consigo el éxodo rural masivo que bien venimos conociendo. Como el desarrollo industrial de los países afectados no puede absorber dicha superabundante mano de obra, ésta se concentra en las barriadas miserables de los extrarradios ciudadanos o se deja tentar por las trágicas aventuras de una huida en balsa por el Atlántico. Existe una relación directa entre la supresión de la garantía del acceso a la tierra y el aumento de las presiones migratorias.
g) La integración regional, al favorecer el surgimiento de nuevos polos de desarrollo, ¿puede constituir una forma de resistencia y de alternativa? La regionalización es necesaria, tal vez no para gigantes como China y la India o incluso para Brasil, pero seguramente sí para otras muchas regiones, en el sudeste asiático, en África o en América Latina. Este continente está un poco por delante en ese terreno. Venezuela, oportunamente, ha tomado la iniciativa de crear el Alba (Alternativa bolivariana para América Latina y el Caribe) y el Banco del Sur (Bancosur), incluso antes de la crisis. Pero el Alba – un proyecto de integración económica y política – todavía no ha recibido la adhesión de Brasil ni la de Argentina. En cambio, el Bancosur, que supuestamente debe promover otra forma de desarrollo, asocia igualmente a estos dos países pese a que, hasta hoy, sigan teniendo una concepción convencional del papel que ha de desempeñar un banco.
Los avances en esas direcciones tanto en el Norte como en el Sur, que son la base del internacionalismo de los trabajadores y de los pueblos, constituyen las únicas garantías de reconstrucción de un mundo mejor, multipolar y democrático, única alternativa a la barbarie del envejecido capitalismo.
Más que nunca, la lucha por el socialismo del siglo XXI está a la orden del día.
Traducido por Manuel Colinas para Investig’Action – www.michelcollon.info (revisado por el equipo editorial de Rebelión)
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