Notas preliminares «La crítica ha arrancado las flores imaginarias de la cadena, no para que el hombre siga soportando esa cadena sin fantasía ni consuelo, sino para que se arranque la cadena y recoja la flor viviente.» (Karl Marx) La circulación de un comunicado internacional [1] que apoyamos sobre la crítica situación venezolana ha desencadenado […]
Notas preliminares
«La crítica ha arrancado las flores imaginarias de la cadena, no para que el hombre siga soportando esa cadena sin fantasía ni consuelo, sino para que se arranque la cadena y recoja la flor viviente.» (Karl Marx)
La circulación de un comunicado internacional [1] que apoyamos sobre la crítica situación venezolana ha desencadenado una andanada de reacciones y polémicas al interior (del heterogéneo campo) de la izquierda. Lamentablemente, a pesar de que se invitaba a abrir un debate para «mirar a Venezuela más allá de la polarización», el sentido mayoritario de las contestaciones se hizo eco del maniqueísmo y la lógica binaria que domina la escena trágica de la cotidianeidad venezolana. Más que analizar y debatir a fondo las condiciones, factores y procesos que condujeron a semejante crisis, muchas respuestas se arrogaron la tarea de dirimir quiénes están en el «lado correcto», de la «verdadera izquierda», y quiénes habrían cruzado la raya hacia el lado del «error» o la «defección».
Absolutamente ajenos a cualquier pretensión de ser «portadores de la verdad», estas líneas no quieren ser la prolongación de una polémica vacía y estéril sobre la propiedad de la «razón» o de las interpretaciones y posiciones políticas «correctas» sobre el caso venezolano. Tampoco nos interesa defender (ni atacar) la reputación intelectual y/o política de quienes toman una u otra postura. Esa vía resulta completamente banal e inconducente. En esa dirección, la descalificación (a las personas), sustituye a la argumentación (sobre los procesos) y se soslaya el foco de la cuestión. Porque, de lo que se trata no es de juicios sobre individuos, sino de procesos políticos y sujetos históricos (en continua reconfiguración).
En ese sentido, nos parece fundamental volver el debate sobre los alcances y límites del proyecto bolivariano [2] . Precisamente por tratarse del caso que con mayor convicción y decisión política ha encarado el desafío de un cambio revolucionario en estos tiempos, por ser el proceso que con mayor radicalidad ha trazado sus políticas y objetivos; en fin, por ser el único que se planteó explícitamente el desafío de construir el socialismo del siglo XXI (no sólo dentro del concierto de los gobiernos progresistas en América Latina, sino en el mundo), es que urge repensar Venezuela; tener el coraje de ver la génesis y el devenir del proceso bolivariano con honestidad intelectual y compromiso histórico, para procurar entender cómo y por qué desembocó en la dramática situación en la que hoy se encuentran el pueblo venezolano y el proceso bolivariano mismo.
Nos parece fundamental tener la capacidad para entablar un diálogo al interior de las fuerzas y sujetos comprometidos con el cambio revolucionario, que nos ayude a elucidar cómo y por qué el proyecto más radical acabó en la crisis aparentemente terminal en la que hoy se encuentra. Decir que estamos hoy ante un gobierno «revolucionario»; sostener que la crisis que atraviesa es consecuencia exclusiva del «asedio del imperialismo», no resulta una descripción empíricamente sostenible, ni una explicación consistente, acorde a la complejidad de los hechos.
Interpelados por el carácter histórico disruptivo del proceso bolivariano, profundamente comprometidos con sus aspiraciones y potencialidades revolucionarias, pero también conmovidos por las intensas y complejas contradicciones que lo atraviesan, creemos que nuestro desafío pasa por ser capaces de realizar los aprendizajes históricos que semejante experiencia nos puede brindar a fin de revisar y reformular los sentidos a futuro de nuestras luchas emancipatorias. En esa dirección, con ese espíritu, proponemos algunas cuestiones preliminares a debatir.
1.- La crítica (¿inconveniente o imprescindible?)
1. 1.- El «Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela» que en su momento firmamos, es eso: un llamado a la reflexión, no una «acusación». Es una apelación fraterna al ejercicio de la crítica como pedagogía política, y como insumo indispensable de todo proceso revolucionario. Su contenido es, en sí, un ejercicio autónomo y colectivo de la crítica, que no pretende hablar en nombre de otra/os, ni arrogarse la representación de nadie; mucho menos, hablar desde ninguna presunta superioridad epistémica. Y sí, en efecto, es un llamado crítico que está explícitamente dirigido a revisar el apoyo incondicional y la defensa sin reservas, que diferentes actores y sectores del campo popular en nombre de «la revolución» y de «la izquierda» (ahora, la «verdadera izquierda»), vienen prestando al gobierno de Venezuela, así concebido como propietario monopólico del «proceso bolivariano».
1. 2.- Si las cargas de la crítica están puestas sobre los actuales conductores del Estado y del gobierno venezolano, no es porque ignoremos, minimicemos ni mucho menos pretendamos desconsiderar la responsabilidad política que le cabe a las fuerzas reaccionarias intervinientes, sino precisamente porque ello da cuenta de con quiénes procuramos dialogar y en quiénes recae la responsabilidad estatal de contener y desactivar la escalada de violencia y la militarización de la política en curso. Si nuestro llamado a la reflexión apunta centralmente a todas las fuerzas sociales y políticas que en general apoyan al proceso bolivariano, es porque allí tenemos depositadas nuestras genuinas esperanzas. En y a través del ejercicio de la crítica que reivindicamos, buscamos, no el derrumbe de dicho proceso, sino su re-encauzamiento y profundización.
1. 3.- Nos parece fundamental discutir la idea de que defender el proceso revolucionario implica suprimir toda crítica al Gobierno venezolano, a sus políticas y a sus conductores. No toda crítica puede ser des-calificada como sinónimo de «traición», «resabio burgués», de «hacerle el juego a la derecha» o ser «funcional al imperialismo». Para muchos sectores de la izquierda, ésta parece ser una premisa indiscutible. Nosotros, en cambio, pensamos que esto forma parte del catálogo de los más gravosos yerros históricos de la izquierda, asociados más al estalinismo que al socialismo que queremos y necesitamos para el siglo XXI [3] .
1. 4.- Algunos, reconociendo la pertinencia argumental de las críticas, las rechazan sin embargo por inoportunas; «aún siendo válidas, en esta coyuntura, terminan alentando el triunfo de la derecha», se dice. Pero es necesario preguntarse si es la crítica lo que debilita al proceso bolivariano, o si es su silenciamiento lo que está contribuyendo a su desmoronamiento. Hoy, efectivamente, las fuerzas de la derecha y los ataques pro-imperialistas son más virulentos que siempre. Pero, si la derecha se ha hecho más fuerte y más peligrosa no ha sido, creemos, por los aciertos y los avances del proceso revolucionario sino, por el contrario, por su involución y por los impases que hoy lo estancan. Los problemas están ahí; siguen ahí: el rentismo petrolero, una élite racista cuyas bases de poder no han sido horadadas, la dependencia alimentaria del país y el déficit alimentario y sanitario de los sectores populares, el deterioro de los bienes y servicios públicos, incluso de la ética pública y la valoración social de lo público, ni qué hablar de lo comunal/comunitario… Es necesario, entonces, pensar los límites, procurar sacarlos a la luz y debatirlos; no acallarlos ni ocultarlos. Eso, seguro, no nos lleva a ningún buen lugar, ni buen futuro.
1. 5.- Las izquierdas -conviene recordarlo- han cifrado siempre sus esperanzas históricas en las potentes armas de la crítica. Para las fuerzas emancipatorias en general, la crítica es pedagogía política del oprimido/a; es espacio de aprendizaje histórico de quienes luchan por su propia auto-emancipación. Desde esa postura, no hay proceso revolucionario sin un continuo proceso de educación popular, que significa aprender haciendo, construir conocimientos colectivos desde y para la liberación a partir de la continua deconstrucción y resignificación de sujetos, prácticas y procesos. Sin auto-crítica, no hay educación popular; sin educación popular, no hay cambio revolucionario.
2.- La derecha, golpista, pro-imperialista… y funcional al gobierno.
2. 1.- La caótica situación del pueblo venezolano es en gran medida agravada por violentas e ilegales maniobras de desestabilización agenciadas por sectores oligárquicos internos en alianza con fuerzas pro-imperialistas norteamericanas. Estos sectores se ven y actúan como los principales beneficiarios de la crisis. La aprovechan no sólo para desestabilizar al gobierno, sino para hundirlo cada vez más en el descrédito y la deslegitimación. Cuanto más degradada salga la imagen del gobierno y cuanto peor sean las condiciones de la crisis, mayor será el margen de maniobra económico y político y hasta el nivel de impunidad ideológico y jurídico que heredará el próximo gobierno. Cualquier escenario que otorgue a estos sectores el control del Estado signará una gravosa derrota que repercutirá larga e imprevisiblemente sobre los sectores populares y las aspiraciones emancipatorias en el país, en la región y a nivel global. Nadie que honestamente se diga «de izquierda» puede alentar esa «salida». Sobre esto no cabe la menor duda y nunca estuvo en discusión.
2. 2.- Las expresiones extremas de la derecha -presentes y activas en Venezuela y en toda Nuestra América -, lo sabemos, condensa lo peor del poder reaccionario que históricamente ha urdido este mundo de muerte; son una clase minoritaria que ha construido su reducto de privilegios a costa de la mundialización de la violencia ecocida, racista, clasista, patriarcal. Con ella, aliada histórica del imperialismo norteamericano, no hay condiciones de diálogo, ni nos despierta ninguna ingenua expectativa política, excepto lograr avanzar en la erosión y deconstrucción de las condiciones económicas, sociales y políticas que la hicieron posible. Frente a ellas, en todo caso, se activa el complejo dilema freireano/fanoniano del genuino cambio revolucionario: de cómo transformar las condiciones estructurales de la opresión histórica que encarnan, sin que esto signifique o desemboque en un simple cambio de posiciones y roles entre opresores y oprimidos.
2. 3.- Esa derecha extrema, golpista y pro-imperialista, constituye tanto una amenaza real como un ficticio salvoconducto al que el gobierno venezolano se empeña en aferrarse como el único reducto restante para (auto)representarse y pretender legitimarse como lo que evidentemente ya no es: un gobierno popular, de izquierda y (menos que menos) socialista. Los planes de la derecha golpista son, hoy por hoy, el único argumento en pie al que apela el oficialismo de izquierda para seguir soslayando los graves problemas de corrupción, ineptitud, autoritarismo, violación del orden constitucional y las propias políticas económicas regresivas que el gobierno de Maduro ha venido implementando, en el marco de la grave crisis generalizada (económica, social, política e institucional) que atraviesa al pueblo venezolano. Así, quienes son objetivamente el peor enemigo de los intereses populares, funcionan también, paradójicamente, como el principal aliado coyuntural del actual gobierno y sus defensores.
2. 4.- El gobierno venezolano y lo que llamamos la «izquierda oficialista» justamente por abroquelarse en la defensa ciega e irrestricta de cualesquiera de las medidas y políticas del mismo (actitud que hacen extensiva a los gobiernos de Evo Morales en Bolivia, y de la «revolución ciudadana» en Ecuador), adjudican al golpismo de derecha y al imperialismo (definido en clave exclusivamente norteamericana), el origen y el fondo de los graves problemas sociales que afectan al pueblo venezolano, y de la crisis política que atraviesan los ‘gobiernos progresistas’ en general, en la región.
Se niegan así a reconocer en qué medida la crisis es también, en buena medida, producto de las políticas gubernamentales aplicadas y hasta qué punto son los propios gobiernos y sus políticas en curso quienes están obturando las posibilidades transformativas y, al contrario, alimentando las salidas más reaccionarias . Si en los casos de Bolivia y Ecuador no se ha llegado una situación crítica comparable, en el caso de Venezuela no se puede desconocer que ya no sólo estamos ante un escenario donde el propio Gobierno ha venido aplicando medidas abiertamente neoliberales y represivas [4] , sino donde se ha ingresado a un estado tal de descomposición del tejido social y deterioro de la vida colectiva que se hace ya prácticamente insostenible y que, hoy por hoy, es el principal caldo de cultivo de las expresiones más extremas y reaccionarias de la derecha [5] .
2. 5.- Nos parece imprescindible reconocer que las fuerzas de extrema derecha no engloban (ni mucho menos!) a toda la oposición movilizada contra el actual gobierno, de la misma manera que no se puede confundir el proceso bolivariano en general con el gobierno, ni atribuir su legítimo monopolio a quienes hoy detentan el control del Estado. El binarismo maniqueo con que la izquierda oficialista mira la coyuntura política venezolana no sólo supone una burda distorsión de un escenario político más complejo, sino que además termina invisibilizando temas, sujetos y procesos que están por afuera de esa polaridad hegemónica construida, únicamente funcional a los sectores más regresivos dentro de la oposición y del gobierno [6] . Pareciera cada vez más evidente que la violencia política del actual escenario venezolano corresponde menos a una lucha de clases que a la una mera confrontación entre élites por el control de la renta petrolera [7] .
2. 6.- En particular, no se puede ignorar que fuerzas cada vez más numerosas del chavismo en particular y de la izquierda en general, así como líderes chavistas altamente representativa/os, entre ella/os, ex ministra/os y alta/os funcionaria/os de los anteriores gobiernos de Chávez han venido reaccionando críticamente ante los extravíos del rumbo político del Gobierno de Maduro y su entorno. Se trata de fuerzas políticas pro-chavistas que están afuera del gobierno, trabajando en la construcción de alternativas a la polarización de élites extremistas que domina la coyuntura política. Fundamentalmente, se trata de actores y procesos colectivos que procuran construir alternativas de re-encauzamiento, recuperación y profundización de las transformaciones revolucionarias que inició el chavismo, y no su implosión.
3.- La democracia (mero fetichismo burgués o piso mínimo del socialismo?).
3. 1.- La escalada de violencia que hoy se cierne sobre la sociedad venezolana brota de un círculo perverso de hegemonía bipolar montado entre extrema derecha e ‘izquierda’ oficialista, que se retroalimenta recíprocamente llevándose por delante, como un torbellino, las fuerzas y posibilidades de una salida democrática y pacífica de la crisis, a esta altura cada vez más remota. Si a la derecha la democracia nunca le importó realmente, para ciertos sectores de la izquierda oficialista pareciera ser una condición accesoria, prescindente y/o sacrificable en pos de las coyunturas políticas. Tal parece ser la clave de lectura aplicada al gobierno venezolano.
3. 2.- Empeñado en considerarlo el demiurgo exclusivo del ‘proceso revolucionario’, el oficialismo de izquierda soslaya las graves violaciones de derechos constitucionales y la deriva autoritaria del gobierno de Maduro. Apelando a una retórica de «lucha de clases» y de «guerra defensiva contra la agresión imperialista», instituye una suerte de lógica política maquiavélica desde la cual se afirma que «todo vale» cuando se trata de «salvar el proceso revolucionario». Se confunde claridad ideológica con apoyo incondicional. Y desde esa mirada, toda oposición es expresión de la derecha, o funcional a ella. Abierta o soterradamente, en la escalada de la crisis, se instala una razón de estado jacobina, que deposita la tarea de la «defensa de la revolución bolivariana» en el Estado y más precisamente, en las élites militares y del PSUV que detentan hoy su control. De ese modo, lejos de dar lugar a una apertura de mayor participación popular y a hacer del pueblo organizado el principal bastión de defensa, estamos asistiendo a un proceso de concentración burocrático-militar y autoritarismo, que en definitiva, resulta funcional a los planes e intereses de las derechas más extremas.
3. 3.- Al equiparar la actual crisis política con el intento del golpe de Estado a Chávez en el 2002, la izquierda oficialista omite una diferencia fundamental: la contundente movilización popular que la hizo fracasar. Entre muchas, la diferencia determinante que separa a los gobiernos de Chávez respecto del actual gobierno de Maduro, es el abrumador apoyo en las urnas que tenía aquel y que éste ha perdido. Le guste o no a quien sea, la legitimidad política de Chávez estaba monolíticamente construida y acorazada sobre amplias mayorías electorales. El gobierno de Maduro no sólo no puede exhibir semejante argumento, sino que, desde la dura derrota electoral sufrida en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, ha incurrido en crecientes violaciones a la Constitución bolivariana con el objeto de seguir gobernando unilateralmente, incluso con un índice de apoyo extremadamente bajo. No sólo ha violentado los procedimientos de renovación del Tribunal Supremo de Justicia y del Consejo Nacional Electoral, se han aprobado leyes orgánicas sin el concurso de la Asamblea Legislativa, y se ha impedido la realización de un referéndum revocatorio (un mecanismo constitucional de democracia participativa, impulsado por amplios sectores sociales y políticos), sino que además, se han suspendido sin fecha las elecciones a gobernador que debieron realizarse en el 2016. En definitiva, desde la estrepitosa derrota electoral en 2015, no hay elecciones en Venezuela; el gobierno ha bloqueado ese elemental instrumento constitucional por el mero hecho manifiesto de que no está en condiciones de obtener siquiera un resultado decoroso.
3. 4.- Es claro que la democracia no se reduce a lo electoral; pero sin elecciones no hay democracia. En este sentido, nuestro llamado a respetar y defender la vigencia elemental de los derechos humanos y de las condiciones procedimentales mínimas de un Estado de Derecho, no tienen nada que ver con fetichismo burgués; la reivindicación de las condiciones y el carácter democrático de los procesos políticos, de ninguna manera suponen la idealización de la institucionalidad liberal, sino todo lo contrario: trascender revolucionariamente los límites de la «democracia representativa» supone no borrar o violentar esos mínimos, sino ir más allá de ellos. El rechazo al autoritarismo y la defensa de los Derechos Humanos no pueden ser asimilados a una postura «liberal-burguesa»; son parte de las banderas fundamentales de nuestros pueblos en su histórica lucha contra el colonialismo (externo e interno) y el imperialismo, la opresión de clase, racial y de género. El compromiso con la democracia que demandamos en nuestro comunicado se refiere, sí, a la de elecciones libres y periódicas, pero no exclusivamente a eso: hablamos explícitamente de «democracia participativa», «democracia igualitaria», «ciudadanos en las calles», «ampliación de las arenas públicas para la toma colectiva y comunitaria de las decisiones» y «ampliación de la frontera de derechos en pos de una sociedad más justa». Me pregunto, ¿será posible que en el siglo XXI volvamos a recaer y reivindicar los crasos errores de las fallidas experiencias del socialismo realmente (in)existente del siglo pasado? ¿No ha remarcado el propio Comandante Chávez que lo democrático debiera ser un aspecto irrenunciable y distintivo del socialismo del siglo XXI?
3. 5.- El flagrante autoritarismo del actual gobierno venezolano no significa que sea un gobierno ni fuerte, ni mucho menos monolítico. Al contrario, se trata de un gobierno claramente débil y fragmentado, incapaz de generar amplios consensos sociales y de procesar democráticamente las disidencias. El oficialismo de izquierda sigue pensando la revolución desde el poder del Estado; cree que la suerte de la revolución se juega en el mantenimiento del gobierno, y por ello se aferran a él, por cualquier medio y a toda costa. La lucha contra la arbitrariedad, los abusos de poder, las violaciones a derechos civiles y políticos básicos, la importancia del pluralismo el respeto por la diversidad y el diálogo como medio de construcción política, no son banderas del liberalismo; las entendemos como condiciones indispensables para cualquier proceso político que se pretenda emancipatorio. De otro modo, no se ve cómo afrontar de modo creativo y superador los complejos desafíos de la construcción del poder popular a partir de un campo de opresiones múltiples, estructuralmente heterogéneo, que demanda aprender a conjugar la diversidad y complementariedad de las luchas; no a regresar a viejos dogmatismos como la apelación al rol esclarecido de «vanguardias» y dictaduras del proletariado.
Más allá de estos aspectos cruciales, la lamentable deriva de crisis generalizada y autoritarismo que signa la trayectoria del gobierno venezolano en los últimos años pone de manifiesto problemas de fondo en la concepción del proceso revolucionario; problemas que no se circunscriben a los yerros del gobierno de Maduro, ni sólo al proceso bolivariano, sino que afectan al conjunto de las experiencias gubernamentales del ciclo progresista. Esos problemas de fondo, tienen que ver, a nuestro entender, con creer que superar el neoliberalismo era simplemente cuestión de volver al keynesianismo; con reducir el imperialismo a una cuestión de agresión externa, y básicamente norteamericana; en fin, con haber pensado que era posible construir una sociedad más justa, más igualitaria y democrática sobre la base de la profundización del extractivismo.
Esos problemas, la dificultad para verlos como obstáculos insalvables en los procesos emancipatorios, expresan sintomáticamente el sesgo colonial de la mirada progresista. Permiten comprender el camino trunco dejado por los gobiernos que asumieron ese ideario y también el por qué del sabor amargo, del malestar de resaca social dejado tras el fin de ciclo. Por eso mismo, discutirlos como tales, como límites, es una condición necesaria para reinventar la idea de revolución; para re-imaginar y re-dimensionar la naturaleza y magnitud de los cambios que precisamos hacer en dirección a la construcción del socialismo del siglo XXI.
A inicios del siglo XXI, las cadenas que subyugan al pueblo nuestroamericano se revistieron (una vez más) de las flores propias de la fantasía colonial (neo)desarrollista… Ahora que esas flores están marchitas, debemos volver a lidiar con la cadena misma…. En Nuestramérica, la América indígena, campesina, afrodescendiente, mestiza, favelada, el nombre de esa cadena bien podría ser resumido bajo el de «regímenes extractivistas» . En el caso venezolano, el problema no es, a nuestro modo de ver, el «régimen de Maduro», ni el del «chavismo como régimen»; el problema es justamente cómo el chavismo en el Estado terminó profundizando y ampliando el viejo régimen del extractivismo petrolero.
[1] Nos referimos al «Llamado Internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela. Mirar a Venezuela, más allá de la polarización».( http://llamadointernacionalvenezuela.blogspot.com.ar/2017/05/llamado-internacional-urgente-detener_30.html ). Ese comunicado ha provocado varias contestaciones, más que críticas, diría descalificatorias, entre ellas, un «contra-comunicado» también colectivo titulado «¿Quién acusará a los acusadores? Respuesta a la solicitada de intelectuales contra el proceso bolivariano de Venezuela» ( http://contrahegemoniaweb.com.ar/quien-acusara-a-los-acusadores-respuesta-a-la-solicitada-de-intelectuales-contra-el-proceso-bolivariano-de-venezuela/ ).
[2] Cuando este escrito (y su segunda parte) ya estaba prácticamente terminado, se publicó un dossier editado por Daniel Chávez, Hernán Ouviña y Mabel Thwaites Rey («Venezuela. Debates urgentes desde el Sur», disponible en: https://www.tni.org/files/publication-downloads/venezuela-sur.pdf ) en el que intervienen varia/os firmantes de los comunicados arriba mencionados. Afortunadamente, ese texto se aleja del tipo y estilo de confrontación que se vino dando y se centra en lo que justamente reclamamos en estas líneas. Por mi parte, destaco que en esa publicación muchos de quienes firmaron el segundo comunicado hacen críticas al proceso bolivariano y al actual gobierno venezolano muy en sintonía con las preocupaciones que motivaron nuestra comunicación inicial.
[3] Una lacónica reflexión de Marcelo Pereira, nos parece sumamente apropiada al respecto: «Las izquierdas ya deberían haber aprendido, tras numerosas lecciones desde el siglo pasado, que el criterio de defender todo lo que sea atacado por la derecha -o, peor, la idea de que algo debe ser defendido porque la derecha lo ataca- es una pésima brújula para quienes quieren rumbear hacia relaciones sociales más libres y más justas. Pero parece que todavía no lo aprendieron.» (Resaltado en el original. http://nuso.org/articulo/las-izquierdas-latinoamericanas-y-la-cuestion-de-venezuela/ ).
[4] Las medidas de política económica aplicadas por el gobierno de Maduro ante la crisis económica desencadenada por la abrupta caída de los precios internacionales del petróleo (producto que representa el 96 % de las exportaciones del país) han sido abiertamente regresivas para los procesos que venían en marcha, combinando un agravamiento del endeudamiento externo, la liberalización y apertura al capital transnacional, y la profundización del extractivismo, ahora extendido a la explotación a gran escala de yacimientos minerales. La creación de Zonas Económicas Especiales con grandes incentivos fiscales y desregulaciones a favor del capital transnacional, el Decreto presidencial de creación del «Arco Minero del Orinoco» y la firma de acuerdos con empresas mineras extranjeras para su explotación, poniendo en suspensión hasta la propia normativa constitucional en una zona de 112.000 km2, así como los enormes volúmenes de drenaje de divisas tanto por el pago de los servicios de la deuda externa como por mecanismos de corrupción en el manejo del comercio exterior, completamente controlado por el Estado, son algunos de los más graves e inobjetables ejemplos de este giro hacia un «neoliberalismo mutante» (la expresión es de Emiliano Terán Mantovani) encarado por el Gobierno.
[5] Entre de la gran cantidad de diagnósticos y análisis sobre el actual escenario sociopolítico y económico venezolano tomamos como referencia y sustento de nuestras reflexiones dos textos que a nuestro entender sintetizan con claridad y profundidad la naturaleza, complejidad y gravedad de la crisis, a saber: «La implosión de la Venezuela rentista», de Edgardo Lander (https://www.aporrea.org/energia/a230770.html), «Siete claves para entender la crisis actual, de Emiliano Terán Mantovani (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225731) y «Venezuela: un barril de pólvora», de Edgardo Lander y Santiago Arconada Rodríguez (http://nuso.org/articulo/venezuela-un-barril-de-polvora/?page=2).
[7] Raúl Zibechi, «Venezuela, el Estado y el Poder. Cuando la izquierda es el problema». http://www.lafogata.org/zibechi2017/04/raul.20.1.htm
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