Sin quererlo Lula se convirtió en el convocante y anfitrión de un acontecimiento político internacional que sirvió de caja de resonancia para los reclamos árabes contra Israel y Estados Unidos. Algunos vaticinaron un encuentro deslucido por la cancelación, a último Momento, de algunos jefes de estado de países clave del mundo árabe, como Egipto, Siria, […]
Sin quererlo Lula se convirtió en el convocante y anfitrión de un acontecimiento político internacional que sirvió de caja de resonancia para los reclamos árabes contra Israel y Estados Unidos.
Algunos vaticinaron un encuentro deslucido por la cancelación, a último Momento, de algunos jefes de estado de países clave del mundo árabe, como Egipto, Siria, Arabia Saudita y Libia. Sin embargo, la Cumbre Países Árabes-Sudamérica, que tuvo lugar en la capital de Brasil entre los días 10 y 11 de mayo, dio mucho que hablar, no tanto por la importancia de los acuerdos comerciales, sino por el fuerte contenido político de la declaración final y de los discursos inaugurales.
Aunque la intención de la convocatoria del presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, en el 2003 era estrechar los lazos comerciales y aumentar el flujo de intercambio entre las dos regiones, el pretendido perfil económico de la Cumbre pasó de lleno a un segundo plano. Sin discrepancias y con apoyo unánime, la Declaración de Brasilia difundida al término de la reunión, es un extenso manifiesto contra la política internacional norteamericana de injerencia en asuntos internos de los países árabes y de reivindicación de la creación del Estado palestino en Jerusalén. Este documento le imprime un contenido político fuerte a la cooperación Sur-Sur proclamada en diversos foros y cumbres de los países en desarrollo, pero que por primera vez en esta reunión, que ya fue calificada de histórica por la prensa internacional, deja por escrito una crítica directa a Washington cuando condena las sanciones comerciales a Siria impuestas por EE.UU. y la unilateralidad asociada al Gobierno de George W. Bush.
El respeto a las decisiones tomadas en el ámbito de la ONU para la resolución pacífica de conflictos internacionales también aparece en varios párrafos de la declaración y claramente es una flecha disparada directamente al corazón de Washington. En el apartado específico referido a Palestina los países participantes «reafirman la necesidad de la realización de los derechos nacionales legítimos del pueblo palestino, así como la creación del Estado Palestino independiente con base en las fronteras de 1967» y además reclaman «la retirada de Israel de todos los territorios árabes y el desmantelamiento de los asentamientos, inclusive los de Jerusalén Oriental».
Sin duda los 22 países árabes que participaron de esta Cumbre se van más que satisfechos y agradecidos con los países de Sudamérica y en especial con Brasil. Seguramente el Gobierno brasileño esperará reciprocidad y sobre todo un respaldo reforzado por parte de los gobiernos árabes a su aspiración de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Claro que no faltó una reivindicación desde este lado del mundo en la declaración final: El Gobierno argentino obtuvo pleno respaldo de los otros 33 países asistentes a la Cumbre para condenar a la Unión Europea por incluir a las Islas Malvinas en su constitución como parte de territorios británicos de ultramar.
Los que apostaban al fracaso de esta cúpula, parecen haberse equivocado, no así los que sospechaban que podría salirse de los carriles puramente comerciales. Es verdad que a Brasil «se le fue de las manos» el carácter de la reunión, pero no parece haberse sentido demasiado incómodo. De todas maneras habrá que esperar las reacciones de Estados Unidos, a las que Brasil no es insensible.