Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
(Atención: éste es un remix alternativo de un original del New York Times.)
BAGDAD: El Pentágono declaró oficialmente el jueves la muerte de su invasión que costó 3 billones de dólares y suma y sigue, relacionada con la «guerra contra el terror», ocupación y matanza de la nación iraquí, incluso mientras el país se preparaba para una guerra civil suní-chií de baja intensidad y el mundo musulmán se pregunta qué es lo que pasó con el Gran Medio Oriente del gobierno de George W Bush.
En un búnker de hormigón al aire libre en el antiguo aeropuerto de Bagdad convertido en base militar, el jefe del Pentágono elogió a más de un millón de estadounidenses uniformados o integrados en equipos de mercenarios por «el notable progreso» de muerte y destrucción logrado durante los últimos nueve años, pero reconoció los severos desafíos que enfrenta el país prácticamente devastado.
«Quiero ser claro: Iraq se enfrentará a grandes pruebas en el futuro: por al Qaida en el País de los Dos Ríos, por al Qaida en el Magreb, por al Qaida en la Península Arábiga, por los talibanes, por Irán, por Hizbulá, por la dictadura de Assad en Siria, por China, por Rusia, por Ocupa Wall Street.
«Todavía hay desafíos, pero EE.UU. estará presente para apoyar al pueblo iraquí con la cantidad necesaria de misiles Hellfire mientras se enfrenta a esos desafíos para la construcción de un refugio próspero para el neoliberalismo y las corporaciones estadounidenses».
La silenciosa ceremonia contrastaba con la espectacular ola de «choque y pavor» de 2003 cuando EE.UU. totalmente envalentonado por una mentira tras las otra impresas en la primera plana del New York Times envió columnas de tanques hacia el norte desde Kuwait e iluminó el cielo «como en Navidad» sobre Bagdad, según la CNN, para realizar el cambio de régimen del malvado dictador Saddam Hussein.
Hasta el viernes pasado la guerra de Iraq había costado 4.487 estadounidenses muertos y otros 32.226 heridos en combate, según estadísticas del Pentágono. En cuanto a las víctimas iraquíes, el Pentágono no cuenta los cadáveres.
El tenor de la emocionante ceremonia de despedida, de una hora de duración, llamada oficialmente «Adiós, cabezas de toalla», probablemente hizo sonar una trompeta cuestionable de una guerra que se inventó para liberarse de unas inexistentes armas de destrucción masiva. Ahora termina sin que el Pentágono ha logrado lo que deseaba para empezar: la sección iraquí del Imperio de Bases estadounidenses, esencialmente porque el desagradecido primer ministro Nuri al-Maliki les mostró la puerta.
Aunque la impresionante ceremonia del jueves marcó el fin oficial de la guerra, el Pentágono, por si acaso, todavía tiene dos bases en Iraq y unos 4.000 soldados, incluidos varios cientos que asistieron a la ceremonia. En el clímax de la guerra en 2007, durante la ‘oleada’ del general David Petraeus, la ocupación tenía unas 505 bases y más de 170.000 soldados.
Según los oficiales, los incondicionales restantes todavía experimentan a diario el amor iraquí, sobre todo por medio de artefactos explosivos improvisados colocados estratégicamente contra convoyes que van por Iraq al sur, hacia las bases de Kuwait.
Incluso después del cierre de las dos últimas bases y de que los últimos soldados estadounidenses vuelvan a casa a un desempleo seguro antes del 31 de diciembre, algunos cientos de militares y algunos agentes y mercenarios se quedarán gracias a un sospechoso acuerdo con el gobierno de Bagdad, trabajando en la embajada de EE.UU., más grande que el Vaticano, como parte de una Oficina de Cooperación de Seguridad para colaborar en negocios de armamento altamente lucrativos.
Pero es posible que el próximo año se reinicien negociaciones respecto a si podrán volver más soldados, agentes y mercenarios estadounidenses para beneficiarse aún más con la acción.
Los altos cargos del Pentágono no ocultaron que ciertamente echarán de menos la acción, así como el petróleo que finalmente no obtuvo EE.UU. Pero existe el asunto de todos esos F-16 que Bagdad está obligada a comprar; tiene que utilizarlos bien y no dejar que se asen en el desierto al-Anbar.
«Para ser franco, tienen poca capacidad desde el punto de vista de la defensa ante una traicionera bomba de al Qaida en la ropa interior», dijo en una entrevista mientras engullía un Big Mac, el general Lloyd J Austin III, el comandante estadounidense saliente de Iraq.
La frágil atmósfera de la seguridad en Iraq fue subrayada por una flota de helicópteros artillados que sobrevoló la ceremonia, en busca de ocultos agentes de al Qaida. Aunque hay mucho menos violencia en todo Iraq que durante el clímax de la guerra sectaria fraguada por EE.UU. en 2006 y 2007, mucha gente sigue muriendo todos los días y los estadounidenses siguen siendo el objetivo preferido de los seguidores del sedicioso clérigo chií, Muqtada al-Sadr.
Panetta reconoció que «el coste fue elevado en sangre y dinero para EE.UU. y también para el pueblo iraquí. Pero esas vidas no se perdieron en vano, trajeron al mundo un régimen cliente totalmente devastado, totalmente segregado, totalmente traumatizado. Lo único que no sabemos todavía es si será cliente de EE.UU. o de Irán».
Hubo euforia entre muchos iraquíes durante un día o dos en abril de 2003 ante una invasión estadounidense tan exitosa. Pero el apoyo pronto se desvaneció cuando los marines empezaron a disparar contra civiles desarmados en medio de un creciente sentimiento de una ocupación dura que desencadenó sangrientas rivalidades sectarias y religiosas.
Después de que el escándalo de la prisión de Abu Ghraib demostró que EE.UU. tenía y hacía lo que quería y en la niebla de la guerra civil los suníes y chiíes por igual decidieron combatir a los ocupantes, a los kurdos no les importó, mientras un grupo afiliado a al Qaida aprovechaba la ocasión para arraigarse en la población minoritaria suní.
Aunque el grupo terrorista ha perdido efectividad por una dura serie de incursiones de Operaciones Especiales que incineraron a varios dirigentes de al Qaida, y los sacos de dinero distribuidos a miembros de las tribus suníes, los especialistas de inteligencia temen que esté resurgiendo.
La ocupación estadounidense de Iraq también puso trabas a la capacidad de Washington de amañar una narrativa de EE.UU. en apoyo a los levantamientos de la Primavera Árabe de este año, que sorprendió a Washington dormido al volante.
Finalmente, hubo que arrastrar al Pentágono, chillando y pataleando, para que entregue las bases al gobierno iraquí. En todo el país, el cierre de preciosos puestos avanzados del amplio Imperio de Bases de EE.UU. ha estado marcado por una silenciosa reunión a puertas cerradas en la cual los oficiales estadounidenses e iraquíes firmaron documentos que entregaron legalmente el control de las bases a los iraquíes, intercambiaron apretones de manos y apenas disimularon su desdén mutuo.
El presidente del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el general del ejército Martin E. Dempsey, ha servido en dos períodos como mando en Iraq desde la invasión en 2003, y señaló durante la ceremonia que la próxima vez que vaya a Irán tendrá que ser como invitado.
Al consultarles para la elaboración de este artículo, los iraquíes que quemaban banderas estadounidenses en Faluya -destruida por EE.UU. para «salvarla» a finales de 2004- sugirieron que Dempsey tendrá que resignarse a esperar eternamente.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su nuevo libro, recién aparecido, es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected].
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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