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Respuesta al texto de Juan Torres

Decrecer bien o decrecer mal

Fuentes: Rebelión

Juan Torres López, Consejo Científico de ATTAC España criticaba las, a su juicio, inconsistencias del concepto decrecimiento en un artículo publicado recientemente. Aunque comparto algunas de sus opiniones, veo importante contestarle, porque me parece que concibe los problemas del medio ambiente y el decrecimiento desde un punto de vista que debemos empezar a abandonar. En […]


Juan Torres López, Consejo Científico de ATTAC España criticaba las, a su juicio, inconsistencias del concepto decrecimiento en un artículo publicado recientemente. Aunque comparto algunas de sus opiniones, veo importante contestarle, porque me parece que concibe los problemas del medio ambiente y el decrecimiento desde un punto de vista que debemos empezar a abandonar.

En primer lugar me gustaría aclarar una cuestión. A mi juicio, el discurso decrecentista tiene dos caras. La primera es la que constata que el decrecimiento material es un hecho observable ya en algunos recursos, y, a medio plazo, seguro para muchos otros. La segunda cara, un poco más amable, es aquella que piensa que es posible obtener mayor bienestar humano consumiendo mucho menos y, por tanto, hay un camino de mejora de eficiencia (digamos de decrecimiento «político») que puede resultar esperanzador. Es preciso distinguir este decrecimiento material y energético, que no gusta a casi nadie y no podemos cambiar, porque concierne a las leyes físicas; del decrecimiento de nuestros deseos y expectativas, (o político), deseable, y que puede conducirnos a una sociedad mejor.

Los partidarios del decrecimiento se sienten tentados de mostrar principalmente la cara amable, pero, al hacerlo, el discurso queda cojo y parece una simple exposición de buenas intenciones, loables, pero, como dice Juan Torres, poco operativas y atractivas para la mayoría. Quizá este defecto tiene su origen en el descrédito que han tenido los estudios sobre los límites del crecimiento realizados desde los años 70. Después de la alarma inicial, sufrieron unas décadas de duras críticas y la opinión general que se tiene de ellos es que se equivocaron y predijeron una escasez que no ha sucedido. El discurso de la escasez que mostraban estos estudios ha sido muy difícil de mantener estas décadas, que hemos vivido una abundancia material sin parangón en la historia humana (muy mal repartida, ciertamente, pero grande). Quizá por ello, los ecologistas hemos abandonado el discurso de la escasez para centrarnos en el daño que el ser humano hace al planeta, lo cual parece un discurso bienintencionado pero poco operativo, como decía Juan Torres.

Sin embargo, 40 años después de estos estudios, y con los datos históricos en la mano, se puede constatar que los informes sobre los límites del crecimiento no se han equivocado, más bien destaca el acierto que están teniendo a la hora de predecir variables como la población mundial o la producción industrial. Esto, y la abrumadora colección de datos científicos que evidencian que hemos superado la capacidad de carga del planeta, hace pensar que sus predicciones tienen muchos visos de convertirse en realidad: en torno a la segunda década de este siglo, con gran seguridad, vamos a encontrarnos con los límites del crecimiento y nos exponemos a algo tan poco agradable como un colapso civilizatorio, que podemos reconducir mejor o peor, pero ya sin posibilidad de una estabilización suave como la que todavía era posible en los años 70. Así pues, nos vamos a encontrar con importantes problemas para mantener a más de 7000 millones de habitantes en un planeta de recursos materiales, energéticos y tierras fértiles en declive…y tenemos muy pocos años para reconducirnos.

El decrecimiento como un hecho, no como una opción.

Ante esta primera cara de la moneda, que, con los datos en la mano, es mucho más rotunda de lo que el ciudadano medio piensa, es importante dejar atrás discursos suaves como los englobados dentro del término «desarrollo sostenible». El «desarrollo sostenible» que hemos aplicado estas décadas (y que en casi todos los aspectos no se puede considerar sostenible) se ha basado en formas de producir que dañen menos al planeta, pero no ha querido tocar la raíz del crecimiento, y por ello ha terminado convirtiéndose en poco más que un puro maquillaje ambiental.

Por todo esto me parece que hay un problema de enfoque en el discurso de Juan Torres. Dice que, aunque es necesario «un cambio social basado en nuevas formas de producir, distribuir, consumir y pensar» discrepa del término decrecimiento y de su insistencia en el menos. Con este tipo de frases evidencia su esperanza en que eso que hemos llamado desarrollo sostenible todavía sea válido para resolver los problemas ambientales, mientras los datos y los estudios nos muestran que, claramente, no lo es.

El menos, en el terreno material, no sólo es necesario para cuidar el planeta, ahora mismo es un hecho, nos guste o no. Es obvio que tendremos que estabilizar algún día la población humana y el consumo de recursos, pero además, en el plano material, el menos ya está sucediendo.

Si tenemos en cuenta los stocks de recursos materiales renovables, es decir, todo aquello que, como las pesquerías, los bosques, la atmósfera, o las tierras fértiles, nos proporcionan recursos y absorben nuestros desechos; todos los stocks del planeta llevan décadas disminuyendo. Esto es una disminución neta en la capacidad del planeta para sostener la vida humana. Pero eso no es todo, en los últimos años también están disminuyendo los flujos, es decir, estamos teniendo problemas para extraer algunos recursos al ritmo que deseamos. Esto es ya una disminución  del consumo humano forzada por causas naturales. Ya estamos viendo que la extracción de petróleo se ha estancado desde el año 2005 debido al fenómeno del pico del petróleo, y también estamos viendo la disminución de las capturas debido al colapso de numerosas pesquerías. Luego, desde el punto de vista material, consumir menos no es una opción de los partidarios del decrecimiento, es una realidad. Ya estamos decreciendo.

Tendemos a enfocar demasiado el problema ambiental como una opción moral, algo así como «tenemos que consumir menos para cuidar el planeta», pero esta idea es antropocéntrica y falsa. No tenemos que consumir menos, vamos a consumir menos, al menos materialmente. Es cierto que la palabra decrecimiento en sí es poco atractiva como slogan y alude a algo en principio netamente negativo; pero no es cuestión de vender algo amable al ciudadano, sino de mostrar una realidad ¿Alguna idea sobre cómo vender esto un poco mejor?

La difícil sustitución de los recursos naturales

Cuando Juan Torres dice:«es necesario, … que crezca la [producción] de aquellos [bienes materiales] que pueden contribuir a la mejor formación, a la autonomía personal, al buen criterio, etc. de los seres humanos. Aunque, lógicamente, procurando que eso se lleve a cabo sin provocar daños añadidos a la vida, al equilibrio social y al del planeta», pone en evidencia una visión del medio ambiente muy común, pero que tenemos que empezar a abandonar. Esta visión, concibe el planeta como algo ajeno al proceso económico, e ignora que eso que llamamos economía, producción o tecnología, no son entes abstractos, sino subproductos de los recursos naturales y la energía. Tenemos que empezar a ver que, aunque hay formas de producir más limpias y eficientes, casi toda producción y actividad humana (excepto las más espirituales o artísticas) implica la apropiación de unos recursos que no quedan disponibles para otras especies. El mundo físico siempre es limitado y sujeto al problema del reparto, y el mundo físico son los mimbres con los cuales se hace nuestra economía, no son algo externo y ajeno a ella.

 

Las teorías económicas clásicas asumen que el papel de los recursos naturales y la energía en la producción son despreciables, y la tecnología permite la sustitución de éstos, pero cada vez son más los economistas que empiezan a dudar de esa visión. Es importante observar que las teorías económicas clásicas fueron concebidas en momentos históricos en los cuales la realidad física y tecnológica era muy diferente de la actual. Surgieron en épocas en que el planeta se encontraba lleno de recursos naturales por explotar (sobre todo combustibles fósiles) y empezaba a existir la tecnología capaz de explotarlos a gran escala. Es lógico que estas teorías conciban la naturaleza como algo ilimitado.

El panorama físico y tecnológico con el que nos encontramos ahora es muy diferente. En estos momentos los recursos empiezan a tocar sus límites y la tecnología está encontrando que, por una parte, muchos recursos naturales no son sustituibles y; por otra, casi todos los sustitutos son técnicamente inferiores. El panorama energético es especialmente relevante porque la energía es el recurso clave que permite utilizar el resto de los recursos. Ahora mismo, el petróleo está empezando a declinar y todos los sustitutos, o bien son claramente inferiores en sus prestaciones técnicas (como las baterías para acumular la electricidad y conseguir mover el vehículo eléctrico), o bien tienen techos de producción muy bajos (como los biocombustibles por su enormes requisitos de tierras y su bajo rendimiento), o bien dependen de materiales escasos (como las baterías, de nuevo), o bien son muy inmaduros y necesitarán décadas de desarrollo para ser comercializables si llegan a serlo, o bien requieren cambios sociales y culturales enormes (como la agricultura biológica como sustituto de la basada en abonos y pesticidas fabricados con petróleo, o el ferrocarril y el transporte público como sustitutos al automóvil).

La necesidad de nuevas relaciones entre la economía y los recursos naturales

Tenemos, por lo tanto, dos ideas: por una parte el decrecimiento material es un hecho, y por otra, la economía no se independiza tan fácilmente de los recursos materiales como hemos pensado. La conclusión de estas dos premisas es clara: es muy probable que el decrecimiento material conduzca, si no lo evitamos con mucha voluntad política, a una disminución muy desagradable de la calidad de vida, de la actividad económica, del bienestar social e incluso de la población humana.

Para evitar esta disminución general y catastrófica, sólo nos queda una opción: desacoplar de forma muy importante la actividad económica del consumo de recursos naturales y energía. Este enorme desacople debe ser un movimiento varios órdenes de magnitud mayor que el tímido aumento de la eficiencia o la intensidad energética que hemos visto en décadas pasadas. No es suficiente con consumir un poco menos energía por unidad de PIB. En estos momentos necesitamos un cambio varias veces mayor que todos los que hemos sabido realizar en los últimos siglos.

Este desacople economía-recursos naturales es un cambio radical en nuestra forma de concebir la producción y el consumo, es decir: un cambio radical del proceso económico. Además, sería deseable que fuera acompañado de modos de vida, valores y relaciones sociales como los que describen los partidarios del decrecimiento. Pero estos cambios personales no son sino una parte de ese cambio que debe ser, sobre todo, económico, si no queremos que el decrecimiento material nos lleve, simplemente, a la catástrofe humana.

Por eso cuando Juan Torres dice «el concepto de decrecimiento o no se puede poner en práctica o significa lo contrario de lo que propone», si se refiera al decrecimiento material, los hechos le contradicen: ya estamos decreciendo; y se refiere al «político» espero fervientemente que se equivoque, porque, si el decrecimiento político no es posible y el decrecimiento material es inevitable, vamos a tener una caída bastante poco agradable.

Juan Torres también escribe que el decrecimiento es «un concepto ajeno a la realidad del capitalismo actual». Probablemente tiene razón pero ¿es eso malo? ¿Significa que ecologistas y decrecentistas son idealistas nada conscientes de la realidad? Yo creo que es más bien lo contrario. Significa, simplemente, que el capitalismo es ajeno a la realidad de la tierra física, mientras los decrecentistas ven principalmente esta realidad material limitada. ¿Quién está más equivocado?

Del «más es más» al «menos el más» (a través del «más es menos»)

Durante años, todos los intentos del movimiento ecologista por aconsejar una gestión responsable de los recursos naturales chocaban contra un hecho: sobreexplotar los recursos resultaba rentable. Cuando los flujos de recursos materiales todavía podían aumentar, era muy difícil defender una limitación voluntaria. Los ecologistas defendíamos que degradar nuestros stocks era una pérdida, pero la «realidad» inmediata mostraba otra cosa muy diferente: degradar nuestro entorno no nos empobrecía (aparentemente), sino que conseguía generar mayor riqueza y bienestar para casi todos. En esta situación era lógico que la mayor parte de la población hiciera muy poco caso del ecologismo. Esto cambia radicalmente cuando se alcanza el límite de la explotación de un recurso. Al llegar a los límites, el empresario responsable y consciente sabe que debe cuidar su stock y limitar la extracción si quiere mantener su negocio, la autolimitación no es ya una cuestión moral, es simplemente económica.

En estos siglos nos hemos acostumbrado a una mentalidad basada en el crecimiento y nuestra economía está llena de lazos de realimentación tipo «más es más», es decir, realimentaciones que conducen al crecimiento. Bajar los impuestos, por ejemplo, conducía a estimular la actividad económica y terminar recaudando más impuestos. Pagar más a los trabajadores conducía a aumentar la actividad económica y mayores beneficios empresariales y, posiblemente, a salarios más altos. Pero ese tipo de dinámicas del crecimiento ¿no se ven cuestionadas cuando los recursos naturales ponen límites externos al crecimiento? ¿Qué pasa si, aunque suban los salarios o bajen los impuestos, no es tan sencillo aumentar la actividad económica porque los recursos son todos muy caros?

Los límites nos ponen en una tesitura nueva, en la tesitura del «más es menos», donde el crecimiento de unos debe hacerse a costa del decrecimiento de otros y los recursos naturales introducen factores en la economía humana que hasta hace pocos años no estaban. ¿Estamos llegando a ese punto? La verdad es que produce escalofríos pensar que esa pueda ser la explicación gran parte de lo que está pasando en el mundo en los últimos años. ¿Qué está pasando? ¿No estamos viendo que el crecimiento de bancos y grandes empresas no consigue materializarse si no es a base de empobrecer cada vez más a las clases medias? ¿No será que en estos momentos están cambiando los esquemas de la realidad económica porque, simplemente, el paradigma del crecimiento está cambiando?

En estos momentos nos encontramos con un panorama material muy diferente de aquel que vio nacer al capitalismo, al socialismo, a la socialdemocracia o incluso al anarquismo. Nuestros esquemas mentales deben cambiar de forma acorde con este enorme cambio. Debemos ser extremadamente cautelosos a la hora de aconsejar aplicar una receta económica que ha sido válida en el pasado, porque la realidad está cambiando en muy poco tiempo.

¿Son válidas todavía las recetas de la socialdemocracia en este escenario de límites en el que nos encontramos? A mí me gustaría lanzar esta pregunta a todo el colectivo de los economistas críticos. Es posible que dichas recetan ya no sean válidas, porque el keynesianismo que consiguió superar la recesión de principios del siglo XX, tuvo como consecuencia un espectacular aumento del consumo de todo tipo de recursos naturales, recursos que, en estos momentos no pueden volver a crecer de esa forma, e incluso van a empezar a decrecer.

Quizá las recetas clásicas de la socialdemocracia sean muy insuficientes para superar esta crisis. Quizá se deba poner mucho más énfasis en repartir puesto que estamos en un mundo limitado, quizá tengamos que pensar en relocalizar dado que nos estamos quedando sin el combustible principal del transporte, quizá tenemos que pensar en una economía centrada en el territorio, puesto que las energías renovables dependen de él, quizá tenemos que pensar en una economía del estado estacionario y en cómo conseguir realmente el «menos es más».

Debemos ser conscientes de que aumentar el bienestar humano y la justicia social es hoy mucho más difícil de lo que lo fue en el pasado (aunque no por ello debamos dejar de hacerlo), ya que lo que sucede no depende sólo de nuestros deseos y acciones. A los pozos de petróleo que se agotan les trae sin cuidado si la mayoría de la población mundial espera aumentar su consumo o si es injusto para con la población empobrecida. Los pozos, simplemente, se agotan.

Esto nos sitúa en una tesitura muy complicada. Porque hay que tener en cuenta una verdad muy incómoda. No sabemos si es posible un aumento del bienestar y el crecimiento económico de tod@s en este escenario de mundo limitado, pero lo que sí parece compatible con los límites del planeta (al menos por un tiempo) es el crecimiento de unas pocas élites basado en el decrecimiento de grandes mayorías. Esta escalofriante posibilidad es lo que Jorge Riechmann llama ecofascismo y no puede ser desdeñada. Es, además, una posibilidad que nos podría llevar a un poder muy represor y sangriento, dada la gran población, los millones de hambrientos y las enormes disparidades de consumo.

Sin embargo, la nota positiva viene del hecho de que, incluso un ecofascismo, debería plantearse más tarde o más temprano ese gran desacoplo economía-recursos naturales. Así pues, es preciso ponerse manos a la obra en el desarrollo de nuevas relaciones económicas que nos permitan salir adelante. No podemos dejarnos llevar por la tentación de ignorar una realidad amarga, ni por la tentación de creer en salvaciones tecnológicas milagrosas, ni por el desánimo que conduzca a la inacción.

Al fin y al cabo, estamos empezando la cuesta abajo, pero todavía tenemos muchos recursos naturales y muchas posibilidades de permitir a la toda la población mundial vivir razonablemente bien si sabemos racionalizar nuestro consumo y no basar nuestra sociedad en algo tan absurdo como el usar y tirar. Tampoco es desdeñable la posibilidad de que el decrecimiento político resulte una opción muy interesante para los pueblos empobrecidos del planeta y para sectores sociales de los países desarrollados, que ven cómo el crecimiento y la globalización los margina y explota. El decrecimiento no tiene por qué ser un concepto «ricocéntrico», como dice Juan, de hecho, ya están surgiendo movimiento similares desde el Sur, como el «buen vivir».

Pero en una cosa tiene razón Juan Torres; para que el decrecimiento deje de parecer una opción moral y se convierta en un movimiento válido para liderar la cuesta abajo, necesitamos teorías económicas sólidas, y el decrecimiento no las posee. El movimiento por el decrecimiento tienen sus físicos, ecólogos, filósofos y activistas pero todavía le faltan muchos más economistas. Espero que ATTAC, como uno de los movimientos de economía crítica más creativos del momento, sea consciente de este problema y sepa colaborar en la elaboración de una nueva teoría económica que nos permita tratar con esta realidad material que, aunque no nos gusta, se nos está echando encima en el siglo XXI.

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