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Entrevista Jason Hickel Antropólogo económico y autor de "Menos es Más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo"

«Decrecer no significa vivir peor, es reducir SUV, jets y el complejo militar-industrial»

Fuentes: Naiz

Jason Hickel es antropólogo económico y miembro de la Royal Society of Arts. Profesor en el ICTA-UAB, ha trabajado en la London School of Economics y en la Universidad de Oslo. Es una de las voces más influyentes del decrecimiento y colabora en medios como ‘The Guardian’ o ‘Foreign Policy’.

Jason Hickel sostiene que si el crecimiento económico sigue estrellándose contra los límites planetarios mientras derechos básicos continúan sin garantizarse, quizá el problema sea la devoción casi ritual por producir lo superfluo. En ‘Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo’ (Capitán Swing) plantea algo que suena a simple lógica pero resulta profundamente subversivo: dejar de fabricar lo innecesario –SUV mastodónticos, moda desechable o la industria militar, enumera con puntería y cierta saña– y orientar la economía hacia lo que de verdad produce bienestar: vivienda asequible, transporte público, servicios básicos.

Jason Hickel, en una imagen de archivo. (Jason HICKEL)

Criado en Esuatini, antes Suazilandia, y afincado hoy en Barcelona, Hickel llegó a Elizondo invitado por Akelarre Kulturgunea y Baztango Talde Ekosoziala y con la decepción de una COP30 que, a su juicio, vuelve a esquivar lo esencial. Para él, la cuestión de fondo es siempre la misma: quién decide qué se produce, qué se descarta y y con qué criterios presumimos de progreso. Más aún cuando seguimos adorando un indicador capaz de colocar gas lacrimógeno y atención sanitaria en la misma casilla de ‘crecimiento’. Quizá convenga empezar por ahí.

¿Por qué el PIB sigue siendo una obsesión de la política económica?

No es un error que el PIB sea el indicador dominante. Vivimos en una economía capitalista y el PIB mide lo que es valioso para el capitalismo. A menudo se da por sentado que ‘crecimiento’ significa mejora del bienestar humano, progreso social o innovación. Pero no es nada de eso. El crecimiento del PIB es algo muy específico: el aumento de la producción industrial agregada en precios de mercado. Según este parámetro, un millón de euros en gas lacrimógeno vale exactamente lo mismo que un millón de euros en asistencia sanitaria. Es obvio que no existe una relación directa entre el PIB y el bienestar. Lo que importa es lo que producimos y si las personas tienen acceso a los bienes y servicios que necesitan para llevar una vida digna.

Si el crecimiento ya no puede ser el objetivo central, ¿qué debería significar la prosperidad en el siglo XXI? ¿Qué indicadores deberían sustituir al PIB como brújula?

Hay quien ha intentado crear métricas alternativas al PIB que midan el verdadero progreso económico, teniendo en cuenta los costes sociales y ecológicos. Pero creo que un enfoque mejor es pensar en los diferentes objetivos que queremos alcanzar como sociedad y centrarnos en ellos. Si lo que buscamos es mejorar la salud o la educación, reforzar el transporte público, cuidar la fertilidad del suelo, reducir emisiones, recuperar biodiversidad o regenerar los territorios, deberíamos organizar la producción en torno a estas metas en lugar de asumir que perseguir sin sentido el crecimiento del PIB logrará mágicamente nuestros objetivos y creará una sociedad mejor.

La palabra ‘decrecimiento’ suele provocar resistencia y malentendidos.

Cuando la gente oye hablar de decrecimiento suele pensar que significa reducir todas las formas de producción y consumo, y que eso les hará más pobres y perjudicará sus vidas. Pero eso es incorrecto. El decrecimiento es algo muy específico: se refiere a reducir las formas de producción perjudiciales e innecesarias –los SUV, la moda rápida, los jets privados, las mansiones, los cruceros, el complejo militar-industrial, etc.– que consumen enormes cantidades de energía y que, en gran medida, solo benefician a la clase capitalista. Basta con mirar alrededor para ver que una parte importante de nuestra economía es destructiva y totalmente irrelevante para el bienestar humano. El decrecimiento propone reducir esas partes mientras se reorganiza la producción para centrarse en lo que es más importante para ese bienestar.

En su libro cuestiona la tendencia a culpar al consumidor individual.

El cambio de comportamiento individual puede ser útil, pero el principal problema al que nos enfrentamos no son los comportamientos de consumo, sino quién controla la producción. Y el capitalismo es muy antidemocrático: la producción está controlada de forma abrumadora los grandes bancos, las grandes corporaciones y el 1% más rico, que posee la mayoría de los activos invertibles. Y para el capital, el objetivo de la producción no es satisfacer las necesidades humanas y lograr el progreso social, sino maximizar y acumular beneficios. Esto se denomina ley capitalista del valor. Así, obtenemos una producción masiva de cosas como combustibles fósiles y SUV, porque son muy rentables para el capital, pero obtenemos una subproducción crónica de viviendas asequibles y transporte público.

Que son mucho menos rentables…

O no lo son en absoluto. Y esto explica el hecho de que, a pesar de tener unos niveles tan altos de producción total, hasta el punto de sobrepasar los límites planetarios y provocar el colapso ecológico, seguimos sin satisfacer muchas necesidades humanas básicas. Es una paradoja, y ocurre porque el capital asigna mal la producción. Por lo tanto, nuestro principal objetivo debe ser democratizar la producción y alinearla con objetivos ratificados democráticamente, para que podamos alcanzar nuestras metas sociales y ecológicas. Al fin y al cabo, ¡es nuestro trabajo! ¡Son nuestros recursos! ¡Deberíamos tener algo que decir sobre cómo se utilizan nuestras propias capacidades productivas! Tenemos que recuperar ese poder del capital.

Argumenta que el Norte global necesita reducir su uso de materiales y energía para que el Sur global pueda desarrollarse.

Las economías ricas son las principales responsables del colapso climático. Son responsables de aproximadamente el 90% del total de emisiones que superan el límite planetario y de la mayor parte del uso excesivo de materiales en el mundo. Además, los altos niveles de consumo del norte global dependen de una apropiación masiva de recursos del sur global. Por lo tanto, son los países ricos los que deben reducir el exceso de consumo de energía y materiales. He mencionado algunas de las industrias y sectores que podrían ser objeto de decrecimiento.

¿Y qué necesita crecer en el Sur?

En el sur global, realmente tiene que haber un proceso de recuperación del control sobre sus propias capacidades productivas. En este momento, una gran parte de la producción del sur está controlada por capital extranjero y organizada en torno a la maximización de los beneficios para ese capital. Y es por eso que hay cientos de millones de personas empleadas en la producción de prendas de vestir en talleres clandestinos para Zara y H&M, azúcar para Coca-Cola y piezas para el iPhone, etc., cuando podrían estar utilizando su mano de obra y sus recursos para el desarrollo nacional. Para ello es necesario alcanzar la soberanía económica. Lo fundamental para nosotros es apoyar los movimientos de liberación nacional y soberanía económica en el sur global. Como, por ejemplo, la alianza de los Estados del Sahel.

¿Cómo cree que el enfoque de China está marcando el rumbo de esa transición?

En los medios de comunicación occidentales recibimos mucha propaganda antichina. Esto nos impide comprender lo que está sucediendo allí y lo que podemos aprender de ello. En cuanto a la transición ecológica, lo de China es impresionante: producen entre el 80% y el 90% de todas las tecnologías de energía renovable del mundo y están instalando más capacidad de energía renovable que el resto del mundo en su conjunto. También están llevando a cabo más reforestación que cualquier otro país, plantando millones de árboles. China puede hacer esto porque cuenta con un sólido marco de política industrial y finanzas públicas. Puede orientar la inversión hacia lo que quiera, no está limitada por la lógica del beneficio. En Occidente, podemos hacerlo, pero no es rentable, así que no lo hacemos.

En Euskal Herria existe un intenso debate en torno a las energías renovables y el uso del suelo. Desde una perspectiva de poscrecimiento, ¿cómo conciliamos la justicia territorial con la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles?

Con los combustibles fósiles, los impactos del uso de la energía se externalizan hacia el futuro. No tenemos que afrontar las consecuencias de inmediato. Pero, cuando hacemos la transición a las energías renovables, ¡vemos los impactos ante nosotros! Esto debería obligarnos a plantearnos: ¿cuánta energía necesitamos realmente utilizar? Porque, cuanta más energía utilicemos, más parques solares y eólicos tendremos que construir, más montañas tendremos que destruir. Si no nos gusta esto, ¡debemos reducir el consumo de energía! Y me refiero al consumo industrial, que es el principal impulsor.

¿Ahí es donde entra en juego el decrecimiento?

Al reducir la producción industrial menos necesaria, podemos reducir la demanda de energía. Esto permite una transición más rápida a las energías renovables, pero también significa que no tenemos que construir tantos paneles solares y turbinas eólicas. El decrecimiento es la respuesta. Pero, para ello, una vez más, tenemos que ejercer un control democrático sobre la producción, de modo que podamos reducir directamente estas industrias destructivas. Sin embargo, el capital nunca lo hará voluntariamente si es rentable. Por lo tanto, para alcanzar esos objetivos, sería necesaria una especie de transición socialista democrática.

Para ello plantea la necesidad de un partido de masas fuerte que democratice la producción y haga frente al capitalismo fósil. En términos prácticos, ¿cómo debería ser ese partido?

Sí, necesitamos partidos de masas con fuertes vínculos con las comunidades, los trabajadores y los movimientos sociales, que puedan ganar las elecciones y tomar el poder. Este debe ser el objetivo, es la única manera. Para cada país esto se ve de manera diferente. En algunos casos, ese vehículo puede formarse como una coalición de partidos existentes. En otros, se necesita un nuevo partido.

¿Cree que los partidos verdes podrían evolucionar hacia ese papel?

En la mayoría de los casos son partidos burgueses que no pueden conectar con las comunidades de clase trabajadora. Deberían disolverse y reconstituirse como partidos ecosocialistas populares. El Reino Unido es la única excepción, donde el partido verde de Zack Polanski está haciendo lo correcto: conjugar la política verde con la política socialista y las narrativas populistas de izquierda. Ese es el camino a seguir.

Si el control democrático sobre la producción es esencial, ¿qué medidas políticas concretas podrían adoptarse de manera realista en los próximos cinco o diez años para avanzar en esa dirección?

En primer lugar, establecer un mecanismo de financiación pública y una política de orientación crediticia que permita canalizar las inversiones hacia actividades social y ecológicamente necesarias, independientemente de los beneficios. En segundo lugar, establecer una garantía de empleo público para que cualquiera pueda formarse y participar en los proyectos colectivos más importantes de nuestra generación: llevar a cabo la transición energética, mejorar el transporte público, regenerar el suelo, aislar los edificios… Trabajo digno con salarios dignos. En tercer lugar, establecer servicios públicos universales y viviendas asequibles, de modo que la producción se organice en torno a garantizar lo más necesario para el bienestar humano.

Con este enfoque, podemos abolir la inseguridad económica y resolver nuestra crisis ecológica en un breve periodo de tiempo. Este es el camino a seguir. Y si tengo un mensaje para el PSOE, Sumar, Podemos y el resto de la izquierda: estas políticas ganarán las elecciones. ¿Queréis derrotar a la extrema derecha? Así es como se hace.

Fuente: https://www.naiz.eus/es/info/noticia/20251123/decrecer-no-significa-vivir-peor-es-reducir-suvs-jets-y-el-complejo-militar-industrial