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Defensa de los dogmas

Fuentes: La República (España)

En una de las escenas más intensas de «Las Reglas del Juego» de Renoir, el alegre y derrotado Octave justifica con amargo cinismo la descomposición moral de la sociedad francesa en vísperas de la segunda guerra mundial: «Mienten los prospectos farmacéuticos, los gobiernos, los políticos, los periódicos y la radio. ¿Cómo no vamos a mentir […]


En una de las escenas más intensas de «Las Reglas del Juego» de Renoir, el alegre y derrotado Octave justifica con amargo cinismo la descomposición moral de la sociedad francesa en vísperas de la segunda guerra mundial: «Mienten los prospectos farmacéuticos, los gobiernos, los políticos, los periódicos y la radio. ¿Cómo no vamos a mentir nosotros que somos sólo pequeños particulares?». Los embustes de Bush en la ONU o las patrañas de Losantos en la COPE no son, claro, la causa de la corrupción del tendero tramposo o del contable trapacero, pero sí de la corrupción del espacio público a cuya luz medimos la relevancia moral de nuestras acciones. El machista, el xenófobo, el fascista, el mafioso, sólo son peligrosos cuando encuentran instituciones complacientes o estimulantes que banalizan los impulsos que, en tiempos de crisis, tantos «pequeños particulares» a duras penas reprimen. Como he dicho otras veces, la retórica pública no sirve para imponer la paz, pero sí para alimentar la guerra. Y por eso cuando peor van las cosas más cuidado hay que tener con las palabras que las nombran.

Pero cuando peor van las cosas, al contrario, más se sacude el lenguaje público el yugo de lo «políticamente correcto». Y lo hace adoptando las categorías más incorrectas y prestigiosas del mundo: las de la publicidad. Incluso el restablecimiento del pasado explota los moldes de legitimidad de la consumista subversión antiburguesa, el esquema prometeico, típicamente capitalista, de la «superación» de tabúes, dogmas y prejuicios. El puritanismo mismo se da un aire atractivo de audacia anti-puritana. Así, Abbiati, futbolista del Milan, elogia públicamente a Mussolini invitándonos a «dejar de considerar el fascismo como un tabú»; así, la presidencia de la UE anima a «romper el tabú» de la energía nuclear; así el Papa exhorta a los franceses a cuestionar el «dogma» de la laicidad; y así nuestro inefable Aznar se manifiesta a favor de defender «sin complejos» la España imperial. Rupturismo, descaro, desinhibición, provocación: el creacionismo debe «liberarse» de los prejuicios darwinistas, los europeos deben «desafiar» el tópico de la igualdad racial, la democracia debe «emanciparse» de las ataduras del Derecho. Debemos superar, sí, el laicismo, la tolerancia, el pacifismo, la ciencia, la libertad sexual, los derechos sociales y la división de poderes como supersticiones acumuladas en el camino del progreso y la emancipación humanas. Es ahí precisamente donde el Papa y Sarkozy se encuentran, donde neoconservadurismo y neoliberalismo convergen: la religión, la monarquía, el racismo, el belicismo, la energía nuclear, la jornada de 65 horas se acaban imponiendo, no como represoras e inevitables, sino como modernas, vanguardistas y liberadoras. De hecho, sólo por eso se vuelven inevitables; porque si lo inevitable es retroceder el retroceso sólo puede ser un gran avance y todos tenemos que sumarnos a él con entusiasmo. Los «pequeños particulares», sí, nos medimos otra vez en un espacio público deslenguado y corrompido en el que tanto el Vaticano como el Pentágono han adoptado para sus fines el lenguaje de la pornografía.

Hace ahora un año el ministro Solbes criticó la ley andaluza de la vivienda con una frase impúdica: «No soy partidario de grandes leyes que den reconocimiento de derechos para toda la vida». Las leyes pequeñas no son leyes sino privilegios y los derechos provisionales no son derechos sino contingencias. «Todos tienen derecho a la salud, salvo los negros», sería una frase que, incluso si describe una situación de hecho, todos considerarían todavía escandalosamente racista. «Todos tienen derecho al voto, salvo en verano» o «todos tienen derecho a un juicio justo, salvo los años bisiestos» o «todos tienen derecho a expresarse libremente, salvo los jueves», son frases en apariencia absurdas que podrían interpretarse como el equivalente en el tiempo de lo que es el racismo en el espacio. Solbes no hace sino desnudar el capitalismo, que no es partidario de que haya seres humanos en todas partes ni de que los seres humanos lo sean durante toda su vida. ¿Derechos para todos? ¿Derechos para toda la vida? Hace unos años, la decisión soberana del pueblo cubano de declarar irrevocable el socialismo (es decir, el derecho a la vida, la vivienda, la salud, el trabajo) se rechazó como ridícula o reprobable. El mercado ha declarado revocable al hombre y debemos asumirlo como una avanzadísima innovación. ¿Habrá algo más moderno, más propio del siglo XXI? Los «pequeños particulares» comienzan a intuir que se puede ser aún más vanguardista en esa misma dirección: por delante están el racismo, el fascismo y la religión.