Empieza a ampliarse esa modalidad entre pequeños productores, sobre todo de café
Miles de familias campesinas en México no pueden vivir de lo que producen debido a la competencia de las importaciones baratas de alimentos que llegan al país subsidiadas, o porque el precio pagado por los bienes que ofrecen no cubre siquiera la inversión en semillas y fertilizantes. Mientras esta discusión entre naciones pobres y ricas mantiene entrampada la negociación para una mayor apertura comercial, pequeñas empresas muestran que existe una alternativa.
En el año reciente, las pequeñas empresas mexicanas que participan en la Red Mundial de Comercio Justo lograron por primera vez una factura conjunta de 100 millones de dólares, informó Jerónimo Pruijn, director ejecutivo de Comercio Justo México, asociación de organizaciones de pequeños productores y organismos civiles.
El mecanismo de comercio justo busca crear un vínculo entre el pequeño productor y el consumidor. En medio de esta relación hay productos de calidad, en cuyo cultivo se cuidó de proteger el ambiente. Los 100 millones de dólares obtenidos por los agricultores mexicanos que participan en esta red se lograron sobre todo con la exportación de café. El dinero obtenido por la venta permite a los productores recuperar los costos, lograr una remuneración por su trabajo y captar recursos para proyectos de desarrollo en sus comunidades.
Es en torno al café que se ha constituido el mecanismo de comercio justo, aunque no es el único producto. La red se ha extendido a la oferta de miel, frutos, vinos e incluso cerveza. Básicamente los productos de agricultores de países en desarrollo son llevados a los consumidores de naciones ricas. En Holanda, por ejemplo, el café de comercio justo pasó de representar 0.2 a 2 por ciento del mercado total, mientras que en Gran Bretaña la cifra alcanza 8 por ciento. En Suiza, uno de cada dos plátanos que se consumen es distribuido por la red en cuestión.
En el nacimiento de la idea del comercio justo tuvo algo que ver México. Fue en los años 80, tras una crisis de precios del café, cuando productores mexicanos de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) lograron una alianza con una agrupación holandesa, Solidaridad con Latinoamérica, para comercializar café mexicano a través de canales alternativos.
El año pasado el precio por cada saco de 100 libras (45 kilos) de café en el mercado tradicional, dominado por las empresas trasnacionales, fue de 72 dólares. A través de las redes de comercio justo, el precio pagado a los productores mexicanos fue de 125 dólares e incluso de 140 dólares por saco de 100 libras si tenía certificación orgánica.
En México, una parte sustancial de la producción cafetalera es campesina y, por tanto, su destino final es el mercado y no el autoconsumo. Una caída en los precios o un mercado dominado por un pequeño grupo de empresas, como Nestlé, afecta de manera directa el nivel de vida de los productores. Para los pequeños puede resultar difícil entrar a los mercados o disponer de la información sobre precios. Por ello, muchos dependen de intermediarios y no están en condiciones de vender sus productos bajo condiciones justas. A la vez, muchos trabajadores de plantaciones tienen que aguantar sueldos bajos, condiciones de trabajo inseguras y muchas veces son privados de la libertad de organizarse en un sindicato.
«El comercio justo trata del establecimiento de una relación comercial transparente y de respeto mutuo, que asegura los derechos de los productores y trabajadores marginados en los países en vías de desarrollo», señala la Fundación de Organizaciones del Sello de Comercio Justo (FLO, por sus siglas en inglés), que tiene su sede en Alemania.
Como explica Jerónimo Pruijn, los productores son dotados de herramientas para poder llevar sus productos en mejores condiciones al mercado. Existen un sello reconocido de comercio justo mexicano, una norma para la empresa mexicana de comercio justo, así como una firma certificadora de los productos y las reglas.
Aunque los productos mexicanos han tenido éxito fuera del país, en México, como suele ocurrir, la presencia es todavía marginal.
«Hay demanda de productos mexicanos de comercio justo, sobre todo en el extranjero», dijo Pruijn. En cambio, en México es limitado el interés de los empresarios mexicanos por abrir sus negocios a estos artículos, añadió. «Hay segmentos de mercado que se interesan, pero tienen poca flexibilidad hacia las marcas, no hay mucha disposición a dar trato preferencial a los productores», comentó. Además, señaló, existe poca disposición de las firmas grandes de adecuar algunas de sus reglas a las normas de comercio justo. «Hemos hablado con Wal Mart o Gigante y tienen interés, no nos han dicho que no, pero no se concreta.»
No deja de resultar paradójico que un mecanismo que surgió para lograr canales alternativos de distribución ahora busque entrar a las grandes cadenas para crecer. Pruijn señala que el comercio justo partió en su origen de redes de distribución alternativas o tiendas de productos especiales y trabajo de voluntarios.
«Eso lo buscamos, queremos que suceda en México, pero también vamos por la otra estrategia; tenemos una red dual: redes alternativas de consumo y distribución, pero también de los grandes supermercados. No es porque estemos en favor de ellos o no, sino que la mayoría de la gente compra ahí. El éxito del comercio justo fue estar al alcance de un público más grande. Puede haber una contradicción, pero es precisamente parte del éxito, porque eso ha permitido que haya volúmenes relevantes. Si nos limitamos al mercado con conciencia no vamos a generar impacto en las comunidades de productores.»