Los países ricos, predicadores del comercio libre, aplican el más rígido proteccionismo contra los países pobres: convierten todo lo que tocan en oro para sí y en lata para los demás. (Eduardo Galeano)
Dado que las “grandes potencias” son también potencias nucleares, el equilibrio del poder sugiere que es probable que se dé una confrontación directa en el escenario económico que en el campo de batalla. La estrategia económica fue y seguirá siendo un elemento esencial de la política exterior. Pero para que la política económica tenga el máximo efecto debe basarse en una doctrina coherente con el principio rector, en el caso de Occidente de, al menos: aumentar la prosperidad mundial preservando al mismo tiempo la seguridad nacional, lo cual a todas luces y según cualquier indicador mundial que se tome, no ha sucedido.
Es posible también que a Estados Unidos le correspondería atraer a los países con la promesa de un beneficio mutuo, en lugar de dar crédito a la idea de que el país utiliza principalmente herramientas punitivas. El alivio de la deuda, los préstamos en condiciones favorables, la financiación de infraestructuras, las asociaciones en la cadena de suministro y las alianzas tecnológicas son ejemplos de incentivos positivos que fomentan la alineación sostenible de intereses con Estados que han expresado su escepticismo hacia las políticas estadounidenses (como muestra el mapa, mucho más del 70% del mundo). O imaginar, alternativamente, una política especial para aquellos estados condescendientes o sumisos, como Argentina, y darles a cambio algo, antes que se den cuenta dónde tiene que estar ubicados en el mapa.
Antes de explicar desde el alfiler al semiconductor habría dos temas que abordar. El Estado versus el mercado, y la planificación versus la ignominia. En el primer caso, la narrativa del libre mercado ha enfrentado cada vez más la realidad de un proteccionismo encubierto en el escenario geopolítico actual. Mientras algunos defienden la idea de un mercado completamente libre de regulaciones y restricciones, otros recurren a medidas como sanciones, aranceles, prohibiciones y regulaciones para proteger los intereses nacionales y detener lo que perciben como amenazas al sistema unipolar occidental.
Tradicionalmente, se ha planteado un debate entre la intervención del Estado en la economía y la libertad del mercado para asignar recursos. Sin embargo, esta dicotomía se ha vuelto más compleja en la medida en que el mercado ha evolucionado. En la mayoría de los casos, el mercado ya no funciona de la manera idealizada de la teoría económica clásica. En lugar de producir una asignación eficiente de recursos, el mercado tiende a generar concentración económica en manos de unos pocos actores poderosos. En respuesta a esta realidad, el papel del Estado se ha vuelto crucial, no como fue estructurado por la teoría neoclásica para contrarrestar las fallas del mercado, sino para planificar un crecimiento equilibrado, una distribución más equitativa de recursos y de oportunidades.
Esa lógica la adelantamos en nuestro artículo anterior, “Keynesianismo con botas”, que mantuvo a Rusia fuera de la depresión, solo por el estímulo bélico dirigido por el Estado. La decisión de Putin de nombrar a Andrei Belousov, un economista con experiencia y formación en políticas económicas como nuevo ministro de Defensa ruso refleja una estrategia clara por parte de ese gobierno. Esta elección sugiere que Rusia busca combinar sus objetivos militares con sus necesidades económicas y de desarrollo a largo plazo. Fueron los propios chinos quienes bautizaron la jugada de Putin como «jugar a largo plazo«. Rusia intentará combinar sus objetivos militares con las exigencias económicas, hacer que el desarrollo económico apoye la operación militar y que la operación militar impulse el desarrollo científico y tecnológico.
La otra cara de la moneda de las políticas rusa es la ignominiosa Argentina, un experimento, a primera vista complejo de explicar, pero sencillo en realidad. Lo haremos en pocas líneas porque es marginal al artículo. Lo más reaccionario de la política exterior americana es el realismo, aunque el neoconservadurismo lo aventaja fuertemente, al menos en guerras. Para tener una idea: Hans Morgenthau es considerado como uno de los padres fundadores de la escuela realista del siglo XX, que será la teoría que tomaremos, Henry Kissinger sería su ladero y Donald Trump la actualidad.
El modelo de Morgenthau nos servirá para describir la política interna-externa de Argentina. En su idea de realismo, el Estado es el único actor digno de consideración en un medio, como el sistema internacional, de carácter político (es decir, basado en el poder), el Estado es la forma histórica de organización del ejercicio del poder en las relaciones internacionales. Este Estado es el que en Argentina los grupos concentrados de poder que gobiernan el país quiere fragmentar, destruir o apropiarse, para sus negocios.
Pero Morgenthau da una vuelta más al equilibrio del poder del Estado introduciendo el interés nacional. Al abordar la segunda categoría de análisis —el interés nacional— se tiene presente de manera inmediata el fenómeno del Estado-nación. En el caso de Argentina, parece que los intereses de ciertos sectores dominantes se centran más en mantener un modelo económico que beneficie la exportación de materias primas sin un enfoque integral en el desarrollo interno del país. Esta perspectiva económica es vista como una forma de racionalidad que prioriza las ganancias depositadas en el exterior sobre el desarrollo nacional y la construcción de un modelo de país más equilibrado y sostenible. De hecho, la racionalidad implica que no hay Estado–nación, por lo tanto, su interés, como el de las provincias y la población que lo compone, carece de valor.
Comencemos con el alfiler. La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica muestra que hay una historia “real” y una “historia imaginaria” de la política comercial, lo que provoca una división entre países desarrollados y países pobres, es decir, aquellos que implementaron políticas de libre comercio y políticas mercantilistas, respectivamente. Ninguno de los demás países que figuran entre las naciones ricas de hoy fue tan proteccionista como Gran Bretaña o Estados Unidos, con la breve excepción de España en la década de 1930 (¿Qué fue del buen samaritano? Ha-Joon Chang; 2008). Adam Smith comienza su libro “La riqueza de las naciones” argumentando que las causas de un aumento de la productividad se deben a una mayor división del trabajo, lo que aumenta la productividad.
Una de las causas actuales de los problemas de EE.UU. está en la figura (Big Swings), la pérdida de productividad y su caída en la competitividad mundial. Quizás lo más interesante es que las medidas proteccionistas de Trump han continuado bajo la administración de Biden, tratando de recomponer este desplome, formando una matriz de la política comercial estadounidense que seguirá después de las elecciones de 2024. La postura del gobierno estadounidense en materia de comercio internacional ha virado claramente hacia el proteccionismo.
Desde el año 2008 las economías modernas han establecido más de 10.000 medidas proteccionistas (Global Trade Alert Report), lo que demuestra hasta qué punto se busca con el cierre de las fronteras a la competencia la seguridad de una economía próspera. La crisis del COVID-19 exacerbó aún más esta tendencia proteccionista, al poner de manifiesto la vulnerabilidad de las cadenas de suministro. Frente a la economía liberal, como la propugnada por Adam Smith, en la que los mercados traducen los intereses nacionales en intercambios, en una suerte de manifestación de soft power, la vuelta al proteccionismo pretende de nuevo el anclaje del proceso productivo al territorio nacional.
Esta idea es la vedet ideológica americana para ocultar el proteccionismo, intentando proteger el empleo, la tecnología y la capacidad estadounidense de competir, desde Trump a Biden. La doctrina se llama economic statecraft (arte de gobernar económico). Este término se refiere a la utilización de medios económicos para alcanzar objetivos de política exterior. En este caso, la política económica al servicio de la política exterior podría traducirse como estrategia económica internacional.
Estados Unidos ha utilizado esta palanca desde tiempo inmemoriales para promover sus intereses de política exterior a través de medidas positivas (Plan Marshall, tratados de libre comercio, la OMC, etc.) y coercitivas (embargo, sanciones, medidas de control de las exportaciones, aranceles, etc.). Bajo la administración de Biden, la instrumentalización del poder económico se ha convertido incluso en el elemento central de la estrategia global estadounidense y de sus relaciones con las grandes potencias que Washington considera competidoras u hostiles.
La guerra comercial de Trump en 2018-2019 se basó en aranceles, apoyándose en la legislación que le permite al presidente tomar medidas sobre las importaciones que amenazan la seguridad nacional, impuso o aumentó los aranceles sobre una amplia gama de bienes chinos, desde paneles solares y lavadoras, acero y aluminio. Hoy están los vehículos eléctricos, pero las otras industrias afectadas por los nuevos aranceles incluyen las baterías de iones de litio, los semiconductores, el aluminio y el acero, los paneles solares y los productos médicos, las mismas que en la era Trump.
Los objetivos de la política de Trump eran estimular la industria manufacturera estadounidense, mejorar la balanza comercial y atraer el empleo, factores que influyeron claramente en la imposición de nuevos aranceles. Como muestra la gráfica (Aranceles medios…), no solo la política de aranceles no es nueva, sino que están muy por debajo de la media histórica. Lo atractivo de los resultados de estas políticas es que los estadounidenses han experimentado un aumento de los costos, un descenso de los ingresos, una reducción del empleo (incluso en el sector manufacturero) y un descenso de la producción neta, incluso después de tener en cuenta los beneficios concedidos a los productores protegidos.
Biden ha continuado la guerra comercial, la mayoría de los aranceles impuestos bajo la administración de Trump se han consolidado bajo la administración actual. En total, los aranceles que impuso Trump representaron casi 80 mil millones de dólares en nuevos impuestos a los estadounidenses. Casi 74 mil millones de dólares de estos aranceles siguen vigentes hoy bajo el gobierno de Biden, lo que refleja en gran parte las medidas dirigidas a las importaciones procedentes de China.
De cara al futuro es poco probable que el orden comercial internacional prospere bajo ninguno de los dos principales candidatos en las elecciones de noviembre de 2024. Trump ha hecho campaña a favor de crear nuevas barreras al comercio, incluyendo un arancel global del 10%, un arancel del 60% o más sobre todas las importaciones procedentes de China y la desvinculación completa de Pekín. Ahora el proteccionismo y las represalias de Estados Unidos también van a afectar a Europa. De hecho, la mayoría de los socios comerciales de Europa predicen que, si Trump gana las elecciones de 2024, las relaciones transatlánticas se verán alteradas en muchos frentes, como la adopción por parte de Estados Unidos de una línea dura en materia de comercio y el estallido de nuevas guerras comerciales.
Las tarifas apuntan a tratar de garantizar que las tecnologías de energía limpia no estén dominadas por un único proveedor, lo que hoy sucede en realidad, es decir, que China no sea la que pueda establecer control sobre tecnologías vitales como los vehículos eléctricos, las baterías de iones de litio y otros productos. Los aranceles intentan frenar el desarrollo por parte de China de ciertas tecnologías de doble uso que tienen un potencial militar latente. Las baterías de iones de litio, por ejemplo, se utilizan no solo para vehículos eléctricos y almacenamiento en redes eléctricas, sino también para aplicaciones militares como submarinos diésel-eléctricos, drones aéreos y portaaviones no tripuladas.
Lo asombro de este recorrido es que Argentina opera en sentido contrario en todas y cada una de las direcciones que históricamente el desarrollo económico ha marcado, así como las guerras comerciales. Libera el comercio cuando hay que proteger, elimina el Estado cuando hay que intervenir, regular y planificar el uso de materias primas y materiales escasos para la transición energética y se alía con quien se protege y produce y exporta las mismas materias primas. Una locomotora de insensatez.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2024/05/19/del-alfiler-al-semiconductor-la-proteccion/