Rafael Sánchez Ferlosio, Non olet. Destino, Barcelona 2003, 310 páginas. En un transitado pasaje del capítulo III del libro I de El Capital, Marx apuntaba que: «(…) Al mismo tiempo los precios, los amorosos ojos con que le hacen guiños las mercancías, indican los límites de capacidad de transformación, su propia cantidad. Como la […]
Rafael Sánchez Ferlosio, Non olet. Destino, Barcelona 2003, 310 páginas.
En un transitado pasaje del capítulo III del libro I de El Capital, Marx apuntaba que:
«(…) Al mismo tiempo los precios, los amorosos ojos con que le hacen guiños las mercancías, indican los límites de capacidad de transformación, su propia cantidad. Como la mercancía desaparece al convertiste en dinero, a éste no se le ve cómo llegó a las manos de su poseedor, qué fue lo que se transformó en él. Non olet, cualquier que sea su origen» (OME 40, p.121)
Neta distinción entre la génesis del objeto y su validez mercantil. Sea cual sea su origen: no huele. Frase atribuida al emperador Vespasiano, y con la que éste se había referido al inodoro elemento, olfateado según se cuenta con moneda muy cercana a su nariz, dinero recabado fiscalmente de los urinarios de la vía pública.
Sánchez Ferlosio (SF) señala que el título de su último libro -nombre, a su vez, del apartado III del capítulo «Trabajo y ocio»- está tomado «del que un oscuro arbitrista granadino de principios del siglo XIX, del que se ignora el nombre y sólo parece, relativamente, averiguado que fue clérigo, le puso a cierto opúsculo -hoy sólo fragmentariamente conservado…» (p.177). Ya esta misma consideración, entre muchas otras, es prueba conclusiva de la casi inabarcable erudición a la que nos tiene acostumbrados, y admirados, SF. No es inconsistente pensar que acaso el mismo Marx tomara su cita del clérigo granadino. Por ello, acaso quepa sugerir a Ferlosio una posible línea de investigación clérigo innombrado-humán que admiraba a Espartaco, por si fuera de interés establecer, o falsar, la posible conexión entre el opúsculo del oscuro arbitrista y las fuentes documentales del autor de El Capital.
¿Qué puede decirse sucintamente de esta, la última publicación del autor de El alma y la vergüenza? Básicamente y sin vacilación: dedicarse a su lectura, con toda la atención y cuidado que merece, es una de las mejores apuestas (Bordieu) concebibles, independientemente de la mediación y determinación del aparato de producción textil, esto es, de la poderosa industria de textos insustanciales, como acostumbraba a decir el padre Batllori.
Tanto da que nos puedan sorprender algunos pocos pasajes del ensayo de Ferlosio. Pueden escapársele a uno, como es mi caso, las razones unamunianas que mueven a SF a escribir Jámbled de Chéspir, y a respetar, sin cambios y casi a continuación «Sir Lawrence Olivier» (pp.58-59). Acaso quepa distanciarse cortésmente del sentido del humor vertido por SF sobre el autor de La mala reputación («aquellas erres rrodadas y vibrantes que le imitó el bellaco de Brassens» (p. 75)), mas cuando muestra a un tiempo, y con adoración modélica, su ilimitado y apasionado reconocimiento por la voz y el hacer artístico de Piaf: «Tan sólo…una mujer pequeña, fea y de apariencia casi contrahecha, pero una artista excepcional, por la irresistible fuerza de expresividad patética que impulsaba su voz y su dicción […] como Edith Piaf, lograba lanzar tan lejos y tan fuera de sí misma sus canciones que ningún público podía negarse a ellas» (p. 75). Quizá podamos discrepar parcialmente sobre el severo juicio -sin duda, justificado en otras ocasiones- lanzado como dardo sobre Clark Gable (p. 86), si pensamos en el Gable de las inolvidables Vidas rebeldes del último Huston. Podemos disentir, con pertinentes razones extraídas de ensayos feministas y afines, de la algo rápida observación de SF sobre los términos «género» y «sexo»: «Puesto que «género» ha sido últimamente robado a la gramática como un pudoroso eufemismo para decir «sexo» (p. 99). Tal vez pueda parecernos reflexión no seguible en todos sus extremos lo señalado por el autor de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos sobre la belleza masculina: «(…) por lo mismo, así como (…) se ha tenido siempre, acaso injustamente, por innecesario preguntarles a las guapas por su autocomplacencia ante el espejo, de los guapos se piensa de antemano que nunca serían sinceros ante tal pregunta, cuando no, incluso, la recibirían como una ofensa» (p.114). Podemos temblar inseguros ante la compañía escogida por SF para su análisis de las categorías de trabajo y ocio en la obra de Marx: nada más, y nada menos, que el mismísimo Jean Baudrillard y El espejo de la producción. O la ilusión crítica del materialismo dialéctico (pp.126 y ss), sobre si todo si recordamos, por ejemplo, aquel paso de los Grundrisse de Marx: «El tiempo libre -entendido a la vez como «tiempo de ocio» y «tiempo de actividad superior»- ha transformado (en la sociedad comunista) materialmente a su poseedor en otro sujeto» (OME 22, pp.97-98). Acaso debamos elebar alguna amable queja ante trinitarias igualaciones no matizadas en afirmaciones como «esa conversión del trabajo en categoría contractual por obra de la economía de producción y el surgimiento desde todos los sectores, liberales, marxistas o cristianos, de toda clase de apologías, a cual más grandilocuente, del trabajo en sí mismo y por sí mismo» (p.147). Extraña igualmente que, sabido lo sabido sobre el movimiento de movimientos, SF -con innegable y cortés delicadeza- señale que tampoco los que claman contra la globalización hayan sabido o querido «decir nada sobre el achaque…que impide a la economía de mercado hasta los más sinceros propósitos de subuentio pauperum: la redundancia» (p.277). Podemos disentir de la rotundidad de afirmaciones como aquella en la que SF señala que «Marcuse ha sido el último que, desde el marxismo, ha pretendió naturalizar ese fetiche abstracto que sería el «Trabajo» en cuanto género universal…» (p.146). Finalmente, tal vez podamos demandar la necesidad de algún matiz al señalar Ferlosio que fue «una flaqueza teórica de Marx la de ser tan progresista como los liberales» (p. 284) -si bien admite la lucidez del Marx tardío, crítico del capitalismo productivista-, dado que es ya el Marx del primer libro de El Capital1 quien señala antiprogresistamente que: «(…) Este progreso en la cuota de la tisis tiene que bastarles al progresista más optimista y al propagandista alemán del librecambio que más mentiras vomite a lo Faucher» (OME 41, 103). O, igualmente, y también del primer libro de El Capital: «(…) todo progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo del arte de depredar al trabajador, sino también y al mismo tiempo del arte de depredar el suelo; todo progreso en el aumento de su fecundidad para un plazo determinado es al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas de esa fecundidad» (OME 41, 141-142).
Poco importa. Pelillos insustanciales a la mar. Es tan hermoso el castellano de SF, su erudición es tan exquisita, sus análisis de casos y ejemplos tan diversos como los dedicados a Veblen y su teoría de la clase ociosa, a la publicidad de El Corte Inglés, a los artículos y ensayos de Pedro Schwarz y Rafael Termes sobre libertad de horarios y la naturaleza permanentemente insatisfecha del ser humano, o a los ensayos de Rifkin sobre El fin del trabajo y de Viviane Forrester sobre Una extraña dictadura, son tan impecables que todo lo que no sea ponerse en activa acción lectora es pérdida inestimable de tiempo y sustantividad.
Hay además valores añadidos. Non olet no sólo transcurre siempre por el sendero de la veracidad, sino que otorga el nombre de la rosa a la rosa verdadera. En este caso «sociedad de producción» a lo que, usualmente, es visto y nombrado, no inocentemente, como sociedad de consumo, falaz designación que desvía la mirada al supuesto gran poder de la ciudadanía al adquirir bienes o servicios, ocultando la casi total omnipotencia de los sectores dirigentes del aparato productivo para crear supuestas necesidades, estrictamente funcionales al propio sistema de producción. De hecho, ya en un célebre texto de 1970 sobre «La Universidad y la división del trabajo» (Intervenciones políticas,. Barcelona: Icaria, 1985, pp.123-124), Sacristán ya había señalado en tiempos de tenaz, desviada y persistente discusión sobre la «sociedad de consumo» que: «Marx no ignora -al menos en la época de redacción de los materiales que luego irían al libro III de El Capital- la invención de falsas necesidades por razones económicas, por lo que ahora se llama ambiguamente «consumismo» y es en realidad productivismo al servicio de la menos fecunda reproducción ampliada imaginable…»
Aún más. En una entrevista de 1969 («Checoslovaquia y la construcción del socialismo», Acerca de Manuel Sacristán, pp. 51-52), un año después de la invasión soviética de Praga, Manuel Sacristán apuntó una caracterización de la sociedad socialista en términos de inversión de la relación entre producción y necesidades de los consumidores: «(…) El ideal del dominio de las necesidades de los consumidores sobre la producción (sobre las necesidades de enriquecimiento y técnicas de los que poseen y/o dominan el aparato de producción) es un objetivo fundamental del socialismo. Las actuales sociedades burguesas no son sociedades «de consumo», como dice la propaganda capitalista, sino de imponente dominio de los productores (de los propietarios y/o dominadores de los medios de producción) sobre los trabajadores, que son el grueso de los consumidores…»
Ferlosio señala netamente a la publicidad como una de las aristas más abyectas del proceso social, del sistema global del capital. Innecesario por sabido, pero es casi de obligada cita este paso de Non olet (p. 263): «La publicidad produce al consumidor y, consiguientemente, el hombre en su solo papel de personaje dentro del argumento de la producción; el hombre así producido es cada vez más sustancialmente lo que la economía ha necesitado y decidido que sea: el carburante de la producción».
La edición de Non olet, incluida la hermosa y significativa portada, está además magníficamente cuidada. Non olet denuncia, pues, con contundencia los aires podridos de un mundo recorrido casi en su totalidad por monedas y papeles inodoros o cuyos varios colores no logran esconder sus usuales e ignominiosas génesis.
(1) Los textos citados de Marx provienen de observaciones y notas de Manuel Sacristán. Especialmente de «Karl Marx como sociólogo de la ciencia» (mientras tanto 16-17, 1983, pp.9-56.