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Del optimismo desarrrollista a la realidad planetaria

Fuentes: Rebelión

Mario S. Ventrice nos ha dado una visión exultante del desarrollo material con verdades elementales como que «no hay desarrollo sin ciencia». Su nota se publica en el suplemento Cash de Página 12, Buenos Aires, 15/1/2017. Ya tan entrados en el s XXI entiendo importante evaluar los resultados, planetarios de los desarrollos habidos, siempre con […]

Mario S. Ventrice nos ha dado una visión exultante del desarrollo material con verdades elementales como que «no hay desarrollo sin ciencia». Su nota se publica en el suplemento Cash de Página 12, Buenos Aires, 15/1/2017.

Ya tan entrados en el s XXI entiendo importante evaluar los resultados, planetarios de los desarrollos habidos, siempre con base en la ciencia, aunque en rigor debamos hablar de desarrollos tecnocientíficos.

Ventrice nos presenta una versión del origen de ese desarrollo, radicándolo en Europa Occidental, hace unos 500 años y confrontándolo con sociedades tradicionales.

Simplificación histórica

La historia es un poco más compleja; «la ciencia y el trabajo cotidiano» no comenzaron, como afirma, «en los siglos XV a XVII«, aunque efectivamente haya existido entonces un despegue formidable con la crisis del geocentrismo que él recuerda.

Nos habla de la «aparición» de la imprenta en esa época, por ejemplo. Pero la imprenta, el cigüeñal, la pólvora y muchos otros instrumentos y herramientas provienen de China, desde donde los ingleses los transplantan a Europa. Había entonces un desarrollo y científico, fuera de Europa. Y la misma Europa, sobre todo desde monasterios cristianos, había estado desarrollando diversas disciplinas tecnocientíficas, como la óptica, la tonelería y la conservación de alimentos, la energía eólica y acuática, sembrando de molinos el paisaje rural. De todo eso, así como del avance de la agricultura mediante nuevas técnicas, desarrollo en la roturación de tierras, en arados y cultivos, hay rastros al menos desde los siglos X y XI. Sin tales «adelantos» no habríamos tenido el empuje renacentista al que Ventrice alude en los siglos XV y posteriores.

Versión occidentalista del despegue occidental

Si la simplificación que he intentado señalar expresa una determinada posición que ni siquiera es asumida directamente, la relación centro/periferia agrava las carencias en el abordaje de la cuestión.

Ventrice encuentra en el siglo XIX «claramente dos tipos de sociedades; las industrializadas y las no industrializadas, lo que igualmente significa distinguir entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas.» Una consecuencia al parecer inevitable de esta escisión, que ha aparecido y no sabemos ni cómo ni por qué, habría llevado a «la debacle económica y el empobrecimiento masivo de las sociedades virreinales basadas en industrias artesanales, entre las cuales se encontraban las actuales provincias argentinas […].»

Estamos en el reino de W. W. Rostow; el desarrollismo por andariveles separados de «naciones desarrolladas» y «naciones subdesarrolladas».

Esta sesgadísima visión de la economía mundial ha sido suficientemente rebatida y demostrada su falsedad, ideológicamente condicionada, para verla reflotar en un diario que se pretende «progresista». Pero más allá de la sorpresa del desentierro, tal vez sea precisamente un lugar adecuado para reflotar esta teoría, mejor dicho esta ideología. El periódico presenta este refrito rostowniano como «la otra mirada». Sin comentarios.

El desarrollo de las naciones centrales y el subdesarrollo de las naciones periféricas están indisolublemente unidos, de modo tal que el despegue de las primeras se nutre del empobrecimiento de las segundas. Esto, sin negar cierta importancia de los desarrollos endógenos. Pero si algo nos ha mostrado el neocolonialismo y la neocolonialidad es que todo desarrollo está condicionado por ese fuerte lazo entre el racismo, el saqueo, las economías de enclave, y los despegues tecnocientíficos.

¿Ciencia über alles o poder tecnocientífico y globocolonizador?

La tercera cereza de esta torta francamente indigesta es el papel protagónico de la ciencia. Que entiendo pertenece a la historia o a la mitología, si miramos nuestro presente planetario.

Los desarrollos científicos se asientan cada vez más en grandes consorcios tecnocientíficos, en emporios militares y en universidades, públicas o privadas.

Salvo el caso de universidades públicas donde puede haber, con crecientes limitaciones, desarrollos científicos movidos endógenamente, en todos los otros grandes centros planetarios de investigación y desarrollo de la ciencia, ésta ha sido satelizada en función de los intereses empresarios o militares (en el Pentágono, por ejemplo o en las grandes empresas transnacionales como Bayer-Monsanto o en las universidades empresarias).

Sólo esto último explica la escalofriante crisis ambiental que estamos viviendo ya en todo el planeta. Porque no se estudia científicamente el desarrollo sino que meramente se lo instrumentaliza. Al servicio de las ganancias plutocráticas o de los poderes imperiales.

La historia de Monsanto, con sus «Ciencias de la vida» es un claro ejemplo, ya suficientemente documentado.

El papel de la ciencia, hoy servilizada, no pierde, ciertamente, importancia. Solo que hay que encarar el trabajo científico fuera de esas esferas de influencia hoy mayoritarias y decisivas.

Hay que encarar una investigación científica que se deba a la realidad que existe y respetar las leyes físicas, que hoy, con los formidables desarrollos tecnológicos, tantos profesionales científicos se sienten permanentemente tentados a superar, vencer. Co por ejemplo la biología sintética: en el mismo momento en que los desarrollos tecnocientíficos han contribuido a una merma temible de la biodiversidad del planeta, tenemos «investigadores» empeñados en «enriquecer» la vida con especies animales o vegetales inventadas en laboratorio. El sueño del doktor Frankenstein no cede.

Blog del autor: http://revistafuturos.noblogs.org

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.